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La Izquierda Diario
13 de diciembre de 2017 Twitter Faceboock

Reseña
Loving Vincent o la locura de ser uno mismo
Ana Rivera

Reseña de la película independiente polaco-británica sobre la vida del artista. Es la primera película íntegramente pintada al óleo por 125 artistas de todo el mundo y animada por stop-motion

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Loving Vincent, la película independiente de coproducción polaco-británica de Dorota Kubiela y Hugh Welchman, además de ser la primera película íntegramente pintada al óleo por 125 artistas de todo el mundo y animada por stop-motion, es la posibilidad de ver durante 94 minutos el mundo que rodeó a Vincent Willem Van Gogh con sus propios ojos. Es la abrumadora vista de millones de pinceladas cargadas de los nuevos y brillantes óleos que llegaron al mercado a fines del siglo XIX, y permitieron a los pintores del movimiento impresionista descomponer la realidad desde la luz. Es el movimiento de miles de cuadros que recrean los días difíciles e incomprendidos de Van Gogh, pero por encima de todo, su potencia creadora, el trance artístico en el que vivió durante los cortos diez años de su existencia en los que produjo más de 900 cuadros y 1600 dibujos, la misión que lo consumió en cuerpo y espíritu.

En la película, que transcurre un año después de la muerte de Van Gogh, la última carta escrita por Vincent a su hermano Theo -el marchand de arte radicado en París y que le solventó todos los medios a su alcance para que pudiera pintar- y que no llega a ser entregada, lleva al viejo Joseph Roulin, cartero de Arlés, con quien el pintor mantuvo una honda amistad –de aquellas que frecuentaba, con entusiasmo, en las personas más sencillas del pueblo-, a pedirle a su hijo que se ponga en marcha para entregarla, en honor al profundo amor que unió a los dos hermanos, atestiguado por los cientos de cartas que Van Gogh escribía religiosamente.

La noticia del fallecimiento de Theo poco después de la muerte de Vincent lleva a Roulin hijo a peregrinar en busca de su psiquiatra, el doctor Gachet, quien lo trató después de su estancia en el manicomio de Saint Paul-de-Mausole, para entregarle la carta de destino truncado, y luego a recorrer Arlés en busca de testimonios que proporcionen alguna luz sobre lo sucedido. El pueblo se encuentra teñido por las habladurías tras el suicidio de Van Gogh; retazos de información, de impresiones sobre las extrañas costumbres de Vincent, y un dejo de culpabilidad en todos aquellos que lo conocieron y que brindan su testimonio a Camille, el hijo del cartero, hacen que su desinterés inicial pase a un deseo casi obsesivo por descubrir lo que pasó en el campo amarillo cromo donde sonó el disparo que estremeció Arlés. Se desvela por entender el mundo interior del pintor, y las razones o culpables de su asesinato o su suicidio. El único personaje que aventura una hipótesis social sobre la muerte de Vincent es su amigo Joseph Roulin, que habla con desprecio del pueblo donde Van Gogh pasó sus últimos días como un absoluto paria.

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El poeta Antonin Artaud, admirador ferviente de su pintura y que, como él, sufrió en carne propia la etapa de “normalización” social burguesa con el auge de la psiquiatría, internado durante años en distintos manicomios franceses y “tratado” a base de torturas con electroshock, habló, en su ensayo Van Gogh, el suicidado por la sociedad, sobre aquella supuesta “locura” de Vincent:

La buena salud mental de Van Gogh puede ser proclamada, pues a lo largo de toda su vida sólo se hizo cocinar una mano y, dejando esto de lado, no llegó más que a cortarse la oreja izquierda/en un mundo en que la gente come todos los días vagina asada con salsa verde, o sexo de recién nacido azotado y encolerizado/ ingerido tal como sale del sexo de la madre.

El ensayo es un alegato furioso contra la institución psiquiátrica, “un tugurio de gorilas, obcecados y perseguidos, que sólo tienen como recurso, para atenuar los más terribles estados de angustia y opresión humana, una ridícula terminología, producto que corresponde a sus viciados cerebros”, contra Theo y contra Gachet, el médico envidioso que no podía hacer otra cosa que copiar los cuadros del genio Van Gogh, contra la sociedad, que no toleraba el nuevo arte que se erguía frente a ella, ni al hombre que insultantemente consumía su vida en el lienzo, mientras el mundo que pintaba lo miraba de reojo. Artaud dijo que había hombres que preferían volverse locos antes de traicionarse a sí mismos, cosa que jamás haría Van Gogh:

¿y en ese delirio, dónde se encuentra el lugar del yo humano? Van Gogh a lo largo de toda su vida buscó el suyo con excepcional energía y decisión. Y no se suicidó en una crisis de locura por la desesperación de no llegar a encontrarlo, por el contrario, acababa de encontrarlo y de descubrir quién era él mismo, cuando la conciencia unánime de la sociedad, para vengarse y castigarlo por haberse alejado de ella, lo suicidó.

Dejemos de lado las circunstancias de Van Gogh, en cuya persona excepcional se combinaron antecedentes psiquiátricos familiares, una pésima alimentación, la constante inestabilidad emocional por sus fracasos artísticos, las consecuencias de la sífilis, el sentimiento de ser una carga para su adorado hermano Theo, -de quien, para mayor pesar, recibió la noticia de que tendría un hijo, agudizando la frustación de sentirse un peso inútil-; un tratamiento psiquiátrico que años después fue cuestionado, rodeando de controversia la figura del doctor Gachet, las relaciones tumultuosas con los demás pintores post-impresionistas -y de las cuales la ruptura con Gauguin y el famoso episodio de la oreja cortada pasarían a la historia como una suerte de testimonio firme de que era “un loco”-. Aquello que pasó a la historia fue la vida verdadera vivida a través de los diez años en que su cuerpo y su alma estuvieron dedicados a pintar, plasmada tan enérgicamente que hoy recorremos los cines del mundo para ver Loving Vincent y sus cuadros repudiados en vida se subastan por sumas astronómicas. Allí estaba el cielo de Van Gogh, y, como dijo Sartre en boca de su personaje Garcín: el infierno son los otros.

Loving Vincent en Mendoza

La película podrá verse en Mendoza este Viernes 15 y el Domingo 17, a las 22Hs y 18Hs respectivamente. Será en el Cine Universidad, ubicado en la Nave Universitaria, Maza 250 de la Ciudad de Mendoza.

 
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