Este relato de una parte de lo que he vivido el 1-O, irá mostrando imágenes de aquellas mujeres que protagonizaron sin miedo esa intensa jornada vivida en Catalunya, mujeres que las redes hicieron homenaje transformándolas de anónimas en famosas heroínas.
Se abrían las puertas de las escuelas a las 9 horas de la mañana. Ya estaban las urnas y las papeletas dentro, después de que junto a profesoras, madres y padres, alumnos, vecinos y vecinas de los barrios, manteníamos una tensa vigilia para cuidar los centros de votación de las amenazas de la guardia civil.
No estábamos solos, afuera de las escuelas, desde las 5 horas de la mañana, se agolpaban al grito de “Votarem” cientos de personas.
Al salir afuera con toda la gente volvía la tensión. Llegaban las noticias de que la policía nacional había comenzado a secuestrar las urnas apaleando a mujeres, niños y a cualquiera que estuviera haciendo colas con la intención de votar. Entre ellos, a las mujeres grandes, esas abuelas tan entrañables pasaron a ser las firmes defensoras del 1-O.
Me senté en el suelo. Comenzó a llover y una mujer con ojos grandes y oscuros, sentada en una improvisada silla esperando en la cola para votar, se acercó y suspirando agotada me cubrió de la lluvia a su lado con su maravilloso paraguas de flores antiguo. Y me dice:
“Hija mía, tengo 79 años, estoy aquí porque no puedo tolerar que no nos dejen votar, he vivido la guerra, he luchado contra la dictadura de Franco, he hecho cosas que nunca imaginé que haría en esas épocas, luchando para defender los derechos de la gente, mientras cuidaba de mis hijos. No quiero que ellos tengan que pasar por lo mismo. En un día como hoy no puedo quedarme tranquila en mi casa, no lo hice en el franquismo, no lo voy a hacer ahora. No tengo miedo”.
El cansancio que llevaba en el cuerpo parecía haber desaparecido en el instante mismo que la mirada de Amalia me trasladaba a una parte de su vida, o la de tantas mujeres anónimas que hicieron historia.
Hablo un rato con ella, esperando que me contara más de su vida. La mirada de aquellos ojos grandes transmitían la firmeza forjada, seguramente, a base de lucha constante y cotidiana. No sé en qué momento tuve que salir de su lado. La tensión aumentaba, la llegada de las porras era inminente. Vuelvo a buscar a Amalia y en su lugar había otra mujer grande como ella, y a su lado habían más.
Me dice Loli, mi compañera del colegio, que habían tenido que ir a busca más sillas porque las mujeres de pelo gris se querían plantar como sea, con toda esa terquedad que las caracteriza, a defender la escuela en primera línea, de la guardia civil y los nacionales. No había forma de convencerlas de que debían retirarse de ese frente que hicieron suyo a primera hora. Hacerlo les parecía una ofensa.
Entraban a votar y cuando salían, eran aplaudidas por toda la gente movilizada en las puertas de las escuelas, como lo que eran, valientes mujeres. Muchas de ellas fueron brutalmente reprimidas. Pero en estas imágenes no vemos en ninguna de ellas rostros de miedo ni lágrimas. Son rostros de orgullo.
“Vivimos la guerra, vivimos el franquismo, nos nos vamos a quedar en nuestras casas”. Tuve la sensación de que las palabras de Amalia se habían multiplicado con los cuerpos de estas mujeres dispuestas a todo. Un homenaje a ellas y a la sabiduría que con su experiencia saben transmitir.
En este caso, “olían” los restos de franquismo que tiene el Régimen del 78, con los unicornios de la guardia civil interviniendo a golpes contra la voluntad de miles de catalanes que querían votar por el derecho a decidir. |