Siempre fuimos espectros. Echando la vista atrás, tratando de reconstruir la genealogía de una lucha que aún no ha terminado, ser sexualmente no normativo siempre estuvo reducido al silencio, a la oscuridad del armario, o a la represión y castigo que conllevaba el riesgo de la visibilidad. Fuimos espectros porque estábamos condenados a la nocturnidad de los vampiros, sin existencia real, siempre enfrentados a la exigencia moral y legal que imponía el régimen de heterosexualidad obligatoria, que, junto al patriarcado, relegaba igualmente a la mujer a una vergonzosa dependencia.
Ese régimen estaba cómoda y sólidamente instalado en toda Europa, sin distinción de sistema político. La familia nuclear de tipo heteropatriarcal era defendida tanto en el Este como en el Oeste, al igual que se perseguía toda conducta “desviada”. Hubo que esperar mucho, mucho tiempo hasta que se comprendiera que la revolución no sólo se trataba de transformar económicamente el mundo. Ni siquiera los homosexuales marcados con el triángulo rosa, que sufrieron las torturas de los campos de exterminio nazi, fueron reconocidos inmediatamente como víctimas tras la guerra.
Tal era la vergüenza pública que se respiraba. También hubo que esperar mucho, mucho tiempo hasta que se hiciese pública la existencia de campos de concentración para homosexuales durante la posguerra en la España franquista. El director Javi Larrauri los documentó muy bien en su trabajo “Testigos de un tiempo maldito” (2012), al igual que Jordi Samsó, Mario Allegranzi y Carme Porta lo hicieron en “MELH: Armand y la historia de un movimiento” (2021), contando la historia de los inicios del movimiento LGTBI en el Estado español en los últimos años de la dictadura, cuando se creó el MELH (Movimiento Español de Liberación Homosexual) bajo la dirección de Armand de Fluvià, que consiguió nada más y nada menos que atenuar la dureza de la aplicación de la Ley de peligrosidad y rehabilitación social de 1970, y que ahora, recientemente fallecido, recordamos como verdadero pionero en la acción reivindicativa por los derechos del colectivo, puesto que tuvo el valor de aventurarse por un terreno desconocido, enfrentándose a la hostilidad y la violencia de un régimen. Su papel en nuestra historia es incuestionable y debe ser recordado.
En primer lugar, merece destacarse la colaboración que existió entre el también primer movimiento organizado francés, el FHAR (Frente Homosexual de Acción Revolucionaria) con el MELH, que hizo posible la contestación internacional a esa ley, entrando en sintonía con la lucha contra la represión que también se desarrollaba en Francia, ya que se vinculaba a la homosexualidad con la pérdida de moralidad que había llevado al país a la derrota frente a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial.
Las autoridades la consideraban como uno de los males que la sociedad debía curar para “regenerar” la nación. Pretendían curar esos “males” con políticas familiares para fomentar la procreación. De ahí que todo tipo de sexualidad contrario a ese modelo era contrario a las “buenas costumbres” y debía ser reprimido, protegiendo al menor de la “corrupción” que representaba el mundo del “vicio”, algo que compartía la “democracia” francesa con la dictadura española, aunque con una importante diferencia: durante los cuatro años en que las detenciones fueron más numerosas por la Ley de peligrosidad social (entre 1972 y 1976 hubo 597 detenciones, pero solo 165 condenas) parece ser que el hecho de ser homosexual siempre estuvo ligado con la “vagancia” y el desempleo, lo que demuestra que se reprimió más duramente a las clases sociales más bajas, que, según el régimen, estaban más “inclinadas la delincuencia”, y atentaban contra el modelo de virilidad que se asociaba a los valores del trabajo, la familia y la patria.
En los expedientes no aparecían nunca los homosexuales de clase media o alta burguesía. Armand de Fluviá, en una entrevista de 1978, decía que, según algunos jueces, “ningún burgués, un “caballero”, correspondía a los criterios de la ley de peligrosidad social, pues el juez diría que era de buena familia y que tenía buenos modales”. La justicia franquista era una justicia de clase. Ejemplo de esto fue el caso de la detención de Juan Goytisolo y Jaime Gil de Biedma durante una redada en el barrio chino de Barcelona en 1958. Ambos fueron soltados unas horas después gracias a la intervención del padre de Gil de Biedma, porque “tenía un trabajo honesto”.
Armand de Fluvià, jurista y diplomado en heráldica y genealogía, pertenecía a la alta burguesía catalana. Era entonces monárquico (fue condenado por propaganda ilegal y asociación ilícita por ese motivo en 1956 y 1957) y estuvo influido por la ideología de la muy conservadora y católica Acción Española. De hecho, señaló en un artículo de la revista francesa “Arcadie”, que “nuestra fe en Dios y en los hombres es inmensa”. Este dato es importante, puesto que tanto Fluvià como su compañero Francesc Francino mantenían contactos con los obispos de la Conferencia Episcopal, a quienes escribieron en 1970 para solicitar su apoyo a fin de impedir la promulgación de la Ley de Peligrosidad social.
También escribieron a André Baudry, director de Arcadie, que le puso en contacto con su colaborador editorial en España, Rafael Rosillo, que poseía una importante red de contactos entre las altas jerarquías del régimen, gracias a la cual pudo influir en los responsables del proyecto de ley para rebajar su carga represiva. El mismo Fluviá afirmó que había mandado más de 300 cartas de protesta a distintas personalidades “según su ideología política, sus creencias religiosas o su profesión”, todo mientras, en Francia, se realizaba igualmente una intensa campaña en contra.
El estrecho contacto entre Fluvià y Baudry daría sus frutos más adelante en la lucha común por la igualdad sexual. La creación del MELH se logró precisamente gracias a la información que Baudry ofreció a Fluvià sobre los suscriptores españoles a su revista “Arcadie”. De este modo, Fluvià pudo enviar a cada uno una carta solicitando su apoyo e iniciar la organización del colectivo, que, en principio, solo un pequeño grupo en Barcelona, aunque pronto quisieron abarcar todo el territorio del Estado.
Su principal objetivo fue intentar cambiar la opinión que la sociedad tenía sobre la homosexualidad, y decidieron organizar reuniones regulares para hablar sobre la marginalización de los homosexuales, “a la manera de los Consciouness Raising Groups de Estados Unidos”, según Fluvià, que había estado en Nueva York en 1972, donde conoció a Rick Walden, presidente de la Gay Activist Alliance, quien le explicó cómo funcionaban. Ese fue el momento en que Fluvià se hizo marxista y comenzó a tener contactos con el PSUC, manteniendo debates políticos más radicales dentro del grupo: reflexionaron en lo esencial sobre el origen de la familia, el instinto y las teorías sobre el origen de la homosexualidad, y decidieron participar en el Congreso Internacional “La homofilia a cara descubierta”, organizado en París en 1973, donde acudió el propio Fluvià.
El MELH tenía una publicación clandestina llamada AGHOIS, vinculada a la francesa Arcadie, cuyo contenido llegó a tener artículos políticos cercanos a las tesis del Gay Liberation Front americano y del marxismo. Por ejemplo, se publicó uno titulado “Explicación materialista del origen de la represión sexual”, exigiendo “reformas inmediatas para conseguir la liberación sexual”. La propia revista tenía como subtítulo, “Órgano del movimiento español de liberación homosexual”. En apenas dos años, los seguidores y simpatizantes del MELH se hicieron “revolucionarios”, como lo demuestra su manifiesto de 1973:
“Los movimientos homófilos revolucionarios no pueden ser un simple club, han de ser, ante todo, un instrumento de liberación y de combate para los homófilos reunidos en su seno. Deben ser un lugar de intercambio donde han de establecerse nuevas relaciones humanas entre los homófilos de ambos sexos, desprovistos de neurosis, represión y barreras de clase. Este nuevo tipo de relaciones será el cauce de nuestros futuros cambios en una sociedad desalienada”.
A partir de aquí la represión del régimen se intensificó. La colaboración con Francia se interrumpió y a punto estuvo el propio Fluvià de ser detenido, aunque la revista se siguió editando desde Suecia. Fluvià reaccionó activamente y decidió renovar sus contactos con la Gay Activist Alliance de Nueva York, además de escribir a Rafael Cruet, líder de la asociación de Puerto Rico, “Comunidad del orgullo gay”, y a Héctor Anabitarte, líder del Frente de Liberación Homosexual de Argentina, a fin de redactar un manifiesto de todos los grupos de lengua española para “elaborar su ideología”.
Se conocieron en el I Congreso Internacional por los Derechos de los Gays, que se celebró en la Universidad de Edimburgo en diciembre de 1974. Allí Fluvià informó sobre la situación de la represión en España, y se leyó el folleto argentino “Sexo y revolución”. Las deliberaciones sirvieron de base para el siguiente congreso celebrado en Sheffield (Reino Unido) al año siguiente, donde Fluvià expuso un informe sobre el tratamiento de la homosexualidad por la medicina y la psiquiatría española, siendo entrevistado por la BBC. Ese mismo año desfiló junto a Robert Roth y sus amigos puertorriqueños en el Gaypride de Nueva York, con una pancarta donde escribió: “MELH (1971), España presente, Gaypride 1975”.
Tras esto, el MELH elaboró un documento titulado: “Puntos básicos del MELH para una plataforma político-social previa a la Liberación Sexual”, que mandaron a políticos, periodistas, universitarios, abogados, médicos y sociólogos, conocidos por ser de mente abierta, y a personalidades reconocidas como progresistas. Este hecho, unido al inicio del proceso político de la transición una vez muerto el dictador, hizo que Fluvià, junto a la mayoría de los miembros más antiguos del MELH, creara el Frente de Liberación Gay de Cataluña (FAGC), influenciado, sobre todo, por el Frente de Liberación Homosexual de Argentina y por el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria de Francia, que en 1977 aprobó un manifiesto, que según Fluvià “fue un modelo para el resto de las organizaciones gays que, a partir de esa fecha, aparecieron poco a poco en el Estado Español”.
Fueron ellos quienes convocaron la histórica manifestación del 28 de junio de 1977, documentada por José Romero Ahumada en “¡Abajo la ley de Peligrosidad!”. Alrededor de cuatro mil personas se manifestaron en las Ramblas de Barcelona y acabaron corriendo perseguidas por la policía. Fue la primera vez que se manifestaba en las calles la revuelta contra la marginación social y sexual, y contra la represión ejercida a través de la familia, la iglesia, la escuela y el Estado. Fue la primera vez que se hablaba de la desaparición de las categorías binarias: heterosexualidad-homosexualidad, activo-pasivo, masculino-femenino, … ¿Os suenan de algo estas demandas? Parece que fueran realizadas ayer mismo, al igual que la violenta oposición del sistema hacia ellas. La Ley de Peligrosidad fue derogada en 1979, y el delito de escándalo público, por el que aún en 1986 se detenía a una pareja de lesbianas por besarse en la Puerta del Sol, en 1988. Pero esa “peligrosidad” sigue activa contra los colectivos precarizados, que siguen siendo reprimidos.
Como antiguo miembro de la Radical Gai, siento que debo este homenaje a Armand de Fluvià, puesto que, como pionero del activismo y ejemplo de lucha por los derechos del colectivo LGTBI y por el cambio revolucionario hacia una nueva sociedad basada en el fin de las desigualdades, inició también el debate sobre las transformaciones en las formas clásicas de organización y reivindicación. Fue capaz de adaptarse en tiempos difíciles para crear nuevos movimientos de resistencia, a fin de adelantarse siempre al sistema represivo, no sólo para sobrevivir, sino para contraatacar y superar las circunstancias adversas. La Radical Gai, junto a LSD, continuaron esa dinámica en los noventa, organizándose de forma asamblearia, sin jerarquías ni cargos, en un modelo de militancia flexible que se acercó a los movimientos sociales, como el okupa o el antimilitarista. Recogimos el guante de Fluvià y creo que nuestro ejemplo y el suyo han continuado vivos en nuevos grupos activistas tras el 15M. La lucha continúa.
Gracias Armand de Fluviá (1931-2024) |