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La Izquierda Diario
27 de octubre de 2024 Twitter Faceboock

Armas de la Crítica
Diplomacia y política exterior, un debate con Juan Gabriel Tokatlian
Celeste O’Higgins
Ezequiel Silva | Historia-UBA

En un extenso diálogo publicado por Siglo XXI, Juan Gabriel Tokatlian, especialista en relaciones internacionales, es entrevistado por Hinde Pomeraniec. Entre los temas abordados podemos encontrar un panorama de la situación internacional, las principales disputas mundiales y la gravitación de América Latina. También retoma el rol de las nuevas derechas, que el entrevistado las reconstruye como un agrupamiento heterogéneo pero que bien puede tomar la forma de una “Internacional reaccionaria”.

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El libro se divide en 9 capítulos, todos dialogados. Además de los ejes que ya mencionamos, el autor retoma el problema de los nuevos alineamientos mundiales y el declive de la hegemonía estadounidense, teniendo en consideración el rol que puede jugar Latinoamérica y la importancia de la diplomacia en el terreno mundial como vía para mejorar su posición. Retoma los principales conflictos internacionales: la guerra entre Rusia y Ucrania, los conflictos de Medio Oriente, en especial, el “conflicto” Israelí-Palestino y la crisis de las Naciones Unidas. Además, dedica capítulos específicos al rol de la religión y la llamada “Guerra contra las drogas”. En el último apartado, analiza las políticas zigzagueantes de los gobiernos argentinos en relación al conflicto de Malvinas.

A propósito de su lectura, en el siguiente artículo retomaremos algunas reflexiones que consideramos interesantes sobre el libro. El autor, desde el título, realiza una serie de consejos sobre los posicionamientos de Argentina, dedicados a las élites gobernantes del país, para manejarse en el terreno internacional y posicionar al país con más fuerza. ¿Pero es acaso el rol que puede jugar la burguesía argentina? ¿Es a lo único que podemos aspirar?

Latinoamérica y la pérdida de hegemonía norteamericana

El primer capítulo del libro de Tokatlian está atravesado por la idea compartida por varios de que el centro de gravedad mundial ya no se encuentra en Occidente. Esto presenta un orden no hegemónico donde ningún país logra imponerse plenamente. Plantea también la idea de un orden donde ya no podemos pensar las relaciones entre estados como norte-sur sino que debemos tener en cuenta que conviven dos “nortes”: el primero liderado por EEUU “con un proyecto universalista y cohesivo que resiste la pérdida de poder de Occidente”, mientras que el “otro Norte”, estaría encabezado por China. Ambos polos se encuentran en un proceso de intervención sobre los países del “Sur Global”, América Latina y África, mediante diversos mecanismos (económicos y políticos).

Esta primera parte del análisis es interesante porque pone en evidencia la crisis del Imperialismo Norteamericano, más por sus propias pretensiones universalistas que por el peso del “otro polo”. El énfasis está puesto en caracterizar una situación mundial de transición, con altos niveles de peligrosidad e incertidumbre. Una de las características que destaca Tokatlian de este período es el aumento del militarismo. Remarca que en el año 2022 se batió el récord en materia de gastos militares concentrados sobre todo en los Estados Unidos, China, Rusia e India. Esto se disparó en 2023, con aumentos en casi todos los países del mundo: el presupuesto en seguridad pasó a ser un 6,8%, lo que representa un gasto de 2,4 billones de euros a nivel mundial, casi el PBI de una potencia como Rusia. El incremento del militarismo ha contribuido a una creciente sensación de desorden mundial. Cuestión que se expresa además con la guerra entre Rusia y Ucrania, mientras que el genocidio en Palestina, llevado adelante por Israel (que erróneamente caracteriza como guerra entre Israel y Hamas), viene escalando y amenaza permanentemente con provocar una mayor intervención de EEUU y potencias regionales como Irán. A estos focos de conflicto debemos sumarle las tensiones entre China y Taiwán, el aumento de las hostilidades en la península coreana, los conflictos en el Sahel, entre otros.

Ante esta situación internacional de duda e incertidumbre, la intención de Tokatlian es reflexionar cómo, desde las relaciones internacionales, se posiciona América Latina y en particular Argentina, buscando conquistar una mayor autonomía relativa. Tokatlian plantea más diagnósticos que soluciones, pero entiende que va ligado a un proyecto de desarrollo técnico y científico:

La autonomía requiere contar con atributos reales. Y el elemento clave hoy más que nunca es un modelo que se asiente en la investigación e innovación en ciencia y tecnología.

El inconveniente de esta premisa es que no alcanza con este elemento. En América Latina existen casos donde hubo un proceso de modernización y desarrollo técnico pero solo para las industrias de poco valor agregado, como el sector agrario o ganadero o la megaminería. Estas industrias utilizan la tecnología más avanzada del mundo, pero lo hacen para expoliar los recursos de la región. Más importante aún, son zonas que se encuentran, en su mayoría, en manos de capitales extranjeros, lo cual, contrario a lo que se podría pensar, debilitan la soberanía de cualquier país.En consonancia con esto, es llamativo que no retome el problema de la sujeción al FMI cuando los principales países de la región (y del Sur Global, como llama a los países dependientes) tienen grandes problemas de deuda.

El planteo de Tokatlian es similar en el caso de Argentina. Ante una situación “multipolar”, el autor retoma el ejemplo de las primeras guerras mundiales y la afiliación de la elite argentina con Gran Bretaña como potencia, como parte del pragmatismo de estos sectores en aquel entonces. Usa este ejemplo histórico para sostener la necesidad de repensar los alineamientos y posiciones internacionales en este panorama incierto, donde entra en decadencia la hegemonía norteamericana.

Mi punto aquí es que la élite Argentina tiene un desafío monumental: o entiende cuales son los intereses nacionales que defender en medio de estos cambios profundos, o vamos a seguir tomando decisiones erráticas, mal informadas, inconsistentes, anacrónicas, confusas.

La primera pregunta que nos hacemos es si los “intereses nacionales que defender” tienen que estar ligados a una potencia hegemónica que expolie nuestros recursos. Parecería ser la única perspectiva posible que ve el autor. Tanto China como Estados Unidos han participado en los negociados del país, pero no para que este cambie su matriz productiva, sino en actividades de poco valor agregado como la agricultura.

Pero nuevamente surge la pregunta de cuál es el sector social que puede llevar adelante este proyecto. Tokatlian reconoce que hay un problema con las elites dominantes:

Tenemos clases empresariales que siguen siendo prebendarias en la mayoría de nuestros países y que tienen baja motivación para compartir un horizonte estratégico.

El problema es que estas clases empresariales desde el inicio de su historia en América Latina sostienen una política atada a los distintos países imperialistas y es a partir de esta matriz productiva internacional que las élites mismas fueron moldeadas.

¿Son las élites prebendarias una verdadera alternativa entonces, aún reconociendo que no pueden compartir un horizonte estratégico y que subsumen los intereses del pueblo trabajador argentino a los suyos propios, aliándose con el Imperialismo? Esto no tiene que ver con los signos políticos de los gobiernos. Desde la dictadura militar del ’76 en adelante, al menos, los movimientos de los grandes capitales concentrados fueron diversificando sus negocios, profundizando la matriz productiva de reprimarización económica y, ya en los’ 90, ingresaron en el negocio de las privatizaciones. Para 1995, estos sectores (como Loma Negra, el grupo Macri y otras) ya habían vendido sus empresas y acciones a capitales internacionales, profundizando aún más la extranjerización de la economía. En distintas etapas, el FMI terminó imponiendo sus condiciones de ajuste contra el pueblo trabajador con ayuda de estas élites (o su complicidad).

A la “clase empresaria” solo le interesan sus propios beneficios en el corto plazo, y eso quedó demostrado históricamente. Más recientemente también, con los litigios que realizan empresarios como Eskenazi contra el país, a pesar de haber sido más que generosamente indemnizado por la compra de YPF. Aunque algunos gobiernos inviertan unos puntos más del PBI en el desarrollo de organismos científicos, no ha sido prioridad de ninguno de ellos financiar fuertemente el sistema educativo en su conjunto y el desarrollo de importantes proyectos de investigación. Argentina hace ya muchos años hace una inversión menor al 0.7% del PBI en el desarrollo de Ciencia y Tecnología. Para el año 2022, la inversión era de 0.55%, mientras que en Brasil se sostiene por arriba del 1% del PBI (1,17%) y países como Japón, Estados Unidos o Alemania se encuentran por encima del 3% del PBI.

La autonomía argentina está cada vez más lejos mientras el país permanezca atado al Imperialismo. Poder romper con él profundamente no es posible dentro de los marcos de este sistema capitalista. Pensar proyectos de largo plazo para cambiar la matriz productiva del país tiene que comenzar por invertir las prioridades. Dejar de pagarle al FMI y resolver primero los problemas más acuciantes de los sectores populares, como el 50% de pobreza, los despidos y el ajuste al bolsillo trabajador. Por ejemplo, repartir las horas de trabajo disponibles en las grandes empresas, sin reducir el salario, podría incorporar al sistema productivo a un sector importante que no llega a cubrir sus necesidades básicas e impulsar el mercado interno. También el monopolio del comercio exterior podríamos mencionar como una medida central para esto.

No creemos que esto lo pueden llevar a cabo “las clases empresariales”. Esto requiere un alto nivel de organización social, es la clase trabajadora la que puede lograr que el desarrollo científico y técnico esté entre las prioridades de una sociedad. Como planteamos además anteriormente, también es pensar para quién está pensado ese desarrollo, si para las necesidades populares o para lograr mejores negocios para los empresarios. Son estos sectores los que pueden reorganizar la producción social de un país, no para las ganancias de unos pocos, sino para las necesidades del conjunto de la población.

Internacional Reaccionaria y crisis de la democracia

Tomando en consideración la situación internacional del apartado anterior, Tokatlian analiza el fenómeno de las nuevas derechas internacionales y lo engloba en lo que denomina la "Internacional Reaccionaria". Para el autor, esta corriente novedosa combina elementos anti modernos y premodernos, buscando salvar a “Occidente” frente a lo que perciben como "enemigos" que incluyen la globalización, la inmigración, el multiculturalismo, el progresismo y la izquierda política, así como a China y el Sur Global. Estos factores, según el autor, estarían socavando los pilares de las democracias liberales y promoviendo agendas regresivas.

A su vez sostiene que las nuevas derechas, más sofisticadas que sus predecesoras, han construido un discurso que apela al "hombre común". Este discurso, apelando al moralismo, desengaño y frustración, se ha expandido a nivel global en respuesta a la crisis del capitalismo y el progresismo. Si bien esta afirmación es válida y puede observarse en los diferentes discursos de líderes ultraderechistas, como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Marine Le Pen, es necesario agregar que este fenómeno está profundamente vinculado a un cambio estructural en las democracias capitalistas contemporáneas que se expresan en la crisis de representación política que el autor atribuye a la desaparición de las “grandes internacionales” como la socialdemócrata o demócrata progresista, que funcionaron en la mirada del autor como cohesionadoras de partidos nacionales.

En su análisis, Tokatlian plantea que lejos de ser una conspiración secreta, la "Internacional reaccionaria" se presenta como un movimiento de derechas mucho más agresivo, desembozado y radicalizado que el de sus predecesores, ya que se alinea con los decepcionados por las democracias liberales. Para el autor, actualmente, atravesamos un proceso de retracción democrática, marcado por una crisis de representación y el aumento del apoyo a fuerzas reaccionarias.

A esta idea nos parece necesario hacer una diferenciación, ausente en el análisis, entre las derechas de los países del centro imperialista y aquellas que se expresan en la periferia. Al menos discursivamente, las derechas de los países centrales tienen una política de mayor proteccionismo (por ejemplo Trump con su “Make América Great Again” o las perspectivas “euroescépticas” de Europa occidental. En América Latina, Milei está en un curso inverso: “abrir” la economía a capitales extranjeros y sumir al país en un sometimiento mayor al FMI.

Esta derecha ha retomado algunos elementos de la Doctrina de Seguridad Nacional de las dictaduras de los años setenta, específicamente en lo que concierne al concepto de "enemigo interno". El "marxismo cultural" es visto como la principal amenaza que corroe los valores tradicionales de Occidente. Este resurgimiento de las ideas de los ‘70 se manifiesta no solo en el discurso político, sino también en la forma en que se intenta controlar la opinión pública.

El uso estratégico de las redes sociales, fundaciones transnacionales como la Red Atlas, think tanks y multimedios ha permitido que esta derecha construya una hegemonía comunicacional. Exaltan los principios del individualismo, la propiedad privada absoluta y un mercado libre con un Estado mínimo. Esta "batalla cultural",(concepto mal utilizado) tomado de Gramsci, es una de las claves para entender la persistencia de este fenómeno, ya que los nuevos líderes de derecha han aprendido a dominar el espacio público y las redes sociales para promover su agenda ideológica.

Finalmente, Tokatlian advierte que este fenómeno no es temporal. La nueva derecha ha llegado para quedarse, respaldada por una estructura de poder económica y política sólida. Figuras influyentes, incluidos magnates de las finanzas, bancos, fondos de inversión y propietarios de grandes corporaciones, están alineadas con este movimiento. Para el autor esto les otorga una fortaleza y capacidad de acción que asegura su influencia prolongada en el tiempo, tanto en la política nacional como en la internacional. Sin embargo, como ya hemos planteado desde Armas de la Crítica en diversas ocasiones como en este artículo, su capacidad de acción dependerá de la relación de fuerzas y de la lucha de clases. En el caso de Argentina, se está viendo como el movimiento estudiantil ha salido a la calle para frenar el ajuste de Milei a la educación universitaria.

Violencia y drogas: la política del prohibicionismo

Muchas veces se repiten los discursos hegemónicos de la llamada “Guerra contra las drogas”, que propugna una política de prohibición e ilegalidad en el consumo y venta de sustancias psicoactivas. Tokatlian expone los fracasos de esta orientación y llama la atención de que las principales potencias (China y Estados Unidos) tienen la misma política. Lo interesante es la vinculación que realiza entre la prohibición y el avance del narcotráfico, con los problemas que significa en términos de violencia en distintas partes de América Latina. A su vez, realiza contrapuntos interesantes con políticas de planificación vinculadas a la despenalización como el caso de Portuga. El autor plantea niveles de relación que se van dando entre el Estado y el narcotráfico, en los que ambos elementos van construyendo vasos comunicantes entre sí, donde el segundo va “contaminando” al primero, tomando espacios de control y debilitando al Estado. Por tanto, sería necesario una mayor intervención estatal para avanzar sobre el narcotráfico.

En este sentido, creemos que no se puede desligar la vinculación del narcotráfico con el rol de las fuerzas represivas y que son elementos constitutivos que efectivamente existen por la prohibición. Las políticas prohibicionistas tienen un aspecto persecutorio contra sectores sociales determinados y en América Latina ha tenido un rol fundamental en procesos de control y aumento de la dependencia de Estados Unidos. Ya que éste muchas veces organizó y financió milicias ligadas al narcotráfico pero también desembolsó fondos a los Estados qué luchan supuestamente contra “el flagelo de la droga”.

Esto no implica que no sea necesario pelear por la legalización y despenalización de las drogas, exigiendo organismos independientes financiados por el Estado que traten el consumo problemático, que se encarguen de proyectos educativos en las escuelas y que saquen el foco de la persecución policial.

Algunas reflexiones finales

El libro de Tokatlian presenta interesantes aristas para el debate en temas de relaciones internacionales, enfocándose en los conceptos de paradiplomacia y la diplomacia de equidistancia. Desde su perspectiva como analista, el autor resalta el rol de los actores subestatales en la paradiplomacia como una vía para que los países del Sur Global, como Argentina, construyan relaciones internacionales diversificadas y menos dependientes de las grandes potencias. Además, plantea la diplomacia de equidistancia como una estrategia para que estos países puedan posicionarse de forma neutral entre grandes potencias como Estados Unidos y China, evitando el alineamiento automático con una de ellas y así ganar espacio para maniobrar en la escena global.

Sin embargo, esta visión se contrapone a lo que sucede realmente en la relación entre estados, donde desde el derecho internacional se observa una estructura desigual y coercitiva. Como sostiene Perry Anderson, el derecho internacional no es una herramienta universal o neutra; por el contrario, ha sido diseñado y manipulado por las potencias hegemónicas para mantener su dominio sobre los países periféricos. De esta manera, la Paz de Westfalia en el siglo XVII o el Congreso de Viena de 1815 configuraron una jerarquía de estados donde las potencias legitiman su dominio. Desde su perspectiva las instituciones internacionales y el sistema de relaciones internacionales en su conjunto, están orientados a perpetuar el control y la subordinación de los países dependientes. Ya pensando en nuestra época, la ONU, el Banco Mundial y el FMI, entre otros organismos multilaterales, en vez de equilibrar el sistema, son reflejo de una estructura que permite a las potencias actuar con impunidad mientras imponen restricciones y sanciones severas a los países más débiles. Perry Anderson explica esto muy bien:

Mientras que la ocupación de Kuwait por parte de Irak en 1990 supuso sanciones inmediatas contra Bagdad, unidas a una respuesta militar que movilizó casi un millón de soldados, la ocupación israelí de Cisjordania se ha prolongado durante más de medio siglo sin que el Consejo mueva un dedo.

La propuesta de Tokatlian sobre la paradiplomacia podría parecer viable como una estrategia de menor escala para ampliar el margen de acción en el ámbito internacional para países periféricos. Sin embargo, como plantea Anderson, se observa que incluso estos espacios están limitados por la estructura coercitiva de las relaciones internacionales. En este sentido, confiar en que los actores subestatales logren generar autonomía es problemático, ya que, como sostiene el autor, los Estados periféricos están atrapados en un sistema en el que las potencias deciden las normas y condiciones de cooperación o castigo.

Por otra parte, aunque Tokatlian ve en la diplomacia de equidistancia una vía para evitar la dependencia de una sola potencia, como demuestra Anderson, las grandes potencias, al manipular el derecho internacional, imponen un sistema en el que el verdadero equilibrio es ilusorio. La capacidad de los países periféricos para permanecer neutrales está condicionada a la voluntad de las potencias de respetar esa neutralidad, lo cual pocas veces ocurre en la práctica. Las grandes potencias, usando una combinación de coerción y control, obligan a los países periféricos a elegir entre alinearse o sufrir consecuencias económicas y políticas.

La dependencia de países como Argentina es estructural y no puede disolverse fácilmente mediante estrategias diplomáticas alternativas, ya que el sistema internacional está diseñado para mantener esa subordinación y dependencia. Ante este escenario de decadencia del sistema capitalista que nos arrastra a guerras y miserias, no son las políticas de los gobiernos los que desafían las directrices de las potencias. No han sido los Estados, ni las relaciones internacionales, sino los estudiantes de las universidades de todas partes del mundo, junto a otros sectores sociales, quienes más han peleando por detener el genocidio de Israel en Palestina. Como también para frenar los programas del FMI que expolian naciones y permiten la devastación de sus recursos naturales, son los pueblos oprimidos como en Kenia o Nigeria los que lograron expulsar a los gobiernos serviles a las políticas de este organismo imperialista. Por lo tanto, la búsqueda por conseguir algo de autonomía de estados periféricos es un horizonte basado en muy bajas expectativas y que no es la clase empresaria la que puede llevar a ninguna ruptura un poco más profunda, dado que es socia local de los intereses de las grandes potencias.

Los ejemplos de la lucha contra el genocidio en Gaza y los programas de ajuste como los del FMI, muestran que los grandes cambios no se dan desde la esfera estatal sino a través de la lucha de clases. Podemos agregar que, para que las diversas problemáticas planteadas por el autor de Consejos… se terminen de raíz, no pueden estar dentro de un sistema como el capitalista, dominado por un puñado de potencias que llevan sus empresas y ejércitos por todo el mundo arrastrando miles a la miseria de la guerra.

 
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