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6 de enero de 2017 Twitter Faceboock

Diversidad Sexual
La Cuba marica
Pablo Herón | @PhabloHeron
Carla Teloré | Estudiante Sociología UBA

La muerte de Fidel puso los ojos de miles de jóvenes nuevamente en la isla. Mientras las conquistas de la Revolución aún encandilan, su deuda en materia de libertad sexual merece debate.

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En el 2013 la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba condenaba, por primera vez, la discriminación por orientación sexual en el país con la modificación del Código de Trabajo. Podría parecer paradójico que haya sucedido más de 50 años después de haber conquistado la expropiación a los empresarios en la isla, o también que un año antes en Argentina se haya conquistado la Ley de Identidad de Género más progresiva a nivel internacional. Sin embargo, detrás de esta supuesta paradoja son inocultables las primeras décadas de la Revolución, cuando el castrismo consideraba a los homosexuales contrarrevolucionarios y desviados.

El régimen cubano instauró la sistemática persecución tanto a opositores políticos como a homosexuales. De 1963 al 65, se realizaron en la Universidad de La Habana múltiples expulsiones a estudiantes bajo el argumento de que eran “elementos desviados del proceso revolucionario

Años de campos de trabajo y de persecución

La Revolución cubana mostró que sólo la expropiación de la burguesía puede poner fin al sometimiento nacional y satisfacer las necesidades populares. Tal es así que, a pesar del bloqueo criminal por parte de los EE.UU. que lleva más de 50 años, hoy en día la isla es bien conocida por poseer una de las más altas tasas de alfabetización a nivel internacional, así como por haber puesto en pie un sistema de salud único al que tiene acceso toda la población.

Sin embargo, no todo fue -ni es- color de rosa, a medida que el castrismo se vio empujado a avanzar en tomar medidas socialistas, el régimen cubano instauró la sistemática persecución tanto a opositores políticos como a homosexuales. De 1963 a 1965, se realizaron en la Universidad de La Habana múltiples expulsiones a estudiantes, bajo el argumento de que eran “elementos desviados del proceso revolucionario”, así lo expone un documento de la Federación Estudiantil Universitaria encabezada por la Juventud del Partido Comunista de Cuba.

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La expulsión se realizaba a través de juicios públicos a los que debía acudir todo el estudiantado para pronunciarse, con el riesgo de ser acusado también de “contrarrevolucionario” si se defendía al acusado.

En la misma sintonía, Fidel Castro declaraba en 1965 al diario El País: “No podemos llegar a creer que un homosexual pudiera reunir las condiciones y los requisitos de conducta que nos permitirían considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero militante comunista. Una desviación de esta naturaleza está en contradicción con el concepto que tenemos sobre lo que debe ser un militante comunista”.

Ese mismo año ya se encontraban en funcionamiento las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, más popularizadas como UMAPs, campos de trabajo a los que eran enviados opositores y gays, donde se imponían largas horas de explotación y hasta terapias de electroshock para "curar" la homosexualidad. La búsqueda de prevención de la “enfermedad” llegó a tal punto que se pusieron en pie los Centros de Educación Especial. Allí eran enviados aquellos niños considerados afeminados o hijos de madres solteras para recibir una educación separada de la escuela regular, bajo la creencia de que “podían infectar a otros”. Las UMAPs perduraron hasta el ’68, año en el que debieron ser cerradas producto de la presión de la opinión pública internacional.

Sin embargo, la persecución no acabó ahí, algunos sufrieron despidos en sus trabajos y durante la década del ’70 fueron expulsados del Partido Comunista de Cuba. Este discurso y política sistemática contra la homosexualidad tiene sus raíces en la URSS liderada por Stalin.

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En Rusia la revolución, encabezada por Lenin y Trotsky, había conquistado la despenalización de la homosexualidad con la aprobación del Código de Familia en 1922, medio siglo antes que la mayoría de los países del Occidente. Tras la muerte de Lenin, el estalinismo se hace del poder comenzando a avanzar sobre las conquistas de los trabajadores y con una furibunda persecución política a sus críticos. Tal es así que en la década de 1930 comenzó a calificar a la homosexualidad como una “manifestación de la decadencia de la burguesía” volviendo a penalizarla. Así el “ser homosexual” se transformó nuevamente en argumento para perseguir tanto gays, como opositores e intelectuales, muy lejos de la tradición que sentó el Partido Bolchevique en los comienzos de la URSS, y más lejos aún del posterior grito setentista que clamaba por una revolución socialista y la libertad sexual.

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De la despenalización a la actualidad

En 1979, el Gobierno cubano despenaliza la homosexualidad empujado por un contexto internacional en el que los movimientos de liberación sexual y feministas irrumpieron en escena tomando las calles no solo por sus demandas, sino también con una perspectiva anticapitalista. La medida viene a modificar el curso fijado a comienzo de los ’70 en el cual el régimen encabezado por Fidel se ganó las críticas de los sectores de intelectuales, artistas y progresistas del país y el mundo occidental con la persecución al poeta Heberto Padilla como caso testigo.

“Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de falsos intelectuales que pretenden convertir el esnobismo, la extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones sociales, en expresiones del arte revolucionario” sentenciaba el Congreso de Educación y Cultura realizado en 1971. De esta manera, el castrismo avanzó en la persecución y el silenciamiento de artistas e intelectuales, muchos de los cuales habían apoyado la Revolución, como los escritores Reynaldo Arenas y Virgilio Piñera, ambos homosexuales, o Lezama Lima.

En sintonía con la despenalización de la homosexualidad, para mediados de los ’80 el Grupo Nacional de Trabajo de Educación Sexual, un organismo gubernamental, aceptaba públicamente que la misma era una orientación sexual y que la homofobia debía ser combatida con la educación. Como contracara, y en esto se asemeja a los prejuicios que sostuvo el reaganismo, con la expansión del HIV en los ’90 el Gobierno cubano optó por aislar a las personas con el virus en cuarentena, a la espera del avance del SIDA, para luego trasladarlas a hospitales.

Luego de la caída del muro de Berlín y con el período especial en el que la isla sufrió una severa crisis económica, se abrió un debate intelectual que puso en cuestión el modelo y las herencias del estalinismo al mando de la URSS. Hace ya nueve años el Gobierno comenzó a impulsar marchas contra la homofobia, la transfobia y la bifobia, encabezadas por la hija de Raúl Castro, Mariela Castro. Otra muestra de ésto fueron las declaraciones de Fidel Castro en 2010, donde asume públicamente su responsabilidad en la persecución estatal a homosexuales.

Aun así sigue latente la gran huella homofóbica de los inicios de la Revolución, que persiste en el acoso policial y la discriminación laboral vigentes, así como en el peso otorgado a la Iglesia -y su discurso discriminatorio- por el castrismo. Para las personas trans es aún peor, dado que ni siquiera hay un reconocimiento formal-legal de la discriminación que sufren y ni hablar de la ausencia del derecho a decidir su propia identidad de género, demandas conquistadas en algunas democracias capitalistas.

Ante las amenazas que asechan sobre las conquistas de la Revolución cubana tras la victoria de Trump, la pelea por las demandas de la diversidad sexual debe partir, en primera instancia, por la defensa de esas conquistas del pueblo trabajador cubano contra la política de restauración capitalista del Partido Comunista. Para esto es crucial la lucha de la diversidad sexual junto a la clase trabajadora, las mujeres y la juventud para que organizados democráticamente, con plena libertad de acción para las tendencias que defiendan las conquistas de la Revolución, decidan el destino de la isla contra el régimen político de partido único, donde las principales decisiones las toma la burocracia castrista. Esta es la perspectiva que impulsamos desde el PTS en el Frente de Izquierda en Argentina, y a nivel internacional desde la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional.

 
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