Daniel Campione, quien desde hace varias décadas viene investigando y elaborando en torno a la historia del Partido Comunista argentino, nos presenta en esta ocasión una selección de textos confeccionados desde mediados de los años noventa hasta tiempos más recientes, en los que analiza algunos de los núcleos problemáticos de la historia de aquel centenario partido. Como advierte en su introducción, se trata de una colección de artículos que fueron publicados en diversos contextos y que, por ende, responden a debates y marcos historiográficos específicos. En ellos recorre un extenso periodo que va desde las primeras luchas políticas dadas al interior del Partido Socialista por quienes luego serían los fundadores del Partido Socialista Internacional (PSI, y desde 1918 PC), hasta los años recientes, llegando a rozar la primera década del nuevo siglo. Entre medio, se abordan de forma discontinua tópicos como la participación comunista en torno a la Guerra Civil Española, los debates y lecturas sobre la revolución cubana y la posición del PC respecto a la última dictadura cívico-militar. Sin embargo, esta discontinuidad no atenta contra el mérito central del libro que es ofrecer una mirada global y algunos “apuntes”, como su título lo indica, para reflexionar, revisar y repensar la historia de aquella organización.
La relevancia de esta invitación está dada por el peso específico del objeto estudiado. Sin dudas el Partido Comunista argentino es un enclave insoslayable para reconstruir una parte de la historia argentina en el siglo XX, y más válida es esta afirmación si nos referimos a la historia de las izquierdas y la clase obrera. Esto se debe a que difícilmente, como demuestra el libro, se puedan reconstruir los orígenes de las distintas vertientes, fracciones, personalidades y tendencias de la izquierda argentina sin recaer en la mención al PC. Desde su fundación hasta el desarrollo de la llamada “nueva izquierda” en los años 60 y 70, su desenvolvimiento es inescindible de sus disputas teóricas, políticas y programáticas con otras corrientes, desde el PS hasta las iniciadas en su interior, desde el grupo de José Penelón en los años 20 hasta el grupo Pasado y Presente en los sesenta, que marcó una etapa en el debate intelectual local. A su vez, la propia historia del trotskismo, algunos de cuyos grupos iniciales hunden sus raíces en pasajes de militancia dentro del PC, tiene un vínculo, conflictivo indudablemente, con su trayectoria.
Esta inevitabilidad, sin embargo, en muchos casos tuvo que ver con el escollo que el PC representó para el desarrollo de vertientes de izquierda que buscaron tomar distancia de aquella visión anquilosada y dogmática del marxismo en su vertiente estalinista, fuertemente influida por el canon “leninista” elaborado a la talla de las necesidades soviéticas, al menos desde fines de los años 20. Esta tensión es uno de los núcleos que, a nuestro parecer, recorre gran parte del libro. Pues el mismo reconstruye una especie de derrotero de aquella organización para la cual las transformaciones sociales, políticas y culturales de la sociedad argentina (e incluso las tendencias globales de la lucha de clases) fueron representando un desafío traumático, en la medida en que la rigidez organizativa, el monolitismo de la dirección, la obediencia a Moscú y la reiteración estratégica (nunca revisada desde 1935) de buscar en las distintas facciones de la burguesía local un ala “democrática, antiimperialista y antioligárquica” fueron subordinando al PC a los distintos bloques dominantes en disputa. El “campismo”, la idea constante de que la sociedad se encontraba dividida en campos “progresivos” y “reaccionarios”, atalonó toda la actividad teórica y política del partido en la búsqueda por encontrar, descifrar y adaptar la línea a su inserción en aquel escenario dicotómico protagonizado por las clases dominantes. La consecuencia más evidente de esto fue el progresivo (aunque matizado) derrumbe de su composición proletaria, aquella que le había otorgado una identidad inconfundible entre los obreros durante las décadas del 20 y el 30.
Campione muestra, a lo largo del libro, de qué modo este campismo fue horadando y desgranando a la organización que aunque buscaba influir en alguno de los campos dominantes en disputa (Unión Democrática y peronismo primero, sectores pro yanquis o más vinculados a los capitales nacionales luego, e incluso viendo estas distinciones dentro del propio ejército) también recibió el influjo de los mismos. De este modo, fue contorneando una práctica militante crecientemente institucionalizada, con mayor peso de las clases medias e incluso representantes del empresariado, teniendo en José Bel Gelbard (ministro del gobierno peronista del 73) un arquetipo de esta tendencia.
De algún modo aquella parábola es la que recorre los apuntes que componen el libro. Los orígenes del comunismo argentino son rastreados en los debates que sacudieron a gran parte de las organizaciones que pertenecían a la II Internacional tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. La denuncia al electoralismo y reformismo que signaban al Partido Socialista le dieron una tónica combativa, proletaria e internacionalista a aquellos primeros militantes. Campione muestra cómo aquella pelea política se dio a contracorriente, contra el “aparato” parlamentario y el prestigio de los principales dirigentes socialistas. Incluso en los años 20, asediado por diversas rupturas y fracciones (los llamados “frentistas”, los “chispitas” y luego la expulsión de Penelón, su principal figura y dirigente hasta 1927) el PC respondía a los debates que atravesaban al comunismo internacional mientras que bregaba incansablemente por construir células y fracciones proletarias en los principales sindicatos del país y entre el proletariado fabril. Sin embargo, la combinación entre el proceso de “bolchevización” (es decir, de adopción de la doctrina estalinista y la subordinación sin miramientos a la burocracia del Kremlin que había alcanzado el control de la Internacional Comunista) y el subsiguiente giro hacia una política de conciliación de clases como fue la del Frente Popular, marcaron un clivaje en su historia.
Desde entonces el PC sufriría al menos tres grandes crisis que son analizadas desigualmente en el libro. La primera (en la que menos se detiene el libro de forma específica), sin dudas, la representada por el desafío del peronismo, que absorbió gran parte de la identidad política del proletariado dejando al descubierto las debilidades del comunismo y el socialismo para sostener su influencia en aquel medio social. La segunda, la encarnada durante los años 60 y 70, en los cuales la influencia de la revolución cubana (a la cual se le dedica un capítulo) y la radicalización de franjas de la juventud en todo el mundo representaron un desafío difícil de asimilar para un partido que (además de su obediencia a Moscú) contaba con una dirección ya relativamente envejecida, poco dispuesta a innovar teórica y políticamente, y mucho menos a perder sus asientos institucionales alcanzados bajo una prédica de moderación y de “vía pacífica” al socialismo. En aquel contexto, nos dice el autor, “los comunistas argentinos no sólo tenían cada vez más “competidores” a su izquierda, sino que tendían a ser percibidos como una expresión más bien reformista en lo político, cerrada sobre la más estricta ortodoxia soviética en lo ideológico, convertida, en la práctica, en una suerte de “socio menor” de partidos políticos considerados como burgueses”. Estos elementos, al cual lo sumamos un hecho mencionado por Campione reiteradamente que es la ausencia de una revisión y balance críticos profundos tras aquellos golpes recibidos, desembocaron en la actitud del PC ante la última dictadura cívico militar.
Aquel momento representa un núcleo relevante del libro que Campione intenta abordar desde distintas perspectivas. El autor intenta rastrear los orígenes de la actitud colaboracionista del PC ante el golpe de 1976 sin antes dejar de explicitar su versión más cruda: las propias declaraciones de sus dirigentes. En una cita que reaparece en el texto se lee la declaración del PC el 25 de marzo de 1976: 25/3/1976. “El Partido Comunista está convencido de que no ha sido el golpe del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad. Estamos ante el caso de juzgar los hechos como ellos son. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y promesas”. ¿Cómo un partido, que al menos discursivamente, sostenía un anclaje en la tradición socialista y marxista, que hablaba en nombre del proletariado, pudo depositar su confianza en una dictadura genocida, de las más sangrientas de nuestro país? ¿Cómo pudo convivir la existencia de militantes desaparecidos en su interior con la búsqueda por encontrar sectores “no pinochetistas” dentro del gobierno de Videla y Viola?
Las respuestas, desde ya, son múltiples y el libro intenta escapar a los simplismos. De hecho se remonta a los años 50 para observar las elaboraciones del PC en torno a la necesidad de una confluencia “cívico-militar” que (nuevamente desde una perspectiva campista) lo llevó permanentemente a buscar sectores “democráticos” dentro de las fuerzas armadas, pensándolos como potenciales aliados en aquel pregonado, una y mil veces (pero nunca realizado), Frente Democrático Nacional, que encarnaría las tareas democráticas de la revolución antifeudal y antiimperialista para luego (en un plazo indeterminado) evolucionar progresivamente al socialismo. Más allá de aquel trasfondo estratégico, el autor pondera otros elementos, tales como el hecho de que el partido no fue ilegalizado (como había ocurrido con casi todo el resto de la izquierda marxista) y las relaciones del Estado argentino con la URSS no se habían interrumpido. Estas consideraciones se volvieron decisivas para un partido que evaluaba su propia autorreproducción institucional, su capacidad de actuar legalmente en función de sostener la integridad organizativa del partido (y los intereses soviéticos), con el consiguiente trasfondo material que ello implicaba (locales, editoriales, recursos de todo tipo), como un norte en sí mismo.
De este modo, la etapa revolucionaria que se abrió en Argentina desde el Cordobazo en adelante, encontró al PC sumido en aquel equilibrio: tomando distancia de las vertientes armadas pero con expectativas en alas del Ejército; buscando un diálogo con el movimiento obrero a través de su influencia sobre figuras como Agustín Tosco pero dándole también jerarquía a su organización del empresariado “nacional” (con Gelbard como exponente); criticando aspectos del peronismo pero apoyando finalmente a su fórmula electoral.
Las consecuencias de este derrotero, sin dudas, se volvieron más evidentes en la postdictadura, cuando algunas críticas comenzaron a asomar al interior del partido, produciendo nuevos desgranamientos y replanteos más generales sobre su trayectoria, aunque el libro no se detiene extensamente en ellos.
***
En suma, se trata de un libro que invita a reflexionar sobre una de las experiencias más significativas de la izquierda argentina a lo largo de casi un siglo, deteniéndose en momentos clave de su historia de un modo crítico, que apunta a tensionar y recorrer a contrapelo su historia, sin tabúes. Pensado en su contexto de publicación, se podrían añadir dos cuestiones. Primero que, aunque el autor nos advierte sobre esta ausencia desde el comienzo, podría resultar enriquecedor un diálogo entre varias de las ideas que recorre el libro con las elaboraciones más recientes sobre el comunismo argentino, que han crecido exponencialmente en las últimas décadas, en algunos casos con posterioridad a los artículos publicados, ahondando en sus trayectorias en el medio obrero, intelectual, en sus publicaciones y vínculos con otros comunismos latinoamericanos. Segundo, que el libro resulta valioso para pensar, en tiempos en los que desde el poder político y económico se ataca la idea de comunismo (y, dicho sea de paso, se denomina así brutalmente a cualquier disidencia con el ideal del ultra neoliberalismo) a qué experiencias queremos asociar dicho nombre. El derrotero del PC nos obliga a un balance crítico y al mismo tiempo a revalorizar otras experiencias de la izquierda argentina y mundial sobre las cuales anclar una respuesta ante el desafío al fantasma que hoy, por otros motivos, sigue recorriendo el mundo. |