Conocí a Ricardo Piglia en 1989, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, durante un seminario que él tituló La Ficción Paranoica, y trataba acerca de cómo un conjunto de textos canónicos de escritores argentinos (Sarmiento, Echeverría, Cortázar, Borges, Walsh) se constituían a través de la paranoia, el miedo y el rechazo al otro.
Era bajito, el pelo ensortijado y con unas gafas típicas del estereotipo intelectual. Y usaba siempre saco y camisa abrochada hasta el cuello. Y hablaba sin micrófono. No lo necesitaba. Todos escuchábamos atónitos sus clases, y prestábamos atención a su forma de relacionar elementos que jamás nos hubieran pasado por la cabeza. Borges, Arlt, Macedonio Fernández, Lugones, José Hernández, Walsh, Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Baudelaire, Walter Benjamin, Cortázar, Soriano, Philip Dick, Quiroga… Todos entraban en ese mundo analítico que el Profesor Piglia engarzaba como un orfebre. Y muchos teníamos la alegría de que por fin alguien ponía en consideración lo que nosotros leíamos.
Era irónico y adoraba a Borges. Y le tocó dar clases en una época dorada de aquella facultad. David Viñas, Beatriz Sarlo, Enrique Pezzoni, Nicolás Rosa, Noé Jitrik, Jorge Panesi, Delfina Muschietti, Daniel Link, Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer, Susana Zanetti, Eduardo Romano eran algunas de las figuras que daban cátedra. Llegaba el fin del alfonsinismo y el menemismo barrería con el sentido común, pero la izquierda resistiría desde los Centros de Estudiantes: el indulto, las privatizaciones y la destrucción del tejido social pondrían palos en la rueda a miles de estudiantes y docentes.
La novela Respiración Artificial es un tratado de teoría literaria. Detrás de un entramado policial cuyo fondo es la dictadura, no hay más que una teoría de la literatura, una visión de la tradición argentina, del canon. Le tocó compartir el éxito con El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco (fallecido también).
Mis recuerdos de Piglia son esos: luego sus libros, sus clases televisivas, sus clases en la universidad, su polémica sensacional con David Viñas acerca de Borges y Walsh. Su libro Critica y Ficción, La Argentina en Pedazos, Prisión Perpetua... Y la innecesaria polémica por Plata Quemada (innecesaria como estúpida) por el Premio Clarín.
He leído vorazmente todo acerca de Piglia. Pero mucho más acerca de la literatura de ciencia ficción y policial cada vez que volvía a casa luego de sus clases.
El rol del estado en la resistencia peronista, la literatura policial y la teoría literaria fueron y son los ejes que Piglia siempre introdujo en sus clases. La necesidad de un lector inteligente más que ilustrado y no tener miedo de comparar a Soriano y Fontanarrosa con los monstruos sagrados del canón tradicional académico. Y habló de peronismo, de mucho peronismo porque adoraba a Rodolfo Walsh, a su amigo Rodolfo Walsh.
Ese fue Ricardo Piglia. Alguien quien me ayudó a comprender a Walsh, a Roberto Arlt, a Borges y a los formalistas rusos (pesadilla inclaudicable de mis alumnos). Alguien que siempre tenía un minuto para responder preguntas y hablar de cine. Alguien que no era profesor de letras: era licenciado en Historia, por lo tanto comprendía mejor que nadie que la literatura escindida de lo cotidiano es estupidez. Una vez, un viejo compañero armó un equipo de fútbol con escritores y me dijo: “de nueve lo pongo a Viñas pero Piglia, de diez, sin dudas”.
En poco tiempo se fueron Ray Bradbury, Umberto Eco, García Márquez, y ahora Piglia. Como se fueron Prince, David Bowie, Greg Lake, Keith Emerson y tantos que quizá ni él mismo conocía, pero merece estar con ellos en ese lugar que no es sólo memoria sino el afecto, el recuerdo y la nostalgia de saber que con ellos se van cosas que no volverán jamás a repetirse.
Gracias por tanto, profesor Ricardo Piglia.
Descanse en Paz. Hasta siempre. |