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La Izquierda Diario
26 de enero de 2025 Twitter Faceboock

Armas de la Crítica
Leninismo en el siglo XXI: una respuesta crítica a Touzon
Francesco Colicchia

Marcoprile

En diciembre apareció una nueva revista llamada Supernova, la cual en su primer número llamado “Comunismo y libertad” se propone pensar las ligazones entre estos dos conceptos. Dentro de este número de Armas de la Crítica queremos esbozar una polémica alrededor de la nota llamada “Lenin y Trump” del politólogo Pablo Touzon, que propone mezclar la mitología liberal sobre el leninismo y un análisis, para nosotros impresionista, respecto a los nuevos cesarismos (expresado por Trump) producto de la “crisis de las democracias”.

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El autor intenta interpretar el fenómeno del aumento de los mecanismos más autoritarios de los Estados capitalistas pensándolos como la forma política que mejor se adapta a nuestros tiempos, donde las redes sociales y la crisis de representación de los partidos del centro político dan vía libre al sentimiento anti-establishment de las masas que se traducen en estos fenómenos. En este caso Lenin sería el inventor de la fórmula secreta de la dictadura sobre el proletariado y del monolitismo burocrático del cual el PCCh (Partido Comunista Chino) sería su más fiel exponente.

Los usos del leninismo

De Lenin y el leninismo se han construido grandes mitologías: entre ellas, la estalinista donde Lenin aparecía como un antitrotskista brutal, un partidario del socialismo en un solo país y del centralismo autoritario, donde el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) burocratizado sería su continuidad; y la liberal, en la cual Lenin era acusado de construir el germen de la dictadura estalinista y no había ninguna contraposición entre bolchevismo (y el marxismo en general) y el régimen de Stalin. Estas mitologías, como se puede advertir, son dos caras de la misma moneda y se espejan de manera invertida. Nuestro autor amplifica estas miradas y las conduce hasta el absurdo: la máxima expresión de leninismo en nuestros días sería la dictadura sobre el pueblo del Partido Comunista Chino, que adaptaría el pensamiento político de Lenin a la actualidad. No se puede obviar que estas mitologías fueron puestas a prueba y duramente discutidas durante el siglo XX, incluso entre el PCCh y el PCUS. El politólogo ata dos puntos muy alejados del plano, sin siquiera aclarar las disputas que hubo alrededor del legado de Lenin y las narrativas que se construyeron del mismo. Para Touzon el leninismo se sintetizaría en una forma política de la elite especializada que dirige a las masas de manera autoritaria hacia la modernización. En las palabras del autor, o del liberalismo recargado que habla mediante él:

¿Qué inventó Lenin? Una teoría del poder, una filosofía de la voluntad, un método de praxis política construido para dar cuenta del nuevo estado de situación de la política en la era de las masas que después de la primera guerra mundial había salido ya de todo control de las viejas élites decimonónicas, inspirado en buena medida en las formas del industrialismo moderno, la nueva división del trabajo y el culto a la organización. “Completó” a Marx aportándole la teoría de gobierno que le faltaba y que solo había anunciado en la vaga pero a la vez reveladora noción de “dictadura del proletariado”, convirtiéndola en la más perfecta dictadura sobre el proletariado que jamás existió y en la herramienta de control social más férrea que el mundo conoció hasta el momento.

Esta amalgama solo tiene sentido desde lecturas ancladas en la corriente política del liberalismo y sus argumentos, esbozados en el contexto de la guerra fría y la restauración post-caída del muro de Berlín. Ernest Mandel ha discutido con este mito al que ha bautizado como el mito del partido-secta de fanáticos, donde: “La “intentona golpista” de octubre de 1917 habría sido perpetrada por una pequeña secta de revolucionarios profesionales extremadamente centralizada, fanatizada y manipulada por Lenin, ávido de poder, incluso de poder absoluto.” (1992, p. 7). Ante este tipo de relatos, quizá la visión del historiador E.H Carr sobre el mito de la “dictadura sobre el proletariado” nos pueda servir de ayuda:

El término “dictadura del proletariado”, aplicado por los bolcheviques al régimen establecido por ellos en Rusia después de la revolución de octubre, no comportaba implicaciones constitucionales específicas ninguna (...) Los ecos emocionales de la palabra “dictadura”, en tanto que asociada con la idea de mando de unos pocos o de uno solo, estaba totalmente ausente de las mentes de los marxistas que empleaban la frase. Por el contrario, la dictadura del proletariado sería el primer régimen en la historia en el que el poder fuese ejercido por la clase que constituía la mayoría de la población, condición que había de cumplirse en Rusia llevando a la masa de los campesinos a unirse con el proletariado industrial (...) Lejos de ser el dominio de la violencia prepararía el camino para la desaparición del empleo de la violencia como sanción social, es decir, para la desaparición del Estado. (1973, p. 169)

Como hemos planteado en otros textos, Lenin no poseía la visión de que el partido reina sobre las clases, imponiendo con temple de acero su voluntad, sino que veía a los soviets como los órganos donde se expresaría esta dictadura de las masas explotadas contra los explotadores. Seria dificil pensar de otra manera de un revolucionario que sintetizaba las características de la dictadura del proletariado en la URSS como “el poder de los soviets más la electrificación”, donde los soviets ofician como un poder mil veces más democrático que cualquier régimen burgués, en el que los proletarios y los campesinos tomen el ejemplo de la comuna de París de 1871 y deliberen sobre los quehaceres de la sociedad. Donde los oprimidos, en tanto la técnica permita reducir la jornada laboral, tengan mucho más tiempo para deliberar y decidir soberanamente sobre su propia sociedad, cuestión que en el capitalismo estamos lejos de que suceda. Particularmente cuando vemos que Lenin extrae sus conclusiones de algunos de los postulados que el mismo Marx había señalado, como la necesidad de que “la clase obrera debe destruir, romper la ¨maquinaria estatal existente” y no limitarse simplemente a apoderarse de ella” (2013, p. 150). En esta destrucción del Estado existente las clases dominantes ejercerían su dictadura sobre los explotadores, para ello se requería tender a la más amplia democracia para la nueva clase dominante y sus aliados (el proletariado, la pequeña burguesía urbana y los campesinos). Es por ello que los soviets no sólo serían, en la etapa revolucionaria, un órgano de lucha de las masas explotadas contra el poder de las clases dominantes y el Estado; sino que sería la prefiguración del nuevo semi-estado revolucionario. Amalgamar, como hace Touzon, a este semi-estado con el unipartidismo, es abrevar en el mito tanto del estalinismo, que hizo de una situación histórica particular como la guerra civil la norma, como del liberalismo. Una contra-visión de esto la dieron los trotskistas que en las sociedades que expropiaron a la burguesía pelearon por el pluripartidismo revolucionario, donde todos los partidos que luchen por la revolución puedan organizarse.

Otro argumento importante en la narrativa del autor es que Lenin sería el inventor de una nueva forma elitista de hacer política, de la “autonomía de lo político”. Touzon simplifica y distorsiona a Lenin para asemejarlo al PCCh mediante la idea, insostenible, de que Lenin sería el inventor de una forma política autonomizada de su contenido de clase. El líder de la Revolución Rusa, internacionalista en su teoría y en su práctica, que basaba el nuevo poder político soviético en la organización democrática de las masas revolucionarias para defender las conquistas de la revolución (la expropiación de los terratenientes, el monopolio del comercio exterior, la caída del absolutismo, la salida de la carnicería imperialista de la primera guerra mundial, el control obrero de las industrias más importantes, etc.) no tiene nada en común con el burocratismo chino, que maneja un país donde imperan condiciones de un capitalismo brutal, donde los trabajadores son superexplotados por multinacionales como Foxxcon, y donde incluso avanza en la exportación de capitales a otros países, incluso desarrollando rasgos imperialistas. No solo estas condiciones los delimitan rotundamente, sino que el país de los soviets rompe diametralmente con la etapa imperialista (aunque es producto, en parte, de ella) inaugurando un periodo revolucionario para toda Europa hasta su estabilización parcial a mediados de los años ‘20. Por otro lado, el Estado chino actual posee su origen en el reparto del mundo que se produjo con el neoliberalismo, donde la restauración capitalista generó nuevos espacios económicos para la valorización de su capital. Mientras que a Rusia se le asignó el lugar de ser un exportador de gas y petróleo, generando una desindustrialización sin precedentes, a China se le asignó el lugar de ser el receptor de las inversiones de multinacionales y convertirse en el motor del crecimiento económico mundial basado en bajos salarios, gran capacidad de mercado, y la apropiación de las conquistas que había hecho la revolución contra el capitalismo, como la unidad nacional. Esto es lo que posibilita una gran competencia salarial a nivel mundial que le permite a la burguesía avanzar sobre las condiciones de la clase trabajadora globalmente.

Agrupar fenómenos políticos tan disonantes como el PCCh y Lenin es el mismo procedimiento que hacen las nuevas derechas para asociar a cualquier tímida intervención estatal con el socialismo. Esto solamente beneficia a las fantasías narrativas de la derecha. Y esta forma de pensamiento tiene el gran problema de que deja de lado toda la historia del convulsionado siglo XX, con sus debates y experiencias revolucionarias, con su derrotero, con la restauración capitalista, etc. Solo dejando de lado esa historia es que se puede realizar una amalgama descabellada como la de Lenin y el PCCh.

Además, esta lectura tampoco capta bien el pensamiento político de Lenin al contraponer a las masas con el partido. Este nunca fue su pensamiento, como se ve expresado en la discusión en 1905 sobre el papel del partido y del soviet. ¿Un organismo de las masas explotadas en lucha o la vanguardia convencida de la revolución? Sin duda para Touzon Lenin debería decantarse por el segundo. Sin embargo la realidad es más vívida que los fantasmas que rondan por la mente de nuestro autor. En palabras de Lenin:

Creo que el camarada Radin no tiene razón cuando (...) plantea este interrogante: ¿el Soviet de diputados obreros o el Partido? Me parece que no es ese el planteamiento, que la solución ha de ser, incondicionalmente, lo uno y lo otro: tanto el Soviet de diputados obreros como el Partido. El problema –y de capital importancia– consiste sólo en cómo dividir y cómo unir las tareas del Soviet y las tareas del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. (1982, p. 61)

Además, no tiene sentido esa contraposición elitista y casi dictatorial entre las masas y el partido. Esa no fue la dialéctica que operó en la revolución ni con la que reflexionaba el partido bolchevique. El relato de otro leninista, León Trotsky, nos puede dar la pista de esa relación dialéctica de las masas y el partido, como dice Warren Montag:

Trotsky capturó en el retrato del Circo Moderno el hecho de que el partido revolucionario debe “aprender de las masas”, y observar cada perspicacia que han reunido en el curso de sus luchas moleculares. Sólo así el partido puede determinar la estrategia que unificará en la mayor medida posible todas las fuerzas dispares en lucha (obreros, soldados, campesinos y nacionalidades oprimidas) con el objetivo de “desgastar” las defensas del enemigo de clase hasta la aparición de ese fugaz momento en que un solo asalto cuidadosamente calculado puede cambiar el curso de la historia y "poner el mundo patas arriba”.

Otra narración que cuenta esta dialéctica, por la negativa, es la que hace John Reed sobre los soviets y su dinámica:

Nunca antes se creó un cuerpo político más sensible y perceptivo a la voluntad popular. Esto era necesario, pues en los períodos revolucionarios, la voluntad popular cambia con gran rapidez. Por ejemplo, durante la primera semana de diciembre de 1917 hubo desfiles y manifestaciones en favor de la Asamblea Constituyente -es decir, contra el poder soviético-. Uno de esos desfiles fue tiroteado por algún Guardia Rojo irresponsable y varias personas murieron. La reacción a esa estúpida violencia fue inmediata. Más de una docena de diputados bolcheviques fueron cesados y reemplazados por mencheviques. Pasaron tres semanas antes de que el sentimiento popular se tranquilizara y los mencheviques fueran reemplazados uno a uno de nuevo por los bolcheviques.

“El espíritu de la historia manejando un camión” o la fascinación por el bonapartismo

Siguiendo el planteo de la autonomía de lo político, nuestro autor ve al gobierno de Trump como ese espíritu de la historia que rompe las barreras de las múltiples crisis que atraviesa nuestro contexto. Admirar solo los aspectos políticos de dos fenómenos sin entender sus contradicciones y sin pensar la economía peca de superficial. Ante las múltiples dimensiones de la crisis que atravesamos es difícil pensar un cesarismo todopoderoso como nos hace ver Touzon, más bien son gobiernos que sufren de muchas debilidades para imponerse como tales. Al contrario de lo que auspicia el articulo, estos gobiernos no son la superación de la crisis, sino la expresión de la dificultad de superarla. En este sentido es que los gobiernos cesaristas que intentan imponerse como tales son, más bien, gobiernos bonapartistas con muchas debilidades que pueden ser aprovechadas para darle otra salida política a esta crisis de envergadura que atraviesa el capitalismo. Quizá si pensamos usando el arsenal teórico del leninismo podamos ver más allá de lo que se ve en las aguas turbias del liberalismo.

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¿De donde resulta la crisis de la democracia según Touzón? Del rol de las redes sociales como “democracia radical” que derrumba las intermediaciones políticas y estatales de expresión de los deseos y pensares políticos de las masas. En segundo lugar, de la crisis del 2008 que sigue haciendo estragos socialmente y genera descontentos en la población obrera. En tercer lugar, que al calor de estos resultados el extremo centro se ha hundido, representando a las “minorías”. De esta manera es que las masas enlazarían sus designios anti-establishment al espíritu del trumpismo, del cesarismo. Si Hegel decía que la historia se repite dos veces, y Marx le agrega que la primera como tragedia y la segunda como farsa, nuestro autor intenta recrear este sentido a la perfección. Si Napoleón era, para Hegel, el espíritu de la historia andando a caballo; hoy el drama sería representado por Trump a camión.

El principal error de esta postura es que, obnubilada por el hecho consumado, no puede mirar de frente al porvenir. Una instantánea del presente que no puede advertir que esa fotografía está cargada de distorsiones. En primer lugar, el autor autonomiza el concepto de cesarismo de sus bases sociales, lo distorsiona para que entre en sus antifaces y esto tiene un efecto en su análisis, ya que no logra profundizar con el problema de la democracia burguesa en nuestro tiempo. Esta distorsión genera que no aparezca por ningún lado una evaluación de lo que pasa con el capitalismo como sistema después de la crisis del 2008, que no solo dio un salto en los niveles de desigualdad, sino que generó una tendencia al estancamiento de las economías de las potencias imperialistas y relanzó el conflicto por la hegemonía mundial, terminando con los años de complementariedad pacífica entre la economía china y yanqui y abriendo una situación donde la hegemonía estadounidense es desafiada. En este sentido es que se refuerzan los mecanismos más anti-democráticos del Estado burgués y las presiones guerreristas de los Estados. La UE, debido a la preocupación de que Trump se desligue de la OTAN y a su estancamiento económico, desembolsa millonarias inversiones en la industria de la guerra. Como dice Strazzari: “Los países europeos gastan ahora 380.000 millones de dólares en defensa: eran 230.000 millones en 2014, el año de la invasión de Crimea” [1]. Además, EEUU está cruzado por la derrota militar en Afganistán, por la guerra entre Ucrania y Rusia, por el cese al fuego que dejó expuesta la dificultad de Netanyahu de imponer sus objetivos estratégicos sobre medio oriente y por las tensiones en Taiwán. En este sentido es que también se plantean roces dentro de la misma OTAN entre los socios de EEUU en Europa, debido a la guerra con Rusia y el estancamiento económico que atraviesan esos países. Esto nos da un mundo mucho más convulso.

La hegemonía estadounidense se ve cuestionada también internamente. En tanto el neoliberalismo triunfaba sobre los ex-estados obreros, la internacionalización de los capitales producía una ganancia extraordinaria que hizo avanzar la acumulación de capitales en las potencias, en la medida que montaba industrias en los demás países. Sin embargo, cuarenta años después, esta situación está cada vez más tensionada. La competencia inter-burguesa también genera inestabilidad en “lo político”. Además, la economía mundial sufre de una tendencia a una baja inversión y un aumento general de las empresas y personas endeudadas. De allí que Trump quiera avanzar con más aranceles. Además, se hace más difícil continuar con la acumulación que antes le suministraba China, ya que, después de 30 años de neoliberalismo no quedan países que puedan cumplir el rol de asegurar nuevos espacios rentables de acumulación de capital. La emergencia de China, la mayor competencia de la burguesía oriental y la subida de los salarios del proletariado de ese país generan una mayor dificultad para mantener las altas tasas de ganancias.

Esto genera un sentimiento de descontento en la población norteamericana que ve como su vida difícilmente vaya a mejorar en el futuro. Como consecuencia, su población es más reacia a apoyar las intervenciones militares de EEUU en el exterior. Según una encuesta informada por el Washington Post “la mayoría de los estadounidenses (55 por ciento) rechazó el envío de tropas para defender a “Israel” si es atacado por sus vecinos”. Hemos visto como la clase obrera también se pone en movimiento, como en la huelga de navidad de Amazon, en las huelgas de los trabajadores de las automotrices, en la revuelta contra el asesinato de George Floyd, o en el reciente apoyo de votantes republicanos a la figura de Luigi Mangione, supuesto asesino del CEO de United Healthcare.

Inclusive, el foco de las redes sociales es superficial puesto que no operan democráticamente como supone el autor sino que al ser propiedad privada, las redes sociales alientan algunas temáticas y desalientan otras. Por ejemplo, alientan la propagación de los mensajes de políticos de derecha y las fake news contra los inmigrantes, como pasó en Gran Bretaña [2]. La gestión privada del algoritmo genera que no sea esta expresión fidedigna y clara de las masas, sino una versión distorsionada. Vemos como los grandes empresarios de las redes sociales como Zuckerberg, dueño de Facebook, y Musk, dueño de la ex-twitter, hoy en día apoyan al gobierno trumpista.Aunque es importante mencionar que las redes sociales han servido para difundir el genocidio palestino, que desencadenaría la oleada de ocupaciones de campus en EEUU y Francia. Además que han funcionado, por ejemplo, para la organización de las marchas de los chalecos amarillos en 2018. Por otro lado, las redes sociales podrían ser usadas en una sociedad sin explotación para amplificar los debates y democratizar la toma de decisiones en la vida cotidiana de los trabajadores.

Otro problema de este impresionismo político con el bonapartismo es que no ve sus debilidades y las respuestas que dio la lucha de clases en sus avances. En los últimos meses vimos cómo el gobierno coreano quiso realizar un autogolpe disolviendo el congreso y militarizándolo. Aquello recibió como contestación una serie de movilizaciones y huelgas que terminaron con el primer ministro siendo destituido del cargo.

Por otro lado, el autor no logra captar las contradicciones que atraviesa el régimen chino, sino que pinta un cuadro donde este es completamente estable. Touzón nos dice:

Schimittiano sin querer, el Partido Comunista Chino propone una solución bolchevique para el siglo XXI: cómo gobernar en tiempos de crisis de las grandes mayorías y de la fragmentación y atomización social y cultural. A través de una élite educada, organizada y despiadada, con control de los resortes del poder estatal, económico y militar, y con una planificación central sólo posible en estos tiempos en un contexto autoritario. La ciencia de gobernar con minorías ilustradas y armadas tiene una vigencia paradojal en la era de la red. Una versión de la “autonomía de lo político”, que postula a la casta como motor de la Historia.

Schmittiano queriendo y bolchevique ni por asomo, el PCCh aprieta ferreamente los mecanismos cesaristas del régimen. En su XX congreso del PCCh, Xi Xinping aludía a las complicaciones que atraviesa China en relación a la política exterior, aludiendo a una “situación internacional grave y compleja" donde el partido debe estar “preparado para la tormenta”. No solo es la situación internacional la que acompleja al PCCh, sino que el aumento de la desigualdad (donde la riqueza de los multimillonarios chinos ha crecido del 7% del PBI al 15% en 2021), según el economista Michael Roberts, genera dudas dentro del PCCh por la vuelta del fantasma de la plaza de Tiananmén y una posible crisis de representación o apoyo en la población. Otro fantasma que se cierne y oprime como pesadilla el cerebro de la cúpula gobernante china, es el de la crisis. Como también dice el economista británico Michael Roberts, que posee cierta simpatía con el camino tomado por Xi, es el sector privado de la economía china el que genera una amenaza mayor a la economía del país. Esto es expresado muy bien por la crisis del sector inmobiliario. Otro factor que debe ser tomado en cuenta es que existe una desaceleración tanto de la inversión como del crecimiento de la economía China. Por la relación que existe entre el sector privado y la banca estatal en el país, no se puede pensar en esa autonomía de lo político sin ver los recursos que tiene ese Estado para actuar, así como el contenido capitalista que defiende. De esa manera, más que una solución para el siglo XXI, es parte del fenómeno de crisis que atraviesa el capitalismo de conjunto. Observar estas características entrelazadas entre la economía, la política, la lucha entre los Estados y las clases, nos da una visión menos superficial de la situación.

Son las condiciones de fondo las que generan una presión a un aumento de los mecanismos antidemocráticos en el mundo y no solamente una cuestión de las redes sociales. Es una constante que cuando al capitalismo le va mal, las burguesías se aprestan a prepararse para enfrentar al proletariado y a las demás burguesías, tratando de conservar y ampliar su dominio. En este intento es que se gestan los intentos bonapartistas. No obstante, esto no quiere decir que estos intentos no estén atravesados por las mismas contradicciones que les dieron lugar. Es en este sentido que Trump no es un fenómeno de superación de la crisis sino la expresión de que no se ha superado y que se preparan para hacerlo mediante el aumento del gasto militar y la competencia entre potencias, así como por medio de los mecanismos represivos del Estado capitalista.

Lenin recargado

Como hemos visto, la respuesta a la pregunta sobre la crisis de la democracia en nuestros tiempos es respondida atendiendo a sus expresiones más superficiales sin profundizar en la causa de las mismas. Los nuevos bonapartismos nacen a partir de las contradicciones estructurales, interestatales y de la lucha de clases de nuestro tiempo. Más que un populismo digital, lo que existe es el crujir de la restauración neoliberal y la preparación para un futuro desenlace. Ante esto, Touzon yace enceguecido por los cesarismos producto de que las armas que usa son las del liberalismo donde, al contrario de lo que sucede en su reflexión, no logra ver los mecanismos más antidemocráticos de la democracia burguesa en la que vivimos y que nos ha traído hasta acá. Quiero decir con esto que, al contrario de una supuesta “radicalización de la democracia” que nos lleva al cesarismo, lo que ocurre es que una democracia capitalista muy restringida en los beneficios que le da a la clase trabajadora y el pueblo, y muy limitada, en tanto que siempre se ve impotente ante la propiedad privada que decide siempre en los momentos cruciales.

También se nota en su abordaje una falta de imaginario, un desarme en su proyección, en tanto la democracia capitalista no le deja ver una posibilidad de una democracia donde las masas participen, deliberen y ejecuten en base a sus intereses. Donde el poder lo ejerzan realmente y no con las restricciones ya mencionadas.

Otro punto donde retorna esta reflexión liberal es en resaltar la escisión de la economía con lo político. En tanto que separadas, se supone que el capitalismo sería el fin de la historia de los modos de producción, y como tal, la política solo se encarga de regular excesos pero nunca se debe meter con las reglas del juego, sino poner un parche a la miseria en la que sistemáticamente se somete a una parte importante de la población.

Continuando con la reflexión, retomar a Lenin y los conceptos del marxismo para dar respuesta a estas inquietudes se torna vital si queremos empuñar las armas de la crítica y pensar los puntos débiles para que el desenlace de esta crisis no se realice a costa de las mayorías explotadas y oprimidas, y para resistir estos avances antidemocráticos.

El cesarismo no se puede comprender solo en su variante “política”, es decir, como un dilema entre representantes y representados y las técnicas que se usan para ello. Sino que la política se juega en un campo definido por las relaciones de clase, la lucha entre estas, las relaciones entre los Estados y la economía mundial, de la que los Estados son solo un fragmento. Creemos que abordándolo de esta manera podemos ver que más que bonapartismos fortalecidos (o Napoleones en camiones) vemos una serie de crisis y contradicciones que asumen estos gobiernos y que la lucha de clases puede desarrollar.

Retomar los conceptos de Lenin puede servir para definir cuál es la batalla que se está luchando y cuáles son las posibles salidas de esta. Si tomamos las palabras de Touzon, es claro que vamos a sociedades más autoritarias y no tenemos vela en este entierro. La otra opción es entrever que la lucha que están librando tanto China como EEUU es un aumento de las tensiones y una preparación que confronta a estos dos Estados, así como Rusia y Europa en su conjunto. Una expresión de esto es que el ministro de Defensa británico, Grant Shapps, afirmó que ya no vivimos en un mundo de posguerra, sino en un mundo de preguerra. En otra nota, hemos abordado las similitudes que existen entre la situación actual y la situación anterior a la primera guerra mundial. El declive de los Estados Unidos como gendarme mundial abre las puertas para un contexto de guerras, el estancamiento de las economías de la Unión Europea y Japón, la crisis inmobiliaria China, el endeudamiento de los países del tercer mundo, la creciente competencia de los países desarrollados, etc; abre paso a crisis de mayor envergadura, pero también a la oportunidad que de que las masas entren en acción: las revueltas de este último tiempo, como la de Chile, Ecuador, Colombia, EEUU, Kenia, Sri Lanka, Bangladesh, Libano, el movimiento mundial propalestino, etc. y el desarrollo de la lucha de clases en EEUU habilitan a pensar que estamos ante una época no sólo de crisis y guerras, sino también de nuevas revoluciones. Por lo tanto, la situación más que ser de una estabilidad triunfalista, como presenta Touzon, es de una precariedad notable, que vaticina enfrentamientos más agudos en el futuro. Es para ello que debemos prepararnos para darle una salida para las grandes mayorías ante esta situación de cambio epocal. Ahora bien, esa salida no va a ser de la mano del capitalismo que nos está llevando a esta situación. Retomar a Lenin en el siglo XXI es también fijar un objetivo en este contexto.

A pesar de lo que menciona el politólogo, la perspectiva leninista tiene para ofrecernos también una perspectiva de futuro. Una perspectiva de una economía planificada desde abajo donde podamos usar la tecnología para trabajar cada vez menos, donde podamos decidir sobre la producción y sea una democracia realmente radical mil veces más democrática que lo que tenemos hoy en día. Solo eso puede superar el neoliberalismo decadente en el que vivimos y darle otra perspectiva a las necesidades de las grandes mayorías. Pero para eso, lo primero es atreverse a pensarlo.

Bibliografía:

E. H. Carr (1973), Historia de la Revolución Rusa. La revolución bolchevique (1917-1923), I, Alianza Editorial, Madrid.

Lenin (1982), Obras Completas, Tomo XXI. Editorial Progreso, Moscú.

Lenin (2013), Obras escogidas, Tomo II. Ediciones IPS, Buenos Aires.

 
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