Por Benjamín Avilés
Artista, profesor y candidato a concejal por la comuna de Antofagasta
Este 31 de agosto, la población vibró al ritmo de cientos de tambores, bailes y colores en una nueva versión del Carnaval de La Perla, organizado por la agrupación Grandao du Samba. Esta organización territorial, conformada por habitantes de la misma Gran Avenida, lleva años trabajando por y para la comunidad.
La idea nació en el patio de una casa, entre tambores, de la necesidad de darle un carnaval a La Perla. Desde entonces, se recorrió un largo camino para materializar esta necesidad, enfrentando la falta de tiempo, la escasez de recursos y la tremenda burocracia del gobierno municipal. Sin embargo, el esfuerzo valió la pena al ver a los vecinos, especialmente a las infancias, disfrutar de un carnaval que recorrió sus calles, llevándoles alegría y rompiendo la rutina de vivir solo para trabajar y producir.
Un carnaval de la pobla, en la pobla. No es cosa menor, considerando que la ciudad está organizada de tal manera que las familias trabajadoras quedan relegadas a la periferia, lejos de los pocos espacios dedicados a la cultura. Las largas jornadas laborales, incluyendo el trabajo doméstico, hacen poco probable que en la población se disfruten eventos culturales en el tiempo libre. No obstante, existen quienes resisten este modelo y, con esfuerzo, levantan eventos como el Carnaval de La Perla, que congrega a una pobla hambrienta de arte y cultura.
La cultura del batuque, ya instalada hace unos años en Gran Avenida, tiene su origen en la música afro-brasileña, siendo un legado vivo de la resistencia popular del pueblo afrodescendiente. Se ha extendido gracias a la penetrante fuerza de sus ritmos y la ejecución de los instrumentos, que en bloque generan una orquestación auténtica, propia de la calle.
Así, distintas agrupaciones locales y de diversas ciudades del país fueron convocadas a golpear una vez más los cueros al son del tumbe y la samba reggae, provocando que hasta los asistentes más tímidos se sacudieran la vergüenza al ritmo de los tambores.
Pero al final de la jornada, cerca de las 22:30, la actividad fue empañada por la llegada de la policía. Tres patrullas de carabineros arribaron con las balizas encendidas, intentando detener el evento y amenazando con multar a los organizadores, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Quién tiene derecho a hacer cultura?
La calle es un espacio público, pero la organización de las ciudades avanza cada vez más hacia desmantelar cualquier actividad que no se traduzca en ganancia. Mientras el alcalde no tiene problemas en realizar ramadas en los humedales, pese a las protestas por el peligro que esto significa para la biodiversidad, negó siquiera considerar la solicitud de otorgar un permiso para la realización de este carnaval.
¿Qué pasa si comparamos la actividad con otra similar, como el “Carnaval de Colores” organizado por FILZIC? Sería impensable que este terminara con la presencia policial interrumpiendo el evento. La verdadera raíz del problema no es organizativa ni una simple falta de apoyo municipal, sino una cuestión de clase e "higiene social".
Realizar eventos culturales en el centro es, en sí mismo, un filtro de clase que atenta contra las y los trabajadores y sus familias que habitan en las periferias, sufren la pésima conectividad de la ciudad, y enfrentan jornadas laborales esclavizantes. En consecuencia, las actividades en el centro son mucho más accesibles para quienes cuentan con un vehículo y tiempo libre el fin de semana. La realidad económica afecta la posibilidad de acceder a la cultura, sin mencionar que la misma FILZIC es una actividad donde, para participar, se necesita cierto poder adquisitivo.
Por el contrario, el Carnaval de La Perla fue una actividad gratuita, organizada íntegramente por los pobladores que viven y trabajan en el sector. No fue financiada ni por grandes empresarios ni por el gobierno, sino que se consolidó gracias al apoyo mutuo, la solidaridad y el esfuerzo de un grupo de vecinos decididos a resistir y ocupar el sector donde viven para algo más que ir de la casa al trabajo.
Sin embargo, este tipo de actividades son las que se pisotean.
No basta solo con la resistencia cultural; es necesario luchar contra el sistema capitalista y su forma de organizar la vida. No se trata solo de un permiso, sino del derecho de los trabajadores, los pobladores, la juventud y la infancia a disfrutar del arte y la cultura. El derecho a que el arte y la cultura que germinan en la periferia, donde viven y descansan los trabajadores, tengan la oportunidad de brotar y florecer más allá de las lógicas del mercado y su industria cultural. Para lograrlo, es necesario organizarse y estar dispuestos a dar una pelea que vaya más allá de la autogestión.
Por eso, desde las candidaturas del PTR, hacemos un llamado a luchar por conquistar el derecho a hacer y disfrutar de la cultura, sin promesas populistas, sino con la convicción concreta de que este derecho no puede ser conquistado sin cuestionar el orden de prioridades de la ciudad, donde se privilegian las ganancias e intereses de los grandes grupos económicos en detrimento de la gente, incluso en el uso y disfrute del espacio público. |