Hace unas semanas, el economista ultraortodoxo Javier Milei escribió en El Cronista una acalorada crítica sobre el planteo de Nicolás del Caño de reducción de la jornada laboral a 6 horas y reparto del trabajo entre todos, sin reducción del salario. La misma motivó una primera respuesta de los Economistas con Del Caño, en la que se muestra cómo los planteos de este economista están muy cargados de ideología pero vacíos de un sustento teórico basado en la comprobación empírica.
Rolando Astarita, docente en carreras de economía (UBA y UNQUI) y autor de numerosos libros y artículos de teoría marxista, desde la cual desarrolló una amplia crítica al enfoque neoclásico y otras corrientes del pensamiento económico, publicó en su blog una serie dedicada a mostrar cómo los fundamentos desde los cuales Milei hace su crítica, y que quiere hacer pasar por una "ciencia" incuestionable, están en realidad bajo severo ataque desde hace un largo tiempo, y no han sabido responder a los duros cuestionamientos teóricos, al mismo tiempo que demuestra la falta de sustento empírico de dicha teoría.
Compartimos acá el segundo artículo de la serie.
Salario según productividad y la irrealista solución walrasiana
A fin de profundizar en la crítica de la función de demanda laboral de los neoclásicos, admitamos por un momento que es posible determinar la productividad marginal del trabajo y que esta es decreciente. Aceptando este supuesto, diremos, junto a la teoría mainstream establecida, que los empresarios emplearán trabajo hasta que su rendimiento marginal, en términos reales, se iguale a su precio de mercado, esto es, al salario vigente. Si estas condiciones se cumplen también para los otros “factores productivos”, el precio de los productos se igualará al costo de esos “servicios” (respetamos la terminología neoclásica usual). Es lo que se escribe habitualmente en los manuales. Sin embargo, es más fácil decirlo, o escribirlo, que hacerlo. Veamos por qué.
Empecemos diciendo que el salario se debe fijar antes de comenzar la producción. Y debe establecerse, de acuerdo a la tesis neoclásica, en términos reales. Esto último es clave por dos razones: primero, para que el trabajador pueda decidir a cuánto ocio está dispuesto a renunciar a cambio de la utilidad del salario. En segundo lugar, porque el empresario debe conocer cuánto va a producir para establecer cuánto trabajo va a contratar. Si no sabe cuánto va a producir, no puede saber qué cantidad de trabajo va a contratar, y por lo tanto no puede igualar el salario a la productividad marginal. Asimismo, no podrá establecer cuánto capital (cuya productividad marginal, en equilibrio, es igual a la tasa de interés) va a combinar con el trabajo.
Sobre este punto subrayemos que la teoría neoclásica supone la posibilidad de sustitución entre los factores, ya que los salarios y beneficios (y la renta) no se determinan aisladamente, sino a través de la competencia. El empresario combina capital y trabajo (y/o la tierra) de manera que lo que paga a esos factores es menos de lo que pagaría por cualquier otra combinación; si no es el mínimo, dispone otra combinación. Por esta vía se garantiza que cada cual “gana lo que se merece”.
Son estas exigencias las que impulsan entonces a razonar en términos de ecuaciones simultáneas. Mark Blaug lo señala al introducir el equilibrio general walrasiano. Escribe: “Aunque empezáramos con ofertas dadas de los factores y coeficientes fijos de los insumos productivos, los precios de los factores no se determinarían antes de que las empresas hubiesen decidido producir ciertos niveles; pero esta decisión implica el conocimiento de los precios de los productos, los que solo se determinan cuando las unidades familiares hayan recibido ingresos de la venta de servicios de factores a ciertos precios. Evidentemente, los precios de productos y factores se determinan simultáneamente” (Blaug, 1985, p. 709). De ahí los sistemas de ecuaciones, en las cuales la resolución simultánea de precios y cantidades de insumos y productos hace desaparecer por completo la dimensión temporal.
En este respecto, Walras era consciente de los supuestos sobre los que hacía descansar su sistema. Así, por caso, en el capítulo 20 de Elementos…, y luego de señalar que en la fabricación de un producto pueden emplearse los servicios productivos en diferentes proporciones, escribe: “Las cantidades respectivas de cada uno de los servicios que entran en la fabricación de una unidad de cada uno de los productos se determinan al mismo tiempo que los precios de los servicios productivos, con la condición de que el coste de producción de los productos sea mínimo” (p. 403). Por eso, al vocearse los precios de determinados servicios productivos –salarios para el trabajo-, y fabricarse determinadas cantidades de productos, si esos precios no son de equilibrio, será necesario no solo vocear otros precios (como ocurre en el mercado de bienes), sino también fabricar distintas cantidades de productos.
Para explicar cómo puede ocurrir esto y arribarse al equilibrio, Walras supone que los empresarios representan con bonos las cantidades de productos que van a fabricar, y luego van aumentando o disminuyendo esas cantidades según el precio de venta exceda, o no, el coste de producción (determinado por el pago de los servicios). Y los terratenientes, trabajadores y capitalistas presentan en vales las cantidades de servicios que están dispuestos a ofrecer a los precios voceados. En esta construcción, además, se supone que una vez establecido el equilibrio el intercambio puede hacerse inmediatamente; esto es, se suprime el tiempo (véase p. 406). Agreguemos incluso que Walras excluyó de su teoría de equilibrio general la consideración de la productividad marginal decreciente, “por temor a que resulte demasiado compleja de asimilar en su conjunto” (p. 626). Se trata, además, de una economía totalmente centralizada (algún autor la ha calificado de stalinista), donde las transacciones por fuera del equilibrio no tienen lugar, y donde el dinero solo se puede introducir como numerario, y de forma artificiosa. ¿Qué tiene que ver esto con la realidad de las economías capitalistas? La respuesta es que poco o nada que ver.
Sin embargo, es el precio a pagar por continuar con el relato de “los salarios se igualan a la productividad marginal”; y para que algunos pedantes sigan descalificando por “ignorante” a todo aquel que descrea de esta elevada “teoría”.
Un argumento de Keynes
Lo explicado en el apartado anterior también puede abordarse desde la crítica de Keynes a Pigou, contenida en el Apéndice al capítulo 19 de la Teoría general…. Es que si bien el foco de Keynes es la curva neoclásica de oferta de trabajo, su crítica ilustra los problemas para establecer el salario en términos reales (y por lo tanto, para hacerlo coincidir con una supuesta productividad marginal).
Keynes señala que Pigou admite que, “dentro de ciertos límites”, los obreros con frecuencia estipulan sus salarios en términos nominales, no reales. Pero si eso es así, sigue Keynes, la función de oferta de trabajo depende no solo del nivel de ocupación en la industria de artículos para asalariados (el supuesto de Pigou), sino también de los precios de esos artículos. Y esos precios, a su vez, dependerán del volumen total de ocupación. Escribe Keynes: “Por tanto, hasta que sepamos los precios monetarios de los bienes para asalariados no podemos decir cuál será la ocupación total; y no podemos conocer tales precios hasta que tengamos conocimiento del volumen total de ocupación” (Keynes, 1986, p. 244). Y unas páginas antes, también en polémica con Pigou, señala que incluso es imposible decir que los salarios reales son más estables que los monetarios. Es que si se quisiera estabilizar los salarios reales “fijando los salarios en términos de artículos para asalariados, el efecto solamente podría ser ocasionar una violenta oscilación de los precios monetarios; porque cada pequeña fluctuación en la propensión a consumir y el incentivo a invertir haría que los precios monetarios oscilaran violentamente entre cero y el infinito” (ibid. 212). De nuevo, la solución neoclásica al problema es un sistema del tipo Walras. Esto es, una construcción teórica irrealista.
Dejemos señalado que, naturalmente, en la Economía Política de los clásicos (notoriamente, en los fisiócratas y Ricardo), o en Marx, toda esta problemática desaparece, ya que los salarios están dados antes del proceso productivo, y son establecidos, en términos monetarios, por el valor de la fuerza de trabajo (en Marx) o “del trabajo” (en Ricardo). La ganancia, o plusvalía, no se determina en simultáneo con el salario, sino surge a posteriori, una vez terminada la producción y realizada la venta. Por eso, una alteración de los precios posterior al establecimiento de los salarios modificará, por supuesto, la participación de los asalariados y de los capitalistas en el valor agregado, sin consecuencia alguna en perjuicio de la teoría.
La secuencia temporal, además, es clara; en este enfoque es imposible hacer desaparecer el tiempo.
El ciclo capitalista y la teoría neoclásica de los salarios
Existe todavía otro terreno en el cual fracasa la función neoclásica de demanda laboral por parte de los empresarios: el ciclo económico. Es que, como señala Sherman (1991), la teoría supone que, manteniéndose constantes las otras variables, un aumento del producto y del empleo se traducirá en una productividad marginal decreciente y en salarios decrecientes. Lo inverso sucedería en la fase contractiva del ciclo. En consecuencia, el salario real y el costo marginal real deberían moverse en sentido contracíclico. Sin embargo, la evidencia va en contra de la tesis neoclásica: no solo los salarios reales se mueven de manera procíclica, sino también la productividad es fuertemente procíclica (véase Sherman, 1991, pp. 162-163).
Diversas investigaciones llegan a la misma conclusión. Por ejemplo Solon, Barsky y Parker (1994), y luego Swanson (2007), corrigiendo las distorsiones en las mediciones del salario que pueden ocurrir por cambios en la composición de la fuerza laboral empleada a lo largo del ciclo, encuentran que los movimientos de los salarios reales en EEUU han sido fuertemente procíclicos a partir de 1967 y hasta 1991, variando típicamente más de un 1% por cada 1% de cambio de la tasa de desempleo. Escribe Swanson: “Este resultado es muy sorprendente y está en desacuerdo con la visión de trabajadores y firmas moviéndose a lo largo de una curva estable de demanda agregada de trabajo a lo largo del ciclo de negocios” (p. 10). Neftci (1978); Geary y Kennan (1982); Kennan (1988) y Kandill (2005), para citar algunos trabajos renombrados, también encuentran que los salarios reales son procíclicos. Pero incluso las investigaciones que registran comportamientos contracíclicos de los salarios reales, establecen que los mismos están lejos de ser generales. Por caso, Messina, Strozzi y Turunen (2009), en un estudio de los países de la Unión Europea, encuentran que los salarios reales son contracíclicos, acíclicos o procíclicos, según los países. Nada indica que sean invariablemente contracíclicos, como dice la función de demanda de trabajo neoclásica que debería suceder. Es de destacar asimismo que si bien en la Teoría General Keynes admitió la validez de la curva de demanda laboral tradicional, años después reconoció que esa curva “no registra la complejidad de los hechos” (véase Keynes, 1939).
Es claro que el carácter pro-cíclico de los salarios y empleo destruye el argumento de “no puede haber demanda creciente de trabajo con salarios crecientes”.
Sin embargo, los autores neoclásicos han intentado salvar la teoría con un supuesto ad hoc, referido a los cambios tecnológicos y sus efectos. Es lo que hace Barro en su manual Macroeconomía, teoría y política. Reconoce que el trabajo empleado, el crecimiento del producto y los salarios reales se mueven de forma procíclica, y trata de congeniar este hecho con la curva de demanda de trabajo de pendiente negativa.
Para eso supone que durante la fase de expansión se producen shocks de productividad que desplazan la curva de demanda de trabajo, y por lo tanto aumentan el empleo y el salario real. En términos más generales, la mayoría de los manuales de Macroeconomía introducen la idea de que el cambio tecnológico lleva al aumento del empleo.
Pero la “solución” no encaja con los hechos. En primer lugar porque el cambio tecnológico en muchas ocasiones se introduce para ahorrar empleo. Cuestión que ya había señalado Ricardo, y enfatiza Marx: la máquina es un arma en manos del capital para contener los reclamos de los trabajadores. El segundo término, no siempre las expansiones, en especial en sus primeras fases, van acompañadas de cambios tecnológicos importantes en términos de productividad. Pero los salarios son procíclicos a lo largo de toda la fase expansiva. En tercer lugar, si el aumento de los salarios reales durante las expansiones se explica por shocks tecnológicos, ¿cómo se explica su caída durante las recesiones? ¿Habrá que postular algún tipo de shock tecnológico negativo? Parece muy dudoso que pueda encontrarse algo por el estilo en el estudio de las recesiones.
Textos citados:
Barro, R. J. (2004): Macroeconomía, teoría y política, México, McGraw-Hill/Interamericana.
Blaug, M. (1985): Teoría económica en retrospección, México, FCE.
Geary, P. T. y J. Kennan (1982): “The employment-real wage relationship: An international study”, Journal of Political Economy, vol. 90, pp. 854-871.
Kandil, M. (2005): “Countercyclical or procyclical real wages? A disaggregate explanation of aggregate asymmetry”, Empirical Economics, vol. 30, pp. 619-642.
Keynes, J. M. (1986): Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.
Keynes, J. M. (1939): “Relative Movements of Real Wages and Output”, Economic Journal, vol. 49, pp. 34-51.
Neftci, S. N. (1978): “A time-series analysis of the real wages-employment relationship”, Journal of Political Economy, vol. 86, pp. 281-291.
Messina, J.; C. Strozzi y J. Turunen (2009): “Real Wages over the Business Cycle. OECD Evidence from the Time and Frecuency Domains”, European Central Bank, Working Paper Series, N° 1003, February.
Sherman, H. J. (1991): The Business Cycle: Growth and Crisis under Capitalism, Princeton University Press.
Solon, G.; R. Barsky, y J. Parker (1994): “Measuring the Cyclicality of Real Wages: How Important is Composition Bias?”, Quarterly Journal of Economics, vol. 109, pp. 3-35.
Swanson, E. T. (2007): “Real Wage Cyclicality in the PSID”, Federal Reserve of San Francisco, Working Paper Series, July.
Walras, L. (1987): Elementos de economía política pura, Madrid, Alianza.
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