Fotografía: Gobierno de la Ciudad
La última semana de la campaña electoral hacia el balotaje se vio obligada a transitar por el cuadrante de la relación de fuerzas que rige como una ley de hierro en el equilibrio social de la Argentina.
La discusión sobre el ajuste se impuso en la agenda tanto de Daniel Scioli como de Mauricio Macri hacia la recta final.
El candidato del Frente para la Victoria (FpV) se postuló en el debate presidencial como el representante de la supuesta “resistencia” a un ataque en regla que el postulante de Cambiemos niega rotundamente que vaya a llevar adelante.
No importa que Miguel Bein, asesor económico estrella de Scioli, haya afirmado hace no mucho tiempo que “no hay más margen para subir los salarios por encima del tipo de cambio”.
Tampoco es relevante en estas horas intensas donde lo que importa es el voto por voto que Juan Manuel Urtubey, gobernador de Salta e integrante de la coalición del FpV-PJ, haya declarado ayer nomás que “siempre pensé que hay que pagarles a los fondos buitre y digo lo que pensamos la mayoría de los argentinos“. No es el primero ni el último que se considera legítimo intérprete del pensamiento promedio de la mayoría nacional. Lo curioso, si fuera como dice Urtubey, es que su jefe político rechaza hacer campaña con esta verdad supuestamente tan sensible al sentir argentino.
Tampoco tiene importancia alguna en estos momentos decisivos para el futuro del país que Mario Blejer (otro asesor de Scioli) haya asegurado hace apenas dos meses que “hay que buscar la forma de que este problema (de los fondos buitre NdR) desaparezca porque estamos llegando tarde a la fiesta en la que el resto del mundo ha podido utilizar liquidez a tasas extremadamente bajas (…)”.
Por el contrario, contra todas estas declaraciones de malas intenciones, ahora Bein se pasea por los programas taquilleros de la TV relatando la mitad “amable” y abstracta de su programa económico. Urtubey juega el doble juego de separarse crudamente del kirchnerismo. Una ubicación que le sirve como excusa para atribuirse los “votos independientes” que eventualmente obtenga Scioli si gana, o para su postulación temprana como la “renovación” necesaria de un peronismo derrotado. Si Macri logra ser la continuación por derecha de la trunca apuesta alfonsinista, Urtubey sueña con levantar las banderas de un cafierismo triunfante.
De Blejer se sospecha que está encerrado bajo siete llaves en alguna caja fuerte de la sede central del Banco Provincia (convertida en bunker del sciolismo), por lo menos hasta después del 22 de noviembre. Le comunicaron que para entrar a la “fiesta” a la que tardíamente estaría llegando la Argentina, va a tener que esperar unos días más.
Los offside de los economistas de Macri no son menos recurrentes. La incontinencia devaluatoria de Alfonso Prat Gay o la verborragia ajustadora de Carlos Melconian que con una insolencia incorregible que provocaría la envidia de un Aníbal Fernández, reclama a grito pelado la rendición incondicional al “mercado”.
Se rumorea que el candidato de Cambiemos también mandó a guardar a Melconian hasta nuevo aviso pos-balotaje.
Y para terminar con las dudas inscriptas en su propio apellido, Macri le aseguró a Joaquín Morales Solá al otro día del debate que “la devaluación no sirve en términos de que la inflación siga en este nivel. No pienso que la solución sea una maxidevaluación ni un ajuste”.
“Macri cree que los salarios son un gasto, para mí son la mejor inversión”, responde Scioli y se acerca peligrosamente a la estruendosa promesa de “salariazo y revolución productiva” tan cara a la memoria colectiva de la historia reciente.
Resulta que los dos candidatos que se disputan la presidencia y que venían aseverando que sus diferencias era sólo una cuestión de tiempos: de un lado el shock y del otro el gradualismo; ahora ponen la mayor distancia entre ellos y el ajuste.
Fue tan rústico el desplazamiento “a la izquierda” del candidato oficialista durante #ArgentinaDebate que la ironía no se hizo esperar: “devolvele el Power Point a Del Caño y hablá vos” exigió alguien en un tweet que rebotó en los medios nacionales. Scioli reproducía una distorsión en falsete del discurso del candidato del Frente de Izquierda.
“Trotsky es mi límite”, habría advertido un sciolista paladar negro ante tanto derroche de “zurdaje” desbocado.
Este brusco deslizamiento de Scioli y Macri no deja de ser a su manera un “homenaje” a la condensación de una relación de fuerzas que determina a la política. Y si la política no es más que economía concentrada, la campaña electoral de las fuerzas tradicionales en este marco, pasó a la etapa superior de una escandalosa demagogia condensada.
Esta foto de la coyuntura hacia la segunda vuelta del próximo domingo ya se vio en la película desarrollada en Brasil el año pasado. Dilma Rousseff con el apoyo del expresidente “Lula” Da Silva, hizo una rabiosa campaña “antiajuste”, para encarar al otro día de su reelección uno de los programas más salvajes de la historia del gigante sudamericano.
En las horas que quedan hasta el domingo no habrá pared limitante a la izquierda para el corrimiento discursivo de los contrincantes. Uno, en pie “de guerra” contra el ajuste que el otro asegura que nunca jamás nadie aplicará. Melconian o Blejer disfrutan el espectáculo y esperan la “fiesta” a carcajadas limpias.
El “núcleo duro” del kirchnerismo aplaude desde la tribuna y acompaña la cruzada del mal menor con fe, con deporte, con optimismo y con las frágiles manos de la depreciada “fuerza propia”.
Hasta en los momentos más calientes de las campañas electorales, la única verdad es la realidad. El espejo de Brasil es un fiel reflejo del futuro argentino. La alegría no es solo brasilera, la demagogia tampoco.
Publicado originalmente en Diario Alfil de Córdoba
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