El 22 de septiembre de 2024, la comunidad artística y cultural de Antofagasta recibió la triste noticia del fallecimiento de Iván Fuenzalida, un destacado bailarín y maestro de danza. Conocido cariñosamente como "Tatita" por sus estudiantes, Iván dedicó su vida no solo al escenario, sino también a la formación de nuevas generaciones de artistas. Su legado, más allá de su técnica y talento, es el impacto profundo que tuvo en quienes tuvieron el privilegio de aprender bajo su guía.
Iván Fuenzalida no solo fue un excelente bailarín; fue un trabajador del arte y vivió comprometido con su labor de enseñar y formar, cultivando el arte de la danza. Su trayectoria como profesor de danza en Antofagasta, Iquique, Chuquicamata y Arica es testimonio de su esfuerzo por difundir el ballet.
Nacido en una época en que el acceso al arte estaba lejos del alcance de todos, Iván encontró su vocación de manera inesperada. A los 15 años, después de haber llegado a Santiago para comenzar estudios en agronomía, un encuentro fortuito con el mundo del ballet en el Conservatorio de la Universidad de Chile cambió su vida para siempre. Esta decisión fue, una “pequeña rebeldía” que lo llevó por una vida dedicada al arte. Desde ese momento, su destino quedó sellado en la Escuela de Bellas Artes.
Su formación estuvo marcada por el aprendizaje junto a grandes maestros como Octavio Cintolesi y Madame Hélène Poliakova. Con el Ballet de Santiago, Fuenzalida pasó por todo el repertorio clásico, siendo El Cascanueces una de sus producciones más queridas, al coincidir con su graduación. Sin embargo, su impulso por enseñar lo llevó a dejar la capital y trasladarse al norte de Chile, donde contribuyó significativamente a la formación de nuevos bailarines y bailarinas.
El compromiso de Iván Fuenzalida con la danza va más allá de su trabajo escénico. Su vida plantea cuestiones más amplias sobre el papel del arte en la sociedad y, en particular, el rol del artista como trabajador. En un contexto donde la precarización de las artes es cada vez más evidente, es vital recordar que la formación artística no solo depende del talento, sino de las oportunidades y recursos disponibles para quienes desean seguir ese camino. La historia de Iván, un joven de un pueblo pequeño que llegó al ballet casi por casualidad, pone en relieve las barreras que muchos enfrentan para acceder a una educación artística de calidad.
La dificultad de acceder al arte puede parecer un problema del pasado. Hoy, es más común encontrar espacios donde se pueda estudiar o apreciar disciplinas artísticas. Sin embargo, estos espacios siguen siendo precarizados, y dependen en gran medida del sacrificio de quienes trabajan por y para el arte. No es solo el ballet, sino también el teatro, la música, la pintura y otras formas de expresión artística las que enfrentan esta realidad.
En un contexto donde la economía y la producción dominan nuestras vidas, ¿Cuántos estudiantes, al igual que el maestro Iván, se ven obligados a elegir carreras que les aseguren un sustento económico, alejándose así del arte? ¿Cuántos deben abandonar sus estudios artísticos simplemente porque no pueden pagarlos? ¿Cuántos no logran costearse una carrera lejos de sus ciudades de origen? Estas preguntas nos llevan a reflexionar sobre la precariedad que aún persiste en el acceso a la formación artística, y sobre el sacrificio que conlleva para muchos seguir el camino del arte.
En este homenaje, no solo recordamos al maestro Iván Fuenzalida por su dedicación a la danza y su legado artístico, sino que también aprovechamos su historia para abrir una discusión necesaria sobre el lugar del arte y la cultura en nuestra sociedad. Su vida y trabajo nos recuerdan que el arte no es un lujo, sino una necesidad, y que quienes lo practican, enseñan y difunden, lo hacen desde una posición de compromiso y esfuerzo.
Gracias, maestro, por todo lo que nos dejaste. Tu enseñanza y tu amor por la danza permanecerán vivos en cada uno de los que tuvieron la fortuna de aprender de ti. |