La década de los noventa en Argentina, bajo la administración de Carlos Menem, se destacó como un período de sumisión incondicional a los designios de Estados Unidos: eso resultó en un verdadero desastre para el país. Este enfoque, caracterizado por una subordinación a los intereses del imperialismo, dejó una estela de consecuencias económicas, sociales y políticas profundamente negativas. Hoy Javier Milei, en condiciones internacionales muy distintas, intenta ese mismo alineamiento absoluto.
Durante los años de Menem, Argentina se erigió como el "alumno ejemplar" de las políticas neoliberales promovidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el imperialismo norteamericano. Este alineamiento se tradujo en la adopción de medidas de ajuste estructural que incluyeron la venta masiva de empresas estatales, la desregulación de los mercados y una apertura económica sin restricciones. Estas políticas, presentadas como esenciales para modernizar el Estado y estabilizar la economía, en realidad favorecieron a los grandes capitales, tanto extranjeros como locales, mientras que el pueblo trabajador cargó con el peso de sus consecuencias.
La Ley de Reforma del Estado de 1989 marcó un antes y un después en la historia económica y social de Argentina. Bajo su amparo, más de 60 empresas estatales, muchas de ellas proveedoras de servicios esenciales como agua, gas, electricidad, telecomunicaciones y transporte, fueron transferidas a manos privadas. Estas operaciones, realizadas a precios irrisorios, beneficiaron a consorcios empresariales en detrimento del patrimonio nacional.
El impacto social fue devastador: miles de trabajadores perdieron sus empleos, y se calcula que las privatizaciones dejaron un saldo de alrededor de 500.000 desocupados. Este proceso no solo significó la pérdida de recursos estratégicos para el país, sino que también desarticuló al movimiento obrero, fragmentando y precarizando las condiciones laborales de la clase trabajadora.
En 1991, el Plan de Convertibilidad, diseñado por Domingo Cavallo, instauró una paridad fija entre el peso argentino y el dólar estadounidense, estableciendo un cambio de $1 por U$S 1. Este esquema, dependiente de un flujo constante de dólares provenientes de inversiones extranjeras o de endeudamiento, resultó en un incremento del 123% en la deuda externa durante los mandatos de Carlos Menem. Aunque la convertibilidad logró una estabilidad económica temporal, su fragilidad estructural condujo al país hacia la crisis económica y social que estalló en 2001.
El gobierno de Menem, marcado por su alineamiento incondicional con los Estados Unidos y la adopción de políticas neoliberales, dejó una huella profunda y dolorosa en la sociedad argentina. Este viraje político no solo incrementó la pobreza y la desigualdad, sino que también evidenció una fractura social cada vez más pronunciada: mientras las villas miseria se multiplicaban, los barrios cerrados de lujo se erigían como símbolos de exclusión y privilegio. La represión estatal no tardó en manifestarse con mayor crudeza; el Gobierno otorgó indultos a militares responsables de crímenes atroces y respondió con violencia a las protestas sociales. En este contexto, las rebeliones provinciales, como el Santiagueñazo, emergieron como actos de resistencia frente a las políticas de ajuste y opresión.
En retrospectiva, el legado de Menem es una muestra clara de dónde conduce subordinarse a intereses imperialistas y de implementar medidas que favorecen a una élite privilegiada en detrimento de la mayoría trabajadora. Este es el camino que pretende recorrer Milei, alineándose con Trump. |
