La Asociación Internacional de Trabajadores fue una organización formada por sindicatos, partidos socialistas, laboristas y anarquistas de diversos países. La primera internacional fue fundada en Londres en 1864 y se desintegró en 1872, tras el fracaso de la Comuna de París.
Las décadas de 1870 y 1880 fueron épocas de profunda reacción política opresiva y conservadurismo sobre Europa, debido al desarrollo económico capitalista y la fundación de los Estados nacionales.
Paradójicamente fue este mismo desarrollo, la revolución industrial en Alemania, el que hizo crecer el sindicalismo y la organización obrera. A finales de la década de los 80 el fortalecimiento y crecimiento internacional de los sindicatos, los movimientos socialistas y sus luchas, sumado además a la pérdida del monopolio industrial de Inglaterra y por consiguiente la crisis económica y el aumento del desempleo, llevaron al desarrollo de un llamado “nuevo sindicalismo” guiado por principios socialistas, desplazando al viejo sindicalismo burócrata y conformista.
Así en 1889 se llevaron a cabo dos congresos internacionales obreros y socialistas simultáneamente; uno de los “posibilistas” y otro de los “imposibilistas”, los anarquistas oscilaron entre ambos congresos. Sin embargo fue el congreso de los “imposibilistas”, basado en principios marxistas, el que terminó solidificando lo que sería la “Segunda Internacional de Socialista”. Fue en ese congreso que se decidió organizar una demostración internacional a favor de la jornada laboral de 8 horas, sentando las bases para el Primero de mayo internacional en 1890.
Dos profundos debates que atravesaron la trayectoria de la ll internacional.
En los primeros años de la Segunda Internacional, uno de los debates que atravesó su trayectoria fue acerca del abstencionismo de los Bakuninistas (Anarquistas), quienes se oponían a la acción política y parlamentaria. Los anarquistas, lejos de ver el parlamentarismo como una tribuna desde donde hacerles política a los obreros mediante una agitación revolucionaria, preferían ejecutar actos de terrorismo aislados.
En el congreso de Londres de 1896 se excluyó definitivamente de la Internacional a los abstencionistas, determinando a la Asociación Internacional de Trabajadores como un espacio confluyente sólo de sindicatos y partidos políticos socialistas.
Pero el debate más álgido dentro de la Segunda Internacional fue de hecho el de la relación entre reforma y revolución. Esta fue la lucha entre las posiciones sectarias, que se negaban a aceptar cualquier tipo de reforma, y las posiciones oportunistas de los revisionistas, quienes contraponían las reformas a la revolución, y que como Bernstein planteaba “El objetivo final, sea cual fuere, es nada; el movimiento es todo”.
Sin duda estos debates siguen vigentes hoy en día, sin embargo el marxismo, en cuanto a teoría, avanzó en una propuesta superadora. Fue en base a esta discusión que la revolucionaria Rosa Luxemburgo escribió argumentando lo siguiente:
“La lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de clases obrera y de empeñarse en el sentido de un objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre la reforma social y la revolución existe para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble. La lucha por las reformas es el medio; la revolución social, el fin.” Ver Reforma o Revolución, 1899.
La cúspide de la ll Internacional la revolución Rusa de 1905, que llevó a la militancia de los partidos revolucionarios rusos de miles a millones. Fue esta gran hazaña de las masas de la clase trabajadora la que oxigenó al movimiento revolucionario en toda Europa y el mundo. Sin embargo esta revolución fue derrotada, triunfó la contrarrevolución reaccionaria y se expandió el reformismo oportunista. Esto llevó a la progresiva degeneración y final desintegración de la Segunda Internacional.
A pesar de su tamaño, influencia y anteriores demostraciones de fuerza, la segunda internacional fue desde 1904 a 1914 una federación desarticulada. El estallido de la primera guerra mundial en 1914, junto con las posiciones oportunistas, nacionalistas y reformistas a favor de la guerra bajo la consigna de “defender las conquistas del proletariado del país” y a favor del colonialismo para “promover el desarrollo de los países atrasados”, terminaron por desintegrar y sepultar a la segunda internacional.
Las lecciones de la ll Internacional, la internacional de la “organización”.
Sólo tres años después el estallido de la primera revolución triunfante de la clase proletaria contra la guerra capitalista terminó desmintiendo las posiciones reformistas. Fue en la revolución rusa de octubre de 1917 que el proletariado asumió el control de sus propias vidas, desplazando a los explotadores, y a aquellos que oscilaban por continuar la guerra.
Pero no fue un acontecimiento espontáneo el que aseguró la victoria del proletariado por sobre sus opresores, sino la dirección de un partido revolucionario con independencia de clase de los trabajadores. Aun así, las posteriores posiciones nacionalistas de Stalin por conservar el “socialismo en un solo país”, sumado al aislamiento de la revolución rusa y su bloqueo económico por parte de los capitalistas extranjeros, llevaron a la degeneración de la URSS, y a lo que actualmente vemos en la Rusia capitalista.
Esta es, sin duda, la proeza de los revolucionarios en la actualidad, la construcción de un partido revolucionario con independencia de la clase trabajadora. Un partido que, parafraseando a León Trotsky; “incluya a toda la vanguardia de la clase obrera, y utilice su influencia ideológica para beneficiar, especialmente, al movimiento sindical.”