La escena se repitió infinidades de veces. Antes de las siete de la mañana de un domingo 2 de julio de 1961, el escritor se despierta en su casa de campo en Ketchum, Idaho, y se levanta. Se viste con una bata (la llama “la túnica del emperador”), sale de la habitación donde estaba con su esposa, Mary Welsh Hemingway, y se dirige al lugar donde tenía guardadas sus armas, va al cuarto agarra una, toma asiento y apoya la frente contra los cañones.
Cuando se difundió la información sobre la muerte del escritor, ocupó las primeras planas de los medios de comunicación de Estados Unidos y de muchos otros medios del mundo. Los primeros indicios sobre su muerte fueron que había sido accidental, se había disparado mientras el escritor limpiaba el arma. Esa declaración fue tomada del relato de Mary Welsh Hemingway a Frank Hewitt, jefe de la policía local, quien fue el primero en acudir a la casa del escritor y su esposa. En ese momento se aceptó la versión familiar como válida. El resto de la familia acordó que así se manejara la tragedia.
Durante un tiempo largo Mary Welsh negaba que su esposo se hubiese suicidado. Sólo pudo asumirlo a través de una terapia psicoanalítica. Su interior no comprendía los motivos para tomar semejante decisión. Nunca se encontró una nota de despedida, su muerte parecía un jeroglífico. Sin embargo, algunos asumieron, desde el principio, que se trataba de un suicidio.
El escritor Gabriel García Márquez escribió alguna vez una columna para una revista mexicana donde sostenía que “… Hemingway no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía, y sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y su valor físico". “De todos modos, el enigma de su muerte es puramente circunstancial, porque esta vez las cosas ocurrieron al derecho: el escritor murió como el más corriente de sus personajes, y principalmente para su propios personajes…”.
Con el transcurso de los meses las informaciones que iban saliendo mostraban nuevas evidencias sobre las verdaderas causas de la muerte del escritor. En 1964 familiares y editores reconocieron abiertamente lo que ya no se podía ocultar. El hombre que sobrevivió a tres guerras –participó en la I Guerra Mundial en el frente italiano y cubrió como periodista la II Guerra Mundial y la Guerra Civil de España-; el hombre que se jactaba de pescar sin ayuda de nadie ’marlins’ más grandes que él y de cazar leones en el África; una de las personalidades literarias más fascinante del siglo XX, se había suicidado en aquella mañana del domingo 2 de julio de 1961.
En ese momento se supo entonces que su salud se encontraba muy deteriorada; que sufría una depresión profunda y que se había sometido a una terapia de electrochoques; y que se había intentado suicidar por lo menos dos veces antes.
“Para sus lectores Hemingway no sólo era un escritor, sino también un deportista, un combatiente, bebedor y seductor empedernido, prototipo del macho triunfante, ícono de la cultura popular, por eso se preguntaban, con asombro, el porqué de tanto sufrimiento en un hombre que había recibido todos los premios en literatura, incluido el Nobel y que gozaba de una inmensa admiración internacional”, dijo Yefferson Ospina, periodista de El País de Cali.
Está claro que Hemingway siempre vivió bajo la mirada pública. Nunca pudo sustraerse de ella. Lo inevitable es que su sorpresivo suicidio y la terrible forma en que escogió morir abrieron muchos interrogantes sobre su vida. Tal vez uno de los indeseables costos de la fama.
En una entrevista realizada por el sitio http://www.hemingway.es a la señora Valerie Daby-Smith, mundialmente conocida como Valerie Hemingway, quien fuese secretaria de Ernest y posteriormente esposa de Gregory, el hijo menor del escritor, señaló respecto al suicidio del escritor: “Creo que fue por tres razones: porque el deterioro de su salud no le permitía escribir, porque no aceptaba la decadencia del cuerpo y porque la revolución lo obligó a abandonar Cuba. Pensar que no podía volver le causó una gran depresión. Además varios miembros de su familia lo habían hecho".
En los últimos tiempos Hemingway había estado preocupado por sus finanzas. También por su seguridad, por sus impuestos, y porque nunca volvería a Cuba para recuperar los manuscritos que había dejado en la bóveda de un banco. Estaba “paranoico” y pensaba que el FBI estaba monitoreando sus movimientos.
Hubo otros estudios ya desde el plano psicológico denominado: “Ernest Hemingway: A Psychological Autopsy of a Suicide”, publicado en el número 4 de la revista Psychiatry en 2006 por el doctor Christopher D. Martin, miembro del Departamento de Psiquiatría de la escuela de medicina de Baylor College en Houston, Texas.
Es un ensayo de 10 páginas que se publicó en la red en PubMed.gov, sitio virtual de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, Martin, después de leer y analizar todo lo que se publicó sobre el escritor sostuvo que, “Hemingway sufría trastorno bipolar y que esa dolencia tiene su raíz en un trauma que sufrió en su infancia cuando su madre lo vestía como niña y a veces lo llamaba con un apelativo femenino: Dutch Dolly. Por otro lado su padre, tenía una conducta agresiva fue quien le enseñó a manejar armas de fuego desde los cuatro años y se comportaba de manera violenta con sus hijos, algo muy confuso para un niño sensible”.
Hemingway odió siempre a su madre, y cuando su padre se suicidó de un tiro en la cabeza, en 1928, no dudó en acusarla como responsable. Solía referirse a ella como una “perra”.
El estudio del Dr. Martin indica que Hemingway, “se halló enfrascado en una lucha consigo mismo a lo largo de su vida, cargado de temores y sentimientos de culpa que lo convirtieron en una persona profundamente insegura y autodestructiva. (’He pasado mucho tiempo matando animales y peces –le dijo a la actriz Ava Gardner– para no matarme a mí mismo’)". “En consecuencia, mientras perseveraba por idear personajes de carácter heroicos para sus cuentos y novelas, hacía un esfuerzo inmenso, para convertirse en el personaje que anhelaba. Esfuerzo que lo condujo a la depresión crónica y, al final de su vida, a una psicosis incipiente”.
A la luz de todo lo que se sabe hoy, los últimos años de la vida de Hemingway son desconsoladores. Había perdido la capacidad de escribir y padecía arrebatos de paranoia cada vez más frecuentes.
Alguna vez sostuvo: “Si nuestros padres son la vara con la que nos medimos, vivir a la sombra de un padre suicida equivale a viajar por una carretera llena de baches en un camión cargado de nitroglicerina”.
Lo que hay que tener en cuenta es que Ernest no fue el único que se quitó la vida en su familia. También su hermano Leicester, 17 años menor, y escritor al igual que él, se dio un tiro en la cabeza, en septiembre de 1982. Y su nieta, la actriz Margaux Hemingway, se suicidó en la víspera del aniversario luctuoso de Ernest, el 1 de julio de 1996.
“Todo hombre anhela morir en su cama, reconciliado”, escribe Carlos Williams al final de uno de sus más hermosos poemas: “Asfódelo”. Es evidente que no todo el mundo puede lograrlo. |