En marzo nos preguntábamos si se abría una nueva fase de la crisis mundial. Pero la semana pasada hubo un aceleramiento de la tendencia al hundimiento de las materias primas, acompañado por un importante debilitamiento de la divisas. Algo que ocurrió no solo con el rublo ruso y en varios eslabones débiles como Ucrania y Venezuela, sino en algunas de las economías más fuertes como Brasil, México y Turquía.
Parece que el fin de ciclo en los llamados países emergentes está adquiriendo una dinámica irreversible, crisis cuyas bases estructurales explicábamos en este artículo.
¿Una nueva crisis de la deuda como en 1980 o una crisis asiática ampliada?
A medida que siga cayendo el petróleo, las commodities y las monedas de los “emergentes”, más difícil se hace para los países, corporaciones e instituciones financieras obtener los recursos para para pagar la enorme cantidad de deuda denominada en dólares. La gran incógnita es si en el marco del fortalecimiento del dólar, este proceso va a llevar al mismo tipo de estrés que se vio en la crisis de la deuda latinoamericana en la década de 1980 o la crisis de Asia Oriental / Rusia a finales de 1990.
Aunque los mercados emergentes tienen un sólido muro de contención de unos US$ 7,7 billones (millones de millones) en efectivo, el último informe del Banco de Pagos Internacionales (Bank for International Settlements, BIS) con sede en Suiza, advierte que éstos han estado incubando una enorme burbuja de crédito de US$ 9,1 billones desde el 2008.
Esta burbuja podría estallar en cualquier momento, debido tanto a las condiciones internas (límites del modelo de desarrollo en China, dependencia de las materias primas en otros países) como externas (fin de la relajación cuantitativa norteamericana, temor a una suba de las tasas de interés de la Reserva Federal), en el marco de las debilidades de la economía mundial.
A diferencia de otros episodios de endeudamiento externo, los gobiernos tienen menos deuda en dólares, pero la deuda en dólares de las empresas la ha reemplazado, con excesos en los mercados de bonos no bancarios.
El acceso sin precedentes ni restricciones a los mercados mundiales de capital permitió a empresas y bancos de países emergentes pedir enormes sumas de dinero a una tasa de interés históricamente baja (1%).
Un instrumento financiero se desarrolló especialmente fue la emisión de bonos en moneda extranjera, que eran arrebatados por los gestores de activos financieros de riesgo occidentales, ávidos de grandes ganancias. Estos títulos de deuda internacionales alcanzan un valor de 2,6 billones de dólares, de los cuales tres cuartas partes se emitieron en dólares, según un reciente informe del BIS.
Si el crudo cae a 40 dólares por barril en los próximos meses, junto a otras materias primas, el impacto en las economías de mercados emergentes, que vienen de fuerte desaceleración o en recesión, será importante. Esto provocará seguramente que sus monedas caigan aún más, generando fuga de capitales, disminución de la disponibilidad de crédito, freno a la inversión, aumento de la inflación, e incapacidad de las empresas y gobiernos para financiar la deuda previa.
Los países emergentes actuaron como contra tendencia a la enorme caída depresiva de 2008/9. A su vez, una nueva crisis en esos países, semicoloniales y dependientes, puede ser incluso más extendida geográficamente que los dos episodios mencionados. Por estos motivos podría tener consecuencias mundiales muy graves.
China, ¿el próximo en caer?
Entre julio y septiembre, China creció a una tasa del 7,3% interanual, una cifra que confirma la progresiva desaceleración del gigante asiático durante los últimos años. Este 7,3%, es la menor tasa registrada desde el primer trimestre de 2009, cuando China sufrió la fuerte embestida de la crisis financiera internacional y su PBI aumentó sólo un 6,2%.
En este marco, las autoridades chinas deben responder a un rápido cambio de las condiciones internacionales, con el hundimiento de las commodities, el aumento de las presiones deflacionarias, el fortalecimiento del dólar, la significativa devaluación de la moneda de Japón, la zona euro, Corea del Sur y otros países. Todo en el marco de fuertes tendencias a la sobre acumulación y sobre especulación de capital de su modelo económico agotado.
La realidad es que después de la crisis del Lehman, la explosión crediticia y de deuda en EEUU y China fue en paralelo. Con la deuda federal estadounidense subiendo 150% en seis años y el balance de la FED inflado en un 400%, el exceso de dólares fue inundando al Banco Popular de China (BPCh). Simultáneamente, el Banco Popular de China dio vía libre a una histórica expansión del crédito interno chino. Este crédito alimentó auges históricos de la capacidad manufacturera y de la construcción de viviendas.
Ésta “burbuja de crédito” a su vez fue fundamental para la burbuja de los mercados emergentes que tuvieron un auge del financiamiento barato, en economías relacionadas con las materias primas.
Este circuito fue facilitado por la fuerte ligazón de la moneda china al dólar. Su moneda anclada al dólar (“dollar peg”) aseguraba que cuando los flujos financieros llegaban a China fueran fácilmente convertibles en el balance en monedas locales del BPCh y luego reciclados inmediatamente a los mercados de activos (“securities”) norteamericanos.
Esta fuerte ligazón al dólar también permitía importantes flujos especulativos. El mecanismo de paridad fija con el dólar, existente en los países del sudeste asiático, fue una de las razones por la cual la crisis se expresó de forma tan brutal cuando la sobreacumulación de capitales llego a un límite, a mediados de la década de 1990.
Sin embargo, en China este peligro está prácticamente descartado debido al enorme colchón de reservas chinas, de más de 3 billones de dólares.
Pero que la crisis no manifieste de la misma forma que la crisis asiática de 1997, no quiere decir que la economía china no esté expuesta a los límites evidentes de su modelo económico y del cambiante contexto internacional.
Con una masiva sobrecapacidad, un reducido margen de ganancias y una creciente tensión financiera, las manufacturas chinas están expuestas a una desaceleración mundial y presiones competitivas de precios.
El sector financiero chino, ultra hinchado, podría ser aún más vulnerable. Los activos de los bancos chinos proyectan terminar 2014 con un capital de 28 billones de dólares, triplicando asombrosamente el nivel de 2008, según algunas investigaciones autónomas. Y esto sin considerar el sustancial “sector bancario en la sombra" que ha sido aparentemente un bastión de los préstamos de alto riesgo.
Tomando en cuenta la diferente estructura económica de ambas economías, la norteamericana motorizada por el consumo y servicios, mientras la china lo está por las exportaciones, el mecanismo del “dólar peg” es difícil que pueda mantenerse estable. Es crecientemente disfuncional para la economía china.
Si su moneda sigue atada al dólar, sufrirá una fuerte revaluación, lo que redundaría en una pérdida importante de competitividad internacional. Considerando el masivo sector exportador y la estabilidad social, es probable que China deba devaluar, llevando a un salto de la actual guerra cambiaria. Lo que agravaría la crisis de los países emergentes.
Optar por una revaluación de su moneda, en cambio, podría ser lo más adecuado para su reequilibrio interno, pero en lo inmediato el costo para su sector exportador generaría una fuerte dislocación interna de difícil absorción para su sistema político.
Como vemos, la nueva fase de la crisis mundial pone a la burocracia china ante dilemas graves, que van a influir en el futuro histórico de este país, en los años y décadas por venir. |