Mariano Campero saluda; hace gestos; sonríe. Se queda parado largos minutos en la puerta del Edificio anexo a la Cámara de Diputados. Se siente una especie de Colapinto de la casta política. Es jueves por la tarde: pasaron 24 horas del patético griterío que ensayó en la Cámara baja para defender el veto presidencial a la suba de jubilaciones. El diputado tucumano disfruta su efímera y discutible fama. Representa un aberrante personaje de segunda en la insondable crisis de representación política que asola el país.
El patetismo de Campero desnuda las falencias del armado político gubernamental. Evidencia la fragilidad de un oficialismo que carece de tropa propia y -necesitado de evitar naufragios- corre a asegurar aliados circunstanciales. El método es el de la casta: sentado en la punta de una mesa, Milei negocia y ofrece; se entrega a un toma y daca que confirma su pertenencia a ese ámbito opaco y turbio. El método encuentra su mayor límite en la fragmentación política: en la Argentina de los partidos particionados, hay demasiadas fracciones con las cuáles pactar.
La rosca agotadora confirma la debilidad estructural del proyecto mileísta. El oficialismo no atrae aliados: compra voluntades. No se fortalece ideológicamente: se nutre, billetera mediante, de retazos de la disgregación ajena. Opera sin distinciones: radicales, macristas y peronistas entran en la órbita de aquello que, siendo integrado, puede añadir gobernabilidad.
El hándicap oficial reside en esa fragmentación; en la extendida crisis de la oposición, nacida de los fracasos gubernamentales recientes. El apoyo social al presidente se ancla, cada vez más, en la esperanza; una pasión lábil que puede desmoronarse ante la cruel dureza de la realidad.
La fragilidad del método explica cómo el discutible “triunfo” obtenido en Diputados se esfumó en pocas horas. El Senado propinó dos derrotas en una sola noche. En ese 2x1 cayó el DNU N°656/24, que otorgaba $100.000 millones en fondos reservados a la SIDE. El fracaso tiene el aire de la novedad: nunca había ocurrido en la historia. Horas antes, la Cámara alta había escenificado otro revés para el Gobierno: la aprobación de la Ley de Financiamiento universitario. El presidente ya anunció un nuevo veto.
La respuesta a esa medida estará en las calles. La historia seguramente repetirá las potentes imágenes del 23 de abril pasado: cientos de miles inundando avenidas y plazas en todo el país. Esa pelea, sin embargo, exige preparación. Requiere la organización democrática de estudiantes, docentes y no docentes en cada escuela, facultad y universidad. Ahí, en esa fuerza que puede emerger desde abajo, está la garantía de la continuidad. La alternativa a las roscas -infinitas e inconducentes- entre autoridades universitarias y Gobierno ajustador.
Una crisis del dispositivo represivo
Este viernes por la mañana, Eduardo Feinmann se excusó ante Patricia Bullrich: “Le pido mil disculpas si en algún momento dije algo que la pudo haber afectado”. El operador-periodista había pedido “solamente” que la echaran del Gobierno.
La ministra de Seguridad transita en estas horas por zona de zozobra. Manchada por la escandalosa operación con la que se intentó tapar la represión policial contra una niña de 10 años, Bullrich debe elegir qué cabeza rodará. No será la suya, claramente. La funcionaria ocupa un lugar demasiado relevante en el esquema oficial para ser eyectada.
La operación mediática desplegada por el oficialismo encuentra su explicación más profunda en el carácter ilegítimo de represión desatada el miércoles. Golpeada y gaseada, Fabrizia aparece como símbolo de una violencia estatal desplegada contra las y los más débiles. Ni el “ordenamiento de las calles” ni el “déficit cero” adicionan consenso para golpear a jubilados y jubiladas.
Esa ilegitimidad amenaza crecer; expandirse. Se nutre de las tensiones económicas que asolan el día a día de las mayorías trabajadoras. De ese infierno de privaciones que se escenifica en cada visita al supermercado. De esa renuncia permanente a la carne, la leche, el pan o las frutas. De esa amargura intensa que se dispara mirando las facturas de la luz, el agua o el gas.
Al “modelo” mileísta lo acosan múltiples fallas: la carencia de dólares; el creciente endeudamiento; la falta de inversiones de ese empresariado que ofrece aval político al plan ajustador. Acrecentando esas tensiones, en las últimas horas se evidenció que la inflación está lejos de haber sido “destruida”.
En un escenario de recesión permanente, los auto-elogios de Milei semejan un insulto a millones. El presidente sigue creyendo demasiado en sus propias “profecías”. Se sostiene en la convicción de que “el ajuste más grande del mundo” era un deseo popular que superaba cualquier racionalidad económica. La realidad empieza a demostrarle su error.
Quiénes luchan y quiénes se borran
Las imágenes del miércoles son, también, de disposición al combate. Jubilados y jubiladas simbolizan la resistencia activa a un ajuste feroz. Empiezan a condensar el odio de millones, que repudian el programa económico, social y cultural de la derecha mileísta. Un abismo los distancia de la inmensa mayoría del arco sindical peronista, más dispuesto a la traición que a poner un pie en la calle.
Esta semana deparó otra novedad: Andrés Rodríguez, millonario dueño de caballos que hace las veces de dirigente sindical en UPCN, jugó al influencer. Difundió un video donde, enmarañando palabras, intentaba explicar que la CGT no se borró de la lucha de los jubilados. Enredándose a sí mismo, presentaba como “táctica” la decisión de no movilizarse. El “compromiso” de esta fracción cegetista con los jubilados y sus reclamos viene a ser un inofensivo comunicado de prensa.
Otra corriente dentro de la conducción de la CGT sí movilizó. Lo hizo con una moderación que el Gobierno podría elogiar. Nuevamente optó por no convocar a un paro que garantizara masividad en las calles. Camioneros, el gremio que conducen Hugo y Pablo Moyano, repitió casi milimétricamente lo actuado el 12 de junio: marchó hasta la esquina de Moreno y Entre Ríos, a tres cuadras del Congreso. Desde allí se retiró. Nunca llegó a la movilización general.
La escasa o nula confrontación del arco sindical burocrático no se explica solo por la mecánica de la pura traición. Obedece, también, a la profunda crisis que atraviesa el peronismo de conjunto. En permanente declive desde la derrota electoral, mientras se desangra en un sinfín de acusaciones cruzadas, arrastra los pies camino al 2025.
En ese mar de tensiones, Cristina Kirchner está obligada al “barro” de la política; a entrar a la feroz pelea por un lugar en el caótico intento de reordenar al peronismo. Este viernes lo hizo en Merlo, retornando al gastado formato de clases magistrales. Antagonizando con Milei, la ex-vicepresidenta apuesta a una centralidad que le permita mejorar sus condiciones para la rosca interna que inevitablemente se avecina. Esa batalla se libra, también, en la Provincia de Buenos Aires, donde Kicillof administra su propia versión del ajuste. Cuenta, para hacerlo, el aval de las conducciones burocráticas de gremios estatales que, como se informó en LetraP hace pocos días, ofrecieron su colaboración para “gobernar en este contexto”.
Detrás de ese universo de internas habita una estrategia social y política común: apostar al desgaste de Milei para preparar el retorno electoral. Sea en 2027, sea cuando las condiciones lo impongan. Esa orientación global es la que explica que el peronismo, en sus diversas fracciones, también se entregue a la rosca frenética con la gestión mileísta y la oposición patronal.
Esa crisis estructural del peronismo hace urgente la tarea de construir una nueva fuerza política de la clase trabajadora. Una fuerza que despliegue y pelee una agenda anticapitalista y socialista, único rumbo alternativo a la decadencia infinita que impone el gran empresariado, verdadero mandante de Milei y las fuerzas políticas patronales. Que trabaje por la organización democrática, desde abajo, en cada lugar de trabajo y de estudio. Que apueste a la emergencia de la lucha de clases como factor para enfrentar y derrotar la mecánica ajustadora del capital.
A esa tarea de construcción destina fuerzas, voluntad y recursos el PTS-Frente de Izquierda. Despliega ese combate en todos los terrenos. Este miércoles ocurrió tanto dentro como fuera del recinto del Congreso; con sus diputados nacionales, sus referentes y su militancia enfrentando el veto presidencial.
Aerolíneas Argentinas: batalla clave
Eterno provocador, este jueves por la noche Federico Sturzenegger anunció la reglamentación del artículo 182 del DNU 70/23, que intenta imponer la esencialidad en el transporte de pasajeros. En términos políticos, la decisión implica confrontar con gremios poderosos. Apuesta riesgosa, pone al Gobierno en una posición ofensiva que no se condice con su debilidad institucional y las fragilidades de su armado político. Atiende, sin embargo, a la lógica global del proyecto mileísta: golpear fuerte para alterar las relaciones de fuerza en interés del poder económico más concentrado.
La fuerza social de trabajadores y trabajadoras aeronáuticos empezó a evidenciarse este viernes, en el vacío y la parálisis que marcaron la escena en Ezeiza, Aeroparque y otros muchos puntos del país.
En este escenario, la lucha de los trabajadores y trabajadoras de Aerolíneas Argentinas asume un carácter político. Se presenta como una pelea del conjunto de la clase trabajadora. Responder y derrotar el ataque es una obligación de la CGT y el conjunto de las conducciones sindicales. No hacerlo, equivale a seguir transitando el camino de la traición que, de manera cómplice, facilita el ajuste salvaje de la ultra-derecha.
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