Entre las tantas cosas de mal gusto que se encuentran en auge en los últimos tiempos se revelan hechos tales como ser maleducado, homofóbico, racista, soberbio y/o tirano. Y también, aunque parezca una escena tomada de alguna distopía hollywoodense, la censura de libros. Para graficar esto referiré brevemente dos situaciones que han ocurrido estos días en dos de mis instituciones educativas.
Solemos los docentes estar en diferentes grupos de whatsapp: por curso, por turnos, por departamentos, de información gremial, de difusión, etc. Un poco antes de que explote el “suceso Colección Identidades Bonaerenses”, ingresó un mensaje a uno de los grupos trasladando una inquietud de la bibliotecaria “¿Alguien se llevó Cometierra? No, no, ningún docente. Fue la inspectora, con mensaje con foto de la portada del libro y todo, quien lo mandó a expurgar. Esto ocurrió en una escuela del conurbano, una que se encuentra bajo la égida del gobierno bonaerense. Posta.
Solemos los docentes conversar sobre cuestiones pedagógicas de diversa índole en aulas, recreos, pasillos, oficinas, bibliotecas, etc. En este contexto, no es sorprendente haber oído alguna que otra voz adherente a la idea de “prohibir” a algunos autores. Posta. Por lo visto, las actitudes de cancelaciones, censuras y prohibiciones propiciadas por las más altas esferas del poder han espabilado voces que dormían una siesta pero que en modo alguno estaban erradicadas.
Démosle por un momento la razón a las autoridades nacionales y sus adláteres (también a los abolicionistas empoderados), que quieren extinguir la literatura de ficción de los contenidos curriculares, indaguemos en el canon escolar para suplantar y/o evitar esta literatura nociva para los jóvenes de entre 16 y 18 años.
Sale Las primas de Venturini, ingresa William Faulkner con El sonido y la furia. Benjy, un chico con retraso madurativo, obsesionado con su hermana, es despojado de su verdadero nombre (Maury) porque al tío al que quisieron homenajear mediante ese bautismo le da vergüenza ser inspirador de semejante ser. El protagonista no sabe hablar, no sabe pensar, no entiende nada, berrea en público, confunde voces, personajes, tiempos. Su familia de bien trata de tenerlo bien escondido. A Benjy lo cuida un negro. Ah, al final del capítulo 1, lo castran porque se lo acusa de haber intentado violar a unas vecinas. “No va, Chicho, no va” [2].
Salen Lemebel y Fantin con sus crónicas de aberrante homosexualidad, y sus autoficciones de abusos, entra Abelardo Castillo con “El marica”, “La madre de Ernesto” y “Patrón”. Una adolescente queda embarazada tras permanecer en un proceso de violación cotidiana durante cuatro años. Su marido, un viejo de 70, dueño de todo un pueblo gracias a que una vez un caudillo le pidió que matase a otro. La piba, un poco dolida, le revolea el bebé recién nacido al viejo, quien había quedado mudo y cuadripléjico tras una embestida de toro, y los deja encerrados en la casa. Tampoco va esto para la escuela. Otro: un grupo de amigos quiere debutar sexualmente con la madre de uno de ellos, la nueva prostituta del pueblo. No va, no va. Otro: un tipo le escribe a un antiguo compañero, marica, amanerado, para disculparse por una serie de estropicios que le ocasionó en el pasado común. Tampoco va.
¿Neobarroco? ¿Neobarroso? ¿Barroquismo sudaca del siglo XXI? No, vamos a los clásicos, vamos con el padre del teatro barroco español. Leamos la historia de un tirano, un comendador, que somete a su pueblo a todo tipo de humillaciones. Hasta que un día quiere abusar de la hija del alcalde en plena boda de la tipa. El pueblo se levanta y mata al comendador. No va, de ninguna manera.
Sale Cabezón Cámara con Las aventuras de la China Iron, ingresa El gaucho Martín Fierro. La obra de Hernández, clásico de clásicos, versa sobre un gaucho que, enojado por los maltratos recibidos y desertor de la justicia, retorna al pago de manera clandestina y se carga a “un negro que trujo una negra en ancas”. A la afrodescendiente, además de “negra”, le dice “gorda” y casi le pega mientras ella llora sobre el cuerpo muerto de su esposo. Luego Fierro se hace compinche de Cruz, un sargento de la policía que se deja seducir por la valentía del gaucho, al verlo que mata oficiales a diestra y siniestra. No lean la versión de Kohan. No va, tampoco va, casi porno.
Pongamos a dos que murieron en la misma fecha: el denominado Día Mundial del Libro. Los más clásicos que puedan existir, aquellos que lanzaron las raíces del canon literario occidental [3], los Jagger-Richards de la literatura no pueden fallar en la escuela. Veamos. Un hombre lee sin parar libros de ficción, libros de caballería que son algo así como ficciones al cuadrado. Y de tanto leer, se le seca el seso y se vuelve locoS [4].
Entonces, decide salir disfrazado a vivir aventuras donde, entre otras vicisitudes, lo revientan a golpes, libera a presos peligrosos y convence a un vecino de que lo puede convertir en gobernador, y este le cree. Lo más razonable es que se muera. Hay que leer para saber. No va, no va, no, no. Un joven y una chica se enamoran, son de familias que se odian por lo cual sería impensado que esa relación prosperase. Pero como el amor es más fuerte, ellos se casan a escondidas, pero algo pasa y el pibe mata a un primo de ella. Los ayudan, ella se hace pasar por muerta con tanta mala suerte que él cree que partió de veras para el mundo de los muertos por lo que se suicida tomando un veneno. Ella despierta, toma una daga y también se mata.
Y si esto no va, como ya vemos que no va, podríamos intentar con un grupo de hombres, partidarios de un monstruo que se cruzan con un judío y como este se niega a saludar al retrato lo matan a pedradas.
Y si esto no va, vamos con ese del tipo que a poco de nacer es entregado por sus padres a otro para que lo maten porque en el futuro va a ser malo, pero resulta que no se atreve a cargarse al pibe y lo abandona por ahí. El tipo sobrevive y, al tiempo, mata a su padre en una encrucijada y se casa con su madre con quien tiene cuatro hijos. Al descubrirse todo el culebrón, ella se suicida, y él se arranca los ojos. Ni a palos va esto al aula.
“Allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo”
Al final debería dársele la razón a quienes quieren prohibir 2800 años de literatura, aunque se complique leer algo en la escuela. Acaso, los docentes de esta maldita asignatura, deberíamos comenzar a pensar en enseñar a leer páginas en blanco, de esta manera evitaríamos todo tipo de manifestación contraria hacia nuestro objeto de estudio. Salvo que se quiera prohibir la imaginación con la cual completarlas. Acaso sea mejor no dar ideas.
Textos “prohibibles” anotados por orden de aparición:
Bradbury, Ray (1953). Fahrenheit 451.
Reyes, Dolores (2019). Cometierra.
Venturini, Aurora (2007). Las primas.
Faulkner, William (1929). El sonido y la furia.
Cossa, Roberto (1977). La nona.
Lemebel, Pedro (2008). Serenata cafiola.
Fantín, Sol (2022). Si no fueras tan niña.
Castillo, Abelardo (1961 y 1966). Las otras puertas (allí se encuentran los cuentos “La madre de Ernesto” y “El marica”); Cuentos crueles (allí se encuentra “Patrón”).
Vega, Lope de (1619). Fuenteovejuna.
Cabezón Cámara, Gabriela (2017). Las aventuras de la China Iron.
Hernández, José (1872). El gaucho Martín Fierro.
Kohan, Martín (2015). Cuerpo a tierra.
Cervantes, Miguel de (1605 y 1615). El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.
Shakespeare, William (1597). Romeo y Julieta.
Bustos Domecq, Honorio (1977). “La fiesta del monstruo”.
Sófocles (430 a.C.). Edipo Rey.