El barro como metáfora del estancamiento; de una quietud no deseada ni elegida; quietud rígidamente impuesta que oficia, a la vez, de punto de partida. De inicio de esta narración.
Ese Bow-Window no es Americano arranca en el barro. Cronológicamente, empieza algunos segundos antes, frente a dos micrófonos. Dos mujeres, madre e hija, -mirada fija en esa presencia fantasmal que somos el público- preanuncian la tensión que recorrerá la obra.
Mirta Busnelli, Vanesa Maja y María Merlino dan vida a tres personajes que inundan la sala de ansiedad. En esta adaptación al cuento Nada de todo eso, de Samanta Schweblin, la tensión cobra densidad a medida que transcurren sus 60 minutos.
Esa tensión toma forma sonora; asume el formato del ruido. “¿Qué dicen los portazos?”, pregunta y se pregunta la madre encarnada por Mirta Busnelli. La respuesta remite al lenguaje de la frustración; del malestar; de la impotencia. Esa impotencia que la hija, interpretada por María Merlino, hace asomar en infinitas preguntas; en reiterados ¿por qué y para qué? Entre el barro que secuestra las ruedas del auto, aparece un despertar; un tomar conciencia de la extrañeza de aquel recorrido por casas y jardines ajenos.
¿Qué buscan aquellas dos mujeres que visitan casas y revuelven jardines? ¿Que interrogante intenta acallar ese movimiento furtivo que empuja a cambiar cosas de lugar y reordenar aquello ya ordenado, anteriormente por otras manos? ¿Qué relación tejen con aquellos objetos destinados a ser una efímera posesión?
Allí, entre los jardines elegidos, a metros del bosque, aparece la tercer protagonista de la narración. Aturdida por la brusca irrupción de madre e hija, la mujer que encarna Vanesa Maja intenta entender; calibrar. Desorientada por la desorientación ajena, se aferra a las seguridades y certezas. Certezas que cuajan muchas veces en los pequeños objetos que anidan en cada casa. En esas pequeñas propiedades que, condensando pesares y alegrías, anidan en repisas y estanterías.
Ese Bow-Window no es Americano carga sus momentos cómicos. Una comicidad atada a la ironía y a la incomodidad. Una incomodidad percibida a cada instante, incluso por quienes solemos reírnos de todo o casi todo.
Vayan y véanla. Les adelantamos que van a aplaudir de pie. La obra puede verse los domingos en Dumont 4040 (Santos Dumont 4040) en la barriada porteña de Chacarita. Acá y acá van a encontrar más información. La recomendación está hecha. |