Se cumplen 102 años del inicio de una de las huelgas más importantes de comienzos del siglo XX. Aquí hacemos un repaso de sus protagonistas, hechos y lecciones.
Como en toda crisis del sistema capitalista, cuando las patronales ajustan para mantener sus márgenes de ganancias, lo hacen a costa de los trabajadores. Las peonadas del sur patagónico no escaparon a esta ley de hierro del capitalismo. Y tampoco a sus hierros mortales, como hemos visto también en la Semana Trágica, bajo la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen. Un tiempo después de la Semana Trágica, es que comenzaron las huelgas en el Sur argentino, que también formaron parte de esa oleada obrera a la ofensiva que fue inspirada por la Revolución Rusa y su proletariado en pie.
En este caso en particular la piedra de toque fue el fin de la Primer Guerra Mundial, que contrajo estrepitosamente el precio de la lana y su demanda, materia prima en la que se especializaba el sur. Pero antes es necesario ver quiénes eran los dueños de la Patagonia.
Yrigoyen al gobierno, oligarcas al poder
Si bien Yrigoyen fue el primer presidente electo bajo sufragio "universal" y secreto (solo para los hombres), su gabinete no tuvo nada que envidiarle a los anteriores gobiernos abiertamente conservadores y oligarcas, ya que estuvo compuesto por reconocidos integrantes de la oligarquía como ser: Salaberry, Ministro de Hacienda, ligado al negocio agroexportador; Honorio Pueyrredon, gran terrateniente, era Ministro de Agricultura; otro estanciero Federico Álvarez de Toledo fue Ministro de Marina, mientras que el Ministro de Obras Públicas, Torello, era un gran hacendado, como así también el primer Ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Becú. Nombres y muestras de que la oligarquía terrateniente mas podrida, seguía manejando los hilos del poder.
Así las cosas y con el correr de los gobiernos, dos familias se fueron haciendo de la Patagonia, sin exagerar: Mauricio Braun y José Menéndez. El primero junto a su hermana Sara Braun, llegaron a ser los propietarios de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego que llegó a disponer de 1.376.160 hectáreas, que a su vez tenía 1.250.000 lanares que producían 5000 millones de kg de lana, 700.000 kg de cuero y 2.500.000 kg de carne. Dicha fortuna aumentó cuando Mauricio Braun contrajo nupcias con la hija de José Menéndez (a quien acusaron de diezmar a habitantes originarios del Sur argentino). Mauricio poseía además en forma particular, más de 15 estancias, la Compañía Minera Cutter Cove de explotación de cobre y varios frigoríficos, entre otros grandes negocios. No eran los únicos, entre ellos había unos cuantos estancieros de origen británico.
En palabras de un protagonista: “Unos pocos estancieros eran dueños de toda la Patagonia, pagaban con vales o en moneda chilena” según el coronel Pedro Viñas Ibarra, jefe una de las columnas que reprimieron a los trabajadores rurales. Santa Cruz, escenario de los trabajadores rurales en pie luchando contra la clase terrateniente, no escapó, al armado político conservador. Como territorio nacional, que implicaba que dependía del gobierno central y por tanto no tenia autonomía provincial, Yrigoyen podría haber colocado a alguien de su séquito político, sin embargo quedó como gobernador de Santa Cruz un conservador de pura cepa: Edelmiro Correa Falcón, secretario de la Sociedad Rural de Santa Cruz y futuro miembro de la Liga Patriótica Argentina santacruceña.
La primer huelga
Las condiciones de vida y trabajo en las estancias eran las más duras de aquellas épocas. El pago muchas veces era en “vales” o en pesos chilenos, los cuales eran tomados por un valor inferior en los comerciantes locales. Los peones vivían en las estancias, trabajando de 12 a 16 hs diarias, durmiendo en tarimas de maderas, tipo estantes, sin abrigo o con el poco que contaban en temperaturas bajo cero. Los patrones les proveían poca comida, la cual los peones eran obligados a pagar al patrón de estancia. Los depósitos donde se encontraban las tarimas donde descansaban, eran cerrados desde afuera, para evitar huidas de los trabajadores y el único día de descanso eran los domingos.
En septiembre de 1920 la Sociedad Obrera de Río Gallegos, dirigida por Antonio Soto, más conocido como “el Gallego Soto”, de tendencia anarquista, pidió autorización para hacer un acto homenaje a Francisco Ferrer, pedagogo español, fusilado en España. El permiso fue denegado por Correa Falcón y se allanó el local de la Sociedad Obrera. Se respondió con un paro de 48 hs y delegados de los peones de campo viajaron a Río Gallegos a apoyar el movimiento en el pueblo y presentaron un pliego de reivindicaciones, esencialmente reclamando mejoras en las condiciones de trabajo y que se reconozca a la Sociedad Obrera. Los estancieros con la Liga de Comerciantes e Industriales, desconocen a la Sociedad, a los delegados de los peones y se niegan a aceptar el pliego. Tras un intento fracasado de imponer carneros, los patrones aceptan parte de las reivindicaciones de los trabajadores, a condición de que los delegados sean elegidos de común acuerdo con ellos, tomando en cuenta conducta y antigüedad y se reservan el derecho de admisión, es decir dichos delegados no necesariamente seguirían formando parte del personal. Los delegados aceptan, el gallego Soto y su grupo la rechazan. Momento en que comenzaron las discusiones entre él, partidario de la FORA V y reivindicadores de las Revolución Rusa en oposición a la FORA IX, sindicalista y conciliadora con el yrigoyenismo.
El paro siguió y se declaró la huelga en Puerto Deseado en diciembre, se sumaron los trabajadores de “La Anónima” almacén de ramos generales propiedad de Mauricio Braun. Se producen enfrentamientos y tomas de estancias y en las afrentas muere el joven ferroviario de 21 años, Domingo Faustino Olmedo. En otra redada policial en la estancia “El Cerrito” se produce otra gresca donde cayeron heridos de muerte otros trabajadores más varios detenidos.
El gobierno nacional no intervino aun, pero los diarios de Buenos Aires y La Liga Patriótica se ocuparon de crear un clima de tensión y escribieron ríos de tinta sobre el “bandolerismo” y la anarquía de la Patagonia. Yrigoyen cedió a este clima y mandó al teniente coronel Héctor Benigno Varela a “pacificar” la situación y a un nuevo gobernador interino en reemplazo de Correa Falcón: el capitán Ángel Ignacio Yza.
Varela como negociador ordena la rendición incondicional y las patronales firman una propuesta reconociendo la organización de los peones. La mayoría de la peonada acepta y se levanta la huelga. A decir de Osvaldo Bayer llegó el “final feliz: buen preámbulo para la muerte”.
La segunda huelga
Las reivindicaciones no se cumplieron, los presos, siguieron detenidos, se persiguió a activistas, se cerraron locales y se deportaron trabajadores (había trabajadores chilenos, españoles e italianos). Llega la segunda huelga, esta vez la lucha fue por los presos políticos y a su vez se radicalizaron y extendieron las tomas de estancias y requisas de armas y comida. Representantes del gobierno inglés le exigieron al gobierno nacional protección para sus ciudadanos ante las tomas.
Hacia el 5 de noviembre de 1921, Río Gallegos se paralizó. No hubo estancia en funcionamiento, ni hotel, ni comercios. Miles de obreros marcharon por la ciudad con banderas rojas. La Sociedad Rural y la Liga Patriótica exigieron una “solución definitiva”, pedían la vuelta de los tiempos donde unos mandaban y todos los otros obedecían. Las tomas estaban desafiando la propiedad privada capitalista. Al teniente coronel Varela se le ordeno volver a Río Gallegos, esta vez con columnas de soldados bien pertrechados. El 11 de noviembre se dio el primer fusilamiento: el trabajador chileno Triviño Carcomo, cuando aun Varela no había publicado el bando decretando la pena de muerte. El 22 de diciembre fusilaron al último grupo de peones combativos, el dirigido por Jose Font, conocido como “Facón Grande”.
La FORA IX no llevó adelante medidas de solidaridad con la huelgas de las Patagonia, frente a la intransigencia de la Sociedad Rural, la Liga Patriótica y la presión de la delegación de Inglaterra. Así la Patagonia Rebelde quedó aislada nacionalmente y luego en el campo, rompiendo el principio de solidaridad de clase. Además el anarquismo ya no tenía fuerza como para llamar a grandes acciones de solidaridad.
Por otro lado los trabajadores rurales confiaban en la neutralidad de Varela y el ejército como intermediario, en varios de los manifiestos de la Sociedad Obrera de Santa Cruz, se expresaba la idea de “armonía entre el capital y el trabajo”. Los estancieros, como parte de la clase capitalista, estaban atravesando una crisis, debía ajustar y por ende no estaba dispuesta a ninguna concesión hacia los trabajadores. Contradictoriamente los métodos de los peones (tomas de estancias, de rehenes, requisas) ponían en cuestión las bases de la propiedad privada. Pero al no estar acompañada de gestos de solidaridad de las grandes centrales obreras (como la FORA IX, entre otras) más la ofensiva de la burguesía y el gobierno radical, sellaron el trágico final de la huelga.