Foto: La foto salió movida
¿De dónde empezar a contar lo que fue la marcha de ayer? No arrancó a las 17.30hs en la Plaza Rivadavia, pero ciertamente tampoco desde la gran columna que salió del Departamento de Humanidades. El sentimiento, por llamarlo de alguna forma, lo ubico en el Encuentro Nacional de Mujeres.
Este año yo no pude asistir al ENM por cuestiones laborales. Pero mis compañeras bahienses, algunas de ellas amigas desde hace un tiempo, viajaron todas. Y junto a 70mil mujeres asistieron a los talleres y marcharon todas juntas, reclamando y luchando por sus derechos. Haciéndose ver, haciéndose escuchar, y levantando el calor reaccionario de la ciudad de Rosario.
A la misma vez, Lucía Pérez estaba siendo asesinada.
Miles de mujeres organizadas aterrorizan al opresor, y la ira machista hierve y flota como una nube de vapor podrida sobre nuestras cabeza. La violencia se acrecienta frente a la amenaza de 70mil mujeres luchando, juntas, y acecha desde todos los rincones, en la noche y a plena luz del día.
El sábado 8 de octubre, Lucía Pérez, con solo 16 años, llega a la guardia de un hospital de Mar del Plata, muerta. La violaron, la drogaron y la mataron. Murió por un “paro cardíaco-respiratorio por la introducción violenta de un objeto contundente en el ano”. La empalaron como a los torturados en la última dictadura militar. Murió, asesinada, por una reacción que se llama “reflejo vagal”, que acostumbran a sufrir los animales en cautiverio. Murió como un animal.
¿Te acordás quién eras a los 16 años? Estabas empezando a formar el carácter. Probablemente te estuvieras dando cuenta de cosas que pasaban a tu alrededor, pero no entendías bien. Estabas tratando de definir quién eras, porque ese verdadero “vos” quería aflorar, pero necesitaba aprobación para nacer. Y buscabas esa aprobación en las demás personas. Y de repente, una de esas personas que buscas, te destruye. Te destruye porque el sistema le dio la aprobación para destruirte.
¿Y a los 12, te acordás quién eras? Esa edad tenía Mica Ortega. ¿Y a los 14? Esa edad tenía Chiara Páez. Esas preguntas iban rebotando en mi cabeza, mezcladas con una sensación de asco, de bronca, de tristeza e incluso hasta de impotencia.
La indignación que generó el crimen de Lucía levantó una reacción tremenda, que nos llamó a las mujeres a organizarnos y parar el 19 de Octubre, nos llamó a congregarnos y pensar juntas las maneras de luchar y de frenar lo que nos estaban haciendo. Pero no nos dieron tiempo a terminar de pensar: también en Mar del Plata, Beatriz Valencia Parra fue encontrada dentro de una caja en la ruta, asfixiada. Tenía la marca de la cesárea que todavía no se curaba del todo y leche en las tetas.
También una mujer de 86 años, fue ahorcada por su marido de 66 años. Dos chicas fueron acuchilladas en La Boca.
En una semana, ocho femicidios. Una mujer cada 21 horas. Y lo que crecía en nosotras era un peso gigante en el pecho, que no nos dejaba respirar. Y ya nos veníamos dando cuenta que la marcha era extremadamente necesaria.
Primero que todo, lo conversé con una amiga, compañera de la universidad. Nos pasábamos noticias de los casos y la indignación iba creciendo, nos alimentábamos la una a la otra con este deseo de salir a la calle. Habíamos leído que en 2016, hasta la fecha, había habido el mismo número de femicidios que en todo 2015. Se nos ocurrió llevar a la marcha afiches con listas: listas de nombres de mujeres asesinadas, víctimas de la violencia de género. Empezando por todas las que pudiéramos encontrar de 2016, siguiendo después por casos de años anteriores. Mi amiga se puso a trabajar rápidamente en la lista, y convocamos a más compañeras y amigas a ayudarnos.
Hacer los carteles fue una experiencia movilizadora y muy fuerte. Mi compañera nos iba diciendo nombres, como dirigiendo una orquesta, señalando e informando, la edad de cada chica, dónde había sido asesinada, y en qué año. “A vos, Valeria, Sofía Viale, 12 años, Santa Rosa”. “Yazmín Milagros, 11 meses”. “Sandra Ayala Gamboa, 21 años, 2007”. Los casos nos estremecían el cuerpo y nos ponían la piel de gallina. Estaban las tías de nuestras compañeras, las amigas, las vecinas que alguna vez tuvimos tan cerca, las volvíamos a sentir, pero ya no estaban. Habíamos llenado diez afiches y no fue suficiente: mis compañeras tuvieron que salir a comprar más.
El dolor nos penetró cuando nos dimos cuenta que la lista que teníamos, de doce afiches, no era ni un cuarto de los casos de mujeres asesinadas, víctimas de la violencia machista. Ni siquiera pudimos escribir todo lo que habíamos averiguado. Pero a la calle salimos con lo que teníamos, rodeadas de consignas pidiendo por el aborto legal, cantando a vivo pulmón que VIVAS NOS QUEREMOS.
La marcha arrancó, y éramos bastantes. Hubo quienes expresaron su respeto a través del luto, pero el miércoles no fue negro en Bahía Blanca: fue una oleada violeta, con tintes rojos, verdes, blancos, rosas. Fue la marcha de los colores de la lucha. El sentimiento de impotencia había desaparecido, estábamos juntas, estábamos peleando, y de mirar a los ojos el horror, la bronca se transformó en una exaltación de vitalidad. Sabíamos que esa vida que tenemos hoy, la teníamos que poner al servicio de traer justicia a las que ya no están, y proteger a las que todavía estamos.
En Bahía Blanca también marchamos con nuestros compañeros varones. No dejamos afuera a ningún hombre que se haya acercado a marchar, gritar, cantar con nosotras. Porque son compañeros que saben que desde la mesa del privilegio, la única vista posible es la de miles de mujeres agonizando, miles de mujeres muertas. Y esa visión los incomoda. Les pega justo donde más les duele. Porque son compañeros, algunos con más entendimiento y herramientas, otros llenos de contradicciones y dudas (como dice Andrea D’Atri), pero todos se acercaron a donde estamos los oprimidos por este sistema, dejaron atrás el privilegio y comieron con nosotras, comieron de lo poco que tenemos pero que compartimos con cualquiera que se sume a nuestra lucha. Y marcharon a nuestro lado, porque ellos también NOS QUIEREN VIVAS.
La marcha entera llenó nuestros cuerpos de las emociones más intensas. Pero el momento que más me atravesó, fue leer con un megáfono nuestras listas, las listas de todas. Nos acercamos, una a una con su lista a una compañera, y ella empezó a leer…
¡LUCÍA PÉREZ!
¡PRESENTE!
¡MICAELA ORTEGA!
¡¡PRESENTE!!
¡DIANA SACAYÁN!
¡¡PRESENTE!!
Los nombres, en la garganta de la compañera, volviendo a la vida a través de ondas sonoras, nos pegaron en el pecho, en la garganta, en el vientre. Las nenas volvían a jugar, las mujeres salían a trabajar. Las embarazadas parían de nuevo y lo hacían con justicia. Todas vivían, ahora sin miedo.
Las listas parecían no terminar nunca y se hacía cada vez más difícil de tragar, pero era cada vez más claro: nos están matando. Dos cuadras de marcha se contaron en nombres, en fugaces historias. A mi alrededor, como en un ritual, todos las invocaban. Llegamos al último nombre, y el grito final fue:
¡¡¡¡TODAS LAS MUJERES MUERTAS POR ABORTO CLANDESTINO!!!!!
¡¡¡¡PRESENTES!!!!!
¡¡¡AHORA Y SIEMPRE!!!!
Y seguimos cantando. Seguimos marchando. Seguimos luchando hasta el final. Llegamos al Teatro Municipal, con los pies cansados, con las gargantas adoloridas. Pero la sensación era satisfactoria. La marcha nos había movilizado hasta lo más profundo, nos había tocado las fibras más sensibles. Ya lo sabíamos, pero ahora quedaba más claro que nunca: tenemos que pelear, pelear por nuestros derechos, pelear por ni una menos, pelear por el aborto libre, seguro y legal. Y esta lucha que llevamos, con nuestras compañeras y compañeros, es la lucha más fuerte, y la más hermosa.
¡¡SOMOS LAS MUJERES QUE SE PLANTAN SIEMPRE, POR ABORTO LIBRE SEGURO Y LEGAL, SALIMOS A LA CALLE, VIVAS NOS QUEREMOS, Y ORGANIZADAS POR NI UNA MENOS VAMOS A LUCHAR!! |