¿De qué libro aferrarse para no sentir el golpe de este hedor neoliberal mundial? Damos vueltas alrededor de la computadora, con el asma del entabacado, con la respiración entrecortada de los nervios. Empezamos, borramos y volvemos a empezar, tachando si se pudiera en la computadora, como Charlie Kaufman en el ladrón de orquídeas. Y, como si nada de esto estuviera pasando, se nos viene el recuerdo de nuestros caprichos, se nos viene el recuerdo del hermoso Pedro Lemebel. Ya tenemos el capricho, tenemos el tema y, sobre todo, tenemos a “Tengo miedo torero”, del Pedro.
Ésta es la única novela de Lemebel. Y, como nos tenía acostumbrados en sus crónicas, es una obra de altísmo nivel. Esta genialidad se desarrolla sobre dos ejes: el primero, es el atentado frustrado contra Pinochet en la primavera de 1986; el segundo, la historia de amor entre la “loca del frente” y Carlos (militante del partido Frente Patriótico Manuel Rodriguez).
Desde el inicio Pedro te presenta a la “loca del frente”, barroca, llamativa y tan enamorada, llegando a ese departamentito de la esquina. En un Santiago de Chile sitiado, que huele a caucho quemado, en la cual se escuchan gritos de “va a caer, va a caer”. A los días conoce a Carlos, un bombonazo estudiante, quien en el almacén le encarga guardar algunas cajas con “libros”. Desde el primer encuentro "la loca" va saborear el nombre, va a enamorarse perdidamente. Pero también es una situación propicia para contarle un poco a Carlos de su pasado, que se mezcla con el pasado del Pedro real: un pasado de discriminación, de violación paterna y de marginalidad.
Es en el segundo encuentro, cuando Carlos lleva un cilindro misterioso con otros compañeros de la universidad, que invita a "la loca" a pasar un día de campo. Y mientras vemos el coquetear mariposón de ella, y lo vemos a él divirtiéndose, y secretamente tomando las medidas para el futuro atentado, quedamos atónitos por la intromisión de un discurso directo, con la presentación chirriosa de una voz hueca e infumable. Sin darnos cuenta, Pedro acaba de introducir a la esposa del Dictador y a un Pinochet que no la soporta. Es en este delicioso día de campo donde se termina de presentar el cuarteto protagonista de la novela.
Con estos cuatro personajes, que a su vez se dividen en series temáticas (amor, militancia, frivolidad y tiranía), con sus historias que se acercan hasta los límites y se entremezclan que el precioso Lemebel nos pone en la cara vivencias antagónicas, como lo puede ser un cumpleaños. Mientras la Loca del frente le prepara un festejo a su Carlos “a lo cubano” (donde todos los niños de la cuadra están invitados) y la fiesta sorpresa termina siendo agotadoramente feliz, con ellos dos rendidos de tanto renegar con los pibes. Por el otro lado, está el cumpleaños del dictador, a quien no le gusta festejarlo, y que en su soledad recuerda su festejo de 10, cuando la mamá lo obliga a festejarlo y a la torta que le preparan él le mete toda clase de insectos en venganza de sus compañeros, a los cuales odia.
El resultado de las dos narraciones: Carlos y la Loca quedan ebrios a puro pisco. Carlos le cuenta una historia homosexual de su niñez y la Loca enojada afirma que los hombres tienen “Esa brutalidad de narrar sexo urgente, ese toreo del yo primero, yo te lo pongo, yo te parto….” Dándole el pie a una narración petal exquisita a Pedro, quién va a describir la escena con una delicadeza y erotismo del “oficio de amor” que eso significa. Trepamos ese “bluyín” de Carlos dormido y embriagado con los dedos tarántula de la Loca, dejamos flotar con esos dedos avispas la envoltura de ese lagarto somnoliento, y sacamos nuestra placa de dientes para sentir el despertar de la gugua-boa agradecida de ese franeleo lingual.
Mientras que Pinochet recuerda que ningún compañerito fue a su cumpleaños y que tuvo que saborear de a cucharadas las patas de arañas, de cucarachas y moscas que él mismo había puesto allí. Un dictador que lo único que lo aleja de ese recuerdo es la voz pesadillezca de su mujer, que no para, nunca para.
Dos mundos diferentes: uno pobre, pero feliz de a ratos; el otro cínico e infeliz. La voz del deseo, de libertad y de amor (por parte de la Loca) y la voz solitaria y miedosa de un tirano que quiere controlarlo todo.
Mientras la novela sigue avanzando entre estos polos, vemos a una Loca cada vez más enamorada, pero también más politizada, cargando armas para Carlos, enfrentándose a los milicos con la gracia mostra del mariposón. Nos acercamos de a poco a lo que va a ser el atentado contra el dictador. A su vez persiste una esposa martillante y satirizada hasta los límites y un genocida que habla a través de los sueños (sueños de muerte, sueños de homosexualidad reprimida, etc.). Una novela que avanza entre pasajes literarios tremendos, que se mezcla con otros géneros (como pueden ser las emisiones de la Radio Cooperativa); y otros registros, como son las lenguas y hablas del Chile de la época.
Esta es una novela política, de amor, testimonial e histórica. Es una obra que atraviesa todas las posibilidades de ficción. Porque nos es obligatorio recordar que lo que pasó en Chile, pasó acá en la Argentina y a lo largo y ancho de Latinoamérica. Que fueron épocas de corridas, de ciudades sitiadas, torturadas y calladas. Y hoy, ante tal atropello a las luchas por los derechos humanos en manos de empresarios fachistoides neoliberales, quizás no quede tiempo para detenerse en la búsqueda del amor, pero sí, para planear una respuesta ante el presente oscuro que nos quieren imponer.
Es una novela que nos recuerda que desde la ficción tampoco hay olvido ni perdón. |