Es un día de febrero del año 2011. En lo alto del barrio que bordea el brazo oeste de La Cañada, Bella Vista, hay una casa de rejas blancas tapada por una frondosa enredadera. Nos atiende una mujer menuda, de pelo blanco, que a sus ochenta y pico de años se desplaza con agilidad de atleta. Hablo de Susana Fiorito, un emblema del barrio y de una época en la historia de nuestro país: los 70. En esa casa Susana vive junto al escritor Andrés Rivera, su compañero de vida, o “el guaso de Susana”, como dicen en el barrio. El motivo de nuestra reunión es filmar una escena para la película Preguntas a un obrero que lee. Susana, entre otras cosas, fue una pieza central para el resguardo de la memoria de los sindicatos clasistas cordobeses SITRAC-SITRAM (70-71). Entre varias de sus tareas monumentales como Secretaria de Prensa, microfilmó 18 mil páginas (boletines, solicitadas, volantes, etc) y las distribuyó en tres universidades: Harvard, Campinas, Ámsterdam, para salvar parte de esa experiencia histórica de la clase obrera de las garras de las represión y la censura.
La escena se resume a lo siguiente: Susana se sienta frente a una Remington y reescribe el boletín N° 2 del SITRAC (Sindicato de los trabajadores de FIAT-Concord): “La única manera de ser dignos de los sacrificios de nuestra clase es ganar la guerra que tenemos empeñada contra la Dictadura, contra las patronales y los traidores (…) Estamos en esta guerra para destruir la explotación del hombre por el hombre”.
El clasismo fue una experiencia breve pero intensa. Cómo decíamos en otra nota los obreros de mameluco verde “instituyeron la asamblea como método y la democracia obrera como práctica, cuestionaron y ejercieron el control de la producción y establecieron lazos de solidaridad de clase” y, también, se definieron socialistas.
Un año y siete meses transcurrieron desde la expulsión de Lozano (el burócrata cuya última gran conquista para los trabajadores había sido un papel higiénico y un pan de jabón) a la intervención, con tanques y helicópteros, del General López Aufranc y Lanusse, y la disolución de ambos sindicatos en Octubre del 71. Pero para cuando escribían estas líneas (junio del mismo año) “a nuestros hermanos de todo el país”, aún gozaban de plenitud y ya habían volteado al interventor provincial Camilo Uriburu, quien había osado decir que cortaría de un solo tajo la cabeza de la “venenosa serpiente” que anidaba confundida “entre la múltiple masa de valores morales”, y al dictador Levignston, quien renunciaría tiempo después de esta gran gesta, el Viborazo, encabezada por la vanguardia del proletariado mediterráneo. “La cortaré de un solo tajo” citaban burlones, los obreros, las palabras de Uriburu. “JA JA JA. IMPOSIBLE”, retrucaban despanzurrados.
Vuelvo a esta fecha, la de la filmación junto a Susana, porque en estos días me topé con esta dedicatoria: “Para Julián y Nahuel, Andrés Rivera, Feb. 2011, Córdoba”. Estas breves palabras están inscritas en la primera página de Mitteleuropa.
En ese entonces al terminar la escena, Andrés se acercó hacia nosotros a preguntarnos qué hacíamos. Además de explicarle nuestro proyecto aprovechamos para pedirle unas palabras de apoyo para Hernán Puddu, obrero automotriz, hoy uno de los referentes del Frente de Izquierda en Córdoba. En ese momento aún estaba caliente la lucha por su reincorporación a FIAT-IVECO, fábrica de la que había sido despedido en el año 2009 tras ser expulsado en un Congreso fraudulento por parte de la burocracia del SMATA. Hernán, como no podía ser de otra manera para un obrero de izquierda, se había negado a firmar los despidos de contratados.
Él era delegado de base y luchó incansablemente por la reincorporación de sus compañeros y la unidad de las filas obreras entre contratados y efectivos. Andrés por supuesto nos dio un saludo con total predisposición. Recordaba cuando discutía con los obreros de la multinacional italiana sobre literatura, teoría y política. No tuvo el rol activo que en aquella época si tuvo Susana, pero fue parte de esa experiencia. Y esa cercanía quedó constatada en sus novelas y cuentos, como esa entrevista realizada al delegado Torres en un bar de la calle Olmos: “Santos Torres me mira: le señalo el grabador. Santos Torres manotea la botella de cerveza, y jadea al grabador: -Yo soy clasista”
Después de dar el saludo advirtió: “esperen, ya vuelvo” y al cabo de unos segundos regresó esgrimiendo Mitteleuropa (Europa central) entre los dedos, uno de los tantos libros escritos en esa misma Remington ante la cual Susana había actuado, en el presente, una reescritura de las horas calientes de aquellos gloriosos años de la clase obrera a la ofensiva: Tomen, nos dijo. Lo consideramos un gesto de agradecimiento por lo que estábamos haciendo: por la película y, 40 años después, por la campaña para que un joven obrero, de esa misma fábrica, fuese reincorporado a su puesto de trabajo y pudiese recuperar sus fueros gremiales.
Cuando estaba retirando el libro de su mano le agradecí y me detuve a leer qué decían sus ojos. Hoy quizás pienso que, mientras sus yemas se desprendían del fino volumen de cuentos, en su apostura impasible expresaba lo que su madre a él: “ahora hablo con vos del pasado. Me lavo la cara, me peino, preparo mate, y cuando miro en el espejo, recuerdo palabras, muertos, sueños, las promesas, las derrotas (…) preparo, mientras te espero, alcalaj guefilte fish borshts farfalaj kneidlaj, para cuando llegues de Córdoba y me digas que será la Petrogrado argentina, y yo voy a pensar, porque lo voy a pensar, que la clase es inmortal, pero nosotros no. Sean sabios y, acaso, piadosos. Caminen sobre nuestros huesos: somos puente”.
La frase pertenece a su gran novela El verdugo en el umbral. La cito y me conmueve y nuevamente me lleva a otro sitio y a otro tiempo: En noviembre de 2012 falleció Gregorio Flores, el protagonista de la película, el obrero que leía y escribía. Su muerte, como el romancero español, dejó muchas cuestiones truncas. En su velorio, Hernán, su voz entrecortada, su mano temblorosa, los nervios de sentirse parte indivisible de los que enfrentaron en el 9, el 19, el 36, el 69, y muchas épocas más, el rostro cancerbero del capital, tomó la estafeta cedida por el cansado cuerpo de ese obrero de agallas y dijo: “Si es como decía Georg Engels, uno de los mártires de Chicago, que él no combatía individualmente a los capitalistas sino que combatía a un sistema que generaba la explotación, la miseria y la pobreza y que su más profundo deseo era decirle a los trabajadores quiénes eran sus amigos y quiénes eran sus enemigos y que todo lo demás merecía su desprecio. Yo creo que Gregorio Flores es un gran amigo, fue un gran amigo y va a seguir siendo siempre un gran amigo del movimiento obrero mundial….”.
Hernán caminando por el puente tendido por Gregorio y los clasistas.
Finalmente, por las circunstancias del montaje la escena de Susana no fue parte del documental, y por un extravío circunstancial el saludo de Rivera nunca había salido a la luz. Ambos pequeños archivos audiovisuales marcan el lazo entre un hombre y una mujer tejidos entre las hebras de nuestra clase.
En el año 2015 terminamos la película. Antes del estreno decidimos pasar por aquella casa de rejas blancas para mostrarle a Susana cómo había quedado terminada antes de ser estrenada en el cine. Justo por esa fecha estaba leyendo por primera vez El verdugo en el umbral y aún no había llegado a la página 204 de la edición de Alfaguara. Tras cuatro años de aquel saludo para la lucha de Hernán el deterioro en la salud de Andrés había avanzado mucho, por eso era probable que no estuviese presente. Empezamos a visionar la película junto a Susana. Luego de transcurrido un tiempo vino la escena donde los clasistas del SITRAC (Torres, Massera y Gregorio Flores) junto a Juan Villa; secretario de Perkins (del peronismo de base), sentados alrededor de una mesa intercambian sobre el inicio de la lucha y de cómo habían echado a la burocracia sindical. En ese momento en el umbral de la puerta apareció Andrés. Con paso cansino, y sin decir una palabra, se sentó en un sillón, bien frente a la computadora, en primera fila podría decirse, y siguió toda esta escena y otras. Luego se cansó antes del fin, se levantó y se fue. Más tarde cuando regresé a mi casa retome el libro en la página donde había dejado. Al pasar unos párrafos me topé con la voz citada de Torres: “La cuestión es que empieza la asamblea y Lozano se larga a hablar (…) y resulta que dice: Bueno, allá el compañero me elige presidente a mí de la asamblea, y allí es donde salta el negro Clavero, y dice: Momentito (…) Acá vamos a decidir democráticamente, nosotros, la asamblea”. Allí se desencadenó todo, el comienzo. Pero lo curioso es que esas palabras que ahora estaba leyendo en El Verdugo eran las mismas, expresadas casi de manera exactas, que las dichas por Torres frente a la cámara para nuestra película y, a su vez, las que precisamente estaba pronunciando en el momento en que Rivera se acercó y se sentó en primera fila frente a la computadora en su casa de Bella Vista. Sugestiva repetición de dos momentos: la memoria, los triunfos y los fracasos, las batallas a retomar. Somos carne de los huesos, seremos hueso de la carne. Historia de continuidades.
Preguntas a un obrero que lee se reestrena el próximo jueves 24 y permanecerá durante una semana en el Cine Gaumont de Ciudad Autónoma de Buenos Aires.