El próximo Canciller Federal será probablemente el líder de la CDU, Friedrich Merz. En las elecciones anticipadas del domingo, el 28,5% votó por el partido del ex lobbysta de Blackrock y multimillonario con un jet privado, cuya campaña electoral estuvo llena de racismo y desprecio por los pobres.
El segundo partido más fuerte fue el de extrema derecha AfD con el 20,8%. No solo fue capaz de duplicar aproximadamente su resultado de las últimas elecciones federales, sino que también ganó tanto la primera como la segunda votación en casi todos los distritos electorales de los estados del este de Alemania, en muchos lugares incluso con más del 40% de los votos. El próximo Bundestag será, por tanto, todavía más derechista que el anterior.
Debido a la ley electoral antidemocrática, 360, es decir más de la mitad de los 630 escaños parlamentarios, corresponden a la CDU/CSU y a la AfD. Esto significa que en el próximo Bundestag habrá –de facto– una mayoría de derecha, incluso si Merz no forma por el momento una coalición con la AfD. Por supuesto, si no forma esta coalición, no es por principios, como lo demuestra claramente su colaboración abierta con la AfD para restringir el derecho de asilo, sino porque la AfD no es (todavía) necesaria para la estabilidad del régimen, al menos a nivel federal. Las profundas diferencias en cuestiones de política exterior también son un obstáculo para la cooperación. En Austria, por ejemplo, las negociaciones de coalición entre el conservador ÖVP y el ultraderechista FPÖ fracasaron debido a la cuestión de los vínculos con la OTAN y la UE. En lo que respecta al nivel estatal, el apoyo nacional a la AfD y su estatus como el partido más fuerte de Alemania del Este muestran que –para superar el problema de representación de la burguesía alemana– una mayor integración de la formación ultraderechista en el régimen es inevitable.
Sin embargo, la victoria electoral de Merz es relativa. Su resultado electoral es el segundo peor resultado de la CDU/CSU desde la fundación de la República Federal. La Unión probablemente podrá formar una mayoría de gobierno relativamente estable con el SPD –dada la situación de los últimos años–, ya que juntos tienen 328 de los 630 escaños, aunque ambos partidos solo obtuvieron el 44 % en las urnas. Sin embargo, para cambiar de nuevo la Constitución, por ejemplo, para ampliar el rearme o reformar el freno de la deuda [Ley que establece que el déficit fiscal federal puede ser solamente del 0.35% del PBI, NDT.], los votos de una coalición negra-roja no son suficientes, ni siquiera junto con los 85 votos de los Verdes. Esto significa que, para una intervención de este tipo, un gobierno de Merz tendría que contar con los votos de la AfD o del Partido de Izquierda.
Este es un motivo suficiente para que Merz presente la propuesta de reformar rápidamente el freno de la deuda en el antiguo Bundestag, antes de que el nuevo –con la distribución de escaños surgida de estas elecciones–, se reúna oficialmente a finales de marzo. Todavía no está claro si los demás partidos estarán de acuerdo con esto -incluso el líder de la CSU, Söder, ha expresado sus reservas-, pero para Merz cualquier medio está justificado: la misma mayoría en el antiguo Bundestag –que el líder de la CDU consideraba ilegítima antes de las elecciones, por lo que deberían celebrarse nuevas elecciones lo antes posible– debería marcar ahora el rumbo del próximo gobierno para permitir un rearme aún mayor.
Es una farsa particular que el SPD –que encabezó el gobierno más impopular de la historia de la República Federal de Alemania con la coalición del semáforo– probablemente permanecerá en el gobierno, aunque sea como socio menor, a pesar de las fuertes pérdidas y un mínimo histórico del 16,4%. Los Verdes solo sufrieron una ligera pérdida en las elecciones, mientras que el liberal FDP, como castigo irónico por romper la coalición en noviembre, no logró superar el obstáculo del 5% y fue expulsado del Bundestag. Como consecuencia de ello, el líder del FDP, Christian Lindner, ha anunciado su retirada de la política: no extrañaremos a ese reaccionario arrogante.
El partido de Sahra Wagenknecht, BSW, tampoco logró superar el obstáculo del 5%. Sin embargo, solo le faltan 13.400 votos, por lo que Wagenknecht está considerando impugnar la elección. El motivo: las elecciones anticipadas acortaron tanto los plazos para votar por correo que cientos de miles de ciudadanos alemanes en el extranjero no pudieron votar a tiempo. No está claro si el argumento es jurídicamente suficiente.
El hecho de que las elecciones no fueran una impecable “celebración de la democracia” no se debe únicamente a los plazos más cortos para votar por correo. El antidemocrático obstáculo del 5%, que el FDP y el BSW no lograron superar, significa, en términos de número absoluto de votos, que un total de casi 6,9 millones de personas que emitieron un segundo voto válido en las elecciones no están representadas en el Bundestag, incluidos más de 4,6 millones de votos para el FDP y el BSW y casi 2,3 millones de votos para otros partidos pequeños. Esta es la única razón por la que puede existir una coalición entre conservadores y socialdemócratas; Si el FDP y el BSW estuvieran representados proporcionalmente en el Parlamento, la CDU/CSU y el SPD no tendrían mayoría. En otras palabras, sólo eliminando casi siete millones de votos llegarán al poder.
Además, como hemos denunciado reiteradamente, hay 11,5 millones de adultos sin pasaporte alemán que viven, trabajan y pagan impuestos aquí, pero no pueden votar. Y la altísima participación electoral del 82,5% corresponde a más de 10,8 millones de personas que no votaron. En otras palabras: en total, más de 29 millones de adultos no tienen representación en el nuevo Bundestag, mientras que la CDU/CSU y el SPD solo fueron votados por 22 millones de personas.
Profundización de las tendencias autoritarias
La esperada coalición entre conservadores y socialdemócratas con Merz como canciller está lejos de contar con el apoyo de la mayoría de la población. Es un gobierno minoritario que solo tiene mayoría gracias a mecanismos antidemocráticos. Esto es un presagio de posibles tendencias autoritarias que podrían crecer todavía más con un gobierno de Merz. El modelo internacional a seguir es sin duda Donald Trump en EE.UU., a quien Merz también emuló durante la campaña electoral. Pero ya hemos experimentado un aumento masivo del autoritarismo en este país, particularmente con la represión contra la solidaridad con Palestina. Basta mencionar ataques tan duros a la libertad de opinión y a la libertad académica como la prohibición del árabe (¡y del hebreo!) en las manifestaciones, la intervención policial en las universidades que se ha convertido en normal (incluyendo cientos de quejas de las autoridades universitarias contra sus propios estudiantes) o, más recientemente, la escandalosa cancelación de conferencias de la Relatora Especial de la ONU, Francesca Albanese, en dos universidades de Múnich y Berlín debido a presiones políticas y la posterior intimidación policial de un evento alternativo con Albanese en las oficinas del diario Junge Welt.
Señalemos otra muestra del creciente autoritarismo al servicio de los intereses del Estado alemán: apenas un día después de las elecciones, Merz anunció que había prometido al perpetrador del genocidio Benjamin Netanyahu “que encontraremos formas y medios para garantizar que pueda visitar nuestro país y salir de nuevo sin ser arrestado en Alemania”. Esto significa que Merz no solo quiere violar abiertamente el propio derecho internacional, sino también socavar la supuesta independencia del poder judicial para poder recibir a Netanyahu en la Cancillería. Al hacerlo, también ignora las instituciones internacionales y sigue los pasos de Trump.
Las tendencias autoritarias no son una coincidencia, sino que sirven para imponer una “versión radicalizada de la política anterior”, como lo describen Jan Ole Arps y Nelli Tügel en analyse & kritik:
Se espera un mayor endurecimiento de la política migratoria, un estancamiento de la política climática, una política social dirigida a los beneficiarios del subsidio ciudadano y una política económica dirigida a los salarios, porque Alemania, como destino de exportación, ha estado bajo presión mucho antes de los anuncios arancelarios de Trump. La "reindustrialización" prometida por Merz en competencia con China y EE.UU. sólo es posible a costa de recortes salariales y de una clase obrera más fácil de explotar.
Así queda perfilado el proyecto del próximo gobierno: Merz perseguirá una especie de doble alineamiento con Donald Trump, tanto en política exterior como interior. Medidas autoritarias más duras contra los movimientos de protesta, ataques al derecho de huelga, aceleración de la militarización europea y un apoyo aún más flagrante al sionismo. Para calcular lo que le espera a la clase trabajadora, hay que fijarse en las reivindicaciones de las asociaciones del capital: rebajas fiscales masivas para las empresas, aceleración de las inversiones en armamento, flexibilización de la protección contra el despido y aumento de la edad de jubilación, así como sanciones más duras contra los beneficiarios del subsidio de ciudadanía. En resumen, la actual crisis económica, así como las crecientes tendencias bélicas, las pagarán los trabajadores, la juventud y los jubilados.
Al mismo tiempo, está claro que Merz no ofrece una salida a la crisis estructural de la economía alemana. Trump alimentará nuevas guerras comerciales, lo que debilitará aún más la economía alemana, que depende en gran medida de las exportaciones. Las ideas de la Unión de fortalecer la economía con motores de combustión, nuevas centrales eléctricas de gas y posiblemente un retorno a la energía nuclear no resolverán este problema. A nivel de la UE, no está claro cómo Merz pretende asumir un papel de liderazgo ante el debilitamiento del eje franco-alemán y el enfoque nacionalista en las deportaciones. Mientras tanto, la guerra de Ucrania está entrando en una nueva fase con la presidencia de Trump, lo que probablemente será muy perjudicial para el capital alemán. Mientras Trump y Putin se reparten el botín de guerra, Trump quiere que los estados europeos paguen por la militarización de Ucrania. No se puede descartar que un futuro gobierno acepte un costoso y arriesgado despliegue de tropas en Ucrania.
El próximo gobierno no podrá restablecer la estabilidad política ni debilitar a la AfD porque carece de las condiciones para hacerlo. El SPD tendrá que subordinarse completamente a la Unión, ya que Merz amenazará repetidamente con formar una mayoría conjunta con la AfD para disciplinar al SPD. Esto significa, en particular, más racismo y ataques a los inmigrantes, pero también una ofensiva antisocial que amenazará las condiciones de vida y los derechos democráticos de amplios sectores de la población. Merz no será capaz de resolver los problemas estructurales más que Scholz –por lo que la Unión podría volverse rápidamente mucho más impopular, porque la coalición negro-roja no tiene una base social entusiasta o particularmente grande–, pero será más autoritario.
El apoyo a los partidos tradicionales del régimen (CDU, SPD, Verdes, FDP) nunca ha sido tan bajo como hoy. Esto es especialmente cierto en el este de Alemania, donde, como ya se ha mencionado, la AfD consiguió resultados de más del 30% de las segundas votaciones en muchas partes del país, y en algunos distritos incluso algo menos del 50 por ciento. Si sumamos los votos del BSW y del Partido de Izquierda (aunque este último siempre tuvo el estatus del SPD en Alemania del Este, que nunca logró afianzarse ni siquiera en los "nuevos" estados federados), dos tercios de los votantes de Alemania del Este están en contra de los partidos del "extremo centro", como los llamó Tariq Ali. En otras palabras: las tendencias hacia una crisis orgánica con epicentro en Alemania del Este son cada vez mayores. La población del Este es acusada a menudo, tanto por los mismos partidos como por los medios de comunicación, de no haber “aprendido la democracia”. Pero fue precisamente la restauración capitalista con la anexión de la RDA lo que preparó el terreno para la extrema derecha. Con la esperada intensificación de los ataques sociales y la crisis económica, estas tendencias solo se agudizarán. En general, se puede esperar un mayor aumento de la polarización y la inestabilidad.
Polarización hacia la izquierda
Al mismo tiempo, las elecciones federales, la profundización del giro autoritario en el gobierno y en las urnas también han demostrado que la erosión de los partidos tradicionales no solo produce fenómenos hacia la derecha. Después de que a finales del año pasado Die Linke todavía estuviera por debajo del 5%, su resultado final preliminar en las elecciones federales es de poco menos del 8,8 por ciento. Esto se debe en gran medida a los votantes jóvenes. El 27 % de todas las personas que votaban por primera vez y el 25% de quienes son menores de 25 años votaron por la izquierda. También existe una brecha de género considerable: mientras que los hombres jóvenes votaron por la AfD con una tasa superior a la media del 27% (pero también por Die Linke con un 16%, también muy por encima de la media de la población), el 35% de todas las mujeres menores de 25 años votó por el Partido de Izquierda.
Los periódicos burgueses están ahora llenos de preguntas sobre por qué la juventud vota de forma “tan radical”. Independientemente de lo radical que se considere realmente el Partido de Izquierda, la pregunta también se puede traducir de otra manera: ¿por qué la gente joven, que en 2021 todavía formaba en gran medida la base de la coalición semáforo (en aquel momento la juventud votaba principalmente a los Verdes o al FDP), se ha alejado de “su gobierno”? Cabe señalar aquí que la autoproclamada “coalición progresista” ha tirado por la ventana gran parte de sus promesas electorales “progresistas” con el “punto de inflexión” militar desde el comienzo de la guerra de Ucrania hace tres años. Los partidos del semáforo se centraron en el rearme (los Verdes fueron los más fanáticos), mientras que los jóvenes, en particular, sufrieron aumentos masivos de precios como resultado de la pandemia y la guerra, pero a menudo recibieron pocos o ningún pago de compensación por la inflación. Las principales promesas de los partidos –una política climática ambiciosa en el caso de los Verdes y la promoción de la salud mental en el caso del FDP– no se cumplieron.
A ello se suma la adaptación cada vez mayor de los partidos tradicionales al racismo de la AfD, personificado en la portada de Olaf Scholz en The Spiegel, a favor de la deportación a gran escala. Los jóvenes en particular participaron en las protestas masivas contra la AfD, tanto en los bloqueos a los congresos de ese partido como en los millones de personas que salieron a las calles para protestar contra la colaboración entre la CDU de Merz y la AfD.
Obviamente fue este movimiento de masas en particular el que dio al Partido de Izquierda su inesperado auge. Por un lado, esto es lógico, ya que el Partido de Izquierda era percibido como el único partido que representaba un programa social sin adaptarse al discurso racista de la AfD, la CDU/CSU y otros. Por otra parte, esta identificación es altamente contradictoria: la izquierda hizo campaña principalmente con las reivindicaciones de alquileres bajos e impuestos inmobiliarios más altos, mientras que las demandas antirracistas prácticamente no jugaron ningún papel en términos de contenido. Y, lo que es más, durante su mandato en el gobierno, Die Linke apoyó repetidamente las deportaciones y participó en el endurecimiento del sistema de asilo. Al mismo tiempo, el partido ha evitado casi por completo hablar de la cuestión de la guerra durante la campaña electoral, con un silencio particularmente ensordecedor sobre el genocidio en Palestina. Sin embargo, también fueron los jóvenes en Alemania –y en todo el mundo– los que salieron a las calles en solidaridad con Palestina durante el último año y medio, mientras Die Linke ha vacilado entre el silencio y el apoyo abierto a los intereses del Estado sionista, incluido el apoyo a la prohibición de organizaciones palestinas como Samidoun y la exclusión de los activistas solidarios con Palestina de sus propias filas.
La campaña electoral del Partido de Izquierda, basada en el “pan con manteca”, combinada con la polarización social hacia la derecha y la izquierda, ha dado al partido su impulso electoral y le ha permitido conseguir decenas de miles de nuevos miembros. Sin embargo, con una profundización de la militarización externa e interna, como podemos esperar bajo un gobierno de Merz, aún queda por verse cuán sostenible será este repunte para el Die Linke.
Por supuesto, la campaña electoral del propio Partido de Izquierda también jugó un papel importante. La candidata líder, Heidi Reichinnek, llega con su discurso combativo sobre todo a un público joven. ¿Cuándo se ha oído antes en el Bundestag el llamamiento a “tomar las barricadas contra el fascismo”? Sus declaraciones son, por supuesto, contradictorias, ya que hace apenas un año ella misma hizo una declaración en solidaridad con Israel con todos los partidos, incluida la AfD, que abrió la puerta al racismo antimusulmán y sobre la que, por lo demás, permanece en gran medida en silencio. Sin embargo, Die Linke logró ganar simpatías gracias a su perfil antifascista.
Además de la campaña en las redes sociales, dirigida principalmente a los jóvenes, la campaña activista puerta a puerta en ciudades como Berlín y Leipzig, el perfil de candidatos directos más de izquierda como Ferat Koçak en Berlín-Neukölln (que ha sido mucho más antirracista y cautelosamente solidario con Palestina que el partido en su conjunto) ha contribuido al entusiasmo. Pero también en este caso queda por ver si Koçak y otros, como parte de la fracción del Partido de Izquierda en el Bundestag, también se opondrán a la dirección de su propio partido. El líder del partido, Jan van Aken, no fue el único que dejó claro en la noche de las elecciones que estaría a favor de participar en el gobierno. El ex primer ministro de Turingia y uno de los que estuvieron a la vanguardia de la campaña electoral del partido de izquierda, Bodo Ramelow, también dijo explícitamente que quiere trabajar con Friedrich Merz:
Supongo que mi grupo parlamentario en el Bundestag será tan capaz de llegar a acuerdos como mi grupo parlamentario en el parlamento del estado de Turingia. En los últimos años he experimentado un alto grado de coincidencia con los demás partidos democráticos. Pero cuando se trata de cooperación, ahora es la Unión la primera en ser llamada a colaborar.
En Turingia, al igual que en Sajonia, la fracción del Partido de Izquierda en el parlamento regional ayudó a un gobierno de la CDU a llegar al poder hace apenas unos meses. Es dudoso que muchos jóvenes votantes y activistas de Die Linke estén de acuerdo con esto.
Por lo tanto, sería erróneo equiparar simplemente la polarización social hacia la izquierda con el apoyo a Die Linke. Queda por ver si su “renovación” de los últimos meses continuará más allá de las elecciones. En cualquier caso, lo cierto es que Die Linke no es solo un síntoma de la polarización de la izquierda, sino también un instrumento para desviarla. Esto lo demuestran innumerables ejemplos como la colaboración en el retraso y entierro del referéndum sobre la expropiación en Berlín en el marco del último gobierno R2G. En lugar de concentrarse a las protestas masivas y al movimiento de base ampliamente organizado, se hicieron promesas de impulsar la expropiación en la Cámara de Representantes. También conviene recordar el citado apoyo a las deportaciones, desalojos y privatizaciones en el marco de la participación gubernamental de izquierda a nivel estatal. Hoy en día, Die Linke también forma parte de dos gobiernos estatales en los que hace exactamente esto.
En cualquier caso, la juventud que se ha desplazado hacia la izquierda en estas elecciones se enfrenta a un enorme desafío con el continuo giro hacia la derecha: a saber, detener los planes del gobierno entrante de Merz, así como el mayor ascenso de la AfD y las consecuencias esperadas de la actual crisis económica. La derecha y los capitalistas pretenden trasladar los costes a la gran mayoría de los trabajadores, jóvenes y jubilados. Al mismo tiempo, un gobierno de Merz amenaza con más ataques masivos a los derechos democráticos, más racismo, más sexismo y más hostilidad hacia los homosexuales y las personas trans. Por lo tanto, será crucial que la juventud una sus fuerzas a las luchas de la clase trabajadora por sus salarios, contra los despidos y los cierres de empresas, y las vinculen con las luchas contra el rearme y la guerra, contra la aplicación de leyes racistas y los ataques antifeministas. Para contrarrestar el ascenso de la derecha y los ataques del gobierno entrante y de la patronal, necesitamos movilizaciones masivas, huelgas y bloqueos.
En particular, esto también significa: sin combinar la lucha contra Merz y contra la AfD con la lucha por la solidaridad con Palestina, no podremos detener el giro hacia la derecha. El racismo antimusulmán y la “razón de Estado” sionista son la punta de lanza de las tendencias autoritarias que se han desarrollado durante el último año y medio, particularmente contra la solidaridad con Palestina, y que Merz profundizará y extenderá a cualquier resistencia en las calles.
Hasta ahora, Die Linke ha cedido miserablemente a esta presión una y otra vez. Ha demostrado ampliamente incapacidad para actuar independientemente de los intereses del Estado alemán. El líder del partido, Jan van Aken, ya ha insinuado que está abierto a una “misión de paz de la ONU” en Ucrania, una idea vaga que rápidamente podría convertirse en un apoyo más abierto al imperialismo alemán si la presión internacional y de los otros partidos crece.
Por supuesto, luchamos junto a todos aquellos miembros del Partido de Izquierda que realmente quieren detener el giro hacia la derecha y hacemos un llamamiento a la dirección del partido a impulsar estas movilizaciones con todas sus fuerzas. Pero estamos convencidos de que es necesario construir una fuerza independiente, antimilitarista, anticapitalista y antiimperialista, que no se adapte a los intereses del imperialismo alemán. Una izquierda obrera que lucha por la independencia política de la clase trabajadora y declara la guerra a los capitalistas y a la derecha.
Como Organización Revolucionaria Internacionalista (RIO), con nuestro sitio web Klasse gegen Klasse, queremos hacer nuestra contribución a la construcción de esa fuerza. Como parte de esto, hemos formado una alianza electoral con la Organización Socialista Revolucionaria (RSO) para las elecciones federales, con las candidaturas de Inés Heider y Leonie Lieb (ambas de RIO) así como Franziska Thomas (de RSO), realizando una elección modesta, pero consiguiendo los resultados más fuertes a la izquierda de Die Linke en Berlín y Múnich. Sin embargo, lo más importante es que pudimos llegar a cientos de miles de personas con nuestra campaña electoral. Fuimos la única fuerza allí que exigió fronteras abiertas, el derecho a permanecer para todos y el cese inmediato de todas las deportaciones. Nos opusimos a la racista ley electoral alemana y exigimos que todos los que viven aquí puedan votar. Fuimos la única fuerza que se pronunció contra el genocidio en Gaza, contra la represión flagrante y contra el racismo antimusulmán y lo vinculó a la lucha contra el capitalismo. La única fuerza que lo dijo claramente: no podemos luchar contra el giro a la derecha sin luchar contra el rearme, la política de guerra y los recortes sociales. La única fuerza que afirmó claramente que la clase trabajadora crea toda la riqueza de este país y, por lo tanto, debe decidir sobre esa riqueza.
Nos gustaría invitar a todos los que nos apoyaron en la campaña electoral, así como a todos los que ahora quieren oponerse consistentemente a los ataques del gobierno entrante y de la extrema derecha después de las elecciones, a dar juntos la pelea por construir una fuerza que pueda declarar la guerra a los planes de la derecha y los capitalistas. A organizarnos de forma revolucionaria, para ayudar a garantizar que los millones de jóvenes que han expresado su rechazo a los planes de Merz, Weidel y compañía en las urnas se conviertan en un movimiento de masas en las calles. |