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2 de marzo de 2025 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Marxismo y procedimientos lógicos: el caso de Trotsky
Juan Dal Maso | [email protected]
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En el marxismo, el tema de la lógica ha sido ampliamente discutido, con una variedad de posiciones que van desde la postulación de la dialéctica como una "lógica superior a la lógica formal" hasta las que proponen desechar a la dialéctica sin más, pasando por todo tipo de reflexiones, incluidas las que buscan vincular el enfoque dialéctico con ciertos aspectos de la lógica formal (particularmente con la lógica de relaciones). Esta variedad obedece a la multiplicidad de tradiciones (sin olvidarnos del impacto de la burocratización encabezada por Stalin en los debates científicos y filosóficos en la URSS y el movimiento comunista del siglo XX). Aquí no buscaremos discutir todas esas cuestiones, sino que nos enfocaremos en el estudio de un caso particular, cuyas características podrían valer para buena parte del cuerpo teórico marxista, al mismo tiempo que muestra la variedad de recursos lógicos que se utilizan en la tradición en cuestión. Analizaremos los principales argumentos y procedimientos lógicos realizados por León Trotsky. Cuando decimos "lógicos" utilizamos el término en un sentido amplio, no limitado a la lógica simbólica clásica (centrada en el razonamiento deductivo). Esta es una disciplina altamente formalizada con la que no se podría abarcar exactamente el conjunto de argumentaciones, análisis e hipótesis puestas en marcha por Trotsky. Por eso recurriremos a otras variantes, contempladas por la lógica informal, la filosofía y la epistemología, aunque veremos en qué medida estos procedimientos se combinan con razonamientos deductivos. Antes de ir analizando estos distintos procedimientos, diremos algunas cuestiones más generales sobre el modo de construir conocimiento del marxismo y su relación con la ciencia, la filosofía y la lógica [1].

Una "ciencia histórico-social sui generis" y sus modos de razonar y argumentar

La expresión entrecomillada en el subtítulo pertenece a Manuel Sacristán, en su conferencia de 1978 titulada "El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia". En esa exposición, Sacristán señalaba que en Marx había tres vertientes que daban forma a su noción de ciencia, así como a su propia labor científica: la "ciencia normal" (expresión con la que usaba libremente la definición de Kuhn sobre una ciencia que trabaja en base a un paradigma ya establecido, pero con la que Sacristán hacía referencia a la ciencia que trabaja con el método hipotético-deductivo y la comprobación empírica o demostración algorítmica), la crítica joven-hegeliana (que era fundamentalmente crítica de puntos de vista volcados en textos teóricos) y la "ciencia alemana", es decir, la dialéctica, que se propone reconstruir el "movimiento de la cosa" y ofrecer una composición totalizadora del objeto analizado. Para los fines de este artículo, lo que nos importa señalar es que esta multiplicidad de fuentes tiene como consecuencia la coexistencia de diversos modos de razonamiento, argumentación y construcción teórica, algunos más propios de las ciencias (formulación de hipótesis), otros de la filosofía; y los esquemas de razonamientos que no están contemplados en la lógica formal (analogías, generalización por enumeración y experimentos mentales) otros de la lógica formal (razonamientos deductivos), además de los procedimientos intelectuales característicos de la dialéctica (identificación de contradicciones u oposiciones, reconstrucción del devenir, totalización mediante la combinación de análisis y composición).

Resultados y perspectivas: formulación de hipótesis, experimentos mentales y argumentos deductivos

De los realizados por Trotsky, el procedimiento más significativo en términos teóricos es el de la formulación de hipótesis, que sigue los parámetros planteados por Pierce en su artículo clásico, y consiste en la inferencia de una regla a partir de un caso.

En “Deducción, inducción e hipótesis”, Charles S. Pierce señaló que la formulación de una hipótesis busca comprender un caso, infiriendo la regla que lo explica y construyendo de ese modo la mejor explicación posible. Difiere de la deducción en que no parte de la regla para derivar de ella la explicación del caso (no conocemos la regla al momento de buscar formularla) y difiere de la inducción en que no busca establecer una regla en base a una generalización construida a partir de muchos casos con determinadas características comunes. Esta cuestión se retoma, utilizando el término “abducción” para el razonamiento correspondiente a la formulación de hipótesis en una intervención posterior de Pierce. Se suele definir este modo de razonar como un “salto a la mejor explicación”.

Así procede Trotsky en Resultados y perspectivas, cuando elabora una hipótesis sobre las características de la Revolución rusa. La regla general que presupone y crea las condiciones para la hipótesis de la transformación de la revolución democrático-burguesa en socialista es que la integración de un país “rezagado” en la economía mundial inhibe su desarrollo “normal” del que podrían ser modelos en lo económico Inglaterra y en lo político Francia. La misma cuestión fue abordada en términos de una mayor generalización mediante la conceptualización del desarrollo desigual y combinado (a la que hace referencia Trotsky en 1928 en su crítica del programa de la IC y formula de modo más explícito en 1930-31 en su Historia de la Revolución rusa), en ese caso como una regla general que caracteriza el proceso histórico, especialmente en la época capitalista.

La combinación de capitalismo y autocracia implicaba que la burguesía era un factor del status quo y no una clase revolucionaria, quedando ese rol para el proletariado, que accedería al poder como caudillo de la nación oprimida con una política democrática general, pero para poder sostenerse debía tomar una política cada vez más de clase, transformándose con ello la revolución democrática en socialista. Cuando realizó esta hipótesis, Trotsky no elaboró una teoría general sino una teoría centrada en la Revolución rusa, pero delineaba ciertas cuestiones generales, como se puede ver en el párrafo que sigue:

Es posible que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al poder que en un país capitalista evolucionado. En 1871, se hizo cargo conscientemente de la dirección de los asuntos públicos en el París pequeñoburgués, aunque sólo por un período de dos meses; pero ni por una sola hora tomó el poder en los grandes centros capitalistas de Inglaterra o de los Estados Unidos. La idea que la dictadura proletaria depende en algún modo automáticamente de las fuerzas y medios técnicos de un país, es un prejuicio de un materialismo "económico" simplificado hasta el extremo. Tal concepto no tiene nada en común con el marxismo. En nuestra opinión la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de hacer un despliegue completo de su genio político.

Trotsky utiliza también un recurso muy común en la argumentación filosófica que es de los experimentos mentales [2], en los que se presenta una situación imaginaria mediante la cual se intenta poner a prueba una posición o un argumento. En el caso de Resultados y perspectivas, se usa este recurso para argumentar sobre la imposibilidad de una revolución que se detenga en un estadio de realización de tareas democrático-burguesas:

Pero una vez que el poder se encuentre en manos del gobierno revolucionario con una mayoría socialista, la diferencia entre el programa mínimo y el máximo pierde prácticamente toda importancia, tanto "de principio" como en la práctica. Un gobierno proletario no puede, de ningún modo, actuar dentro de un marco tan limitado. Tomemos la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas. Como es sabido, no se contradice en lo más mínimo con las condiciones capitalistas de producción y entra, por tanto, en el programa mínimo de la socialdemocracia. Pero imaginémonos el cuadro de su realización real durante un período revolucionario en el que todas las pasiones sociales están en tensión. La nueva ley chocaría, sin duda, con la resistencia organizada y obstinada de los capitalistas, por ejemplo en forma de lockout y cierre de fábricas y empresas. Centenares de miles de obreros serían puestos en la calle. ¿Qué tendría que hacer el gobierno? Un gobierno burgués, por muy radical que fuese, no permitiría que se llegase a este punto ya que se vería impotente con las fábricas y empresas cerradas. Tendría que hacer concesiones, la jornada de ocho horas no sería introducida, la indignación del proletariado sería reprimida...
Bajo la dominación política del proletariado, la introducción del día laborable de ocho horas tendría que conducir a consecuencias muy distintas. El cierre de fábricas y empresas por los capitalistas naturalmente no puede ser motivo para prolongar la jornada laboral por parte de un gobierno que se quiere apoyar en el proletariado y no en el capital –como el liberalismo– y que no quiere desempeñar el papel de intermediario "imparcial" de la democracia burguesa. Para un gobierno obrero sólo hay una salida: la expropiación de las fábricas y empresas cerradas y la organización de su producción sobre la base de la gestión colectiva.

Este recurso se combina con el uso de razonamientos deductivos (el decir, aquellos que están estructurados de modo tal que la conclusión se deriva necesariamente de las premisas) como en el párrafo que sigue:

La dominación política del proletariado es incompatible con su esclavización económica. Poco importa la bandera política bajo la cual el proletariado haya llegado al poder: estará obligado a proseguir una política socialista. Hay que considerar como la mayor utopía la idea de que el proletariado –después de haberse elevado, mediante la mecánica interna de la revolución burguesa, a las alturas de la dominación estatal– puede, ni siquiera aunque así lo desease, limitar su misión a la creación de condiciones republicano-democráticas para el dominio social de la burguesía. Incluso una pasajera dominación política del proletariado debilitará la resistencia del capital, el cual necesita siempre del apoyo del poder político, y otorgará unas dimensiones grandiosas a la lucha económica del proletariado. Los obreros no pueden por menos que pedir del poder revolucionario el apoyo para los huelguistas; y el gobierno, apoyándose en los obreros, no puede negar esta ayuda. Pero esto significa ya paralizar la influencia del ejército de reserva del trabajo y es equivalente al dominio de los obreros, no sólo en el terreno político sino también en el económico, y convierte la propiedad privada de los medios de producción en una ficción. Estas inevitables consecuencias socioeconómicas de la dictadura del proletariado surgirán muy pronto, mucho antes de que la democratización del orden político esté terminada. La barrera entre el programa "mínimo" y el "máximo" desaparece en cuanto el proletariado obtiene el poder.

Se trata de un argumento deductivo [3] y se puede reconstruir en forma estándar del siguiente modo:

Si se establece la dictadura del proletariado, entonces el gobierno no podrá limitarse a las medidas democráticas y tendrá que dar apoyo a los obreros contra la dominación económica de la burguesía.

Si el gobierno no se limita a las tareas democráticas y apoya a los obreros contra la dominación económica de la burguesía, entonces tendrá que afectar la propiedad privada.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Si se establece la dictadura del proletariado, entonces esta tendrá que afectar la propiedad privada.

En el lenguaje de la lógica de enunciados, se podría simbolizar así:

Diccionario: p: se establece la dictadura del proletariado; q: el gobierno se limita a medidas democráticas; r: el gobierno apoya a los obreros contra la dominación económica de la burguesía; s: el gobierno afecta la propiedad privada.

p→(-q ∧ r), (-q ∧ r)→s ├ p→s

La demostración de validez mediante cálculo de deducción natural es muy sencilla. Recordemos que para la derivación mediante cálculo de deducción natural tenemos que poner primero las premisas con guion y número y luego, con número pero sin guion, las fórmulas que se obtienen aplicando las reglas de transformación hasta obtener la conclusión, anotando del lado derecho la regla que utilizamos y los números de las líneas a las que se aplicó. En este caso, utilizamos la regla de silogismo hipotético, cuya forma es

A→B
B→C
---------
A→C

Yendo a nuestro argumento, p correspondería a A, (-q ∧ r) a B y s a C.

Así queda, entonces, la derivación:

p→(-q ∧ r), (-q ∧ r)→s ├ p→s
-1. p→ (-q ∧ r)
-2. (-q ∧ r)→s
3. p→s. Sil. 1, 2

Se trata de un razonamiento deductivo válido.

En síntesis, con los fragmentos citados, podemos ver cómo Trotsky utilizó el razonamiento abductivo, los experimentos mentales y la deducción, construyendo su argumentación mediante la combinación de estas herramientas. A continuación, veremos, a partir de otras elaboraciones posteriores a Resultados y perspectivas, que –manteniendo la centralidad de los razonamientos abductivos– Trotsky utiliza también otros recursos.

Revolución permanente y dualidad de poderes: uso complementario de la generalización por enumeración

Otro procedimiento utilizado por Trotsky es el de la generalización a partir de la enumeración de casos. Si bien en el plano epistemológico se han señalado muchas veces las limitaciones de un “inductivismo ingenuo” porque la observación depende de la teoría y por ende la generalización no surge como una extensión de lo que arrojan los casos puntuales sino mediante un procedimiento más complejo, que supone ciertas premisas teóricas, explícitas o implícitas, en el caso de Trotsky el recurso a la generalización mediante enumeración [4] suele ponerse en práctica en combinación con la formulación de hipótesis o razonamiento abductivo, dentro de un marco teórico previamente establecido.

Tal es el caso de la formulación de la versión “madura” de la teoría de la revolución permanente (1929-30) que recupera lo ya señalado en Resultados y perspectivas sobre la transformación de la revolución “democrático-burguesa” en socialista, pero lo generaliza para todos los países coloniales, semicoloniales y de desarrollo burgués rezagado, al mismo tiempo que estipula otras cuestiones teóricas generales que hacen a la revolución socialista contemporánea como tal (incluyendo explícitamente las revoluciones en países metropolitanos). Por un lado, las conclusiones de las Revoluciones rusa (1905 y 1917) y china (1925-27) permiten generalizar la hipótesis de transformación de la revolución democrática en socialista ya formulada para Rusia en 1905. Por otro, esta generalización va acompañada de hipótesis teóricas vinculadas a otros problemas del debate del período, como el carácter internacional de la revolución y sus problemas en la sociedad de transición, así como las diferencias de tiempos entre países periféricos y metropolitanos, y otras cuestiones. Dicho sea de paso, varias de las tesis con que cierra Trotsky La revolución permanente tienen la estructura de razonamientos deductivos, con lo cual podemos reforzar la idea planteada en el apartado anterior sobre la combinación de procedimientos.

Otro caso que combina la formulación de hipótesis con la generalización inductiva es el de la conceptualización de la dualidad de poderes como una situación característica de toda revolución (y no solamente como una excepción rusa). Si analizamos la argumentación de Trotsky, veremos que, en primer lugar, postula como característico de toda revolución el desarrollo de una situación de poder dual:

La mecánica política de la revolución consiste en el paso del poder de una a otra clase. La transformación violenta se efectúa generalmente en un lapso de tiempo muy corto. Pero no hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la de dominadora súbitamente, de la noche a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución. Es necesario que ya en la víspera ocupe una situación de extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente dominante; más aún, es preciso que en ella se concentren las esperanzas de las clases y de las capas intermedias, descontentas con lo existente, pero incapaces de desempeñar un papel propio. La preparación histórica de la revolución conduce, en el período prerrevolucionario, a una situación en la cual la clase llamada a implantar el nuevo sistema social, si bien no es aún dueña del país, reúne de hecho en sus manos una parte considerable del poder del Estado, mientras que el aparato oficial de este último sigue aún en manos de sus antiguos detentadores. De aquí arranca la dualidad de poderes de toda revolución.

Posteriormente, da un conjunto de ejemplos históricos de diversas revoluciones (la inglesa en el siglo XVII, la francesa en el siglo XVIII y la propia Revolución rusa) como apoyo a su afirmación, cuya reproducción completa omitimos aquí por razones de espacio, remitiendo al texto de Trotsky para más detalles. Citaremos solamente un pequeño recorte como para ilustrar un poco el discurrir de la argumentación:

La revolución inglesa del siglo XVII, precisamente porque fue una gran revolución que removió al país hasta su entraña, representa una sucesión evidente de regímenes de poder dual con tránsitos bruscos de uno a otro en forma de guerras civiles [...] Así, por los peldaños de la dualidad de poderes, la Revolución francesa asciende en el transcurso de cuatro años hasta su culminación. Y desde el 9 Termidor, la revolución empieza a descender otra vez por los peldaños de la dualidad de poderes. Y otra vez la guerra civil precede a cada descenso, del mismo modo que antes había acompañado cada nueva ascensión. La nueva sociedad busca de este modo un nuevo equilibrio de fuerzas.

El análisis detallado de ambos procesos, a los que se suma la cuestión de la dualidad de poderes posterior a la revolución de febrero de 1917 en Rusia, sugiere que Trotsky estudió el tema con cierta minuciosidad. Sin embargo, en base a las características de su trabajo teórico, se puede afirmar –sin miedo a establecer una conclusión apresurada– que la generalización de la dualidad de poderes surge de una hipótesis formada a partir de la experiencia rusa y que los ejemplos de revoluciones anteriores juegan el papel de apoyar esa hipótesis y por tanto no tienen antecedencia cronológica respecto de esta, otorgando a la generalización por enumeración un carácter complementario con la formulación de hipótesis.

El Termidor soviético y el poder de la analogía

El argumento por analogía forma parte de los razonamientos inductivos, por lo que en él se pretende que su conclusión quede fundamentada con cierto grado de probabilidad (y no con necesidad como es el caso de los razonamientos deductivos). En un argumento analógico, sobre la base de la similitud entre dos entidades en dos aspectos, y a partir de que una de esas entidades tiene una tercera propiedad, se infiere que la otra entidad también tiene esa propiedad (cabe aclarar que el razonamiento puede referirse a más de dos entidades y a más de dos aspectos similares). Suelen utilizarse seis criterios para la estimación de razonamientos analógicos: a) relevancia de los aspectos comparados; b) variedad de los ejemplos mencionados en las premisas, c) cantidad de desemejanzas entre los ejemplos mencionados en las premisas y el ejemplo que se menciona en la conclusión; d) cantidad de entidades; e) fuerza de la conclusión con respecto a las premisas (por ej si algo pasó en un plazo de 5 meses, prever que su análogo durará 5 meses y no cinco años); f) cantidad de aspectos (entre los cuales se establece la analogía) [5].
Este razonamiento utilizó Trotsky para el análisis del “Termidor soviético”, sobre el cual volvió en distintas ocasiones, modificando la definición del fenómeno, e intentando precisar la analogía histórica. En 1929, en su artículo ¿Adónde va la república soviética?, señalaba:

Los once años de la revolución soviética pueden dividirse, a su vez, en una serie de etapas, dos de ellas más importantes que las demás. A grandes rasgos puede considerarse que la enfermedad de Lenin y el comienzo de la campaña contra el “trotskismo” marcan la línea divisoria entre ambas. El segundo período, que provocó un cambio radical en la dirección, se caracterizó por una indiscutible reducción de la intervención directa de las masas. El arroyo volvió a su cauce. Por encima de las masas, el aparato administrativo centralizado se elevó cada vez más. El estado soviético y el ejército se burocratizaron. Se acrecentó la distancia entre el estrato gobernante y las masas. El aparato se volvió cada vez más autosuficiente. El funcionario de gobierno se convenció cada vez más de que la Revolución de Octubre se hizo precisamente para poner el poder en sus manos y garantizarle una posición privilegiada. […] La mayoría de estos funcionarios que se han elevado por encima de las masas son profundamente conservadores. Tienden a pensar que todo lo que se necesita para el bienestar humano ya está hecho, y a considerar como un enemigo a quien así no lo reconozca. Estos elementos sienten hacia la Oposición un odio orgánico; la acusan de sembrar con sus críticas la insatisfacción entre las masas, de minar la estabilidad del régimen y de amenazar las conquistas de Octubre con el espectro de la “revolución permanente”. Esta capa conservadora, el puntal más importante con que cuenta Stalin en su lucha contra la Oposición, tiende a ir mucho más a la derecha –hacia los nuevos elementos propietarios– que el propio núcleo principal de su fracción. […] Cuando un protagonista de una revolución comienza a renegar de la misma sin romper con la base social de apoyo de la revolución, se ve obligado a calificar su caída como ascenso y a confundir su mano derecha con la izquierda. Es precisamente por eso que los stalinistas acusan de “contrarrevolucionaria” a la Oposición y hacen esfuerzos desesperados por meter en la misma bolsa a sus adversarios de derecha e izquierda. De aquí en adelante la palabra “emigrado” servirá al mismo fin. En realidad, hoy existen dos tipos de emigrados: uno fue arrojado del país por el ascenso de masas de la revolución, el otro sirve de índice del éxito obtenido por las fuerzas hostiles a la revolución. Cuando la Oposición habla de termidor, como analogía con la clásica revolución de fines del siglo XVIII, se refiere al peligro de que, en vista de los fenómenos y tendencias mencionados, la lucha de los stalinistas contra la izquierda sea el punto de partida de un cambio oculto en la naturaleza social del poder soviético.

Luego, expone la analogía:

La primera etapa en el camino de la reacción fue el termidor. Los nuevos funcionarios y propietarios querían gozar en paz de los frutos de la revolución. Los viejos jacobinos intransigentes constituían un obstáculo en su camino; pero los nuevos estratos propietarios no osaban aparecer con su bandera propia. Necesitaban esconderse detrás de los jacobinos. Durante un lapso breve utilizaron a algunos jacobinos de segundo o tercer orden. Al nadar a favor de la corriente, estos jacobinos le allanaron el camino a Bonaparte; éste, con sus bayonetas y su código legal, consolidó el nuevo sistema de propiedad. También en la tierra de los soviets pueden hallarse elementos de un proceso termidoriano aunque, por cierto, con características que le son propias. Se destacaron de manera muy evidente en estos últimos años. Los que hoy detentan el poder desempeñaron un papel absolutamente secundario en los acontecimientos críticos del primer período de la revolución, o fueron francos adversarios de ésta y sólo se le unieron después de que hubo triunfado. Ahora sirven para encubrir a los estratos y grupos que, si bien son hostiles al socialismo, son demasiado débiles para provocar un vuelco contrarrevolucionario, y por ello tratan de lograr el tránsito pacífico y termidoriano, de vuelta hacia la sociedad burguesa; tratan, para utilizar las palabras de uno de sus ideólogos, de “bajar la cuesta con los frenos puestos”.

En un artículo posterior, de 1933, Trotsky retomaba este tema y definía: el termidor como la “contrarrevolución pequeñoburguesa, que realmente se cree revolucionaria, que no quiere el dominio del capital, pero que inevitablemente lo prepara”. Pero luego modificó la definición y periodización del fenómeno del Termidor soviético, intentando precisar la analogía con el Termidor clásico de la Revolución francesa. En 1935, en un texto fundamental en el proceso de sus reflexiones sobre la burocratización de la URSS, propuso “precisar y corregir” la analogía histórica:

… hoy tenemos que admitir que la analogía del Termidor oscureció mas que clarificó el problema. El Termidor de 1794 produjo el traspaso del poder de algunos grupos de la Convención a otros, de uno a otro sector del “pueblo” victorioso. ¿Fue contrarrevolucionario? La respuesta depende la extensión que le demos, en cada caso concreto, al concepto de “contrarrevolución”. El cambio social que se dio entre 1789 y 1793 fue de carácter burgués. En esencia se redujo a la sustitución de la propiedad feudal fija por la “libre” propiedad burguesa. La contrarrevolución “correspondiente” a esta revolución tendría que haber significado el restablecimiento de la propiedad feudal. Pero el Termidor ni siquiera intentó tomar esta dirección. Robespierre buscó apoyo entre los artesanos, el Directorio entre la burguesía mediana. Bonaparte se alió con los banqueros. Todos estos cambios, que por supuesto no sólo tenían un sentido político sino también un sentido social, se dieron sin embargo sobre la base de la nueva sociedad y el nuevo estado de la burguesía. El Termidor fue la reacción actuando sobre los fundamentos sociales de La Revolución.

Luego vuelve sobre la analogía, planteando que hay que corregirla y precisarla:

El vuelco del 9 de Termidor no liquidó las conquistas básicas de la revolución burguesa pero traspasó el poder a manos de los jacobinos más moderados y conservadores, los elementos más pudientes de la sociedad burguesa. Hoy es imposible no ver que en la revolución soviética también se dio, hace mucho tiempo, un giro a la derecha, totalmente análogo al Termidor aunque de ritmo mucho más lento y formalmente más disimulado. La conspiración de la burocracia soviética contra el ala izquierda pudo mantener en las etapas iniciales su carácter relativamente “sobrio” porque se ejecutó mucho más sistemáticamente y a fondo que la improvisación del 9 de Termidor.

También agrega una diferencia entre la burguesía y la clase obrera como clases dirigentes, que busca precisar el momento en que comienza el Termidor soviético:

Socialmente el proletariado es más homogéneo que la burguesía, pero contiene en su seno una cantidad de sectores que se manifiestan con excepcional claridad luego de la toma del poder, durante el período en que comienzan a conformarse la burocracia y la aristocracia obrera ligada a ella. El aplastamiento de la Oposición de Izquierda implicó en el sentido más directo e inmediato el traspaso del poder de manos de la vanguardia revolucionaria a los elementos más conservadores de la burocracia y del estrato superior de la clase obrera. 1924: he ahí el comienzo del Termidor soviético.

Una vez señaladas las precisiones anteriores, analicemos la analogía realizada por Trotsky, según los requisitos antes señalados: a) relevancia de los aspectos comparados: se busca la similitud en las causas principales de dos procesos de retroceso en la revolución, de modo tal que el caso francés sirva para entender el caso soviético, que es lo que se está tratando de explicar; b) variedad de los ejemplos mencionados en las premisas: la variedad no es tanta, porque se trata de dos revoluciones pero de las más importantes hasta el momento en que se realiza la analogía, por lo que se puede considerar cubierto el requisito de variedad por la relevancia de los casos tomados en cuenta; c) cantidad de desemejanzas entre los ejemplos mencionados en las premisas y el ejemplo que se menciona en la conclusión: aquí quizás no es tanto la cantidad como la calidad de las desemejanzas, son revoluciones con distinto carácter de clase y la situación general del capitalismo es muy distinta, lo cual refuerza a su vez las similtudes entre los procesos de deriva conservadora, por tener características parecidas a pesar de la diferencia abismal de contexto; d) cantidad de entidades: ídem b; e) fuerza de la conclusión con respecto a las premisas: la conclusión recoge los principales aspectos planteados en las premisas y se plantea como altamente probable sin excederse en el pronóstico (de hecho, en otros pasajes que no citamos, señala que no necesariamente va a consumarse); f) cantidad de aspectos (entre los cuales se establece analogía): la cantidad de aspectos se satisface: en ambos casos se toman diversas artistas que hacen al proceso, como la existencia de un partido formalmente revolucionario en el poder, el rol de los funcionarios conservadores que hoy juegan un rol prominente pero ocuparon papeles secundarios en la revolución, las tendencias conservadoras en la sociedad que empujan hacia la restauración del viejo orden, luego de un período de ascenso de la lucha de clases y posterior reflujo, etc.

Hay que tener en cuenta también que, al estar buscando fundamentar la posibilidad de hablar de un “Termidor soviético”, la analogía puesta en práctica por Trotsky se ciñe a la comparación con el caso francés, que sería el Termidor original. Quizás incluir otros casos de procesos de deriva conservadora (por ejemplo en la Revolución inglesa del siglo XVII ya nombrada a propósito de la dualidad de poderes o en las revoluciones de 1848) hubiera permitido reforzar las conclusiones si lo que se buscaba era una reflexión sobre la alternancia de revoluciones y reacciones y/o contrarrevoluciones. Sin embargo, como Trotsky busca algo mucho más específico, la analogía solamente puede apoyarse en el caso francés, de allí que cumpla con los requisitos de un razonamiento analógico pero de un modo particular, como explicamos.

La dialéctica: contradicción, transición, singularidad y totalización

En las obras de Trotsky no hay mucho comentario específicamente “metodológico” sobre la dialéctica, con excepción de sus Escritos sobre Lenin, dialéctica y evolucionismo –que se podrían considerar más filosóficos (en el sentido de una defensa del "materialismo dialéctico" como filosofía en sentido sustantivo) que propiamente metodológicos–, algunos pasajes de En defensa del marxismo y algunos escritos inconclusos. De estos trabajos, los más ricos en cuanto a alcances, profundidad de las reflexiones y preguntas que se plantean, son los primeros, aunque se componen anotaciones y borradores. Sobre ellos, se puede consultar la introducción de Ariane Díaz a la edición en castellano del libro y esta nota de divulgación de mi autoría.

En este contexto, se podría pensar que Trotsky –y no es el único marxista en proceder así– ha utilizado mucho más la dialéctica de lo que la expuesto en términos de doctrina. Esto se da porque el interés de Trotsky por la dialéctica tenía que ver menos con la cuestión de la formulación de un pensamiento filosófico general y más con la posibilidad de comprender la dinámica y la singularidad de los procesos históricos, acompasando esa comprensión de la singularidad con la formulación de hipótesis o leyes generales. Algo de esto plantea, cuando recuerda en su autobiografía sus lecturas de Antonio Labriola en la cárcel de Odesa, lecturas que lo llevaron a adherirse al marxismo:

Labriola manejaba como pocos escritores latinos la dialéctica materialista en el campo de la filosofía de la historia [...] Aunque hayan pasado treinta años desde que leí sus ensayos, todavía recuerdo perfectamente su pensamiento como un refrán: “las ideas no caen del cielo”. Después de esto los teóricos rusos de la multiplicidad y la diversidad de factores como Lavrov, Mijailovsky, Kareiev y otros me parecieron poco consistentes […] Más tarde, encontré en Marx, Engels, Plejanov, Mehring, la confirmación de lo que en la cárcel me parecía una simple conjetura aún sujeta a la verificación y que necesitaba ser fundamentada. Desde el principio, asimilé el materialismo histórico de una forma no dogmática. La dialéctica se presentó frente a mí, para comenzar, no en sus definiciones abstractas sino como una energía viva que yo descubría en el proceso histórico mismo, en la medida en que yo buscaba comprenderlo.

Su lectura de la dialéctica resalta, por un lado, la capacidad de presentar las “fuerzas vivas” del movimiento histórico (en lo que parecería una reformulación especial, no panlogista, del “movimiento de la cosa” hegeliano), así como la cuestión del cambio cualitativo (emergencia de nuevas propiedades o estructuras) como clave para comprender las catástrofes, rupturas y revoluciones.

Este párrafo de sus Escritos sobre Lenin, dialéctica y evolucionismo parece ser una buena síntesis de su pensamiento al respecto:

Algunos objetos (fenómenos) son fácilmente confinados dentro de fronteras de acuerdo a la clasificación lógica, otros [se nos] presentan [con] dificultades: pueden ser ubicados aquí o allá, pero en una relación más estricta, en ningún lugar. Mientras provocan la indignación de los sistematizadores, tales formas transicionales son excepcionalmente interesantes para los dialécticos, ya que rompen las limitadas fronteras de la clasificación, revelando las conexiones reales y la consecución de un proceso vivo.

Yendo a un plano más concreto y dentro de sus usos de la dialéctica para la elaboración de sus ideas teóricas, podemos citar el que hace en La revolución traicionada. En dicha obra, Trotsky define la economía soviética como una economía de transición entre el capitalismo “atrasado” ruso y el socialismo futuro, definiendo que el Estado soviético tiene un “carácter dual” o un “doble carácter”: “socialista” en la medida en que “defiende la propiedad colectiva de los medios de producción” y “burgués” en la medida en que “el reparto de los bienes se lleva a cabo por medio de medidas capitalistas de valor”.

Para realizar esta definición, Trotsky parte de la ubicación de la URSS en la economía mundial, lo cual permite realizar un procedimiento de totalización, que es doble: ubicar a la URSS como parte de un marco más amplio, pero a la vez comprender su singularidad, como veremos más adelante:

La URSS actual no sobrepasa el nivel de la economía mundial; no hace más que alcanzar a los países capitalistas. Si la sociedad que debía formarse sobre la base de la socialización de las fuerzas productivas de los países más avanzados del capitalismo representaba para Marx la "etapa inferior del comunismo", esta definición no se aplica seguramente a la URSS que sigue siendo, a ese respecto, mucho más pobre en cuanto a técnica, a bienes y a cultura que los países capitalistas. Es más exacto, pues, llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, transitorio entre el capitalismo y el socialismo, o preparatorio al socialismo, y no socialista.

Es importante destacar que esta definición busca exponer una lucha entre diversas tendencias inherentes a la realidad de la URSS, es decir, no de una contradicción definida abstractamente que luego se proyecta sobre el movimiento de la realidad, sino una conceptualización que busca captar –como ya dijimos– la singularidad de la realidad bajo estudio. El propio Trotsky destaca esta cuestión y señala los problemas que puede plantear una definición así para un pensamiento de tipo dogmático:

El Estado que se impone como tarea la transformación socialista de la sociedad, como se ve obligado a defender la desigualdad, es decir los privilegios de la minoría, sigue siendo, en cierta medida, un Estado "burgués", aunque sin burguesía. Estas palabras no implican alabanza ni censura; simplemente llaman a las cosas por su nombre. Las normas burguesas de reparto, al precipitar el crecimiento del poder material, deben servir a fines socialistas. Pero el Estado adquiere inmediatamente un doble carácter: socialista en la medida en que defiende la propiedad colectiva de los medios de producción; burgués en la medida en que el reparto de los bienes se lleva a cabo por medio de medidas capitalistas de valor, con todas las consecuencias que se derivan de este hecho. Una definición tan contradictoria asustará, probablemente, a los escolásticos y a los dogmáticos; no podemos hacer otra cosa que lamentarlo.
La fisonomía definitiva del Estado obrero debe definirse por la relación cambiante entre sus tendencias burguesas y socialistas. La victoria de las últimas debe significar la supresión irrevocable del gendarme o, en otras palabras, la reabsorción del Estado en una sociedad que se administre a sí misma. Esto basta para hacer resaltar la inmensa importancia del problema de la burocracia soviética, hecho y síntoma.

Y, más adelante, agrega:

Calificar de transitorio o de intermedio al régimen soviético, es descartar las categorías sociales acabadas como el capitalismo (incluyendo al "capitalismo de Estado"), y el socialismo. Pero esta definición es en sí misma insuficiente y susceptible de sugerir la idea falsa de que la única transición posible del régimen soviético conduce al socialismo. Sin embargo, un retroceso hacia el capitalismo sigue siendo perfectamente posible. Una definición más completa sería, necesariamente, más larga y más pesada. La URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, en la que: a) Las fuerzas productivas son aún insuficientes para dar a la propiedad del Estado un carácter socialista; b) La tendencia a la acumulación primitiva, nacida de la sociedad, se manifiesta a través de todos los poros de la economía planificada; c) Las normas del reparto, de naturaleza burguesa, están en la base de la diferenciación social; d) El desarrollo económico, al mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los trabajadores, contribuye a formar rápidamente una capa de privilegiados; e) La burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se ha convertido en una casta incontrolada, extraña al socialismo; f) La revolución social, traicionada por el partido gobernante, vive aún en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los trabajadores; g) La evolución de las contradicciones acumuladas puede conducir al socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capitalismo; h) La contrarrevolución en marcha hacia el capitalismo tendrá que romper la resistencia de los obreros; i) Los obreros, al marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar a la burocracia. El problema será resuelto definitivamente por la lucha de dos fuerzas vivas en el terreno nacional y el internacional. Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan hipotética. Quisieran fórmulas categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana pueden refutarlos. En nuestro análisis tememos, ante todo, violentar el dinamismo de una formación social sin precedentes y, que no tiene analogía. El fin científico y político que perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar todas las fases del fenómeno y desprender de ellas las tendencias progresistas y las reaccionarias, revelar su interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para la acción.

Aquí Trotsky introduce la referencia a una dimensión fundamental en su quehacer teórico, como es la combinación entre descripción y prescripción: su interés por explicar una realidad determinada está ligado estrechamente a la elaboración de cursos de acción para modificarla, lo cual no tiene necesariamente que ver con un enfoque dialéctico, pero en este caso se relacionan ambas dimensiones como forma de reforzar el carácter provisorio de las definiciones.

A modo de conclusión

En las líneas que anteceden, hemos visto que Trotsky utiliza diversos procedimientos lógicos, entendida esta expresión en un sentido amplio, tanto en cuanto a las formas de los razonamientos como de la argumentación y construcción conceptual. La dialéctica juega un rol fundamental pero no reemplaza ni se pretende que sustituya otros modos de razonar y argumentar como los que mencionamos, vinculados al razonamiento deductivo estudiado por la lógica formal clásica, como al inductivo. Identificar estos distintos métodos tiene sentido, en la medida en que nos permite comprender más a fondo el modo de pensar de un importante referente marxista y reabrir la pregunta sobre los procedimientos lógicos del marxismo más en general, ya que el análisis de la multiplicidad y combinación de recursos puesta en práctica por Trotsky puede servir como estímulo para estudiar del mismo modo a otros exponentes de la tradición. Por último, una cuestión central que tenemos que considerar es que a pensar también se aprende. Y, para pensar, necesitamos una pluralidad de herramientas, como las que fuimos analizando en este artículo.

 
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