Como se ha puesto de moda entre los simpatizantes del Gobierno liberal libertario, Cristian Larsen tira dardos en redes sociales. “Se les acabó la joda, “vamos por ustedes, delincuentes”, ataca públicamente a referentes mapuche. El detalle es que Larsen es funcionario y ocupa el rol de director de la Adminitración de Parques Nacionales (APN). Así y todo, el tono encendido de los partidarios que vivan por “la libertad” no distingue cargos ni protocolos comunicacionales.
Uno de los focos de ataque de Larsen es la Lof Pailako Futalafken Mew, una comunidad mapuche con arraigo territorial en el Parque Nacional Los Alerces de Chubut. Tanto desde la cúpula de Parques Nacionales como el gobernador provincial, Ignacio Torres, acusan sin pruebas a Cruz Cárdenas, de la Lof, de los incendios que azotaron aquel territorio los últimos dos veranos.
Desde 2020, Cárdenas (conocido como Lemu) y su compañera Belén Salina, descendientes de antiguos pobladores de la región del lago Futalafken (del mapuzungun: futa es “grande” y lafken, “lago”), han reivindicado un territorio ancestral dentro del parque. Su propósito es reconstituir un espacio donde sus hijos puedan crecer en contacto con su cultura y cosmovisión.
Sin embargo, Parques Nacionales hizo una presentación ante el juez federal de Esquel Guido Otranto (conocido por su participación en la causa por la desaparición forzada de Santiago Maldonado) para pedir el desalojo de la comunidad. La presión política dio resultado, ya que en primera instancia Otranto habilitó el ingreso a la Lof para identificar a las personas que habitan allí como paso previo al desalojo. La decisión judicial fue revalidada el 18 de agosto pasado por los jueces Javier Leal de Ibarra y Aldo Suárez, de la Cámara Federal de Apelaciones de Comodoro Rivadavia.
De la cuenta de Facebook de Cruz Cárdenas: "EDUARDO SALINA, MATILDE POBLETE E HIJOS *LOF PAILAKO*".
En este contexto, el 21 de octubre se realizó un operativo en el territorio, en el marco de la constatación judicial previa solicitado por APN y el Estado Nacional, con la intervención de funcionarios judiciales, de Parques Nacionales y la Policía Federal Argentina. En el escrito entregado, se notificó a la comunidad que dentro de los 15 días posteriores se realizaría el desalojo.
Desde la Lof Pailako alertan por un posible despliegue represivo, en un espacio en el que habitan familias con niños pequeños. La Gremial de Abogados, representación legal de la comunidad, advierte la irregularidad de este procedimiento, ya que el juzgado ordenó la constatación en territorio sin estar firme la sentencia. Por esta razón, presentaron un recurso de reposición y apelación a esa decisión judicial a la espera de que no prospere el desalojo. Pero la historia de persecución no es nueva.
El origen de Parques Nacionales...
El 6 de noviembre de 1903, Francisco Moreno “donó” al Estado Argentino 7.500 hectáreas de tierras ubicadas al oeste del lago Nahuel Huapi. Las había recibido “como recompensa por servicios prestados al país”, antes de ser nombrado Perito Argentino y debido a su contribución “en la demarcación de límites con Chile”. Por eso el 6 de noviembre es recordado cada año como el Día de los Parques Nacionales.
En 1907 la superficie original del predio fue ampliada a 43.000 hectáreas y el 8 de abril de 1922 se creó, bajo el mandato presidencial de Hipólito Yrigoyen, el Parque Nacional del Sud con una superficie de mas de 700.000 hectáreas.
De la cuenta de Facebook de Cruz Cárdenas: "RUKA DE FELIDOR SALINA Y MARIA ROMERO TATARABUELOS DE BELEN SALINA *LOF PAILAKO*".
En la infame década de 1930, con la “restauración conservadora” y el regreso al Gobierno nacional de la oligarquía terrateniente de la época de Julio Argentino Roca, se impulsó una política de profundización de la apropiación estatal sobre los territorios que habían sido “conquistados” 30 años antes.
En 1934 se creó la Administración de Parques Nacionales a través de la ley Nº 12.103 y se bautizó como “Parque Nacional Nahuel Huapi” al primer Parque Nacional de Argentina. Actualmente, las 717.261 hectáreas recorren las provincias de Neuquén y Río Negro, y allí se desarrollaron grandes ciudades como San Carlos de Bariloche y Villa La Angostura. Algunos años después, el 11 de mayo de 1937, se fundó la Reserva Nacional Los Alerces, en Chubut, y en 1945 se declaró como Parque Nacional, con una extensión de más de 280.000 hectáreas.
En este extenso territorio de la Patagonia cohabitaban las familias mapuche-tehuelche sobrevivientes de las campañas militares “al Desierto” y algunas familias extranjeras que se habían asentado antes de la creación y expansión de los Estados Argentino y Chileno.
De la cuenta de Facebook de Cruz Cárdenas: "Ruka de más de cien años en la que vivieron mis abuelos Ernesto Cárdenas Rosales y Olga zapata, antes de la familia Monsalve expulsados de parques".
Fue a través del despojo y el desalojo violento de las comunidades que allí habitaban que se crearon estas áreas. En el libro Parques Nacionales Argentinos. Una historia de conservación y colonización de la naturaleza, de Olaf Kaltmeier (editado originalmente en inglés, en 2021, y publicado en 2022 en español), el autor caracteriza la estrategia biopolítica llevada adelante por la Administración de Parques Nacionales desde su creación y hasta 1960.
El foco estaba puesto en regular la relación entre territorio y población a partir del propósito de “argentinizar” espacios fronterizos mediante el desalojo de los Pueblos Originarios allí asentados, urbanizar algunas zonas de los parques, desarrollar el turismo entre las familias de las élites e introducir especies inexistentes. El punto era “integrar” regiones periféricas en el imaginario nacional habilitando su explotación económica a través del turismo.
… y la continuidad histórica
Al igual que 100 años atrás, hoy en Parques Nacionales persiste la política de desalojo en nombre de la conservación. En el Parque Nacional Nahuel Huapi (Villa Mascardi, Río Negro), en 2017 cobró fuerza la defensa territorial a raíz del resurgimiento de una autoridad espiritual (la machi Betiana Colhuan Nahuel) y la preservación de su rewe (del mapuzungun: re = “puro” y we = “lugar”), un espacio de trascendencia espiritual para todo el pueblo mapuche.
En 2020, la decisión de la Lof Pailako de llevar adelante una reivindicación territorial donde antiguamente habitaba su familia surgió de la necesidad (y el derecho) de reagruparse y recuperar parte de esos territorios para poder vivir y desarrollarse como sus ancestros. En el fondo, la resistencia de las comunidades no se vincula únicamente con la lucha por la tierra, sino también con la dignidad y el reconocimiento de su identidad cultural.
Foto Aníbal Aguaisol
En el fallo de la Cámara Federal de Apelaciones de Comodoro Rivadavia, el juez Leal de Ibarra argumenta: “Queda debidamente expuesto que Cruz Cárdenas y María Belén Salinas (NdR: es llamativa la mala escritura del apellido Salina, familia tradicional de la zona) adscribieron a una comunidad mapuche que ocupó la zona denominada ex Población Felidor Salina a partir de enero del año 2020. Que dicha ocupación no fue pacífica, ni tampoco ’tradicional’ -tal y como lo señala la Sra Fiscal General en su dictamen- y que si bien descienden de pobladores que contaban con permisos para ocupar tierras dentro del Parque Nacional Los Alerces, ningún permiso precario les ha sido conferido sobre la zona que específicamente pretenden”.
Felidor Salina era el tatarabuelo de Belén Salina, integrante de la Lof Pailako. Como a tantos pobladores de la zona, en 1940 le entregaron un “permiso precario” para pastaje y ocupación. “Nos quieren desalojar del lugar, de nuestras raíces”, decía Belén a los medios locales que siguen el conflicto. También retomaba la historia familiar: “Ya lo hicieron con nuestros antepasados, porque los fueron acorralando cuando llegó el Parque en 1937 y los fueron sectoreando. Por más que quieran, podemos pelearlos como quieran. Nos reconocemos como mapuche, nos reconocemos como antiguos pobladores, pero este territorio está resguardado y recuperado por esta comunidad”.
Foto: Sadik Çelik
Su deseo: “Queremos que nuestros hijos sigan habitando ese espacio, ese territorio. Y que nos dejen de hostigar, porque pueden ir y hablar con cualquier poblador, con cualquier persona y preguntarles quiénes somos”. Para ella es clara la pertenencia al territorio. “Hay niños en la comunidad, yo tengo dos; hay incluso uno en la escuela. Nosotros somos hijos y criados. Yo soy la séptima generación de mi familia ahí, desde que se formó nuestro Estado”.
El contexto del actual conflicto: “Tenemos muchas documentaciones que políticamente no se han podido mostrar o que no las quieren tomar como pruebas. Nosotros estamos esperando una instancia de juicio que no ha avanzado. Tenemos de nosotros muchas historias, muchas cosas. Cuesta mucho seguir luchando y peleando contra todo esto. Y es porque es un acto político. Nosotros habitamos un espacio desde que nacimos, estamos y vamos a estar”.
Memorias que regresan
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“Mucha historia silenciada que de a poco está aflorando”, dice Lemu Cruz Cárdenas. En el intercambio también comparte fotos de sus ancestros y recuerda las historias del lugar. Ernesto Cárdenas Rosales, su abuelo, vivía en su ruka (casa) cerca del Futalafken, uno de los lagos que nutren al territorio de Lof Pailako.
“A mucha gente le sacaron las tierras a cambio de trabajo en Parques, a varias familias les pasó lo mismo”, relata Cárdenas. El caso de su familia se repite en la región, donde el Estado ha utilizado “permisos precarios de ocupación” para asegurar su control sobre las tierras.0
El procedimiento se repitió en otros lugares. En 1937 también, a pocos kilómetros del Parque Nacional Los Alerces, fue despojada de su territorio la comunidad Nahuelpan. Sus casas fueron quemadas y las familias que allí vivían se desplazaron en muchos casos a la periferia de la ciudad de Esquel, donde quedaron sumidas en la pobreza, lejos de su territorio y sin sus animales, sustento de vida. Otras familias peregrinaron largo tiempo para encontrar otro lugar de donde no fueran expulsadas, dispersándose y reagrupándose en distintas comunidades que hoy sobreviven en los territorios menos fértiles de la Patagonia.
A pesar de la adhesión de la Argentina a los Convenios y Tratados Internacionales (como el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, donde se reconocen los derechos territoriales y culturales de las comunidades indígenas) y del reconocimiento en la propia Constitución, en su artículo 75, de la preexistencia de los pueblos indígenas a la conformación del Estado Argentino, la deuda interna de la democracia con las comunidades se agiganta cada año.
Ningún Gobierno tuvo la voluntad política de cumplir con la promulgación de una ley de propiedad comunitaria indígena. Ese instrumento legal pondría fin a la violencia y criminalización de las comunidades originarias y otorgaría seguridad jurídica frente al despojo. A través de los “permisos precarios de ocupación”, en cambio, se perpetúa el vínculo colonialista.
Por eso las voces con memoria retornan y expresan no sólo un reclamo territorial, sino un grito de identidad que busca sanar viejas heridas. Como Celeste Ávalos, que publicó en sus redes sociales los recuerdos de infancia en Futalafken:
Desde la ventana observo el cielo como quien baraja un mazo de cartas, buscando nuevas posibilidades, ya que las primeras no fueron justas. Ahora se presenta la oportunidad de reescribir una historia marcada por la codicia, la crueldad y el sufrimiento de las poblaciones originarias de Futalafken.
¿Ha escuchado a sus familiares hablar de los tiempos pasados?
Entre sus palabras, casi cantadas, notará que resuena el gnütram mapuche.
Las recuperaciones territoriales son un intento de reparación, de suturación de los recortes realizados en las vivencias de nuestros abuelxs, bisabuelxs y antepasados. Recuperar la identidad es ponerle voz al silencio protector de quienes llevan el miedo como una cicatriz latente.
¿Alguna vez vió el miedo en los ojos de su abuelx?
Nosotrxs, portadores de apellidos, vivencias, lengua y cultura, heredamos el legado de nuestros antepasados. Con el gnen del Futalafken, del Ko, del Pangi, del Pewen y de los antiguos, tramamos con firmeza un afafan de victoria, alegría y amor.
Quién cuida el futuro
“No solo como Asamblea Permanente de Derechos Humanos, sino como vecinos de estas zonas que tenemos tanta conciencia de lo que es el cuidado de nuestros bienes comunes, tenemos que acompañarlos”, expresa Nora Rodríguez, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de Esquel. En el caso de Lof Pailako, suma, “estamos batallando por el cuidado de las infancias que se encuentran en el Lof”. Presentaron un hábeas corpus preventivo “que fue desestimado por la Justicia”. Nora tiene claro que, más allá de los caprichos del poder, seguirán poniendo el cuerpo en “cada instancia donde los miembros del Lof necesiten acompañamiento y que estemos como veedores”.
“Siempre somos vistos de mal manera, nuestra única intención es poder preservar este monte, poder criar a nuestros hijos y las infancias que están aquí”, dice Belén Salina, tataranieta de Felidor, quien tenía permiso de uso de las tierras (los “papeles” con que se regodean los terratenientes cuando señalan a las comunidades). “Sabemos que la Justicia siempre va a estar parada bajo sus leyes, ellos hacen y se hacen las leyes a sus maneras”.
Un mensaje de Belén “a la sociedad en general, por más que no sean mapuche, personas conscientes”: “Es necesario restaurar el equilibrio, no solamente para la comunidad allí, sino por lo que está sucediendo en este territorio. Está siendo estallada toda la naturaleza en sí misma. Cuando hay incendios, culpan a la comunidad, precisamente a los mapuche siempre se los está apuntando, pero me parece que es porque hay un sector, un poder económico que está por detrás, que están implementando estas artimañas en el territorio”.
¿De quién es la tierra y de quién es el futuro? “La tierra de este parque, que toda la gente dice que es del ciudadano común, del argentino... no está sucediendo, nadie puede acceder aquí a un parque, a las costas del lago, a los túneles de hielo. A los pobladores los están perjudicando con su permiso de representación en este parque, no solamente es la comunidad Pailako. Entonces, el llamado de nosotros como mapuche, mapuche-tehuelche, como comunidad Pailako, es que la gente se levante, que se despierte, y si realmente decimos que es nuestro parque, bueno, es hora de salir a reclamar y a denunciar lo que está pasando”.
Nota publicada originalmente en Citrica |