En un informe de casi 400 páginas, presentado a la Comisión Europea, Mario Draghi, ex Presidente del Consejo de ministros italiano y ex Gobernador del Banco Central Europeo, recomienda un amplio plan de recuperación de casi 800.000 millones de euros al año para toda la Unión Europea. Encargado por Ursula Von Der Leyen, el informe defiende la perspectiva de un rearme imperialista de la Unión Europea, cuyos intereses se ven amenazados por la creciente polarización internacional entre Estados Unidos y China y el retraso estructural de las potencias imperialistas europeas en la competición entre las grandes potencias.
Burócrata de renombre y agente del capital de primer orden, Draghi estuvo a la cabeza de los planes de ajuste estructural para sangrar a Grecia en 2009 y es uno de los principales arquitectos de la actual estructura neoliberal europea. Su plan propone un giro autoritario y tecnocrático de todas las potencias europeas para evitar el declive, pero no sin contradicciones.
Retroceso de Europa en el contexto de la crisis del imperialismo
El informe Draghi llega en un momento en que la economía de la UE no se ha recuperado de los grandes traumas de la pandemia del Covid-19 y del estallido de una guerra a gran escala en Ucrania. Las previsiones de crecimiento de la Comisión Europea para 2024 son de sólo el 1% del PIB, mientras que se espera que la inflación aumente hasta el 2,7%. En particular, a dos potencias industriales centrales como Alemania e Italia no les va bien.
Como sostiene el economista marxista Michael Roberts, Alemania no se ha recuperado en los últimos cuatro años del profundo trauma económico causado al capitalismo mundial por la pandemia del coronavirus. La ausencia de perspectivas de recuperación para la primera potencia comercial e industrial del continente está minando a la Unión en su conjunto. Supone el 20% del PIB de la UE, y su producción industrial representa casi el 6% de la del mundo en su conjunto. Italia, que ha experimentado una recuperación ligeramente más fuerte de su PIB en los últimos años, ha visto caer su producción industrial en los últimos 18 meses: un escenario aparentemente desesperanzador que está debilitando la economía italiana y haciéndola menos competitiva en el mercado mundial.
Aunque los países de la UE se encuentran en situaciones diferentes, algunas de ellas menos dramáticas, el informe Draghi constata un descenso general de la producción industrial a escala europea. Esto no se debe a una política generalizada de decrecimiento ecológico -incompatible con el funcionamiento capitalista de la economía-, sino a una clara crisis de su competitividad global frente a los polos encarnados por Estados Unidos y China.
La profunda polarización de la situación internacional ha abierto un periodo de incertidumbre para los europeos. Durante mucho tiempo, los Estados miembros de la UE se beneficiaron de una situación en la que la hegemonía estadounidense se basaba en la capacidad de Estados Unidos para garantizar las condiciones para el desarrollo del capitalismo en todo el mundo, al tiempo que defendía sus propios intereses. Las recientes amenazas de Donald Trump a los socios europeos de la OTAN, que supuestamente se han beneficiado durante demasiado tiempo de la defensa estadounidense en el continente, la ruptura de la Unión Europea con Rusia, su principal proveedor de energía barata, y el desarrollo del poder chino están en el centro de debates vitales para los distintos imperialismos europeos.
El informe Draghi es un llamamiento a las burguesías europeas para que reaccionen unidas ante el competidor chino, al tiempo que defienden la perspectiva de la llamada «autonomía estratégica» de la Unión Europea frente a su socio estadounidense. El plan de rearme imperialista en los ámbitos militar y de inversiones, y el fortalecimiento de los grandes grupos industriales mediante la flexibilización de las medidas anticompetitivas, tienen como objetivo construir buques insignia industriales capaces de resistir a la competencia china, manteniendo al mismo tiempo un margen de autonomía frente a Estados Unidos.
Para lograrlo, el ex gobernador del BCE ha estructurado su propuesta en torno a varios puntos clave. En particular, destaca la brecha de innovación que separa a la UE de Estados Unidos, y pide un plan de inversión masiva para ponerse al nivel de los grandes avances tecnológicos de Estados Unidos. También pide que la descarbonización se convierta en un tema central, dado que las energías renovables son uno de los sectores más competitivos para la Unión Europea en el mercado internacional. Sobre todo, el plan de Draghi pretende reducir la dependencia y reforzar la seguridad desarrollando una industria militar integrada a escala europea, con el objetivo de aumentar la capacidad militar de los países de la UE dentro de la OTAN, reduciendo al mismo tiempo los riesgos de interrupción del suministro. Draghi calcula que su programa requeriría inversiones del orden de 750.000-800.000 millones de euros, financiados principalmente con deuda a nivel de la propia UE, es decir, mediante la emisión de «eurobonos» que no estarían directamente vinculados a los presupuestos de los distintos Estados miembros, lo que allanaría el camino a los necesarios planes de austeridad en los servicios públicos y los sistemas de pensiones para financiar tal proyecto.
Contradicciones significativas del informe Draghi
Sin embargo, la estructura general del plan defendido por Draghi tiene varias limitaciones fundamentales. En primer lugar, es difícil encontrar una convergencia de intereses entre los sectores de la industria europea más dependientes de las exportaciones al mercado chino, como la industria alemana, y aquellos que se ven amenazados por la competencia de las empresas chinas, sobre todo en los sectores de las energías renovables y el automóvil eléctrico. Para los fabricantes alemanes, como para varias potencias europeas, China se ha convertido en un mercado vital para sus exportaciones, siguiendo el ejemplo del grupo químico alemán BASF. Las divisiones en el seno de la clase política alemana sobre las relaciones del país con China (del mismo modo que con Rusia) reflejan las grandes divisiones que existen entre los sectores industriales más dependientes del mercado chino, muy opuestos a los planes de desconexión propuestos por Washington, y los que se han mostrado más escépticos sobre las relaciones entre Pekín y Berlín.
A mayor escala, es difícil imaginar que la Unión Europea pueda llegar a defender unos intereses geopolíticos perfectamente coherentes. En las elecciones europeas de este año, los Patriotas por Europa, presididos por Jordan Bardella, de Rassemblement National, y los Conservadores y Reformistas Europeos, formados en gran parte por miembros de Fratelli d’Italia, se convirtieron en el tercer y cuarto grupo parlamentario europeo, por delante del centro Renew Europe. Del mismo modo, en las elecciones alemanas obtuvieron resultados históricos la AfD y el BSW de Sahra Wagenknecht, ambos hostiles a la ruptura de Alemania con Rusia. El presidente francés Emmanuel Macron, uno de los principales defensores de la autonomía estratégica europea, también ha visto superadas sus ambiciones por la profunda crisis política de la V República. La pareja franco-alemana, en el centro de la historia de la construcción capitalista europea, ha visto cómo sus relaciones se deterioraban profundamente desde el inicio de la guerra en Ucrania, prefiriendo Alemania recurrir a la compra de armamento israelí y estadounidense antes de dirigirse a su socio histórico.
Aunque en general el informe fue bien recibido, incluso por la revista de la asociación de industriales italianos, esto no impidió reacciones abiertamente críticas, como las de la Lega italiana y el Movimento 5 stelle, cuyos eurodiputados criticaron el informe de diversas maneras. El senador de la Lega Claudio Borghi dijo el día X que cada línea del informe representa una «amenaza mortal» para Italia, acusando al Sr. Draghi de querer convertir a Italia en «la próxima Grecia», en referencia a la gestión de la crisis de la deuda griega por parte del Sr. Draghi, entonces jefe del BCE, mediante un programa de «lágrimas y sangre» impuesto al Estado griego en 2009. Se trata de una cuestión especialmente delicada para Italia, que tiene uno de los niveles de deuda pública más elevados del mundo y gasta cada año alrededor del 4% de su PIB en el pago de intereses.
Los gobiernos de otras potencias económicas europeas, como Alemania y Holanda, se han manifestado parcial o totalmente en contra de la propuesta de Draghi, empezando por el rechazo de los eurobonos para financiar las inversiones propuestas. En el caso de Francia, el país se ha visto afectado por una crisis política histórica que ha socavado gravemente la V República. El gobierno francés también está en el punto de mira de la Comisión Europea, que exige una rápida reducción de su déficit presupuestario. Aunque todavía no se han publicado sus recomendaciones presupuestarias, probablemente consistirán en una serie de ajustes brutales. Una situación totalmente contraria a los planes de Mario Draghi, que pide que los europeos se endeuden masivamente.
Pero un plan así choca necesariamente con las contradicciones que siempre han atravesado la «integración europea» y los conflictos de soberanía entre la UE y sus Estados miembros, ya que se trata de una confederación cuyos limitados poderes económicos y políticos no pueden invadir el poder soberano de sus Estados miembros. Estas contradicciones se refieren más concretamente a la ampliación de la cooperación económica a una política coordinada a escala continental. Por otra parte, el plan Draghi choca con las nuevas coordenadas de la situación internacional y pone de manifiesto la preocupación de las burguesías europeas por la debilidad político-militar del continente y la nueva situación internacional, ya que la Unión no dispone de una fuerza armada autónoma, mientras que las fuerzas militares de los Estados miembros han disminuido significativamente como consecuencia de la gestión neoliberal de las administraciones regias del Estado. La mayoría de los países de la UE han sufrido enormemente el realineamiento tras la OTAN desde el inicio de la guerra en Ucrania, que provocó una ruptura histórica con Rusia. La guerra, cuyo final aún no es seguro, ha alterado profundamente los equilibrios internacionales, sacudiendo hasta sus cimientos la anterior forma de internacionalización del capital y dislocando las cadenas de suministro de materias primas. Aunque es imposible predecir cómo impondrá el nuevo equilibrio mundial nuevos límites estructurales a la economía y la política del imperialismo europeo en los próximos años, lo cierto es que el incierto papel de la UE en la escena mundial ha llevado a la Unión y a sus Estados miembros a lanzar vastos planes de rearme como consecuencia de su creciente preocupación por su capacidad, actualmente limitada, de encontrar recursos estratégicos fuera de sus fronteras. Pero estas preocupaciones por la situación internacional y las nuevas dificultades a las que se enfrentan los capitalismos nacionales también están alimentando las rivalidades intercontinentales, en las que cada Estado lucha por conservar o ampliar su zona de influencia, lo que confiere a la militarización europea un carácter anárquico y disperso.
Por último, está la cuestión del cambio demográfico radical, que Draghi prevé considerando la hipótesis de que el mercado laboral de la UE probablemente se despoblará, cada año a partir de 2040, en dos millones de trabajadores. El propio Draghi, en la rueda de prensa de presentación del documento, admitió implícitamente que los planes de cerrar brutalmente las fronteras de la UE chocan con una creciente necesidad de mano de obra joven, a pesar de las campañas emprendidas durante décadas contra las oleadas migratorias por los partidos de derechas del continente. Al mismo tiempo, los partidos de derechas siguen siendo impotentes para abordar las causas estructurales de la crisis demográfica que, a un ritmo desigual, ya ha empezado a poner en dificultades a los países de la UE.
El (ir)realismo capitalista de Draghi: acabar con la «lenta agonía» con un giro tecnocrático y bonapartista
El plan de inversiones a escala «china» defendido por Draghi presupone un fuerte aumento del papel económico de la propia UE, más allá del de cada uno de sus Estados miembros, e implica hacer frente a las rivalidades competitivas entre las principales potencias que la componen, como Alemania, Italia y Francia, que constituyen su núcleo industrial.
Éste es, sin duda, el aspecto del informe Draghi que más debate está suscitando entre los políticos «gubernamentales» y los miembros de las clases dirigentes europeas. Choca claramente con el consenso neoliberal tardío ahora en crisis, que se centra en reducir el papel económico del Estado, al tiempo que choca también con la retórica «soberanista» asociada al auge de la derecha nacionalista en todo el continente, que, especialmente en el caso de partidos como los Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, expresa la exigencia de las clases dominantes nacionales de rearmar su propio poder imperialista a expensas de sus otros «socios» europeos.
En la conferencia de prensa, Draghi, cuando un periodista le preguntó si se trataba de una propuesta de «hacer o morir», análoga a la «there’s no alternative» lanzada por el giro neoliberal de Margaret Thatcher en el Reino Unido en los años 80, respondió que la alternativa no era la muerte de la UE, sino su «lenta agonía», que según él ya había comenzado y era visible para todos.
La propuesta de Draghi, a primera vista, defiende una especie de «realismo capitalista» ante la difícil situación económica de la UE: una reforma a gran escala de su política económica que toque lo menos posible su equilibrio político, intentando mantener a las clases trabajadoras y a sus organizaciones en una situación de pasividad. Al intentar salvar la estructura de la propia UE, puesta a prueba por su competencia interna y su posición de apoyo al esfuerzo bélico en Ucrania, Draghi no propone nada «subversivo» para los ejes estratégicos oficiales de la actual UE. De hecho, sugiere una solución «keynesiana» a su crisis, situando la necesidad de un rearme imperialista del continente como una necesidad central para hacer frente a la incertidumbre abierta por la situación internacional, y por tanto un cambio consciente a la inercia de las últimas políticas neoliberales.
En este sentido, el informe da testimonio de un esfuerzo de reorganización de la economía capitalista mundial, en un contexto de reafirmación de las tendencias militaristas, y de los debates que atraviesan a las clases dirigentes de las potencias imperialistas. Si bien el neoliberalismo ha permitido aumentar la tasa de beneficio del capital en muchos países, sus disposiciones anticompetitivas, su ortodoxia presupuestaria y de austeridad y la autonomía de decisión que concede a las grandes empresas parecen ser obstáculos importantes para la remilitarización de la economía. En este contexto, el informe Draghi adopta una postura favorable a la adaptación del neoliberalismo europeo a la nueva situación internacional, y está en consonancia con las políticas industriales promovidas por Biden. Aunque las «bidenomics», como se conocen en Estados Unidos, no cuestionan los pilares del modelo neoliberal, sí intentan coordinar el rearme industrial mediante una estrategia de subvenciones específicas para determinados sectores. Esta forma mínima de planificación también ha inspirado el programa político del nuevo gobierno laborista del Reino Unido. Con un nombre aún más explícito, la nueva Ministra de Hacienda ha presentado su propia «securonomía». En esencia, esta nueva política industrial consiste en racionalizar la política de oferta orientando conscientemente las subvenciones públicas y el apoyo a las empresas hacia determinados sectores considerados estratégicos. Aunque la naturaleza específica del continente europeo y la existencia de marcos de cooperación económica multinacionales hacen más compleja la aplicación de una política de oferta de este tipo, el informe Draghi ilustra claramente la nueva contradicción a la que se enfrentan las potencias europeas del continente: ¿cómo conciliar las reglas económicas del neoliberalismo con las necesidades industriales de las políticas de militarización?
En este sentido, el plan propuesto por Draghi equivale a hacer pagar masivamente a las clases trabajadoras la crisis de las potencias imperialistas europeas. La preocupación central del plan de Draghi es la necesidad de impulsar la productividad en el continente -que es incapaz de alcanzar a Estados Unidos- y la necesidad de encontrar nuevas fuentes de financiación para las empresas, por ejemplo impulsando la introducción de sistemas de pensiones de capitalización para captar la mayor parte de los ahorros de los pensionistas, a través de fondos privados, para financiar a las empresas en los mercados de capitales.
Se trata de una solución decididamente bonapartista y tecnocrática, aunque utilice un lenguaje y unas medidas que pretenden ser progresistas, lo que es perfectamente coherente con la carrera y la orientación política de Mario Draghi, así como con la dinámica autoritaria que está transformando cada vez más los sistemas políticos nacionales de Europa. Sin embargo, los mecanismos políticos de la UE no funcionan sobre la base de las decisiones de una docena de funcionarios coordinados por un presidente, como puede ocurrir en cierta medida en Estados Unidos o China. Draghi, acostumbrado a posiciones de poder indiscutible en su propio ámbito de referencia (incluso dentro del gobierno italiano, donde estuvo a punto de ejercer una dictadura personal sobre otros ministros), propone una solución que, incluso en su aplicación puramente técnica, no se corresponde con la compleja realidad política de la UE y las relaciones con sus Estados miembros. La forma más sencilla de poner rápidamente en marcha un plan así sería un régimen presidencial bonapartista a nivel de la UE, más parecido al de Estados Unidos y China. Pero la gobernanza europea aún está lejos de esa situación.
El plan de Draghi, como ha demostrado a través de su papel en el Banco Central y en el gobierno italiano, equivale a proponer a todos los capitalistas europeos un plan de guerra contra las clases trabajadoras para restaurar el poder imperialista del continente y elevarlo al nivel de las necesidades de la situación internacional. Las políticas concretas de la «demócrata» Von Der Leyen, que no está muy lejos de Meloni en lo que se refiere a la política de inmigración, son una clara indicación de la política imperialista, racista y colonialista con la que Europa intentará, de una forma u otra, «gestionar» el fenómeno de la inmigración y garantizar un suministro continuo de mano de obra barata. Prueba de ello es que las burguesías europeas en su conjunto ya han adoptado gran parte de la agenda racista y neoliberal de la extrema derecha, en particular en el ámbito de la inmigración.
Ante la creciente polarización de la situación internacional y el auge de un programa autoritario y tecnocrático, pero también ante el aumento de las tensiones internas en el seno de la Unión Europea y las rivalidades entre Estados, de las que el ascenso a escala continental de las corrientes de extrema derecha o de la llamada izquierda conservadora es un síntoma, el movimiento obrero debe defender la perspectiva de una ruptura profunda con el imperialismo y la confraternización de los trabajadores de todo el continente, para defender la apertura de las fronteras y el fin de las políticas xenófobas y racistas de los gobiernos europeos. Sin esta perspectiva, las burguesías europeas sólo pueden ofrecer a los trabajadores una alternativa: el aumento de las tensiones imperialistas y planes de austeridad masivos para hacerles pagar la crisis. |