La revisita de la historia Argentina por parte del cine –vía formas documentales/testimoniales, ficcionales, o alguna combinación de ambas– permanece constante las últimas décadas. Ante la tamaña cantidad (inabordable, inabarcable) de documentales argentinos, es un verdadero desafío que se logre contar, nuevamente, de manera creativa –y con objetivos declarados–, algún capítulo de nuestra historia.
Y Hugo Colombini lo logra. Su primera película, Preguntas a un obrero que lee –parafraseo de un conocido poema de Bertolt Brecht, que Osvaldo Bayer lee en alemán al comienzo–, posee un apasionado (y apasionante) arco dramático que se tensa –y dispara– en la búsqueda de respuestas: qué fue y qué es –si existe aún– el clasismo.
Colombini pone el cuerpo y será uno de los protagonistas de esta película. Su búsqueda –el recuerdo de una conversación telefónica como conductor de un programa de radio– lo lleva a Córdoba, cuna de aquel fenómeno obrero “sesentista/setentista” combativo que lo convoca. En la misma FIAT en la que nació y se desarrolló el clasismo, Colombini pregunta a los jóvenes de mameluco –porque el “viejo” obrero industrial evidentemente no “desapareció”, como vaticinaron tantos reaccionarios y “posmodernos”–, a la salida de la fábrica, si lo saben; si conocen; si tienen alguna idea al respecto. Las respuestas serán decepcionantes. Negativas.
¿Dónde están, entonces, el clasismo y su historia? En los libros que la cuentan –por supuesto–, y en sus protagonistas (que pueden contarla). Gregorio “Goyo” Flores, delegado y obrero combativo, militante de izquierda, será el personaje principal y el articulador de esta historia: el “obrero que lee” (y lucha y milita y escribe). La otra fuente viva de estas experiencias será Susana Fiorito, militante de la comisión de prensa del Sindicato de Trabajadores de Concord (SITRAC) en aquellas épocas de rebeliones y revueltas obreras –las del Cordobazo–, y actualmente al frente de la Fundación “Pedro Milesi” y la Biblioteca Popular del barrio Bella Vista (además de ser compañera del escritor Andrés Rivera).
Goyo explicará, en distintos momentos (en su casa de Córdoba; en una mesa, recordando, junto a otros tres dirigentes clasistas), la experiencia de radicalización, de organización y politización de los obreros cordobeses. Las imágenes de archivo que utiliza Colombini resultan fundamentales para acompañar y entender el “espíritu de época”: un breve y contundente repaso por la radicalización juvenil, obrera y popular en Francia, Italia, Checoslovaquia (contra el estalinismo), Estados Unidos (contra el racismo, contra la guerra en Vietnam), Uruguay, Argentina... Y el montaje realiza, ya en el plano de la política local, un singular contraste entre las declaraciones a los medios de un burócrata sindical como Rucci y las de los dirigentes clasistas (como “el petiso” Páez), y entre los entrevistados y las autoridades militares que se sucedían en esos convulsivos tiempos de crisis, luchas y golpes de Estado.
Y también, Preguntas a un obrero que lee busca escapar a todo convencionalismo: tomando como herencia cierta concepción “brechtiana”, que pretende de la conciencia del público atención y alerta ante lo que se le presenta –es decir, que no se deje cautivar, envolver, atrapar por el artificio mismo de la obra, por su “magia”–, se dejan ver breves escenas “de backstage”, la “hechura” misma del montaje de las imágenes y de los momentos vividos, para mostrar que lo que se aprecia es fruto, como dice el tradicional cartel callejero, de “hombres trabajando”. Hay momentos graciosos, chistes e imprevistos que “alivian” la tensión del recorrido (memorialístico e histórico), y agregan más elementos de humanidad a una obra que ya tiene enormes cuotas de solidaridad de clase, sensibilidad y ternura.
El mismo Colombini me hizo llegar en una comunicación por e-mail algunas concepciones y objetivos de su trabajo, inspirados, entre otras fuentes, en Ver y poder de Jean-Louis Comolli. “No hay sociedad humana sin puesta en escena”, me dice Colombini. Ante la hegemonía de lo siempre enfocado, y desde una poética concepción sobre “el tiempo” como sustancia del arte cinematográfico, se dan por abolidas las diferencias entre el campo y el fuera de campo (in-off). Ese par de antagónicos –al mismo tiempo inescindibles: la realidad “toda”, “general”, y “la realidad” que queda bajo el enfoque de la cámara–, ese campo de lo visible (espectacular) y de lo no visible (un espacio de lo que no se ve: el espacio de la escritura, según Comolli) son unificados por medio del manejo de los tiempos: las imágenes, el montaje de las mismas y su posterior desenvolvimiento como película (a lo que se suma que todo el equipo de rodaje y realización aparece de algún modo en la película, poniendo la voz y/o el cuerpo). En este caso, con Preguntas a un obrero que lee se trata de mostrar, con bastante detalle, un capítulo de la historia de la lucha de clases. Respondiendo a cierto pesimismo o derrotismo (“tipo Escuela de Frankfurt”) de Guy Debord y su libro La sociedad del espectáculo, Comolli propone el uso del cine contra la hegemonía “del espectáculo” (permanente) en la sociedad capitalista. “Dar vuelta” sus mismas armas; emplearlas contra ella.
Entre las “perlas” (dos “malas” y una “buena”) que encontró Colombini en su trabajo con los archivos tenemos: las imágenes de una filmación que es un pormenorizado y “servicial” registro de la casa de Goyo –sus entradas y salidas, todos sus perímetros, etc.–; la denuncia que hace Fiorito del rol de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría/Hugo Wast cuando estuvo al frente de la Biblioteca Nacional: mandó todas las colecciones de prensas obreras a un galpón precario para que las lluvias los destrozaran (cosa que, en efecto, ocurrió); y, también, la existencia –gracias a largas series de microfilms– de todas las colecciones de los materiales clasistas y de la izquierda, que Fiorito y diversos colaboradores repartieron entre ellos y resguardaron durante la dictadura, y luego reunieron y consiguieron finalmente que importantes universidades del extranjero financiaran el trabajo de “preservación documental”.
Distintas disyuntivas en aquel vértigo del ajetreo histórico, momentos y conceptos claves son explicados por Goyo –requerido por un Colombini que pregunta, y mucho– con sencillez y claridad: ¿qué fue el clasismo y cuáles sus diversas vertientes? (lo que incluye la crítica a la política del sindicalista Agustín Tosco); ¿qué fueron el Cordobazo y el Viborazo?; ¿qué es el Estado para un clasista?; ¿qué es el peronismo y la burocracia sindical?; ¿cuál es la relación que se estableció en aquel entonces entre los obreros en lucha, las asambleas, la democracia obrera, y las corrientes políticas actuantes allí?; ¿qué diferencias hay entre la formación y valía de un “cuadro obrero” (político) y el de uno “militar” (como los de sectores del peronismo o los del PRT-ERP)?; ¿por qué y para qué leer?... Análisis y definiciones, discusiones y debates que no son nada fáciles o simples, y que sin embargo aquí son planteados –aun en la “informalidad”, en situaciones “de entrecasa”– de manera concisa, clara y directa.
Hay mucho más para ver y conocer en esta historia, como los discursos y homenajes que le realizan a Goyo, en Córdoba, en 2011, Christian Rath, del PO, y un sumamente emocionado y dolido Hernán “Bocha” Puddu, del PTS. Luego de semejante recorrido por la historia, la película nos devuelve al presente, donde se buscan, nuevamente –ahora en otra fábrica, en el sur del país–, respuestas a la pregunta por el clasismo…
Contundente y dinámica, Preguntas a un obrero que lee es un documento de alto valor político y cultural, creado con gran arte. (Como dijo el mismo Osvaldo Bayer, muy contento, a la salida del preestreno, en el marco de la Semana de Cine Documental Argentino, tenemos aquí “un documento histórico precioso”.) Una pieza singularmente valiosa de ese gran rompecabezas que es la historia y la lucha de clases en Argentina. Una película que homenajea con gran justicia a ese gran luchador clasista que fue, es y será Gregorio “Goyo” Flores. |