El viejo partido que en sus distintas etapas dominó el sistema político nacional bajo Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Ávila Camacho, Miguel Alemán, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto -entre otros-, y basado en la subordinación del movimiento obrero a través de la dirección traidora de la CTM de Lombardo Toledano (la oposición institucionalizada) y Fidel Velázquez, enfrenta una gran crisis que para muchos es inexplicable que no estalle por dentro.
La gran crisis abierta en 1988 con el enfrentamiento de la Corriente Democrática encabezada por Cárdenas y Muñoz Ledo y la dirección del PRI, alentó el surgimiento de posteriores agrupamientos internos que buscaban aminorar el férreo control del Comité Ejecutivo Nacional. Pero la dirigencia logró contener a los sectores disidentes, ya sea cooptándolos con promociones y cargos, o reprimiéndolos con cárcel después de hacerles auditorías (ahí todos tienen cola que les pisen).
La segunda gran crisis de este partido que se dio en 1994 por las diferencias de Luis Donaldo Colosio con Carlos Salinas de Gortari -que fue resuelta por métodos brutales con el asesinato de Colosio-, confirmó el carácter irreformable de este partido autoritario y reaccionario que ni a los de casa perdona.
Luis Donaldo Colosio en un mitin
Pero el pacto social entre gobernantes y gobernados establecido a través de los beneficios sociales a las masas por Estado Benefactor, garantizó una gobernabilidad que, incluso pudo evitar una gran ruptura de las masas con el Estado cuando la brutal represión al movimiento estudiantil en 1968 en Tlatelolco.
La crisis del PRI en su etapa senil
Si este partido pudo gobernar con hegemonía en la vida política nacional durante tantas décadas, e imponer una reaccionaria “paz social”, fue porque en esa etapa de crecimiento económico pudo dar ciertas concesiones a las masas y crear una importante base social. Eso permitió al priato distinguirse por contar con gobiernos fuertes con legitimidad.
Sin embargo, con la oficialización del fin de reparto agrario en los 50s bajo el gobierno de Miguel Alemán, y la política represiva al movimiento obrero –al impulso del “charrismo sindical”- empezaba la pérdida de consenso social. y el aparato de estado se imponía más por la coerción.
Situación que escaló en los 90s por las condiciones económicas, políticas y sociales impuestas con Salinas de Gortari bajo los acuerdos el TLC, que privatizó el campo abriendo profundas contradicciones sociales y políticas en ese importante sector social, y además adelgazó el Estado benefactor con la privatización de la economía.
Firma del Tratado de Libre Comercio
Por lo que, la crisis abierta con el alzamiento el EZLN, que golpeó fuertemente a las instituciones del régimen autoritario y que significó un gran cuestionamiento de los “de abajo” hacia los “de arriba”, permitió que se expresara el descontento acumulado por décadas de opresión.
En este nuevo escenario, la vuelta del PRI al poder fue un regreso sin gloria donde el objetivo era recuperar posiciones (“trincheras”), es decir, una ubicación defensiva donde las concesiones y las alianzas electorales con otros partidos, serían la base para intentar este objetivo. Fue un regreso de un aparato en decadencia, que sólo el desgaste y la evidente corrupción de los gobiernos panistas permitió volver a la presidencia.
Pero la pérdida de 7 gubernaturas de 12 en disputa y congresos locales y alcaldía en las elecciones del 2016, confirmaron esta decadencia. Proceso decadente que se agravó con la pérdida de un millón de votos ante el Morena en el Edomex en junio de este año.
La crisis abierta con el movimiento de Ayotzinapa (“Fue el estado”), y la del “gasolinazo” de este año, muestran ya una cierta ruptura de los gobernantes con los gobernados que no se daba en los mejores años del priato y hace evidente la pérdida de consenso social que construyó el viejo régimen. Lejos queda la etapa de los triunfos electorales del “carro completo y del control total de Congreso.
Marcha por Ayotzinapa
La crisis abierta en septiembre en el Congreso y la Cámara de Diputados en torno al rechazo una Fiscalía General favorable PRI y que le hizo recular en su intento, es algo que no pasaba en los tiempos de fortaleza de bonapartismo. Y muestra el desgaste del régimen nacido en el año 2000.
Unidad en las alturas en torno al régimen
La debilidad del gobierno de Peña Nieto está siendo apuntalada por los principales partidos patronales y los sectores de la clase dominante que representan. Todos buscan evitar que, dada la debilidad del gobierno, las masas populares canalicen su descontento rompiendo con los “de arriba”, y avance hacia una eventual radicalización que abra una situación pre revolucionaria en el país.
Pero también es debido a la falta de una política combativa de las direcciones que se reclaman izquierda, y al rol conservador y reformista de los sindicatos que se reclaman opositores que no se movilizan de madera independiente en la crisis que atraviesa este gobierno.
Eso explica por qué durante los sismos de septiembre, la acción y el descontento de miles en las calles haya sido -por ahora- contenida por la operación ofensiva de Peña Nieto, los empresarios y los banqueros, que evitó que surgieron un movimiento de esa juventud que cuestionaba las autoridades y el rol del ejército.
Sin embargo, la fortaleza relativa de Peña Nieto está presionada la creciente desigualdad social, la inseguridad a nivel nacional, el bajo nivel de vida de la población, la creciente subordinación al imperialismo, y los pronósticos de bajo crecimiento, de fuga de capitales hacia nichos más atractivos.
Visita de Trump a México durante su campaña electoral
Es un mal momento para el PRI, que enfrentará en nueve meses a partidos y alianzas electorales que lo superan con mucho. En esas condiciones, la irrupción de los trabajadores en la escena nacional puede modificar radicalmente la relación de fuerzas entre gobernantes y gobernados. |