Freud, en su tiempo y en el nuestro, biografía de más de seiscientas páginas escritas con hondura y rigor histórico por Elisabeth Roudinesco, historiadora y directora de investigación en la Universidad de París VII y publicada por Debate, resulta un viaje apasionante por la vida y la obra del creador del psicoanálisis. Antes emprendieron la misma tarea Ernest Jones, amigo y discípulo de Freud, y Peter Gay. Pero cambiaron los tiempos y hoy se abrieron archivos que hasta el momento no era posible consultar, lo que redunda en un enorme caudal informativo que se desconocía.
Ahora bien, ¿cuántos Freud surgen del trabajo de Roudinesco? Por un lado está el hombre nacido en 1856 que debió abrirse camino en un mundo que se escandalizaba frente a sus teorías. Ese mismo médico da los primeros pasos en sus descubrimientos a partir de la admiración que profesa por Charcot, su maestro, que ya había escrito valiosos ensayos científicos sobre la histeria femenina. Recordemos que Freud provenía de una familia judía y fue el preferido de su madre, dato no menor, dado que mucho tiempo después él consideró que los niños que habían sido elegidos por su madre acarreaban consigo, una vez llegados a la edad adulta, un optimismo inquebrantable. Más aún, deduciría de esta convicción la idea de que las relaciones de amor entre las madres y los hijos varones son las más perfectas y despojadas de ambivalencia.
Pero como todo genio, su complejidad crece a medida que se avanza en el estudio de su vida. De ahí que tengamos también el Freud que luchó como un gladiador contemporáneo por la disciplina que había creado, y que en esa lucha tuvo que enfrentarse a enormes dificultades. Y también el Freud que se convirtió en una celebridad mundial, admirado tanto en Europa como en los Estados Unidos, y que se vio obligado a desplazarse de su casa para explicar aquello que dijo antes de desembarcar en los Estados Unidos: “Me reciben muy bien. No saben que les traigo la peste”. La peste era la noticia, ni más ni menos, de que el sujeto no es el amo supremo de sus actos y que el hombre está condicionado por su propia historia y sus identificaciones. Y para colmo Freud consideraba que la mayoría de las desdichas provienen de la vida sexual de cada individuo. El psicoanálisis era un escándalo para la época. El mismo Freud tenía la vida de un burgués conservador. Después de casarse con Martha Bernays, Freud trajo al mundo seis hijos, nacidos entre enero de 1887 y diciembre de 1895: Mathilde, Martín, Oliver, Ernst, Shophie y Anna. “Ya en 1893 –escribe Roudinesco-, al notar a Martha agotada por sus sucesivos embarazos, Freud decidió recurrir una vez más a la abstinencia”. Y agrega: “Con apenas cuarenta años y víctima ocasional de impotencia, renunció a toda relación carnal para liberar a Martha del temor permanente de la maternidad”.
La tarea científica de Freud quizá necesitaba de cierto apartamiento del mundo. En Psicopatología de la vida cotidiana, escrita como folletín y publicada en dos partes en una revista de 1901, para ser luego editada en libro, encontramos al hombre que mostraba que el inconsciente se manifiesta de manera permanente a través de los fenómenos normales de la vida psíquica de todos los hombres despiertos y de buena salud. Freud se apoderaba de las palabras, la sintaxis, los discursos, los relatos: olvidos, lapsus, errores, actos fallidos, gestos intempestivos, recuerdos encubridores. Todo ese material lingüístico, decía, no hace sino delatar una verdad que escapa al sujeto para constituirse, sin que él lo sepa, en un saber organizado, una formación del inconsciente.
Sigmund Freud avanza estudiando las obras clásicas.
Toma de Edipo Rey, de Sófocles, la piedra angular de su teoría. Construye una idea de la neurosis pensando en Hamlet, de Shakespeare, y traza, a partir de Moisés, toda una explicación sobre el judaísmo. Freud quiso hacer del psicoanálisis un sistema de pensamiento. Su disciplina abrevó siempre de la psicología, de la medicina, del análisis literario y de la antropología. ¿Cómo definir, por ejemplo, esa obra maestra que es El malestar en la cultura? Freud pensaba y desandaba cualquier camino que él hubiese emprendido si percibía que no estaba en lo cierto. Vivía en permanentes encrucijadas del pensamiento. Sólo así se explica un libro tan extraordinario como Más allá del principio del placer, donde descubre que un sujeto busca autodestruirse a través de mecanismos de repetición que lo acorralan en situaciones mortíferas. Freud construye su teoría trabajando con pacientes, alrededor de ciento sesenta personas, muy diferentes unas de otras, se trataron con él.
Thomas Mann, Lou Andreas Salomé, Arnold Zweig y todas las mentes brillantes de la época pasaron por la famosa casa de Berggasse 19. Aunque cueste creerlo, allí se cambió el mundo. Cuando llegaron los nazis y quemaron todos los libros de quien consideraban el creador de una “ciencia judía”, el viejo Freud ya había emprendido su viaje a Londres, donde murió el sábado 23 de septiembre de 1939, a las tres de la mañana. Para Elisabeth Roudinesco ha sido el más grande pensador de su tiempo y el nuestro. A pesar de tantos detractores del psicoanálisis, la disciplina creada por Freud nos cambió la manera de percibir el mundo. No sólo nos ayuda a vivir al conectarnos con nuestros fantasmas.
El psicoanálisis está tan presente en la literatura como en el lenguaje que utilizamos a diario. Freud, que admiraba a Goethe, escribía de manera permanente. Y además lo hacía a través de una pluma exquisita. El trabajo de Roudinesco nos permite descubrir los mecanismos de creación de la aventura del pensamiento más fascinante de los últimos siglos.
* Agradecemos a Osvaldo Quiroga su autorización para publicar la presente nota. |