Fotografía: flickr.com / Financial Times
Davies apunta que para el caso de los países avanzados, el fallo en los pronósticos se asienta en la creencia de los economistas según la cual existiría en dichos países una tasa de crecimiento media, constante a través del tiempo. Sin embargo en la corroboración empírica, la convicción se habría demostrado falsa. El comportamiento del PBI en el largo plazo en las economías avanzadas, da cuenta de una desaceleración muy persistente en las tasas de crecimiento desde los años ’70, es decir en los últimos aproximadamente 40 años. La retracción a partir de 2008, se explicaría entonces como un momento particular de esa tendencia y no como un descenso aislado y repentino. La suposición de la tasa de crecimiento media como una de las grandes constantes económicas se demuestra, en las últimas décadas, sencillamente falsa. Según Davies, la verificación de este comportamiento novedoso del capitalismo, estaría en la base del auge y creciente “reclutamiento” de múltiples economistas, por parte de las teorías del “estancamiento secular”. Summers y Pritchett lanzaron la primera piedra al afirmar que existe escasa persistencia en las tasas de crecimiento de los países a través del tiempo y por lo tanto el crecimiento actual tiene muy poco poder de predicción para el crecimiento futuro.
A veces lo que anda mal es la realidad
En términos generales y como promedio de los países del G7, según Davies, la tendencia desacelerada que se arrastra desde los años ’70, debería buscarse en una declinación simultánea de otras dos tasas. La del crecimiento de la población y muy especialmente, la del crecimiento de la productividad del trabajo. El crecimiento de la productividad en los países del G7 tomados de conjunto, habría caído desde alrededor del 4% a aproximadamente el 2,5% anual durante la década de 1970, y luego parece haber caído a alrededor del 1% en la década del 2000, antes del estallido de la crisis. En general y tomadas de conjunto, la desaceleración de la tasa de crecimiento de la población y de la productividad, habrían ocasionado una reducción a la mitad del crecimiento del PBI de largo plazo en los países del G7, desde un valor superior al 4% en 1970 al 2% en la actualidad.
Por lo tanto y como señala el autor, para los partidarios de la tesis del estancamiento secular, la desaceleración del crecimiento de largo plazo en las economías desarrolladas, parece ser un hecho permanente de la vida, y no un resultado temporal consecuencia de la crisis. Aunque de todos modos y desde 2009, se ha estado formando un nuevo patrón de crecimiento del PBI bien por debajo del ya deprimido anterior patrón de largo plazo. Si se asume que la actividad del G7 en 2007 se hallaba en términos generales alrededor de una línea de tendencia de largo plazo del 3,25%, y que el crecimiento desde entonces ha estado por debajo del 2%, se concluye que se viene perdiendo más de 1,25% de crecimiento anual desde aquel momento. De modo tal que el nivel actual del PBI se encontraría todavía -y nada más y nada menos- que alrededor del 8% por debajo del nivel de tendencia de largo plazo.
Ante una verificación tal, estaría ampliamente justificado que los economistas se preguntaran no ya por la corrección o utilidad de sus mecanismos de predicción sino quizá por algo de la realidad que no estaría funcionando correctamente. Pero no, como se sabe, los economistas son gente amante de la “naturaleza” en la que invariablemente incluyen las relaciones (sociales) de producción. Si las economías avanzadas se estancan y eso se convierte en “parte de la vida”, pues será que los dioses se han enfadado…Sin embargo y muy a pesar de los economistas, de vez en cuando sucede que cuando la teoría está tan mal, lo que verdaderamente está fallando, es la realidad.
Traducción marxista
Dice Davies que el término “estancamiento secular” es interpretado de diferente manera por distintas escuelas de economistas. Algunos creen que el alicaído crecimiento desde 2009 se explica principalmente por la persistente escasez de la demanda debido a los problemas de balance de los bancos, las empresas y los hogares luego de la Gran Recesión. Otros lo atribuyen a una desaceleración de la oferta potencial en el curso de un largo período de tiempo. Davies no parece dispuesto a indagar mucho más.
A veces estas “cosas de economista” como el “lado de la oferta” o el “lado de la demanda”, triviales como son, pueden aportar más de lo que sus mismos postulantes creen. Sobre todo si se las pone a jugar con los distintos planos críticos que ellos mismos exponen y se los busca sintetizar como diferentes momentos de una misma realidad. Siguiendo este camino se podría “traducir” el plano de la desaceleración de la “oferta potencial”, como problemas estructurales de largo plazo asociados a las dificultades para la acumulación del capital. Lo que los economistas llaman problemas de “oferta potencial”, fueron durante la década del ’70 la manifestación de una caída de la tasa de ganancia. Caída que en gran parte fue mitigada por la ofensiva neoliberal que se inició a fines de esa misma década. La recuperación de la tasa de ganancia que, como señalan distintos autores marxistas como Duménil o Husson entre otros, se produjo bajo distintas formas y grados, resolvió sólo parcialmente y de una manera muy particular los problemas de la sobreacumulación del capital. Esa resolución parcial que entre otras cosas incluyó la “reconquista” de China y su enorme clase obrera para la extracción de plusvalía, no fue suficiente sin embargo para barrer de la escena los problemas estructurales del capitalismo que se habían puesto de manifiesto durante la mencionada década. De allí la larga historia del desarrollo de los mecanismos de “valorización financiera” si se permite el término, o de un sistema que como dice Summers, funciona entre la creación de burbujas y el estancamiento secular. Estas condiciones subyacen en gran parte a la imposibilidad de establecer una “tasa de crecimiento media constante” para las economías de los países centrales. El estallido de una de aquellas burbujas, la inmobiliaria en este caso, abrió paso a la crisis económica mundial que se desencadenó en 2008. Dicha crisis limitó en buena medida el festival de crédito que, en particular durante la década del 2000, contrarrestó el estancamiento o caída directa de los salarios. De modo tal que el incremento de la explotación -fundamento del ascenso de la tasa de ganancia- se pone de manifiesto desde el año 2008 como una fuerte debilidad del consumo de masas que se traduce en serias dificultades para la realización del plusvalor. Esto es lo que los economistas denominan “escasez de demanda”. De modo tal que los problemas de la “desaceleración de la oferta potencial” y la “escasez de demanda” mirados como problemas de la acumulación del capital y su realización, coexistirían como una cuestión estructural de largo plazo y una consecuencia derivada del estallido de la crisis tras la explosión de la última burbuja. En última instancia, los problemas de medición son lo de menos, los economistas deberían pensar que algo anda mal en su “naturaleza”. |