Platón, en uno de los primeros intentos de plantear un modelo ideal de un sistema político, la República, excluye a los poetas y dramaturgos por ser “fabricantes de imitaciones” de lo real que no deben rendir cuentas a la razón. Desde entonces y sobre todo en el siglo XIX se han hecho distintos intentos de esbozar las líneas centrales de sociedades hipotéticas y su forma de gobierno: las utopías. La ciencia ficción también ha diseñado modelos societales y estatales hipotéticos pero, quizás tomando revancha de Platón, han problematizado en esas “fabricaciones” los modelos de Estados realmente existentes para desgracia de sus protagonistas, ya que por lo general se trata de modelos distópicos.
Estados opresivos, cercenadores de la libertad individual, pero también opuestos a la organización colectiva salvo como “masa amorfa” a la cual dominar, son un tópico clásico del género desarrollado sobre todo durante el período de la Guerra Fría y posterior. En muchos casos, la alternativa que se planteará serán vertientes más o menos concretas de anarquismo libertario o de socialismo, aunque con el ascenso del stalinismo esta última variante comenzaría cosechar sus propias críticas.
La crítica a los modelos totalitarios del fascismo y más habitualmente, del stalinismo (quizás precisamente porque la Revolución rusa había prometido otra cosa) estarán a la orden del día. 1984, de Orwell, es probablemente la más influyente, donde el protagonista trabaja, controlado por un Gran Hermano en todo momento, reescribiendo la historia según las conveniencias del régimen en el “Ministerio de la Verdad” (no sabremos si quienes bautizaron hace poco así un reality no leyeron el libro o vieron alguna de las versiones fílmicas o sencillamente nos estaban dando un mensaje). Según el mismo Orwell declarara, se inspiró para ello en la novela de Eugeny Zamiatin, exiliado de la URSS que en su novela Nosotros también escenificaba la supresión de la individualidad en una ciudad de edificios vidriados donde todo lo que los habitantes hacían quedaba expuesto al control estatal.
También el Estado burgués democrático occidental será objeto de corrosiva crítica. Estados manejados por poderosas corporaciones, cuyo personal político corrupto se dedica a garantizar sus negocios, programas e instalaciones secretas que el público no conoce y que siempre termina volviéndose un peligro para ellos, abundan; la violencia estatal en manos de sus brazos armados, sobre todo el ejército, o la Justicia, como la que en La naranja mecánica de Anthony Burgess (o la película de Stanley Kubrick) utiliza novedosos métodos conductistas para “rehabilitar” a los criminales, también. Pero otras instituciones más “respetadas” del sistema democrático burgués no han quedado exentas. La reciente serie de TV inglesa Black Mirror, por ejemplo, ha dedicado tres de sus seis capítulos emitidos hasta ahora en criticar tres instituciones clave del régimen democrático. Un presidente obligado a realizar un “acto humillante” en vivo y en directo, que podría haberse evitado si en vez de preparar la transmisión, que todos observan con repulsión pero sin poder dejar de mirar, hubieran prestado atención a lo que sucedíaen la calle; una extraña y violenta persecución que cientos de observadores miran sin intervenir, pondrá en jaque al modelo de Justicia; y finalmente será Waldo, una animación que cobra ascendencia entre la gente, quien pondrá blanco sobre negro las virtudes de su institución más preciada, las elecciones. El nombre de la serie indica ello: la ciencia ficción como reflejo oscuro de lo que nuestra propia sociedad ya contiene. |