Mientras Macron se toma su tiempo para elegir un primer ministro tras imponer su golpe de fuerza antidemocrático [Nota del traductor: lo cual ya se ha resuelto con la designación de Michel Barnier el 5/9], una cosa es segura: el gobierno que vendrá será antiobrero pero frágil. Ante esta situación, debemos defender una salida para los trabajadores y las clases populares, sin ilusiones en un hipotético “gobierno del Nuevo Frente Popular” y sin conformarnos con movilizaciones sindicales rutinarias, que están a años luz de los problemas actuales.
Después de que el resultado de las elecciones legislativas agudizara la crisis política ante la ausencia de una mayoría clara en la Asamblea, el debate sobre la elección del primer ministro polariza la vida política francesa desde el mes de julio. Interrumpido temporalmente durante los Juegos Olímpicos, que permitieron al Gobierno recuperar finalmente el control tras el golpe de fuerza que supuso rechazar un gobierno del NFP, vencedor en las elecciones legislativas, el debate se ha reanudado con renovado vigor en las últimas semanas, con Macron a la cabeza.
Un nuevo salto bonapartista en la V República
Bernard Cazeneuve para un gobierno de centro-izquierda, Xavier Bertrand para un gobierno de centro-derecha, y ahora Thierry Beaudet para un gobierno “técnico” dirigido por un representante de la “sociedad civil”... El Palacio del Elíseo [la presidencia de la República] ha examinado en los últimos días todas las opciones posibles de primer ministro, que han ocupado sucesivamente los titulares. Aunque el presidente dejó claro en una carta de julio que tenía la intención de conservar el control sobre la elección del Gobierno, dos criterios están en el centro del debate.
En primer lugar, la capacidad del nuevo primer ministro para durar al menos algún tiempo en el poder, sin ser inmediatamente censurado por las fuerzas políticas de la oposición, ha estado en el centro de las discusiones. En adelante, lo que prima es la posibilidad de combinar la apariencia de cambio con una amplia sumisión a la voluntad del Presidente de la República. Además de elegir al primer ministro, Macron reclama de hecho, entre otras cosas, la posibilidad de nombrar a los ministros de Asuntos Exteriores, Interior y Economía del futuro gobierno, que también deberá mantener el grueso de la reforma de las pensiones y mostrarse dispuesto a adoptar un presupuesto de austeridad.
La secuencia a la que estamos asistiendo marca un nuevo salto bonapartista en la Quinta República, altamente autoritaria. Tras haber proporcionado a Macron un amplio abanico de herramientas para imponer una reforma de las pensiones rechazada por el 94% de los trabajadores, ahora permite a un presidente en minoría determinar con todo detalle el perfil del futuro gobierno, en contra de la Asamblea. A pesar de dos derrotas sucesivas en las elecciones europeas y luego en las legislativas, y a pesar de un poderoso rechazo en el país, que explica en parte el impulso electoral del Rassemblement National (RN), sigue siendo Macron quien impone la ley, al servicio de las clases dominantes.
Un futuro gobierno inestable en un régimen en crisis
Sin embargo, la atención prestada a las maniobras actuales no debe ocultar un hecho esencial: el carácter inédito de la crisis política actual y la dificultad de encontrarle una solución duradera. Sea cual sea la elección de Macron, y a falta de una coalición con Los Republicanos (LR), la inestabilidad seguirá reinando en los próximos meses. Desde la aprobación del presupuesto hasta las hipotéticas reformas, el riesgo de mociones de censura será permanente, mientras que el Gobierno tendrá que imponer a la población medidas de austeridad del orden de decenas de miles de millones de euros bajo la presión de los mercados financieros en los próximos meses. Esta inestabilidad podría agravarse, y la votación del presupuesto para 2025 se perfila ya como una encrucijada para el futuro gobierno.
De hecho, la crisis política no ha caído del cielo. Refleja la incapacidad de las clases dirigentes para ganarse el apoyo de la mayoría de la población en un momento marcado por el declive de la globalización neoliberal a escala internacional, el retorno de las tendencias a la guerra y la acentuación de la polarización política y social en el país. Esto está socavando lo que fue uno de los pilares del imperialismo francés en el concierto de las grandes potencias, a pesar de sus frecuentes brotes de lucha de clases: su sistema político bonapartista, la V República, que le dio una considerable estabilidad.
La actual situación sin precedentes podría prolongarse a corto y medio plazo, a falta de una solución clara. Sin embargo, no durará para siempre. O el movimiento obrero y todos los sectores oprimidos proponen una alternativa a la decadencia de la República imperialista, o las clases dominantes impondrán una alternativa necesariamente reaccionaria. Esto ya ocurrió en la época de la crisis de la IV República con el telón de fondo de la guerra colonial en Argelia, que dio lugar a la V República tras un golpe militar.
Tras el receso de verano, no hay ningún plan sustancial para los trabajadores y las clases populares
En este tenso contexto, a pesar de la fragilidad del poder y del intento de pasar por encima no solo el NFP sino de la Asamblea Nacional en su conjunto, ninguna fuerza parece querer organizar una confrontación real contra Macron y la decadente Quinta República. Mientras que el Nuevo Frente Popular hizo su campaña “Lucie Castets primera ministra”, denunciando la actitud de Macron, la coalición no tiene intención de salirse de los límites de lo aceptable para el régimen. En este sentido, la candidata al Palacio de Matignon [la sede del primer ministro] se ha mostrado dispuesta a transigir sobre el salario mínimo y la ley de inmigración durante el verano, mientras que Olivier Faure, del Partido Socialista (PS), ha dicho en los últimos días que está dispuesto a trabajar con todas las fuerzas políticas.
Aunque La Francia Insumisa (LFI) ha llamado a la movilización contra el golpe de fuerza de Macron el 7 de septiembre, su estrategia sigue siendo igual de respetuosa con el marco de la V República. Lejos de pretender organizar una confrontación real con Macron para imponer su dimisión utilizando los métodos de la lucha de clases, LFI quiere organizar una manifestación simbólica e impotente un sábado, a la espera de lanzar su “procedimiento de destitución” echando mano al artículo 68 de la Constitución. Durante el verano, Mélenchon tuvo que abandonar el proyecto de tener siquiera un ministro de su propio partido en un hipotético gobierno del NFP. ¿Quién puede creer que La Francia Insumisa podrá derribar a Macron con artículos de la Constitución?
Peor aún, las direcciones sindicales convocan a una movilización totalmente rutinaria el 1° de octubre, apoyada por la CGT, la FSU y Solidaires, y boicoteada por la CFDT. En medio de una crisis política histórica, esta jornada intersindical se mantiene al margen de cualquier reivindicación política para no echar leña al fuego, con la misma lógica que cuando Macron impuso por decreto la reforma de las pensiones utilizando el artículo 49.3 de la Constitución. En un contexto tenso, los dirigentes del movimiento obrero no tienen ninguna voluntad de iniciar una movilización obrera contra el golpe de fuerza antidemocrático, lo que los llevaría a “hacer política”, ya no yendo a remolque de una alianza electoral de centroizquierda sino organizando el enfrentamiento contra Macron y el régimen.
¡Necesitamos una salida para los trabajadores y las clases populares!
Frente a los tímidos planes de unos y otros, corresponde a los trabajadores tomar el asunto en sus manos e imponer un giro radical en las reivindicaciones y acciones de las organizaciones políticas y sindicales que se supone que los representan. La conclusión de los últimos meses es clara: mientras haya un presidente con poderes ilimitados, que pueda imponer su voluntad a la mayoría de la población, mientras haya una cámara como el Senado, que controle lo que hace la Asamblea y endurezca sistemáticamente sus leyes más reaccionarias, será imposible conquistar ni la más mínima de nuestras reivindicaciones, sea con un gobierno de centroizquierda o con cualquier otro. La negativa de Macron a tolerar el más mínimo retroceso sustancial en su reforma de las pensiones es un ejemplo contundente de lo bloqueado que está el régimen.
Es necesaria una unidad de acción lo más amplia posible para combatir el nuevo golpe de fuerza que se está dando en el marco de una Quinta República moribunda. Pero para librar esta lucha con eficacia, no podemos confiar en las herramientas de la Constitución, ya sea el artículo 68, como plantea LFI, ni depositar esperanzas en procedimientos ante el Consejo Constitucional. Incluso bajo la presión de la calle, estas palancas seguirán siendo impotentes. Al mismo tiempo, no podemos depositar la menor esperanza en las negociaciones y el “diálogo social”, como hacen implícitamente las direcciones sindicales, aunque el último periodo haya demostrado constantemente su papel deletéreo, desarmando al movimiento obrero y apoyando las contrarreformas.
Por el contrario, debemos oponernos al régimen con los métodos de la lucha de clases, defendiendo lo mejor de las tradiciones democráticas radicales de la historia revolucionaria francesa, exigiendo el fin de la Presidencia de la República, del Senado y del Consejo Constitucional, y la instauración de una asamblea única, que concentre el poder ejecutivo y legislativo, y cuyos miembros sean elegidos por 2 años y puedan ser destituidos. Amplios sectores de la población se han politizado en los últimos meses contra el autoritarismo de Macron, sin dejar de creer en los mecanismos del sufragio universal, como lo demuestra la fuerte movilización electoral en las elecciones legislativas: una perspectiva de este tipo podría tener en ellos un amplio auditorio, y permitir frustrar todo intento de reforma cosmética del régimen.
Como comunistas revolucionarios, sabemos que ni la más democrática de las repúblicas burguesas resolverá los problemas centrales de la población mientras los medios de producción o de comunicación sigan en manos de una minoría de parásitos, los Arnault, los Bolloré, los Niel, los Pinault o los Bettencourt, a cuyo servicio gobierna Macron, como cualquier gobierno de derecha o de centroizquierda. De hecho, la crisis insoluble del capitalismo, con el retorno de las guerras entre las grandes potencias, los genocidios y las consecuencias crecientes de la catástrofe climática, hace más urgente que nunca arrebatar el poder a los explotadores. Sin embargo, esas reivindicaciones democráticas radicales permitirían oponer a las exigencias de los partidos del régimen un programa radical que hay que defender usando los métodos de la lucha de clases, y acercarían a las masas a la conclusión de la necesidad de un gobierno de los que nunca han gobernado, un gobierno de los trabajadores, de las clases populares y de todos los oprimidos.
Traducción: Guillermo Iturbide |