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23 de febrero de 2025 Twitter Faceboock

Armas de la Crítica
Manual de la resignación: acerca de Argentina humana de Juan Grabois
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo

La ensalada conceptual de Argentina humana, el reciente libro de Juan Grabois.

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Teleología forzada, Argentina humana [1] se presenta como un recorrido político-filosófico que culmina, casi indefectiblemente, en la plataforma electoral de Grabois, bautizada como Tercer Plan Quinquenal (3PQ). Iniciando en Aristóteles [2], pasando por San Agustín, Tomás Moro y Jean-Jacques Rousseau, entre otros, el periplo se extiende hasta Perón, Evita y, lógicamente, el papa Francisco. Comprimido en esa ensalada conceptual, Karl Marx es ofrecido casi como profeta de un comunismo abstracto, ajeno al luchador revolucionario que escribió El capital y La ideología alemana.

En su libro, Grabois intenta dotar de una finalidad, de un propósito, a la política. Ese objetivo reside, en su opinión, en la búsqueda de “la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación” (24). La labor no requeriría tanto:

No estamos proponiendo una revolución, ni siquiera una reforma. Nuestra revolución es que se cumpla la Constitución (…) no hay una sola propuesta que exceda el marco normativo vigente (17).

Deificada, la llamada Carta Magna está ahí como destino ineluctable de la acción política. A ojos del autor, “la que tenemos refleja muy bien el espíritu del Estado Social de Derecho (…) Lo que necesitamos es reducir la facticidad del poder oligárquico para que impere la ley del soberano colectivo”(18).

Extraña aleación de buenas intenciones y propuestas que casi nadie rechazaría, el 3PQ acerca un conjunto de medidas encaminadas a esa felicidad y grandeza. El esquema se erige sobre

... un enfoque tripartito entre los sectores público, privado y comunitario, entendiendo que cada uno responde a una lógica y misión particular, son componentes de un sistema complejo que naturalmente tiene contradicciones y conflictos, pero que puede armonizarse en sus elementos básicos (149).

Esa armonización compleja supone reconocer “como legítimo que el sector privado responda a la lógica capitalista de ganancia”. Moderado, el 3PQ se detiene ante el umbral de la propiedad privada burguesa. Lo grafica Grabois: “La realización del principio de crecimiento compartido requiere la comprensión, la aceptación o la resignación de los sectores económicamente dominantes”(149). Se trata, en esencia, de un programa condicionado a futuro por el poder económico que fuga, ajusta, despide y precariza. El autor añade que

La convicción de quienes integramos Argentina Humana es construir un vínculo sano, sin amiguismos, con reglas claras, entre la dirigencia política y el empresariado. Reglas que permitan al empresariado obtener una rentabilidad que recompense su iniciativa y los riesgos tomados, contar con un Estado que sea un socio en términos de servicios e infraestructura (231).

Vieja y gastada, la fórmula del “capitalismo regulado por el Estado” emerge en las páginas de Argentina humana. Esa regulación sería, no obstante, mínima. Casi formal. El 3PQ no contiene medidas que afecten el poder de esa gran burguesía que, aún con cierta aprensión, aplaude el plan mileísta. Así como la Reforma agraria del siglo XXI no propone expropiar a los grandes terratenientes, la política de soberanía nacional deja prácticamente intacto el monopolio privado del comercio exterior que ejercen grandes cerealeras y oligopolios del complejo agroexportador. El capital financiero internacional tampoco debería temer: el Plan asume la tarea de “cancelar y renegociar el acuerdo con el FMI”, no de desconocer esa estafa monumental. Como Martín Guzmán y tantos otros, Grabois invita a buscar ese inhallable “FMI bueno”.

La estrategia de la impotencia

Argentina humana tiene un apartado destinado a delinear la estrategia política del proyecto impulsado por Grabois. Señala el autor que

La metodología que planteamos funciona como un trípode fluido entre fuerza política, movimiento social y gobierno popular (…) el movimiento social posee fundamentalmente una función reivindicativa, sindical, territorial, sociocomunitaria y/o productiva que hace a las necesidades inmediatas del pueblo (…) El movimiento social y la fuerza política nutren de cuadros la estatalidad gubernamental (Ejecutivo) y los organismos de representación (Legislativo) (…) debe mantener su rol de tensión frente a las estructuras institucionales y la fuerza política para recordarles permanentemente a los representantes para que están y a qué “príncipe” responden (200-201).

No hay “poder popular” ni nada que se aproxime. Llamado a ejercer presión sobre el Estado, ese abajo no gobierna. Puede peticionar. Puede, también, ubicar a sus representantes directos en el Gobierno, añorando que no acontezca aquello ocurrido infinitas veces: la traición. Sufre, no obstante, el límite estructural que impone la democracia capitalista: el poder económico vota todos los días; el pueblo trabajador, acotadamente, cada dos o cuatro años.

Si recurrimos a la historia reciente, los movimientos sociales no jugaron ningún papel sustantivo frente al gobierno del Frente de Todos. Al contrario; junto a las burocracias sindicales actuaron como vehículo de contención ante el malestar social que crecía como resultado del ajuste. Abandonando la lucha en las calles, empujaron a millones de personas por el camino del apoyo electoral a la derecha más reaccionaria, como vía de expresión de descontento. Desde que La Libertad Avanza está en el poder, las cosas no han sido muy distintas.

Humanismo de la resignación

El idealismo filosófico alimenta el humanismo de Grabois: los principios conceptuales parecen imponerse sobre las realidades materiales, aún reconociendo la existencia de estas. Necesitado de glorificar a la Iglesia, por ejemplo, escribe que la llegada del cristianismo “amplificó el universo de personas teórica y materialmente integradas en la comunidad y habilitadas a buscar la felicidad”. Admite, sin embargo, que se trataba de “una sociedad fuertemente jerarquizada” (42-44). Las palabras no alcanzan para describir aquella abismal distancia entre la espantosa miseria campesina y las promesas redentoras: la “igualdad ante dios” no anulaba la extrema desigualdad real.

Traído al presente, ese idealismo se desarma ante la crudeza de la realidad material. El humanismo abstracto y ahistórico colisiona con las tensiones sociales. Reconoce el autor que

Los intereses materiales y la vocación oligárquica de los billonarios (…) posiblemente se opongan a la realización del 3PQ (…) Teniendo en cuenta que nuestro enfoque es no violento, tiene que existir un consenso mínimo en torno a la vocación de convivencia e idealmente un pacto humanista...(226)

Pregonado por la Iglesia que encabeza el papa Francisco –jefe político de Grabois– ese humanismo invita a la resignación y al conformismo. Mientras alienta el conservadurismo social y la mansedumbre entre oprimidas y oprimidos, invoca una improbable caridad de las clases dominantes. Ilustrando esa concepción, el mismo Grabois escribió hace pocos años:

Nuestras propuestas de reforma agraria y urbana son, desde el punto de vista de los intereses de la clase propietaria, una medida de prevención de una situación de violencia inevitable frente al desamparo creciente de las masas desposeídas [3].

Pero, ¿qué sucede si las clases dominantes no se avienen a ese consenso humanista? ¿Si no escuchan los llamados pacificadores de la Iglesia y el propio Grabois? ¿Si la violencia permanente del arriba desata la respuesta combativa del abajo? Amalgamando lucha de clases con “violencia política”, el dirigente de Patria Grande anuncia:

Si lamentablemente las circunstancias llevaran a la reinstalación de la violencia política como forma “legítima” de lucha –lo que en un futuro remoto puede suceder si no se equilibra la situación nacional– nuestro proyecto Argentina Humana se disolvería ipso facto (…) la cuestión de la violencia política no es una táctica más dentro de las posibles sino un límite ético-político (226-227).

¿Los movimientos sociales y populares deben asumir ese límite que se autoimpone Grabois? ¿Pueden los trabajadores llevar a cabo huelgas con ocupación de fábricas, si las patronales despiden masivamente o cierran? ¿Pueden los movimientos feministas y de la diversidad sexual organizar su autodefensa ante agresiones misóginas y homofóbicas? ¿Pueden defenderse los sectores populares ante represiones estatales salvajes, como las desatadas por las fuerzas que comanda Bullrich? Argentina humana no responde esos interrogantes; no se los plantea siquiera.

Hace décadas, en un ensayo escrito a la luz del exilio, León Trotsky desnudaba el carácter impotente de las formulaciones filosóficas que delineaban un rumbo a “la felicidad común”:

...¿es que no existen reglas elementales de moral, elaboradas en el desarrollo de la humanidad en tanto que totalidad, y necesarias para la vida de una colectividad entera? Existen, sin duda. Pero la virtud de su acción es extremadamente limitada e inestable. Las normas “universalmente válidas” son tanto menos actuantes cuanto más agudo es el carácter que toma la lucha de clases [4].

Al “pacto humanista” de Grabois lo aquejan las mismas falencias; se deshace ante el calor intenso de las tensiones de clase. El humanismo funciona, en este caso, como prólogo al conformismo y la sumisión.

Manual de la resignación

Apenas nacido, 2025 se anuncia como año de luchas y combates. Lo mostró la masividad callejera el 1° de febrero. Lo ilustran, también, las numerosas batallas parciales en sectores de la clase trabajadora, la juventud o el movimiento de mujeres y diversidades. Esa resistencia se despliega desde el año pasado. Convoca a miles y miles de compañeros y compañeras en todo el país. Concentra un malestar político en ascenso, multiplicado con cada provocación oficial.

Se anuncia, también, como un año de tensiones y crisis en el arriba político. El escándalo del $Libragate sacudió los cimientos del edificio oficial, dañando la autoridad presidencial, creando una nueva situación que el abajo puede utilizar a su favor para potenciar el proceso de resistencia en curso.

Argentina humana no es un libro destinado a potenciar ese rumbo. Por el contrario, condensa la apuesta estratégica de parte del peronismo: permitir el avance del ajuste, esperando que el rechazo social decante en retorno electoral. Calendario en mano, su autor mira hacia 2027.

Tocando el piso de la política local, el humanismo termina cuajando en la vieja concepción del “mal menor”. Hacia el final del libro, dejando de lado la complejidad conceptual, Grabois convoca a reincidir en el más repetido de los fracasos políticos recientes. Revisitando sus propias palabras, escribe:

Cuando estalló el escándalo Fabiola y Alberto hice una declaración polémica. Afirmé que fue correcto votar a Scioli, Alberto y Massa (…) El fundamento de esta afirmación es la teoría del “mal menor” que, por conservadora que suene, no deja de ser absolutamente acertada en determinados momentos (...) El problema político de las últimas tres elecciones presidenciales fue la inexistencia de una opción viable de poder digno de investidura presidencial y dotado de un programa compartido por el conjunto (215).

El “mal menor” no era solo el candidato. Era el proyecto: una amalgama de retazos que unía al fragmentado peronismo en aras de ir “todos contra Macri”. Esa máxima habilitó la convergencia de Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa. Las “traiciones” pasadas se olvidaron; la unidad, precaria, se soldó con el loteo generalizado de cargos en el Estado. La calma fue escasa: antes de un año de gestión, la entonces vicepresidenta criticaba a quien ella había designado como candidato.

El “mal menor” fue, también, el fundamento de la pasividad y el conservadurismo que ejercieron burocracias sindicales y movimientos sociales entonces oficialistas. Bajo la retórica de “no hacerle el juego a la derecha”, se renunció a luchar contra la multiplicidad de ajustes que el Frente de Todos implementó. El resultado, conocido, fue la expansión de un individualismo que devino marea electoral en favor de Milei. Reincidir en ese rumbo –como propone hoy Grabois– conduce a nuevos y mayores fracasos.

La resistencia se despliega ante nuestros ojos; las contradicciones y errores del Gobierno, también. Nada impone a la resignación cómo único destino.

 
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