Blanco mortecino, excesivamente maquillado, el rostro de Javier Milei expone impotencia. Incapaz de ofrecer la verdad, el presidente elige pasar por bobo. Carente, por ahora, de chivos expiatorios, no puede siquiera inculpar a Hayden Davis, desarrollador repentinamente célebre, al que el troll center oficial linchó en redes. Esa palidez presidencial debió incrementarse horas más tarde, cuando se reveló público el pacto entre el canal TN y el Gobierno para proteger al mandatario.
El escándalo por la criptomoneda $LIBRA parece abrir un nuevo escenario político, signado por el desgaste de la autoridad presidencial. Los ritmos se presentan vertiginosos; los resultados -si es que existe tal cosa-, aún impredecibles. Pocos días alcanzaron para barrer esa imagen de imbatible economista experto; pocas horas fueron necesarias para destruir ese velo de impostado “moralismo” desde el que el mandatario habla siempre. Sumido en sus propios errores, Milei parece ahora un presidente mucho más vulnerable.
Ese ascenso del desprestigio político no puede escindirse de la crisis que recorre al modelo mileísta. Si por arriba las variables y planes no parecen enamorar a los llamados “mercados”, por abajo el malestar social se extiende entre votantes y no votantes. Las razones hay que buscarlas en esa víscera sensible que conforma el bolsillo obrero y popular. Una inflación contenida no equivale a un mejor pasar; expresa, por el contrario, la ferocidad de la recesión en curso.
En ese escenario se procesa la experiencia política con el mileísmo. Para el 44% que lo rechazó en las urnas, cada día se presenta como confirmación de esa decisión. La cultura y el arte, vehículos del malestar social por excelencia, se despliegan en escenarios como el Cosquín Rock. Las protestas contra despidos y por salario acompañan acciones de mayor alcance, como la masiva concentración del pasado 1° de febrero y como la que se verá, sin dudas, el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer.
El obstáculo a que esa resistencia se generalice lo conforman las conducciones peronistas. Si la CGT juega en su propio casino, sentada a la mesa del Gobierno, el peronismo “político” se debate en un universo de tensiones y roces que difícilmente se salden en un futuro cercano. Allí, una parte no menor ofrece votos y avales políticos al ajuste gubernamental. Lo ilustró la reciente votación por las PASO.
En la base mileísta, los desencantos tienen otro ritmo. Ahí, en ese voto de rabia, convergieron disímiles intereses. La Libertad Avanza fue el repudio plebeyo a un arriba que -vinculando política y negocios- se presentaba incapaz de solucionar problemas sociales urgentes. Fue, además, esperanza inquieta de esa juventud agobiada que, empobrecida y precarizada, ve en celulares y/o criptos una forma de ascenso social. Ese abajo procesa la experiencia de un día a día de miseria y privaciones.
Milei fue, al mismo tiempo, martillo y motosierra de la clase dominante; agente elegido de un ajuste feroz. Para la élite económica, que atraviesa sus propias tensiones y divisiones, el presidente de la criptoestafa es hoy el vehículo más seguro (posiblemente el único en condiciones) de aplicar el salvaje plan con el que pretende rediseñar el país. El resto del arco político patronal (macrismo, radicalismo y peronismo), aun predispuesto a ejecutar o aceptar diversas partituras del ajuste, arrastra los pies en un pantano de divisiones y fraccionamientos.
Milei y su exigua camarilla expresan nítidamente la crisis de representación de la vieja política capitalista. Ajeno al control de un partido o de otras instituciones, ese “triángulo de hierro” empujó al presidente por el camino aventurero de $LIBRA. Repitió, todo indica, un método que recorrió la campaña electoral del ahora presidente. Esa distancia entre el funcionario público y el consultor financiero se presenta inaccesible para el mandatario. El dolo, tantas veces negado este lunes, reside allí.
En la crisis política presente operan, también, aquellos actores que tienen capacidad de sustraerse al control del voto popular. Activas formadoras de opinión pública y sentidos comunes, las grandes corporaciones mediáticas ejercen su propio lobby. La filtración del video que develó el pacto con Milei induce preguntas, muchas: ¿el Grupo Clarín pretende imponerse al mismo Gobierno y por eso ejecutó este “movimiento” de periodismo de guerra? ¿juega junto a Macri para presionar por una alianza firme nítida entre el PRO y la La Libertad Avanza? ¿Acerca posiciones con Victoria Villarruel, eventual sucesora en una crisis política aguda? El listado no agota los interrogantes; ilustra, sin embargo, parte de las tensiones profundas que enmarcan la escena nacional.
El viejo régimen político, conocedor de las tradiciones rebeldes que habitan la sociedad argentina, prepara opciones frente a una mayor declinación mileísta. Operando en la cúspide del poder estatal, la vieja partidocracia en crisis alienta salidas que impidan una salida desde abajo, desde las mayorías trabajadoras. Convoca a depositar esperanzas solo en la acción del Congreso o del Poder Judicial, esas instituciones que acompañan el ajuste en curso.
Esa creciente debilidad de Milei es un punto de apoyo para el despliegue y el desarrollo de la lucha de clases. Para fortalecer una resistencia que, masificándose, abra el camino hacia una huelga general que, paralizando al poder estatal y del gran capital, entierre definitivamente al Gobierno de los estafadores seriales. Este miércoles, frente al Congreso Nacional, podemos dar un paso en ese camino, fortaleciendo la acción convocada por los movimientos de jubilados y los trabajadores del Hospital Bonaparte. Ahí, en las calles, es dónde hay que estar.
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