La empresa Luna Park S.A., firma de la que son accionistas el Arzobispado y la orden salesiana de la Iglesia Católica, cedió la concesión del mítico recinto a la empresa DF Enterntainment (cuyo titular Diego Finkelstein es socio del amigo de Milei Eduardo Elsztain en otra empresa). Todo indica que está entre los planes una remodelación polémica del Luna.
Templo de eventos canónicos de la cultura popular durante casi cien años, el Palacio de los Deportes inicia ahora un impreciso proceso de “renovación” que despertó polémicas.
Cuando José “Pepe” Lectoure y su socio Ismael Pace juntaron dinero para levantar en 1931 el definitivo Luna Park, jamás imaginaron que ese baldío descampado sobre tierras de relleno en la ribera de Buenos Aires se convertiría en uno de los sitios más exclusivos de la ciudad. Hoy, el predio está en las narices de Puerto Madero, por encima del Río de la Plata y al lado de Paseo del Bajo. Es decir: vista y conectividad aseguradas en la zona porteña donde más cotiza el metro cuadrado (alrededor de cinco mil dólares cada uno).
Por ese motivo es que desde hace más de una década resonaban rumores sobre millonarios intereses inmobiliarios en torno a esa manzana delimitada por la avenida Corrientes y las calles Madero, Bouchard, Lavalle. Un sector preciado y cercano a Catalinas Sur, donde en 2021 se inauguró una monumental torre de 30 pisos.
Los corrillos tomaron especial fuerza a partir de la muerte de Ernestina Devecchi, en 2013. La viuda de Pepe Lectoure y socia de su sobrino, Juan Carlos “Tito” Lectoure, fue la última propietaria de la familia tras la muerte de aquellos dos. Como no había dejado descendencia (Pepe había sufrido sífilis de joven y le recomendaron no tener hijos), Devecchi entregó por testamento el 95 por ciento de las “acciones” del Luna al Arzobispado de Buenos Aires con el propósito de que este lo administrara en beneficio de Cáritas y la orden salesiana San Juan Bosco.
La historia del Luna Park estuvo signada por pujas inmobiliarias e intereses políticos desde su mismo nacimiento: Lectoure y Pace se mudaron a la manzana actual después de haber sido desplazados de la ubicación inicial en Corrientes y Carlos Pellegrini (donde hoy está el Obelisco), ya que se iba a ensanchar la 9 de Julio y el Luna original quedaba en la zona a demoler. Incluso fueron varios los dirigentes políticos que intervinieron de una u otra manera: Juan Domingo Perón (asiduo concurrente a las veladas de box) impidió personalmente una orden de desalojo dictada por la Municipalidad de Buenos Aires en 1951 para ensanchar la avenida Madero, seis años después el vicepresidente de facto Isaac Rojas logró desarticular una orden de clausura, y Roberto Viola frenó durante la última Dictadura una declaración de Monumento Histórico que iba a limitar cualquier modificación arquitectónica.
Antes de convertirse en un templo del boxeo y del rock, el Luna fue escenario de hechos con alta relevancia política. Desde el multitudinario mitin de 1938 en celebración a la invasión de Hitler a Austria, a la postre la reunión más grande de simpatizantes nazis en la historia fuera de Alemania. Hasta el encuentro de Perón y Eva en el evento a beneficio por el terremoto en San Juan de 1944. O el acto del Papa Juan Pablo II en 1987. Más cerca en el tiempo, el arzobispo porteño Jorge Bergoglio solía utilizar el estadio para ordenar sacerdotes. Aunque ninguno de ellos fue tan masivo como el funeral de Carlos Gardel en 1936.
Tanto Pepe Lectoure como Ismael Pace murieron durante la década del ’50, por lo que la propiedad quedó en manos de sendas viudas. Pero Ernestina Devecchi de Lectoure ganó más espacio, al punto que, finalmente, ofertó comprarle la parte adicional a su socia. La nueva conducción se redondeó con el ingreso al negocio de Tito Lecoture, sobrino del finado Pepe y figura ascendente en la estructura del Luna tal como las misceláneas lo recuerdan.
Es que Tito le dio nueva impronta al lugar. Y lo consolidó no sólo como un templo del boxeo (y de otros deportes, de allí los mundiales de Básquet en 1950 y de Vóley en 1982), sino también como un lugar de recitales en el que el rock escribió varias de sus páginas inolvidables. Como el accidentado concierto de La Pesada del Rock & Roll en 1972 o el legendario “Adiós Sui Generis” que estableció un nuevo estándar de convocatoria dentro del género. Hitos a la altura de los cruces entre Gatica y Prada, o la pelea entre Ringo Bonavena y Goyo Peralta.
El inolvidable show de despedida de Sui Generis, uno de los tantos momentos históricos que albergó el Luna Park.
Para esa renovación fue clave el apoyo de su tía política Ernestina, con la que además mantuvo un discreto pero apasionado romance. Con perfil bajo y evitando todo tipo de exposición, Ernestina Devecchi se convirtió en una de las mujeres más poderosas de Argentina: contó el periodista Ernesto Cherquis Bialo que varias veces intentó juntarla con Ernestina Herrera de Noble y Amalia Fortabat para una producción periodística que hubiese sido resonante. Pero Devecchi siempre se opuso y nunca pudo ser.
En lo sucesivo, el Palacio de los Deportes acogió innumerables shows que quedaron marcados para siempre: el de Frank Sinatra producido por Palito Ortega en 1981, la presentación de Clics Modernos de Charly García en 1983, el récord de Lunas de Miguel Mateos/Zas en 1984, las visitas de Oasis en 1998, James Brown en 1999 (con Willy Crook como telonero) y BB King en 2010 y también la consagración de Rodrigo en el 2000.
La muerte de Ernestina Devecchi abrió una nueva era en la historia del estadio, ya que el Arzobispado de Buenos Aires administró el lugar pero acusando frecuentemente la caída de su explotación comercial. Algo que había reconocido públicamente Esteban Livera, quien tras el fallecimiento de su tío Tito Lectoure, en 2002, intentó volver a promover veladas boxísticas, aunque sin el éxito de antaño. Sin embargo, el lugar siguió siendo sede de espectáculos artísticos de renombre, una sala fija de la agenda porteña de grandes shows.
Con todo, en 2019 aparecieron versiones acerca del interés de un grupo inversor por hacerse del lugar a cambio de 50 millones de dólares. Sin embargo, había un obstáculo legal en la operación: en 2001 el Luna fue declarado como sitio de Interés Cultural, mientras que en 2007 también como Monumento Histórico Nacional. Además, pesa sobre la manzana una disposición de Área de Protección Histórica. Todas estas reglamentaciones impiden la modificación tanto de la arquitectura como del uso del lugar.
La única forma de revertir este escenario es que la Legislatura porteña modifique el código urbanístico, un mecanismo que se resuelve con mayoría especial, pero que tiene malos antecedente: en 2015 quisieron hacer lo mismo con una manzana en el barrio de Balvanera que fue demolida entera para construir justamente un estadio, pero la oposición de los vecinos terminó obligando al gobierno de la Ciudad a hacer allí una plaza.
Según el DiarioAr, en enero pasado la firma DF Entertainment obtuvo en manos del Arzobispado de Buenos Aires la concesión del Luna por 40 años a cambio de un millón de dólares y el pago de un canon anual del mismo valor. La acusación de fondo es que se logró una aprobación express la Comisión Nacional de Monumentos para la “demolición parcial y ampliación del Luna Park”.
Ante el impacto de semejante noticia, la nueva empresa se movió con sigilo. El Luna Park está cerrado oficialmente desde el 29 de diciembre, cuando Abel Pintos y Luciano Pereyra dieron lo que terminó siendo el último espectáculo en el lugar. El viernes pasado, 21 de febrero, la firma “Luna Park S.A.” hizo circular un comunicado: “Es absolutamente falso que se vaya a demoler el estadio (…) La historia del Luna Park es una historia de transformaciones, remodelaciones y reciclaje, y esta no es más que otra etapa en este proceso de renovación continua”. ¿Será cierto? Habrá que esperar.