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La Izquierda Diario
1ro de julio de 2017 Twitter Faceboock

Investigación
Estados Unidos: los crímenes de la Iglesia católica contra la salud de las mujeres
Jazmín Ortiz

En el país hay 649 hospitales que rigen bajo la doctrina religiosa. Las pacientes ingresan sin saberlo y ven peligrar su vida por la falta de tratamientos básicos. Una historia de lucro y oscurantismo.

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En Estados Unidos, el principal país imperialista, la atención sanitaria representa un costo altísimo para sus habitantes. El tratamiento gratuito prácticamente no existe –ni siquiera en hospitales públicos- por lo que cada consulta, estudio, internación y medicamento debe abonarse personalmente o a través de un seguro médico. Programas como Medicaid, destinados a personas con bajos ingresos, varían sus precios y extensión según la región y además tienen relación directa con las aseguradoras.

La salud de pueblo norteamericano constituye un jugoso negocio del cual participan distintas compañías médicas privadas –con la complicidad de funcionarios demócratas y republicanos-. También saca su tajada una de las instituciones más reaccionarias a nivel mundial: la Iglesia Católica.

One nation under God

Los católicos son una minoría en el país del norte. De acuerdo con el Pew Research Center, representan sólo el 20,8% de la población y se concentran principalmente en un puñado de Estados orientales, California y Nuevo México. La consultora estima además que, en los últimos años, un cuarto de los bautizados allí han abandonado esa religión.

La jerarquía eclesiástica estadounidense constituye un ala conservadora aún dentro de la Curia. Plagada de denuncias por pederastia, ostenta lazos con el poder político y tanto Hillary Clinton como Donald Trump debieron juntarse con sus representantes durante la campaña. La intervención en el sistema de salud desnuda su costado más corrupto y reaccionario.

De acuerdo con la Asociación Católica de Salud (en inglés Catholic Health Association o CHA), uno de cada seis pacientes en el país recibe su atención en instituciones católicas. La Iglesia posee, administra o tiene lazos con 649 hospitales, casi 1500 centros asistenciales y más de 750 mil empleados en esta rama. Anotados como proyectos “sin fines de lucro” reciben anualmente millones de dólares federales –conseguidos a través de impuestos- y figuran en las cartillas de los principales proveedores de cuidados médicos.

Los primeros sanatorios católicos fueron instalados por monjas durante el siglo XIX. Esta tendencia ha crecido exponencialmente en los últimos años. De acuerdo con un informe realizado Merger Watch, durante los últimos quince años su influencia subió en un 22%.

Estos establecimientos operan bajo “directivas éticas y religiosas” dictadas por los Servicios Católicos del Cuidado de la Salud (Catholic Health Care Services o ERDs). Aquellas prohíben información y tratamientos básicos ligados al desarrollo sexual o reproductivo como la contracepción, los tratamientos de esterilidad y el aborto, aún cuando la vida de la mujer se encuentra en severo riesgo. Así puede constatarse en las publicaciones periódicas de la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU.

En algunas zonas, especialmente rurales, estos hospitales constituyen la opción exclusiva de tratamiento para la comunidad por más de 50 kilómetros o 45 minutos de transporte. En Alaska, Iowa o incluso Washington, concentran más del 40% de la capacidad total del sistema para internaciones. En otras zonas, son la única alternativa ofrecida por ciertas coberturas. Por último, hay algunos centros privados que no son manejados por la Iglesia pero se encuentran afiliados a sus políticas. Como resultado, muchas pacientes terminan obligadamente en estas facilidades incluso sin ser informadas de que siguen preceptos religiosos.

Ganancias eclesiásticas, sangre de mujeres

¿Qué pasa si un profesional se niega a seguir estos lineamientos reaccionarios? En 2009, en el hospital San José de Phoenix se realizó un aborto para salvar la vida de una joven. El obispo de la ciudad intervino excomulgando a una monja y echó al doctor involucrado.

En el programa Full Frontal, la Dra. Rupa Natarajan contó que durante su estadía como residente en un hospital católico debió negar la interrupción del embarazo a una mujer en condiciones extremas. Su paciente había roto fuente con 17 semanas y tenía una fuerte infección. Debido a no tener ayudantes ni materiales, tuvo que contactarse con diversos centros laicos de la zona hasta que alguien la recibió.

Durante la misma emisión, habló Mindy Swank desde el rol de paciente. Relató cómo se le negó la terminación de un embarazo complicado. El feto tenía malformaciones y muerte cerebral, y ella no paró de sangrar por semanas. La obligaron a parir.

El de Melanie Jones es un caso más simple pero notorio. Ella no comprendía por qué su médica se negaba a retirar un Dispositivo Intrauterino que se había roto y le causaba laceraciones. Luego se enteró que el hospital respondía a sacerdotes, al igual que todos los que ofrecía su obra social. Tardó semanas en migrar a otra.

En el nombre del Padre

Hace meses, el Partido Republicano intenta pasar un nuevo proyecto de salud. El análisis de su última formulación implica arroja un recorte presupuestario de 800 miles de millones y el cese de cobertura para 22 millones de personas.

La Asociación Católica de Salud –que tiene buena relación con Trump- criticó el texto. ¿Cuáles son sus motivos?

El llamado “Obamacare” impulsado por el gobierno anterior permitió que amplias capas accedieran a la medicina por primera vez, principalmente a través del programa Medicaid. Éste no era perfecto. Sectores como los inmigrantes ilegales eran excluidos y contaba con importantes restricciones que perjudicaba a los más pobres y los negros: el aborto es el principal ejemplo.

Nadie espera que los obispos demuestren un interés genuino en los trabajadores y el pueblo. Si buscan preservar Medicaid es porque a través del mismo consiguen más fondos, pacientes y contratos con las aseguradoras.

Distintos organismos como la Asociación Americana por las Libertades Civiles han denunciado los riesgos que su poder impone sobre las mujeres. Los directivos eclesiásticos se escudan en la libertad religiosa y el supuesto servicio social que proveen para perpetuar sus beneficios y valores medievales. Ellos, que nada tienen que ver con la ciencia ni con los padecimientos de los sectores oprimidos, continúan decidiendo sobre los cuerpos y vidas de millones.

 
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