El ministro de Educación Nacional, en un editorial para el diario La Nación, aprovechó el espíritu del bicentenario de la independencia de Argentina para plantear que “hay muchos argentinos que no son independientes, cuando leen el diario, por ejemplo, dependen de alguien que le explique”. Luego retomó la idea, pero por su propia pluma, del escriba de Clarín: “la taza de graduación universitaria alcanza el 10%, pero en el segmento con menores recursos solo uno de cada 100 alcanza un título universitario”. Estos planteos ya no son una novedad por parte del gobierno de Cambiemos y la “meritocracia” de los ricos.
Lo más relevante para el ministro es remarcar la relación con el mundo laboral: “vivimos en un mundo en el que se están creando nuevos trabajos todos los días. Un chico de hoy tendrá a lo largo de su vida siete empleos, cinco de los cuales aun no fueron creados. No podemos preparar a los chicos hoy para los empleos que vendrán”. Esta declaración muestra claramente la visión liberal del gobierno y el rol de la educación al servicio del mercado. No plantea una planificación económica, social y educativa desde el Estado, sino que es el mercado quien definiría las políticas estatales. Pareciera ser que el ministro tiene claro el rol educativo en función de las necesidades empresariales, permitiendo la intervención empresarial en la educación pero, por sobre todo, definiendo como necesario una formación general y flexible para que los jóvenes se amolden al mercado laboral flexibilizado en donde tendrán 7 trabajos o mas y su única especialización será la de “disfrutar de la incertidumbre”.
La “revolución” educativa, Sarmiento y el macrismo
Bullrich intenta explicar lo expresado por Macri sobre “la revolución educativa”, pero difícilmente encontramos en el lego en educación una definición de política educativa que revolucione la estructura educativa actual. Apela a la fraseología sarmientina como cita de autoridad, redireccionando los mismos dichos de Sarmiento para los molinos macristas: “La demanda de educación es inversamente proporcional a su necesidad”, ya no le habla Sarmiento a la elite porteña sobre la importancia de un plan de educación, más bien ahora Bullrich nos la trae para cuestionar que el problema de la falta de calidad de educación es porque la gente no reclama calidad, Bullrich nos los deja bien claro: “el que no la tiene no la reclama”.
El ministro busca pasar tibias reformas, que sólo profundizan las lógicas expresadas en las leyes educativas sancionadas por la anterior gestión, por revoluciones. Un proyecto de ley que sanciona a las familias que agreden a los docentes y el llamado al cambio cultural busca ocultar como desde el gobierno denigran la tarea docente. Muestras claras de esto son que el actual ministro, cuando manejaba la misma cartera en la ciudad: denigro la tarea docente quitándole a los directivos las tareas pedagógicas para que se ocupen de las administrativas, e implementó una inscripción online que le permite controlar la matrícula escolar favoreciendo al sector privado no solo económicamente, sino ahora también con más matricula.
La revolución y la educación
Un amplio sector político de izquierda a derecha tiene la tentación de plantear conceptualmente la necesidad de “la revolución”, apelando a figuras que de una forma u otra forma revolucionaron las maneras de pensar la educación o su rol como Sarmiento o Freire, para mencionar sólo algunos casos.
Pero una revolución hoy en la educación, una ruptura total con las bases educativas actuales no serán posible sin un cambio profundo en las bases de las relaciones sociales de producción. Sin un cambio de raíz en la sociedad, no habrá trasformaciones de la matriz educativa. La educación para la revolución es una expresión semántica para ocultar reformas y quitar del horizonte en los trabajadores la idea de la irrupción de las masas en la historia y que ellas tomen el cielo por asalto. |