Después de finalizar la cuarta temporada de Orange is the new black (OITNB) la sensación de vacío es imponente, la cantidad de preguntas que deja un último capítulo con los guiones, los puntos y las comas bien puestos son difíciles de responder. Queda un ruido extraño, queda un aturdimiento que no puedo aclarar, al cabo de un momento indago en el lugar que (pienso yo) me va a dar todas las respuestas: internet, pero no, los blog que consulto tienen las mismas preguntas que yo y todavía están rearmándose después de tanto revuelo; entonces pienso: ¿por qué? ¿Por qué me hace tanto ruido esto? ¿Por qué me molesta tanto?
El síndrome Chiquititas
Cuando éramos chicos el programa estrella era una serie donde un grupo de huérfanas vivían aventuras en ese hermoso lugar que era el orfanato, crecían, pasaban por la adolescencia, padecían a una administradora aberrante digna de cualquier cuento de hadas, extrañaban a sus padres pero la felicidad las invadía, se acompañaban entre ellas, se volvían heroínas que cantaban su historia de cómo habían sido abandonadas, pero siempre eran felices y los finales siempre eran de cuento. Pero señoras y señores nos mal acostumbraron, el “síndrome Chiquititas” nos aplastó; pensamos que OITNB era el cuento perfecto, chicas encerradas pero no tanto, violentas pero no tanto, divididas en guetos... pero no tanto. Con problemas predecibles por lo que conocemos del funcionamiento de una cárcel, pero siempre felices, esquivando las balas de papel en la que nuestra felicidad y leve incomodidad pasaba uno tras otro los capítulos.
Hasta que la realidad golpeo y las balas son reales, tanto como la vida dentro de una prisión, tan real como la estigmatización que sufren las presas, tan real como el abuso en todos los sentidos posibles de un guardia. Una temporada entera nos dió la dosis de realidad que necesitábamos pero que no queríamos y nos entregó a la mártir que desató la levantada.
Y lo peor de todo, es que no lo podemos creer, pero la realidad es así, no queremos verlo, pero los guetos existen y son estigmatizados, las muertes están y no son accidentes, el servicio penitenciario estigmatiza, mata, viola, excede su poder al servicio de una empresa, al servicio de unos pocos que mantienen a un grupo de mujeres hacinadas para mantener un negocio rentable.
Al final, nos hace partícipe, nos aclara que todo eso estuvo ahí siempre y no lo queríamos ver, porque preferimos la ficción con final feliz antes que ver la realidad cara a cara. |