A lo largo de esto que podría denominarse prosa poética, descubriremos cómo ese yo poético y narrador en primera persona, que luego se vuelve una tercera persona, dialoga con la tradición literaria para proponer la búsqueda de nuevos significados desde los mismos significantes. Esto lo hace incluso desde los epígrafes con los que guardará relación la historia principal, y con las menciones de películas, libros, personajes, y autoras y autores.
La palabra que es la de siempre, va adquiriendo nuevos matices, nuevas formas de interpretarla hasta demostrar que el lenguaje puede seguir vivo aún en el silencio o puede perder su sentido para cobrar uno distinto y renovado. La autora, entonces, nos exhorta a huir de esos «significados desgastados y borrosos».
Y así como las palabras también ese otro, que en este caso es el amado, se vuelve y es una narración especial y única, es otro mundo que se nos va revelando de a poco, es otro idioma a aprender, visto desde lo literal y lo metafórico.
Con el personaje principal, nos adentramos en la nostalgia y los abandonos a partir de la toma de conciencia de que, en muchas ocasiones, hemos necesitado de la legitimación de otros para ser y para sentirnos alguien, y percibimos, a su vez, esa sensación de dependencia emocional que la convierte en una Dido, una Safo, una Teresa (al estilo de Milan Kundera) o una Señora Dalloway, porque su verdadera ansia es algo mucho más profundo que el mero sexo, ella precisa con urgencia hallarle un sentido a la existencia y ser amada, pero al mismo tiempo romper con su propia sumisión ante el patriarcado y dejar de ver su cuerpo como algo que le es ajeno y desconocido: «Los pétalos cambian de nombre. [...] Dejé asfixiar mi piel. Y me bauticé con los nombres de mujer fea-asexual».
Por eso, Los pétalos cambian de nombre es una obra que nos invita a experimentar las diferentes revoluciones que se pueden vivir desde las diversas áreas en las que se ve inmerso el ser humano.
Aquí, hallaremos la anti-historia y a la anti-personaje en la cual convergen, como la propia autora nos lo dice, el Eros y el Tanatos, el deseo y el dolor porque, desde su visión, cada encuentro sexual nos lleva a parirnos una y otra vez.
¿Pero quiénes son esos hombres que le llevan a percibir Nicaragua desde dos visiones del exilio y de la patria? Uno es el abogado y otro el guerrillero, ambos nicaragüenses, y los dos un vaivén de presencias y ausencias, hasta que los papeles se invierten. Ellos son como bien lo describe la poeta: «Dos cuerpos, un solo país y dos versiones de la revolución». Y al mismo tiempo son ese Faón indiferente y frío ante el amor que le ofrece su Safo.
Porque todos somos historias que se narran en voz alta, en silencio, a través de los sentidos es que la voz poética femenina se declara «adicta a las narraciones».
Y es por eso mismo que se convierte en una Penélope, en el símbolo de la espera incesante, de algo que nunca llegará y que nunca logrará tener. Lo cual se traduce en la siguiente frase con la que engloba parte de lo que representa este libro: «Lo crucial es llegar al mundo y aprender a existir».
Como Virginia Woolf, busca su cuarto propio y mediante éste hace un «mapa para el desamor».
Justo ahí se anida esa tristeza heredada, de la que nos habla la autora, y que cargamos todos sin excepción, la que nos lleva a querer más palabras, igual que ella, para comprender lo que está pasando y para entender a ese otro al que tenemos en frente y al que no nos queda de otra más que ir descifrándole.
Mas esa falta de certezas, ese acto de interpretar únicamente, sin saber a ciencia cierta si lo que se deduce es la Verdad, es lo que produce un gran dolor en el interior, porque de una u otra manera, lo que pretendemos todos los seres es alcanzar el conocimiento en su totalidad y no sólo una parte. Ella, a través de estos dos amantes, a los que les lleva varios años de diferencia, vive esa desdicha, que trasciende el plano amoroso hasta tocar lo filosófico, lo social, lo psicológico y lo lingüístico.
A lo largo de esta historia podemos notar que esta voz femenina que nos interpela, termina por pronunciarse como: «la no muerta, la sobreviviente, la que aún tiene voz» y es por ello que consigue una nueva insurrección.
Y finalizo con una de las frases que aparecen en este libro que, sin duda, les recomiendo ampliamente leer:
«En los pétalos de las flores que te he llevado estaba grabada también una porción de tu historia».
Semblanza
Ana Bertha Bardales (México). Licenciada en Letras Iberoamericanas, correctora de estilo, lectora en voz alta, poeta y entrevistadora. Creadora y administradora de Letras a contraluz y del Relax Literario. Publicada en diversas revistas digitales, en Donatexter y en antologías del Colectivo Diversidad Literaria (España). Trabajó como Responsable de contenido en el área de Subdirección de Estrategia Digital del INBAL. Ha participado en distintos eventos literarios presenciales y virtuales, y ha sido entrevistada en distintos canales digitales. |