La obra de Anja Hilling, con dirección de Carla Llopis, fue re-estrenada y se la puede ver en Teatro Beckett, Guardia Vieja 3556, CABA, los sábados a las 23 hs.
Ya desde el título, esta obra teatral nos interpela y nos obliga a bucear en tres ámbitos distintos: la oscuridad, la animalidad y el sentimiento de tristeza.
La trama parece simple y comprensible: un grupo de tres parejas decide pasar un día al aire libre. Se conocen hace tiempo y los unen distintos lazos. Predispuestos a pasar un buen momento, paran en un bosque y preparan carne asada entre comentarios sarcásticos y confesiones ocurrentes. Pero una sucesión de postales trágicas se despliega de inmediato, desencadenadas por un incendio.
A partir de ahí, todo se vuelve tristeza negra, rastro de animalidad, ceguera inconsciente, fragmentos de las personas que eran, en medio de los zumbidos de las criaturas del bosque. Entonces surge la misma pregunta que siempre cruzó a la experiencia humana y a la literatura: ¿cómo contar el horror?
Carla Llopis logra poner en escena el atrapante texto de Anja Hilling (dramaturga contemporánea alemana) junto a un grupo de artistas profesionales, conjugando su formación como coreógrafa, licenciada en filosofía y directora de teatro danza.
Quizás esta riqueza en distintas disciplinas es la que le permitió introducir diversos recursos para narrar lo inenarrable. “Opté por no actuar el texto, es decir, que el texto actúe solo mientras los actores realizan acciones que dicen algo más que el texto dramatúrgico” declaró la directora.
La apuesta es exitosa, en tanto permite a los espectadores conocer el texto y comprender la trama. Así, el teatro media entre nosotros y la crudeza de la experiencia. Contradiciendo la clásica premisa que sugiere mostrar antes que decir lo que sucede, se aborda un texto complejo que nos obliga a reflexionar sobre el horror de un incendio forestal y sus consecuencias, pero no nos obliga a verlo.
Negro
Cuando el fuego arrasa, es preciso buscar qué queda después. En este caso, qué queda del grupo que había ido a pasear con su camioneta al bosque, que había penetrado en la naturaleza con aire acondicionado, con una parrillada, con cigarrillos, con cerveza enlatada y con una consciencia poco clara sobre qué se puede y qué no se puede hacer ahí donde la naturaleza manda. ¿Se les ha ocurrido que está prohibido lo que estamos haciendo aquí? o Quieren quemar el bosque son frases tímidas que algunos dejan caer y otros no recogen. Asumir responsabilidades, pareciera, no es algo que nos satisfaga tanto a los seres humanos. Preferimos pasear despreocupadamente y olvidarnos de todo: de cuidar los lugares por donde circulamos, los animales con que nos cruzamos e incluso de cuidarnos a nosotros mismos.
La oscuridad de las cenizas y del bosque quemado transporta a los personajes a sus estados más primitivos. La tragedia los regresa a su animalidad y los arroja al bosque, con otros animales, árboles y fuego. Con sus pasos, se van convirtiendo en criaturas del bosque.
Animal
Gabriel Gorgi, en su libro Formas comunes. Animalidad, cultura, biopolítica, realiza un recorrido histórico y señala que “el animal funcionó como el otro constitutivo e “inmediato” del humanismo moderno: toda distinción jerárquica entre clase, razas, géneros, sexualidad, etc.; todo antagonismo social o político; toda cesura biopolítica entre cuerpos pasa, casi invariablemente, por el animal. Es a partir de esa sistematicidad de la alteridad animal que la cultura trabajó sentidos en torno a cuerpos y deseos no normativos: allí encuentra esas líneas de pasaje, de contagio, de metamorfosis y mutación, esas zonas de indiscernibilidad que suspenden el presupuesto de la especie como gramática de reconocimiento”. En Negro animal tristeza el fuego transforma los cuerpos. Ya no importa el peso ni el modelaje, sino las partes corporales y las marcas que la tragedia dejó en ellos. Aparecen también los deseos no normativos y una insistencia sobre la reproducción de la especie y el significado de tener un hijo.
Tristeza
El grito de tristeza interrumpe e irrumpe. El sueño, el pensamiento, la vida. Es una tristeza que se instala y obliga a buscar nuevas formas de estar. Pero después de la tragedia nunca se recupera el estado anterior. Pretender la felicidad es una arrogancia que no encuentra otra respuesta más que su ridiculización.
La arrogancia de vivir ¿Qué sientes? Matamos un bosque le pregunta un personaje a otro. Las pérdidas humanas y animales se contabilizan, pero en el bosque también perduran las heridas.
La ficción, en este caso, nos transporta a la realidad. Es inevitable acordarse de los incendios forestales que arruinan miles de hectáreas y viviendas en distintos puntos del planeta. En la Patagonia, por ejemplo, se rumorean incendios provocados con intención de lotear los terrenos y los que reproducen estos rumores ya lo hacen resignados, ante un Estado ausente o incompetente para proteger a sus ciudadanos. Los turistas escuchan y se lamentan. Entonces se cambia alguna ruta, algún plan, pero nada más.
Negro tristeza animal pone en primer plano la arrogancia de vivir sin pensar en las consecuencias de nuestros actos.