Esa madrugada casi experimentó un knock out. Cuando recibió el tercer golpe en el pómulo derecho empezó a ver como todo giraba a su alrededor. Caminó tres metros hacia atrás para recuperarse, mientras a su alrededor seguían las piñas, las patadas y algún que otro cintazo. “Zurdo de mierda” volvió a escuchar, ya por décima vez desde que había llegado, no hacía siquiera media hora. Aquel día entendió más seriamente al boxeo. Nunca le había gustado como deporte, a pesar de que su viejo era fanático. Nunca había compartido su fanatismo, como no compartía muchas otras cosas.
Frente a él estaba la patota del Smata. Los golpes anteriores y el que casi lo noquea habían venido desde ese lugar y desde esos puños. Iban dirigidos contra él pero, esencialmente, contra los trabajadores despedidos de Volkswagen, integrantes de la Lista 2, opositores a Dragún, el ya eternizado dirigente del gremio mecánico en Córdoba. El “error” había sido intentar repartir un volante a sus compañeros de Iveco.
La patota estaba allí para impedirlo, para quebrar cualquier lazo posible de unidad, para socavar cualquier simpatía que pudiera emerger. La patota era la barrera entre los trabajadores de Iveco y los de VW. Era el brazo golpeador de la burocracia sindical de Dragún y el Smata, es decir de las grandes multinacionales automotrices.
La pelea de esa madrugada terminó en una suerte de empate. En las horas siguientes, al interior de los muros de Iveco, fueron muchos los que comentaron “los zurdos se la bancan”.
Los nuevos participacionistas
Ana Natalucci es investigadora del Conicet. Recientemente escribió - junto a Paula Abal Medina y Fernando Rosso- ¿Existe la clase obrera?, una compilación que aporta a mapear los nuevos mundos de la clase trabajadora, a la luz de las divisiones construidas bajo el ciclo neoliberal y profundizadas durante el kirchnerismo.
Con los trabajadores de PepsiCo entrando en una nueva jornada de lucha por sus puestos de trabajo, Ana habla con La Izquierda Diario. “Respecto de lo de Daer, diría que es un sindicalismo muy participacionista y en alianza con el Gobierno, aun cuando eso implique no defender a los trabajadores” afirma.
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“Para mí siempre hubo tres sectores en las CGT: un sector más participacionista, un sector más vandorista y un sector combativo. A eso en los años 90 se le sumó un cuarto sector, ese oxímoron definido como sindicalismo empresario: Luz y Fuerza, la Unión Ferroviaria de Pedraza y otros. Es decir, sindicatos que lograban tener tercerizadas a su nombre en la misma rama de actividad, mucho más burocratizados que los anteriores”, grafica.
La reflexión de la investigadora tiene lugar en un momento en que la CGT -y la conducción sindical en su conjunto- participa de una tregua escandalosa con el Gobierno de Macri y el gran empresariado. Desde ese punto de vista, todos parecen “participacionistas”.
La dirigencia sindical es un firme apoyo para patronales y Gobierno en el camino de la precarización laboral.
En las últimas semanas, una ofensiva patronal marca la dinámica de la situación. A los 600 despidos ilegales en PepsiCo, se suman cientos más Hutchinson, Walmart, Cevasa y Fangraf, entre muchas otras.
En Hutchinson, la conducción sindical del Caucho firmó un acuerdo que garantiza “paz social” para no “atentar contra el normal funcionamiento" de la planta. La afirmación resultaría cómica sino implicara la pérdida de casi 400 puestos de trabajo. El cierre mismo implica un ataque al “normal funcionamiento”. El cinismo de la burocracia sindical a veces no encuentra límites.
A los despidos se suma la caída del nivel de vida de la amplia mayoría de la clase trabajadora y el pueblo pobre. Las paritarias firmadas por gran parte de la burocracia sindical, según el Gobierno, promedian apenas el porcentaje del 20 %, cifra que el mismo oficialismo solicitó como techo a inicios de 2017. Esos porcentajes implican la aceptación de la pérdida salarial de 2016. Según diversas estimaciones, la misma promedia un 6 % para la clase trabajadora en blanco. Con más de un tercio de los asalariados en negro, la caída es obviamente mayor.
En el caso de los estatales, al ínfimo porcentaje acordado, la conducción de Andrés Rodríguez (UPCN) agregó cláusulas de productividad y presentismo haciendo propias las ideas de “eficiencia” propugnadas por el macrismo.
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El “centauro” –apodado así por poseer una costosa tropilla de caballos de carrera- no destila originalidad. Antes de él, Guillermo Pereyra (petroleros), Ricardo Pignanelli (Smata) y Gerardo Martínez (Uocra) ya habían firmado sendos acuerdos para “flexibilizar” las condiciones laborales en el sector. La dirigencia sindical es un firme apoyo para patronales y Gobierno en el camino de la precarización laboral.
“Hoy en la CGT hay problemas de liderazgo y de fragmentación. Y además, la dirigen los sectores más retardatarios” añade Natalucci.
Consignemos que quienes integran actualmente la plana mayor de la central fueron, durante muchos años, parte esencial del esquema de poder construido por el kirchnerismo. No hace falta más que un breve repaso para encontrar fotos de Cristina Fernández con los mismos Andrés Rodríguez y Gerardo Martínez, así como con otras figuras emblemáticas de la traición como Antonio Caló (UOM) o hasta el mismo José Pedraza.
La burocracia sindical peronista fue alimentada bajo el modelo “nacional y popular”. Hoy continúa con la llamada CEOcracia. Aquí, como en muchas otras cuestiones, tampoco existe la famosa “grieta”.
Voceros de las grandes patronales
Es el mediodía de un viernes en la Ciudad de Buenos Aires. La sede del Stia sirve de escenario para una traición. Rodolfo Daer, luego de una tensa reunión, declara que sólo se pueden reclamar mejores indemnizaciones.
Los despidos son 600 y son ilegales. Ocurren en una multinacional que no registra crisis alguna. El dirigente sindical que supo ser menemista, duhaldista y kirchnerista habla como vocero de las grandes patronales. La resignación es su programa. Los gritos de “traidor” inundan la sala.
Los delegados y referentes de la Agrupación Bordó Leonardo Norniella, opositora en el gremio, ratifican que la pelea sigue. Tres días después, los trabajadores y las trabajadoras de PespiCo ingresan a la planta para resguardar su fuente de trabajo. “Daer traidor” vuelve a escucharse y también a leerse en paredes y portones. Razones para escribirlo no faltan.
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El dirigente del gremio de la Alimentación no es la excepción ni un bicho raro. Aunque los argumentos varíen en grados diversos, para toda la cúpula gremial la idea de enfrentar los ataques patronales aparece como casi absurda. La bandera de garantes de la “paz social” es una constante que la burocracia sindical tiene para ofrecer a Gobiernos y empresarios. Un repaso de discursos y declaraciones, solo de los actuales triunviros cegetistas, no haría más que evidenciar el uso (y abuso) de la palabra “prudencia”.
En este marco, la última década ha sido además prolífica en el ataque a “los zurdos”. El crecimiento de corrientes ligadas al trotskismo y al Frente de Izquierda fue una preocupación constante para la burocracia sindical en su conjunto. El desarrollo de esa fuerza implica un cuestionamiento a los métodos de control totalitarios. Métodos indisolublemente ligados a garantizar las ganancias empresariales y los enormes privilegios para los dirigentes gremiales y su núcleo duro, financiados con la decadencia de las condiciones de existencia de aquellos a quienes dicen representar.
El año 2014 ofreció una suerte de experiencia concentrada, cuando la conducción nacional del Smata y la patronal de la multinacional norteamericana Lear lanzaron un ataque feroz contra los trabajadores y la Comisión interna de esa planta, ubicada en Pacheco. Con más de una decena de represiones -dirigidas por el “nacional y popular” Sergio Berni-, los Gobiernos de Daniel Scioli y Cristina Fernández fueron parte del bloque que apostó todo a derrotar a los trabajadores y a su organización, donde tenía influencia el PTS. Allí, la gran corporación mediática hizo causa común contra el reclamo obrero. Otra vez “la grieta” estuvo ausente.
Evidenciando que el macartismo no se restringe a la burocracia de los mecánicos, la conducción de Daer también lanzó una furiosa campaña contra el PTS para intentar deslegitimar la justa lucha contra los 600 despidos en PepsiCo.
La burocracia sindical peronista fue alimentada bajo el modelo “nacional y popular”. Hoy continúa con la llamada CEOcracia. Aquí tampoco existe la famosa “grieta”.
Consignemos que el intento de mostrar la “intransigencia” de izquierda como causal de despidos no resiste la prueba de los hechos. Desde el inicio de la era Cambiemos más de 7.000 puestos de trabajo se perdieron en la rama alimenticia, bajo la “prudente” conducción de Rodolfo Daer y la Verde. Más de 200.000, en todo el país, bajo la mesurada dirección de la CGT.
Traidores en gris plomo
A fines de 1947, cuando el peronismo se hallaba en el poder, la CGT tuvo un nuevo líder. Su nombre era José Espejo. La historia relata que, cuando fue elegido, tuvo que ponerse de pie para ser reconocido por sus pares. Espejo era la imagen gris y casi impersonal de la burocracia sindical peronista. La misma que, tras el golpe de setiembre del 55’, demostraría una cobardía y un conservadurismo casi congénitos ante los militares de la llamada Revolución “Libertadora”.
A mediados de 2016, Carlos Acuña fue elegido como parte del triunvirato que, formalmente, lidera la CGT. Acuña, que dirige el gremio de los trabajadores de las estaciones de servicio, tiene un apodo particularmente icónico. Es llamado “el hombre invisible”. El mote podría perfectamente ser aplicado por los precarizados trabajadores a quienes dicen representar. Sin embargo, surgió en el mundo de la burocracia sindical.
Si Espejo tenía como “mérito” la cercanía a Eva Perón, Acuña tiene como marca de agua ser uno de los laderos del mucho más conocido Luis Barrionuevo, eterno secretario general de los Gastronómicos. Alguien que, además, ha acuñado más de una frase de antología en la historia reciente.
El peronismo significó un salto en la consolidación de una casta burocrática al frente de las organizaciones gremiales, vía su estatización. La llegada de Juan Domingo Perón a la Secretaría de Trabajo y Previsión Social conllevaría la construcción de los mecanismos necesarios para consolidar ese poder burocrático.
La Ley de Asociaciones Sindicales sería el instrumento legal de esa tarea. Al tiempo que otorgaba mayor fortaleza relativa a las organizaciones gremiales frente al capital, sentaba las bases de un poder burocratizado que funcionara como verdadero contralor a la organización independiente de la clase trabajadora. A partir de una estructura verticalista, que engarzaba a la conducción gremial con el peronismo y con el poder estatal, se crearon (y recrearon) las bases para el desarrollo de una casta privilegiada.
Esa función de control sobre la clase trabajadora tuvo, posiblemente, su expresión más abierta en el tercer Gobierno peronista. Ese período mostró a las cúpulas sindicales aportando al armado de la Triple A para asesinar a luchadores obreros y juveniles en pos de la “normalización” del país. Allí, el rol de “policía al interior de la clase obrera” (al decir del revolucionario ruso León Trotsky) se desplegó de manera potenciada.
Una cuestión estratégica para la clase trabajadora
La burocracia, en cuánto casta parasitaria que vive de las organizaciones gremiales, degrada a estas como instituciones de defensa de la clase obrera. Los sindicatos, construidos históricamente para la defensa de los intereses obreros inmediatos, se vuelven una traba incluso para las batallas defensivas. Los ejemplos de PepsiCo y Hutchinson, arriba mencionados, transparentan hoy esa cuestión.
El peronismo significó un salto en la consolidación de una casta burocrática al frente de las organizaciones gremiales, vía su estatización
La necesidad de recuperar las organizaciones gremiales de manos de esa burocracia se torna evidente. No se trata de un problema con implicancias solo salariales. Los ataques sobre el salario y sobre las condiciones de vida son parte de una política de ajuste global, empujada desde el Estado y el conjunto del empresariado, en aras de elevar su tasa de ganancia.
Por estas horas, Macri y su ministro de Trabajo impostan, de manera permanente, ataques contra una supuesta “mafia de la industria del juicio laboral”. El invento terminológico busca allanar el camino hacia un nuevo sentido común que naturalice un mayor ataque hacia las condiciones de vida de la clase trabajadora.
La CEOcracia parasitaria que dirige el Estado al servicio del capital en su conjunto, exige que el pueblo trabajador entregue aún más de su fuerza vital y de sus vidas para garantizar la rentabilidad empresaria.
En mejorar las condiciones para esa batalla global radica la necesidad de recuperar las organizaciones sindicales de manos de la burocracia sindical peronista. En esa pelea, se torna central el triunfo de luchas como la de PepsiCo.
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En el momento actual, esa batalla se libra también en el terreno de la disputa electoral. El fortalecimiento de una variante política que aporte activamente al triunfo de las luchas, al tiempo que pone al desnudo a los enemigos de los trabajadores, se torna esencial. En la actualidad, el Frente de Izquierda constituye la única variante que camina en esa dirección.
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El 17 de junio de 1974, ante la cúpula de la burocracia sindical, Juan Domingo Perón dijo “tendríamos que emplear una represión un poco más fuerte y más violenta también”. Les hablaba a los dirigentes que participaban del armado de la Triple A. El viejo líder, que moriría menos de dos semanas más tarde, llamaba a que el escarmiento tronara aún más fuerte. La dirigencia sindical entendió y ejecutó la orden.
La pelea contra la burocracia sindical tiene también por objetivo impedir que las patotas de hoy se conviertan en las bandas paramilitares del mañana. Echar a Los Traidores de las organizaciones gremiales asume, también, esa importancia histórica y estratégica.
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