“No quiero morir así”, “abran las puertas, por favor” son los gritos desesperados que retumban de ese 30 de diciembre de 2004 que hoy la juventud sigue recordando como si fuera ayer. Humo, corridas, gritos, oscuridad, las sirenas que no alcanzaban, la desesperación por encontrar amigos, familiares, la bronca y el dolor por los que no están, que podrías haber sido vos, tu hermano, amigo, vecino. Los pibes que lograron salir y volvieron a entrar para sacar a los que seguían atrapados adentro, y eso a muchos les costó su vida. Esa noche dejó una huella imborrable: 194 pibes que se llevó la corrupción del estado y sus funcionarios con el negocio de la música y los boliches, 700 heridos, y una generación a la que se le impuso las consecuencias de la masacre cercenando aún más el acceso a la cultura. La juventud de los barrios, laburantes, son las víctimas de tener que ir a los peores lugares para escuchar a su banda favorita.
Del otro lado se mantiene la impunidad de los responsables. Aníbal Ibarra, el principal responsable político, fue ganador. Nunca fue procesado, ni siquiera fue llamado a declarar. Hasta volvió a presentarse a las elecciones para el mismo cargo que ocupaba en ese momento, como Jefe de Gobierno. Una provocación de quienes miran cómodos desde arriba, con la garantía de que la impunidad juega en su equipo. Su única “condena” fue tener que tomarse tres años de vacaciones para volver a la política, como legislador porteño en 2007. Los que votaron su destitución allá por el 2006 lo hicieron por puro cálculo político, no porque sean distintos: el macrismo suma sus muertos por inundaciones en la ciudad, trabajadores del subte electrocutados, o en obras. Al igual que el kirchnerismo con la masacre de once, o las terribles inundaciones en La Plata en 2013. Las masacres se repiten, porque la vida de la juventud y los trabajadores no vale nada para ellos.
Cromañón puso al rojo vivo la piel de cómo funciona esta sociedad, el capitalismo que de todo hace un negocio. Sí, sobre todo de nuestras vidas. Las coimas a los funcionarios del Gobierno de la Ciudad y a la policía son más baratas que poner un boliche en condiciones. Así es el negocio para el dueño, Rafael Levy, y quien fuera su gerenciador, Omar Chabán, fallecido en 2014. La inversión en multimillonarias obras de la construcción que hacen los gobiernos son más redituables que destinar plata a la salud, desguazada y colapsada sin respiradores para los miles de pibes que esa noche se quedaron sin oxígeno, sin ambulancias suficientes, ni lugar en los hospitales. Las ganancias de la banda y su manager, que iban a llevarse el 70% de la recaudación de esa noche, dispuestos a sobrevender tres veces más entradas que la capacidad del lugar. Entraban 1000, pero había 4000. Son las reglas que decidieron aceptar del perverso mercado. Cerrar con candado las salidas de emergencia, tapiar las ventanas, cubrir con material tóxico los techos, comisarios que le ponen precio a su complicidad. La cadena de responsabilidades es larga y pesada, con diferentes grados, de todos los que se benefician con el negocio de los boliches y la música, que estuvo por encima de la vida de los miles de jóvenes que esa noche salieron a divertirse. Y seguirá por encima mientras los hilos de la sociedad estén manejados por empresarios y sus políticos.
La música en la encrucijada y un debate dividido
La masacre de Cromañon dividió aguas en todo el movimiento que surgió exigiendo justicia. Familiares y sobrevivientes, artistas, jóvenes que siguen a las bandas, fans de Callejeros o no, han tomado distintas posiciones sobre a quién apuntar los cañones. Con Ibarra, Chabán, Levy hay más consenso, son culpables.
Con la banda sí hay polémica. Hoy en día todos los integrantes de Callejeros están en libertad (salvo Eduardo Vazquez, condenado a cadena perpetua por el femicidio de Wanda Tadei). Unos sostienen que eran ellos mismos los que ingresaban las bengalas, que tuvieron a cargo la seguridad del boliche que cerró las salidas de emergencia, metieron más gente de la permitida, que podrían haberlo evitado si paraban el show. Del otro lado, que son víctimas y sobrevivientes como todos los demás pibes, que simplemente son músicos, que no son quienes habilitan los boliches, y piden su libertad y absolución para no desviar las verdaderas responsabilidades como Ibarra.
Las responsabilidades efectivamente no son para todos igual. Los empresarios y los funcionarios del Estado no van a cansarse de reventar de ganancias a costa de descargar los peores crímenes sociales contra los trabajadores, la juventud y los más pobres. Por eso la justicia siempre está de su lado, es inversamente proporcional al grado de responsabilidades, permitiendo que Ibarra tenga total impunidad.
La masacre de Cromañon, así como expresó el profundo entramado de una sociedad movida por la sed de ganancias de empresarios y políticos, puso sobre la mesa la encrucijada del arte y la música bajo las reglas del mercado. Aunque Callejeros se hizo de abajo, con letras contestatarias, sus integrantes terminaron transando con los empresarios de la noche y la música para venderse más y mejor, en eso son responsables. Porque el arte, en sus diferentes gustos y estilos, ha dado brillantes creaciones que conmovieron generaciones enteras, pero no escapan a la realidad material, a su tiempo, aunque tampoco son su mero reflejo. Los músicos, que sueñan con la difícil y hermosa posibilidad de vivir de su creatividad y sus producciones bajo el capitalismo, tropiezan cuando terminan eligiendo vivir para ganar dinero, a cualquier precio. El arte y sus creadores, pueden elegir otro camino, de transformación social anticapitalista.
Hacer justicia
La lucha por justicia y porque no vuelva a repetirse ningún Cromañon más, es entonces un desafío que incluye y a la vez trasciende el señalamiento de los responsables. Se trata de pelear por nuevas bases sociales, barrer con el dominio de los empresarios y políticos enriquecidos con corrupta ostentación, que provocarán nuevas masacres, más muertes y desidia. Así las nuevas generaciones podrán abrir el camino a una nueva cultura, liberada de las ataduras del mercado. La juventud que fue presa de las garras de esta masacre, que sigue siendo atacada día a día con la persecución policial, el gatillo fácil, que quieren condenarla a los peores trabajos, quitando hasta el derecho a divertirse, ha demostrado que se levanta, organiza, pelea por otra vida. Multiplicarlo, apuntando a esa clase social que roba el pasado, presente y futuro, será el primer paso para empezar a hacer justicia, la verdadera.
Que ese sea el mejor homenaje a ellos. Los pibes de Cromañon, PRESENTES!
Artículo publicado originalmente el 30 de diciembre de 2014. |