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El viernes 27 de agosto el Consejo de Estado francés invalidó el decreto municipal de Villeneuve Loubet, en la Costa Azul, que prohíbe en sus playas el mal llamado “burkini”.
Este “paso atrás” lo hemos vivido respecto a la prohibición del burka y el nikab en Ayuntamientos de Catalunya años atrás. Los Estados imperialistas prueban sus fuerzas, avanzan y retroceden sobre los derechos democráticos más elementales, en este caso, con medidas abiertamente racistas, teñidas de islamofobia. Ahora con una de sus “fotos” más absurdamente xenófobas: la de policías en la playa obligando a las mujeres árabes musulmanas a desnudarse.
El Estado galo volvió a sus “principios republicanos” cuando se vio venir un repudio generalizado. Sin embargo, una treintena de municipios franceses han decidido mantener el veto.
Y entonces, ¿cómo responde el movimiento feminista y de mujeres a la altura de semejante ataque? Los debates son múltiples, pero los posicionamientos son poco claros o abstencionistas ante una realidad que es clara y escalofriante: que la policía del Estado imperialista francés obligue a las mujeres a quitarse su bañador, es racismo e islamofobia.
La prohibición del mal llamado “burkini”, burka o niqab es racismo
Es imposible abarcar en un sólo artículo todos los debates, que cruzaron como una lanza al movimiento feminista europeo. Pero vamos a partir del más preocupante, cuando hay sectores que apoyan la prohibición por considerar el carácter opresivo del bañador mal llamado “burkini”, como lo hicieron con el burka o niqab.
Lo que está en discusión es tomar posicionamiento claro frente a una prohibición que se da en Europa, por parte de instituciones estatales imperialistas, actuando con las fuerzas represivas, contra mujeres árabes y/o musulmanas que aquí habitan. Y en su posicionamiento, el movimiento feminista europeo sigue siendo ambiguo, abstencionista o pasivo.
Y este posicionamiento contra el racismo y la islamofobia es independiente del debate sobre si estar a favor o en contra del uso de los velos; cuestión de una enorme complejidad porque existen diversas discusiones históricas y actuales sobre el velo o el velo integral, su significado y su simbología, que el movimiento feminista y de mujeres ha sabido analizar a partir de sus propias experiencias históricas y políticas.
Estas experiencias dieron dentro del movimiento de mujeres y feministas árabes y/o musulmanas políticas a favor o en contra del hiyab, burka o niqab, que, al menos para “asomarnos” a su conocimiento es necesario contextualizar y atender el significado cambiante que tuvo su uso. Retomaré algunos apuntes escritos en otro artículo.
Los usos del velo y su simbología
Las feministas árabes y/o musulmanas cuestionan el llamado “feminismo occidental” que insiste en la existencia de una forzosa conexión entre cultura y opresión de la mujer. De esta conexión mecánica se desprende la estrategia de “abandono de la cultura autóctona” como vía de emancipación. La prohibición actual del velo integral o del llamado “burkini”, se inscribe entonces en esta premisa.
El debate sobre el, velo, hiyab, se introduce en el siglo XIX bajo un Egipto sometido a la colonización británica, cuando algunos líderes del mundo árabe-musulmán que luchaban por reformas en los derechos de las mujeres, como la educación, e influenciados por el discurso colonial europeo, consideraban el uso del velo como “símbolo de atraso cultural”.
Las nuevas corrientes feministas árabes del siglo XX han cuestionado a estos reformadores y su consideración como impulsores de un “primer feminismo”. Y se fue conformando un feminismo anticolonial que rechazaba la occidentalización de las políticas de género expresadas en la prohibición del velo –que había comenzado a ponerse en práctica en diversos países–, y en el marco de que se había avanzado muy poco en los derechos de las mujeres.
Así, el debate sobre el hiyab se dividía entre quienes lo consideraban como símbolo del “retraso cultural” o, contrariamente, como identificación de la cultura árabe y musulmana contra las amenazas del poder colonizador.
A partir del siglo XX ha habido un cambio importante tras el desarrollo de los procesos anticoloniales, cuando las mujeres nacionalistas o islamistas árabes convirtieron el hiyab en un “símbolo de resistencia anticolonial”. Así lo describe Franz Fanon respecto a la lucha anticolonial en Argelia en la década de 1950 cuando, frente a la prohibición francesa del velo, más de 10 mil mujeres salían a las calles con el hiyab, tal como muestra la película La batalla de Argel.
Pero también emergieron movimientos de mujeres y feministas que, en determinados contextos, lucharon contra la imposición del hiyab o del “velo integral”, burka y el niqab, sin abandonar la lucha contra el poder colonial y enfrentándose al mismo tiempo a los poderes autóctonos más reaccionarios. Es el caso por ejemplo de Irán, donde llevar hiyab es obligatorio tras la revolución islámica de 1979.
En Europa este debate se ha ido actualizando en los últimos años a raíz de la prohibición del burka y el niqab en países como Francia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, en ayuntamientos de Catalunya (Estado español), en Alemania –donde la mitad de los estados prohíben el velo–, y en Italia, donde la ley antiterrorista de 1970 prohíbe prendas que cubran la cara.
Sin embargo, esta prohibición “en nombre de la libertad” y de la “seguridad” para estas mujeres no es más que el encubrimiento de la persecución cotidiana a la población inmigrante, perpetuada por la xenofobia y el racismo. Y muchas mujeres denuncian que, de prohibirse el “burkini”, quedarán aún más relegadas en sus casas sin bañarse en las playas.
El feminismo será antirracista y antiimperialista, o no será
Los prejuicios raciales hacia la “mujer oriental” se manifiestan también bajo mecanismos que desconocen las luchas de estas mujeres, para enseñar “valores occidentales superiores” que puedan arrancar de la opresión a estas “pasivas y sumisas mujeres”.
Se crea así un falso ideal de superioridad y progreso relacionado con Occidente. Como si la mayoría de las mujeres árabes, musulmanas, africanas o latinas, pobres y trabajadoras, que habitan Europa o Estados Unidos, no sufrieran opresión de género, desigualdad salarial, precariedad, feminicidio, a pesar de vivir y nacer en sociedades “cristianas y occidentales” o “laicas”.
Pero estas mujeres han sabido reconocer las particularidades de su propio horizonte histórico-social en el que se inscriben las relaciones de opresión, dentro de una universalidad de problemas identificables con los de todas sus hermanas de clase: duras condiciones laborales, desamparo en derechos sociales y políticos, violencia y acoso sexual y feminicidios, entre otros. Y también han sabido luchar contra las imposiciones de los Estados de sus propios países, que no son iguales que las de Occidente.
No tomar posición clara contra esta prohibición racista, es inscribirse en estos valores colonialistas e imperialistas. Y una muestra de que sectores del movimiento feminista actual está alejado de los problemas de la mayoría de las mujeres, muchas veces mucho más complejos y dramáticos que el uso del velo. Y por ende, dócil frente a la lucha contra sus propios Estados contra la opresión de la mayoría de las mujeres: pobres, inmigrantes, trabajadoras.
La abstención sobre este grave ataque es peligrosa en un contexto europeo de polarización social donde crecen molecularmente grupos de extrema derecha cada vez más visibles en las calles golpeando inmigrantes y quemando centros de refugiados.
Entonces, ¿no es momento de organizarnos en las calles con un enorme movimiento de mujeres y feminista, junto a las organizaciones sindicales y sociales, contra este ataque racista a nuestras hermanas de clase?
No podemos confiar en los tímidos “pasos atrás” que a veces conceden los Estados capitalistas imperialistas, cuando nuestras hermanas de clase sufren junto a sus familias una constante persecución racista, dispuesta a legitimar toda una múltiple cadena de opresiones y explotación. Porque están atacando a nuestras hermanas de clase, nos están atacando a todas. |