El kirchnerismo lo hizo. Hoy es una realidad aquella profecía autocumplida del “miedo a la economía” proclamada por Zaiat, fomentada incluso activamente desde el seno oficialista en las propagandas televisivas de Scioli que hacen alusión al 2001, y en el propio discurso de Cristina que llama a militar por “la continuidad” sin decir explícitamente que eso implica votar a su candidato, a Scioli. Y al mismo tiempo, sin poder garantizar que Scioli sea garantía de “continuidad”, valga la redundancia. Pero no sólo eso, estarían amenazadas las concesiones materiales alcanzadas por los trabajadores en los últimos años, aquellas que Cristina prometió mantener intactas con el “nunca menos” y que ahora dependerían del curso que determine la próxima gestión económica.
Sin embargo, los gobiernos kirchneristas no están exentos de responsabilidad, ni tampoco es cierto que el grado en que se verán atacadas dichas concesiones dependerá exclusivamente del candidato electo el próximo 22 de noviembre, pues eso lo determinará la resistencia que impongan los trabajadores al ajuste, que viene encarnado en ambos candidatos. Mal que le pese al kirchnerismo (y a Scioli) si el kirchnerismo puede agitar con tanta repercusión el fantasma de los años noventa es porque hay realidades materiales que confirman que ese fantasma nunca se fue. Empezando por su propio candidato.
El kirchnerismo se juega a pintar a Scioli como una variante “menos mala” que Cambiemos y pretende mostrar que, frente a la derecha de Macri, son una mejor opción para los trabajadores. Pero lo que ninguno dice es que los planes económicos de ambos proyectos no traen buenas noticias para las aspiraciones populares. ¿Qué es lo que proponen ambos candidatos para la economía?
La continuidad
Las contradicciones de los 12 años de economía kirchnerista eclosionaron este 25 de octubre cuando se mostró la ineficacia de la estrategia electoral de Scioli de “hacer la plancha” dejando que su sola imagen, sin mucha determinación, hable por sí misma. No estaba claro cuál era el mensaje de Scioli, resultando para muchos una incógnita de qué se trataba el álgebra de la “continuidad con cambio”. El mismo día en que se generó la crisis en el peronismo kirchnerista, ante la magra diferencia que lo separó de Macri, Scioli salió a la ofensiva (con un espíritu un tanto desinflado) y comenzó su campaña abanderándose de supuestos “logros” del modelo, como la estatización parcial de YPF, Aerolíneas Argentinas y la AUH. Macri sería el modelo “del mercado” y las privatizaciones, y Scioli el defensor de una política “de Estado”.
Ayer, el candidato del FpV continuó profundizando su intento polarizador de “dos modelos”, proponiendo dos medidas en caso de ser presidente: la implementación del 82 % móvil para los jubilaciones mínimas y la suba del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias. “Continuidad” dijo Scioli, y es correcto. Qué mejor prueba de ello que decir que ahora los jubilados pasarán de cobrar 4.300 pesos a 4.959 pesos, cuando la canasta básica media se acerca a los 14 mil pesos. Vale decir, en 12 años de gestión el oficialismo garantizó ganancias extraordinarias para la burguesía extranjera y nacional, que no tuvieron una contraparte en el nivel de inversión. Por el contrario, el “modelo” se destaca por la formidable salida de capitales y el pago honoroso de más de 200 mil millones de dólares en términos de servicios de la deuda externa con reservas constantes y sonantes. Mientras que el oficialismo hace gala de la generación de empleo (necesaria para la acumulación capitalista en un momento ascendente del ciclo), la continuidad que promete Scioli sería garantía para el capital de que seguirán vigentes las leyes flexibilizadoras de contratación, el tercio de trabajadores que aún no está registrado, las tercerizaciones y los salarios reales iguales o menores a los vigentes en la década de la convertibilidad. “Continuidad de ganancias” dice Scioli a las fracciones de la burguesía que lo apoyan, buscando conquistar a las que se ven tentadas por el macrismo.
Macri intenta disfrazarse y jugar también en ese terreno. Para eso perjura que no está en contra de los planes sociales, pues no puede negar el rol que tienen dentro de sus planes como un mecanismo de contención. Hace ebullir a los oficialistas que el candidato de la derecha felicite ciertas medidas del kirchnerismo. No es sólo demagogia, ni devolución de favores por la gestión conjunta en la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, sino que es una señal de tranquilidad para la burguesía que teme al desencanto popular y también hace memoria de la resistencia que significaron las jornadas de lucha en las calles de 2001 y 2002. Quieren un ajuste que devuelva los márgenes gloriosos de rentabilidad de 2003 a 2008, pero lo quieren controlado.
El cambio
Pero no es suficiente con plantear la continuidad de los resortes fundamentales de la acumulación durante el kirchnerismo. El deterioro de las variables macroeconómicas en los últimos meses, y principalmente la continuidad (de nuevo, valga la redundancia) de ciertos resortes económicos de los años ´90, como el déficit habitacional de más de 3 millones de hogares o los niveles de pobreza consolidados, la extranjerización y concentración de la economía y la primarización extractivista, presionan a ambos candidatos a la necesidad de proponer un cambio. Macri y “Cambiemos” demuestran más claramente esta orientación. Pero Scioli también debe prometerla. De allí la “continuidad con cambio”. El problema, para este último, es que no se pueden hacer tan explícitos los términos de este cambio, y por ello su referencia merodea en el mundo de la abstracción.
Por el contrario, sus asesores económicos se encargan de dar claros mensajes a la burguesía, que quiere definiciones concretas. Así enumeran: baja de las retenciones a las exportaciones, administración (ajuste) del tipo de cambio, levantamiento del “cepo” cambiario y nuevo endeudamiento para sanear el déficit de reservas.
Lamentablemente para las ilusiones de muchos, estas medidas, que significan un claro ajuste por sobre los trabajadores, están en los planes de ambos.
Solo falta ver quiénes son los asesores de económicos de cada uno. El de Mauricio Macri es Carlos Melconian, que se desempeñó en el Banco Central de la República Argentina en la década de 1980, y luego como consultor privado en el Banco Mundial, y participó en el equipo económico del ex presidente argentino Carlos Menem, cuando éste se postuló para un nuevo mandato en 2003.
Sin embargo el equipo de Daniel Scioli no tiene que envidiarle nada a Macri. Propone a Miguel Bein, ex Secretario de Programación Económica del gobierno de Fernando De la Rúa y Mario Blejer, ex funcionario del FMI, del Banco Mundial y del Banco de Inglaterra, así como Vicepresidente del Banco Central bajo el gobierno De la Rúa.
El argumento perfecto para una nueva devaluación lo generó la propia administración kirchnerista, que se limitó a imponer ciertas restricciones a la compra de dólares e importaciones, para frenar el ritmo económico y con ello alargar los plazos de la inminente restricción externa (escasez de divisas). La misma que acecho a la Argentina durante toda su historia por ser un país dependiente. Lo evidente, mal que les pese a muchos en estos días, es que la transformación estructural faltó a la cita.
Si Melconian puede decir “"que nadie crea que en la Argentina viene una devaluación, porque lo que viene es a lo sumo un sinceramiento de lo que ocurre, que es que un tipo de cambio vale en un mercado paralelo un 60% más de lo que vale en el supuesto oficial", Blejer no se quedó atrás planteando que "los flujos hay que abrirlos inmediatamente, al tipo de cambio libre", o que "en el mercado no hay gradualismo". O el propio sciolista Miguel Bein, presentando el programa económico liberalista a días de los comicios presidenciales.
Si hay debates en torno al ritmo del tipo de cambio (en términos literales esta vez), mucha menos discrepancia se encuentra al momento de “volver a los mercados” internacionales de crédito. Todos dan gracias a Néstor y Cristina, que con su política de “desendeudamiento” abrieron las puertas a un nuevo saqueo imperialista del capital financiero internacional habilitando otro ciclo de endeudamiento, sea Macri o Scioli quien asuma. No hay que especular con la gestión venidera, el oficialismo ya lo estuvo implementando con la administración del “progresista” Kicillof.
Mario Blejer, en la misma entrevista señalada más arriba, se manifestó a favor de encarar una negociación con los fondos buitres. Lo dijo así: "Hay que encontrar mecanismos factibles políticamente. Si decís que vas a negociar con los holdouts te ponen el mote de Buitre" criticó. Y agregó: "Cuando hay una oportunidad hay que aprovecharla. Hay que ser oportunistas. Lo que se puede hacer, se hace".
La falacia del Estado vs Mercado
Por último, el recurso del miedo para captar la porción de votos faltantes para ganar en balotaje, se utiliza para acusar al macrismo de personificar una política privatista. La defensa de la intervención del Estado en la economía, atribuida al modelo kirchnerista, tendría su continuidad con Scioli. Éte aquí otra falza polarización. No es menos cierto que Macri es un símbolo de la faceta privatizadora menemista. Sin embargo, los espejismos construidos durante los años kirchneristas fomentan la idea de que “más Estado” es sinónimo de políticas favorables para los trabajadores y simultáneamente, garantía de ganancias capitalistas. Otra vez, la ilusión y el desencanto de que es posible lograr el crecimiento económico sin afectar las bases dependientes y atrasadas de la economía sustentada en la explotación capitalista.
No obstante, el estatismo kirchnerista no es materia de praxis ideológica, sino una de las formas en que actúa la economía de mercado. Los ciclos económicos en la Argentina adoptan ora una faceta liberalizadora y de ajuste, ora un tipo de cambio depreciado y un crecimiento económico basado en el ataque al salario y las condiciones de vida de los trabajadores. Como sucedió con la megadevaluación de 2002, piedra angular del crecimiento económico a “tasas chinas” y la rentabilidad extraordinaria, que encuentra al poco tiempo su agotamiento ante el alza de precios y la insuficiente inversión debido a las propias condiciones que le dieron vida a ese esquema. Uno y otro son dos caras de una misma moneda: la explotación de los trabajadores y el atraso.
Por eso, como plantea el Frente de Izquierda, es necesario darle la espalda a estas medidas que plantean ambos candidatos para favorecer distintas fracciones de la burguesía. En el balotaje se impone hacer una gran votación en blanco que exprese este rechazo. Pero especialmente necesitamos apostar a la organización de los trabajadores para que la crisis la paguen los que se la llevaron en pala durante toda esta década y tomar en nuestras manos un programa de transformación socialista. |