Hace algunos días se hizo público un video en donde un grupo de encapuchados pone freno a la marcha de un tren de metro en la estación Monte Tabor para pintar un enorme grafitti colectivo en todo su costado, las reacciones fueron instantáneas y contradictorias: mientras unos criminalizaron, otros aplaudieron.
El vídeo, viralizado vía redes sociales, muestra a un gran grupo de jóvenes encapuchados que tras evacuar a los usuarios y cerrando las puertas a la fuerza, plasmó un enorme grafitti en un tren completo de Metro. Las reacciones no se hicieron esperar; por una parte, Metro inicio acciones legales contra quienes resulten responsables y por otra, se catalogó de "performance" el actuar de los bombarderos incógnitos.
Vandalismo
El actuar de Metro, como buena empresa privada, fue inmediato y criminalizador; los jóvenes, al correr lejos de los guardias que se acercaban a ellos para aprenderlos, bajaron a las líneas del tren para lograr escapar. Según la empresa, no permitirán que se ponga en peligro a los usuarios y sus trabajadores. Lo cierto es que sabemos que esto dista de la realidad, donde un pasaje de metro cuesta casi lo mismo que un kilo de pan y donde sus trabajadores, que se han movilizado más de una vez durante el 2015, distan de sostener condiciones dignas de trabajo.
Se criminaliza el actuar de jóvenes sin conocer su contexto, cuando todos los días vemos vagones de metro literalmente tapizados de propaganda. Un asalto "legal" a los sentidos de los pasajeros, que deben utilizar este servicio privado para movilizarse todos los días. No importa si el mensaje ostenta una vida inalcanzable para un trabajador que percibe el sueldo mínimo, ni si el mensaje de la propaganda es profundamente sexista y un atentado a plena luz del día a los derechos de las mujeres. Lo que importa realmente es que todo este transporte de uso público se presta al mejor postor para portar su estandarte.
Performance
Tampoco se hicieron esperar las preguntas que dejaban abiertas los distintos medios de comunicación, ¿vandalismo o performance? aludían en sus bajadas de titulo, a lo que muchos reaccionaron, por la positiva, calificándolo de una performance artística, una intervención. Una suerte de acto artístico, que mezcla la irrupción contra la legalidad, con el arte. En parte, esta interpretación es válida, pero omite un elemento importante, y es que el grafitty y el arte callejero están ahí, frente a tus narices, inundando calles, pasajes y transporte público y no pretende ser un adorno, ni una instalación, pues esconde un trasfondo más complejo y profundo.
Arte de cara a la opresión
Las calles de Santiago están repletas de Grafitti, arte callejero, tags y murales; ya sean políticos o con sus propias "marcas", Chile alberga hordas de grandes artistas, que sin percibir un céntimo, adornan los edificios grises y pasajes en mal estado con coloridos murales que destacan por su profundidad en el uso de la técnica.
Marginados en esta sociedad, que persigue al artista callejero por calificar de delito pintar la vía pública; ser grafitero y crecer practicando para mejorar la técnica, inevitablemente te pone de cara a la fuerza policial que impune, persigue, criminaliza y reprime a los artistas que no tienen el derecho de practicar en lugares que sean autorizados, porque simplemente no los hay y aunque los hubiese, es la propiedad privada la que lo prohíbe. El derecho "legal" de la apropiación capitalista. Cuando se es grafitero, se crece a contrapelo de la legalidad, es un hecho.
Lejos de ser una performance o un acto vandálico, el asalto de esos jóvenes por dejar una huella de rebeldía, es el introducir bajo presión el arte, romper el orden establecido e irrumpir en el marco legal que tan contentos mantiene a los dueños de las empresas, socios del suplicio que significa viajar en metro todos los días y pagar uno de los pasajes más caros del mundo en un servicio que por lógica, debiera ser gratuito y garantizado en un 100% por el estado.
Eso es arte que no mide sus palabras ni sus actos para el statu quo de los dueños legales de la sociedad, arte que no pide permiso, ni espera corruptos concursos por un mesquino espacio brindado por las autoridades para "dejarlos tranquilos". Es arte de jóvenes, que reprimidos con todo lo que la sociedad les bombea a presión y oprimidos por no poder hacer arte, lo demuestran de formas "chocantes".
En esta época de capitalismo voraz y desaceleración económica, solo un arte será capaz de desafiar el orden establecido; ese arte que no se contenta con ser contemplado o dejar "solo" un mensaje, si no aquel que avanza en cuestionar en su profundidad, la lenta y rigurosa muerte que le propinan día a día los empresarios al pueblo trabajador, con sus propios métodos, sin permiso.