Sin Teoría revolucionaria no existe Práctica revolucionaria, tal la curva que planteaba la recta de Lenin. Tal la paradoja para toda Política de izquierda que no puede obviarse, que debe reconocerse, que debe resolverse. El (ambicioso) proyecto de la revista IdZ, desde sus inicios en 2013, fue lograr construir esta preciosa mediación entre Clase y Teoría, recuperar el profundo sentido de “¿Qué hacer?”. Cualquiera que profundice en sus contenidos no puede más que sorprenderse por su riqueza y por la ruptura novedosa de los viejos moldes de las publicaciones de izquierda.
Sabemos que el anti-intelectualismo fue la marca de fábrica del Marxismo vulgar, como le llamaba Gramsci, el sello reconocible del Dia Mat stalinista, y por qué no, de cierta vulgata ligada inexplicablemente al nombre de Trotsky. Ya no se trata en el nuevo Milenio de repetir fórmulas gastadas, de mascullar etiquetas fosilizadas, de repetir citas marxistas aisladas como mantras sino de transformar el principio bárbaro del Mundo del Capital desde el método materialista-crítico, en el cual la Teoría no es un atributo de distinción de clase, sino preciosa guía de la ciega praxis.
La Teoría deja de ser una mera Ciencia de la legitimación (de estados o de comités centrales) para ocuparse de lo realmente importante y decisivo: cómo entender las condiciones de emancipación de los trabajadores para subvertirlas. Porque solo se transforma lo que se comprende críticamente. Y esto implica entender la lucha en la Ideología, como uno de los frentes principales además del político y el económico… ¿acaso no es en lo ideológico donde los hombres son conscientes o inconscientes de su propia servidumbre?Hegel decía que los subtítulos son en realidad los títulos secretos de las obras, y en nuestro caso no falla: “de Política y Cultura”, se trata de dar la lucha hegemónica en el vasto campo de las ideas, en las que siempre domina por default la cosmovisión de las clases dominantes. La Cultura es siempre un sistema de referencias y es en él donde pretende intervenir críticamente IdZ. Y es que las derrotas nos han dejado una dolorosa parábola: nada de la Cultura bajo el Capitalismo nos debe ser ajeno, parafraseando a Marx.
La Cultura de izquierda puede (debe) ser un modelo de cómo vivir, una forma de autoemancipación y autoconciencia, una crítica despiadada del presente y una imagen del futuro. Y este combate ya no se entabla en IdZ desde toscas posiciones heredadas del Realismo socialista soviético, en la que vemos a intelectuales abrazados al dogma como los últimos japoneses en las islas del Pacífico tras el final de la guerra, ni tampoco desde concesiones tácticas al Populismo burgués. La subversión cultural ahora va de la mano de la subversión política. IdZ supera el viejo vanguardismo paleomarxista, se trata ahora de “experimentar” la valencia crítica de Marx, buscar las vías no transitadas del pensamiento crítico y revolucionario (ahí están Feuerbach, Luxemburg, Gramsci, Marcuse, Poulantzas, Vygotski, ¡la Dialéctica!), construir para dentro y fuera. Pero lo más importante: la confrontación que intenta IdZ con el máximo nivel ideológico de la propia burguesía (del Psicoanálisis al Posmodernismo), algo que me hizo recordar una feliz coincidencia: que una de las primeras intervenciones marxistas del joven Trotsky fue precisamente una crítica político-cultural certera al médico de la Kultur Nietzsche en el año 1900. IdZ ha tomado este desafío con rigurosidad militante, de una manera vital pero sin perder de vista el horizonte estratégico. Las ideas son fuerza.
Ahora la Teoría puede dialogar vis-a-vis con los oficios terrestres, con igualdad de condiciones; la praxis es ahora no un ciego impulso a seguir sino el acicate y estímulo de la hermeneútica marxiana. Poner de nuevo en sincronía a la Política de izquierda con la Cultura. Porque lo importante de las organizaciones de izquierda no es lo que “son” sino lo que “hacen”. IdZ es al mismo tiempo, según la feliz metáfora leninista, un “andamio” y un organizador colectivo que al mismo tiempo que interconecta, comunica y comparte ideas entre diferentes niveles de intervención y de conciencia (IdZ no reduce sus lectores potenciales al intelectual comprometido o al académico “compañero de ruta”) no deja de construir, elevar y asentar la forma organizativa. Hay que decirlo: el nivel polémico de IdZ es inédito en la izquierda argentina, siempre herida de muerte por la escisión entre interpretación e intervención en la realidad. IdZ representa una nueva “Ilustración de izquierda”, bienvenida y nunca tan necesaria en los tiempos insoportablemente leves del Neoliberalismo. Martí, que nunca había sido marxista, decía con razón que finalmente las Trincheras de ideas valen mucho más que las Trincheras de piedra. IdZ no es más que su feliz constatación.
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