El 12 de junio se conmemora el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil, con el fin de mostrar frente a la población cierto tratamiento sobre esta problemática que afecta a millones de infancias y adolescencias en todo el mundo. ¿Es posible su erradicación bajo este sistema?
Sábado 12 de junio de 2021 01:34
Ilustración de E. Ramírez
Hablar sobre el trabajo infantil nos recuerda a la segunda novela Charles Dickens, titulada “Oliver Twist”. La historia de un un niño que se rebela constantemente ante las situaciones de maltrato y explotación laboral. La libertad y la aventura se respiraban en la calle, lugar que les devolvía a los niños y niñas la infancia que el mundo fabril les quitó.
Oliver siendo un niño aún, recorre los callejones londinenses donde las problemáticas sociales estaban a la orden del día en una Inglaterra que, por aquel entonces, era potencia económica. Es que en la Revolución Industrial, tanto los niños como las mujeres fueron utilizados como mano de obra barata, sometidos a las más penosas e insalubres condiciones de trabajo. Marx basado en los estudios de Friedrich Engels sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra, llegó a hablar de una “devastación intelectual, producida artificialmente al transformar a personas que no han alcanzado la madurez en simples máquinas de fabricar plusvalor” [1]
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En Argentina, un antecedente clave fue el informe del médico Juan Bialet Massé, quien recorrió el país y elaboró, hacia 1904, informes para las autoridades nacionales de ese momento, relatando la explotación sufrida por los niños, que desde los 5 o 6 años eran considerados aptos para cualquier oficio, en fábricas, en minas y en talleres.
Esta historia que nos puede parecer vieja, esconde sin embargo lo que representa la explotación laboral de niños, niñas y adolescentes en este sistema. Es que en la esencia del capitalismo la explotación alcanza tanto a las infancias y adolescencias como a los adultos, y esto se expresa en la base de las relaciones sociales de producción, consumo y distribución de la riqueza, y por lo tanto determina los distintos modos de vida de cada clase social.
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Esto explica cómo en pleno Siglo XXI más de 160 millones de niños y niñas trabajan en el mundo. Según la OIT, el término “trabajo infantil “se refiere a cualquier trabajo que es física, mental, social o moralmente perjudicial para el niño, afecta su escolaridad y le impide jugar. Se les niega la oportunidad de ser niños. Más de la mitad de estos niños están expuestos a las peores condiciones laborales, y trabajan en ambientes peligrosos como minas y canteras. Muchos otros directamente están reducidos a la esclavitud y otras formas de trabajo forzoso, o actividades ilícitas incluyendo el tráfico de drogas y la prostitución”.
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Por eso decimos que es imposible analizar el trabajo infantil aislado de otros factores que inciden sobre esto. Problemas como el desempleo, el trabajo precario, las necesidades básicas insatisfechas, la dificultad para acceder a servicios elementales. Como así también el acceso a derechos como educación y salud, entre otros aspectos. Inciden de manera directa sobre la situación socio-económica de las familias trabajadoras, que muchas veces contribuyen a la explotación laboral infantil por parte de los capitalistas.
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Porque para analizar el trabajo infantil debemos hacer mención al funcionamiento del sistema capitalista y la participación del trabajador infantil dentro de él. Para Iñigo Carrera muchas de las situaciones donde se registra trabajo infantil tienen que ver con que el capital no remunera la totalidad del valor que un trabajador necesita para la reproducción de la fuerza de trabajo presente (la suya) y futura (la de sus hijos).
Esto fuerza a muchas familias trabajadoras a verse obligadas a incorporar a sus hijos al mundo del trabajo sin que alcance su madurez productiva, convirtiendo así el “ocio” infantil en un bien de lujo.
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Sobre esto nos hablaba Sandro, (quien hoy tiene 33 años). Él nació y creció en Montecarlo Misiones, donde vive actualmente y nos cuenta cómo recuerda su infancia en los yerbales:
““Ese fue mi primer trabajo y así desde los 14 años hasta los 16, después de ahí pasé a la tarefa, a los yerbales y después me dediqué al rubro “del monte” , volteo de madera con motosierra y todas esas cosas. Prácticamente mi infancia fue así, porque en la colonia es todo trabajo nomas, no hay juguete ni juegos, es todo trabajo y más trabajo”
La explotación laboral infantil en el mundo
A nivel internacional, organismos como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) vienen desarrollando una serie de informes destinados a diagnosticar las posibles causas, consecuencias y características que asume el trabajo infantil en distintos países del mundo.
Pero estos organismos dirigidos por los países más poderosos del mundo en los cuales las empresas también explotan a niños y niñas en otras latitudes, limitan su accionar a emitir estadísticas y estudios jugando en los hechos un rol de complicidad. Sin ir más lejos, recién desde el año 2002 se conmemora el 12 de junio como el “Día Internacional por la erradicación del trabajo infantil”.
Según los últimos datos de UNICEF y la OIT, 160 millones de niñas y niños de entre 5 y 17 años (1 de cada 10 niños del mundo) trabajan. Casi la mitad (79 millones) ejercen alguna de las peores formas de trabajo infantil, como esclavitud, trata y trabajo forzoso. A su vez, el estudio de la OIT y Unicef señala que "más del 70% de los niños en situación de trabajo infantil (112 millones) se dedican a la agricultura".
En las regiones más pobres del mundo la situación empeora, 9 de cada 10 niños víctimas de trabajo infantil viven en África subsahariana y Asia. Además, en los países en conflicto, hay un 77% más de incidencia del trabajo infantil.
La falta de acceso a la educación es otro de los derechos que no existen para las y los 61 millones de niñas y niños que no van a la escuela a nivel mundial por tener que trabajar. En el medio rural, los impactos negativos de la explotación infantil se profundizan: el 45,5% de los varones y el 23% de las mujeres que trabajan para el mercado y no concurren a un establecimiento educativo.
Las diferencias impuestas por los Estados y las empresas se expresan también en la explotación de las infancias: se calcula que en el mundo las niñas dedican 550 millones de horas al día al trabajo doméstico, 160 millones de horas más que los niños de su misma edad. Esta sobrecarga comienza en la primera infancia, con apenas 5 años, y se intensifica cuando las niñas llegan a la adolescencia.
Tal es la complicidad con el trabajo infantil por parte de los organismos internacionales, que UNICEF no se opone a que los niños y niñas trabajen. Y aseguran: “La participación de los niños, las niñas y los adolescentes en un trabajo –una actividad económica– que no afecte de manera negativa su salud y su desarrollo ni interfieran con su educación, es a menudo positiva”. La Convención No.138 de la OIT permite cualquier tipo de trabajo ligero (que no interfiera con la educación) a partir de los 12 años.
Explotación de las infancias y adolescencias en Argentina
En Argentina, que las infancias y adolescencias “trabajen”, de manera remunerada o no, constituye un delito. El trabajo está prohibido para niños y niñas por debajo de los 16 años, de acuerdo a la Ley N° 26.390 de Prohibición del Trabajo Infantil y Protección del Trabajo Adolescente. Si bien la Ley 26.390 (sancionada en 2008) establece que la edad mínima para trabajar es de 16 años, con autorización de los padres hasta los 18 años. Sin embargo hay 760.000 niños y niñas de entre 5 a 15 años que trabajan; 206.635 lo hacen en zonas rurales.
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En el norte de nuestro país, la explotación laboral infantil en actividades rurales afecta a más del 20% de los niños y las niñas. Esto no sería posible sin el aval de los gobiernos y la burocracia sindical. Tal es así que el gobernador de Jujuy autorizó en 2018 el empleo en “tareas livianas” como encañar y desencañar tabaco.
Sin ponerse colorado uno de los diputados de su bloque, aseguró en ese momento: “Hay algunos que si de chicos ni ven una pala, cuando la ven de grande se infartan”. ¿El diputado habrá agarrado una pala en su vida? La respuesta negativa es más que evidente.
La dirigencia sindical, en todas sus alas, son las que permiten que el Gobierno nacional y provinciales, pasen el ajuste, que las paritarias cierren a la baja, que no defiende ni a los desocupados, ni a los empleados con contratos precarios, o directamente que trabajan sin contrato, también miran para otro lado cuando de explotación infantil se trata.
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Un ejemplo claro de esta complicidad es Gerónimo Momo Venegas, que dirigió el gremio de trabajadores rurales, Uatre, durante 25 años hasta su muerte. En todos esos años solo legitimó la explotación de los terratenientes y dejó librados a su suerte a cientos de miles de hombres, mujeres, niños y niñas en los campos de la esclavitud y la trata.
Políticas y programas sociales para “que nada cambie”
En el año 2000 se creó la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (CONAETI), integrada por representantes de los organismos dependientes del Poder Ejecutivo nacional, organizaciones de trabajadores, empleadores y de la sociedad civil y cuenta con el asesoramiento de las agencias internacionales de cooperación (OIT y UNICEF). También se pusieron en funcionamiento sus respectivas comisiones provinciales (COPRETI), y el diseño e implementación por parte del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad de la Nación.
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Desde el INDEC [2] se realizó la Encuesta sobre Actividades Laborales de Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA) en 2017, que dio cuenta de que en nuestro país la situación es alarmante: en el total del país, el 10,0% de los niños y niñas de 5 a 15 años realizan al menos una actividad productiva, con mayor incidencia en las áreas rurales (19,8%), y en las regiones del NOA y el NEA (13,6% y 13,1%, respectivamente).
La actividad productiva se intensifica entre los adolescentes de 16 y 17 años: el 31,9% del total del país realiza al menos una, mientras que en las áreas rurales lo hacen el 43,5%. Al igual que lo que ocurre con los más chicos, son las regiones de NOA y NEA donde la incidencia del trabajo productivo es mayor entre los adolescentes (36,8% y 33,4%, respectivamente). Sin contar cómo se modificó la vida de todas estas familias durante la pandemia.
De todo esto se desprenden las diferentes “mesas de coordinación”, que desde el Senado de la Nación junto a organizaciones no gubernamentales, empresarios y sindicalistas, conforman “comisiones” para elaborar programas sociales, donde se proponen “la erradicación de la explotación laboral infantil”. Como fue por ejemplo la Campaña “Me gusta el mate sin trabajo infantil”, lanzada a partir de la muerte de tres adolescentes que eran trasladados a los yerbales durante el 2013. Sin embargo, como referimos en este Dossier hace 150 años que las infancias y adolescencias son explotadas en los yerbales ante los ojos de funcionarios y dirigentes sindicales.
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La situación de la provincia de Buenos Aires es un caso paradigmático. Es que en todos estos años y habiendo llegado a situaciones brutales como la muerte de Ezequiel Ferreyra, un niño de 6 años que desde los cuatro era esclavizado por la empresa Avícola, Nuestra Huella. En el Partido de Pilar manipulando veneno con elementos cancerígenos que les daba la empresa para cumplir a rajatabla con los topes de producción que la patronal le imponía a su familia.
Recién este año el gobierno de la provincia de Buenos Aires anunció que se estará realizando el primer relevamiento sobre infancias y adolescencias que trabajan en la provincia de Buenos Aires. Es decir que en 40 años de peronismo, no se realizó ningún registro que dé cuenta de esto, una vía libre para las empresas que explotan laboralmente a niños, niñas y adolescentes.
La lucha contra el trabajo infantil es la lucha contra el capitalismo
En esta nota mostramos distintos momentos de la historia y lugares donde el trabajo infantil se encuentra presente dentro del sistema capitalista. Esto es así, porque para los empresarios la explotación laboral infantil constituye una fuerza de trabajo barata y fácil de conseguir. Por lo tanto, es imposible imaginar su erradicación dentro de la misma estructura del sistema como sostienen las normativas que los organismos internacionales como la OIT, UNICEF y ONGs, realizaron y que nuestro país a través de su legislación ha ratificado.
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El capitalismo explota a las familias trabajadoras, y para garantizar su supervivencia se constituyen en una “unidad productiva”, donde los niños y niñas también deben trabajar.
En nuestro país el trabajo infantil rural se caracteriza por esto, dado que es necesario que toda la familia se dedique a la producción (niñas y niños también) a pesar de que, cínicamente la ley lo prohíba, cuando todos saben que el mercado laboral de la yerba mate se comprende de estos factores.
Ya Marx había planteado el problema del trabajo infantil y queda claro que el capitalismo no puede resolverlo (por mas leyes y tratados que realicen los distintos gobiernos). Él sostiene en la crítica al programa de Gotha que:
“La prohibición general del trabajo infantil es incompatible con la existencia de la gran industria y, por tanto, un piadoso deseo, pero nada más. El poner en práctica esta prohibición –suponiendo que fuese factible– sería reaccionario, ya que, reglamentada severamente y aplicando las demás medidas preventivas para la protección de los niños, la combinación del trabajo productivo con la enseñanza desde una edad temprana es uno de los más potentes medios de transformación de la sociedad actual”.
Por eso para pensar en acabar con la explotación infantil hay que pensar en construir una sociedad libre de opresión y explotación. Esto requiere la expropiación y concentración de los medios de producción por parte de la clase trabajadora.
Pero hoy los trabajadores y trabajadoras no podemos naturalizar que las infancias y adolescencias sean explotados por este sistema. Hoy los sindicatos no pueden ser ajenos a este reclamo, tienen que pelear por un salario acorde a la canasta familiar, es necesario el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles para que en todas las familias haya trabajo digno. Mientras nos organizamos y conquistamos estas demandas, vamos dando pasos en nuestra pelea contra este sistema.
Espacios como la fábrica gráfica Madygraf en la zona norte del Gran Buenos Aires, se convierten en una experiencia inmensa para los trabajadores. Ellos vienen manteniendo sus fuentes de trabajo desde que la multinacional Donnelley fingió su quiebra para irse del país. Sin embargo los trabajadores y trabajadoras defendieron sus puestos de trabajo y además pusieron en pie una juegoteca, un espacio de recreación y cuidado para todos sus hijos.
Por que los y las revolucionarias peleamos por otro sistema donde no exista la explotación ni la opresión. Una sociedad donde todos los niños, niñas y adolescentes puedan acceder al ocio, al juego, a tener un real acceso a la educación y salud. y que cuando llegue el momento de trabajar sea, bajo otras condiciones.
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[1] El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I, Siglo XXI, (consultado de la versión digital disponible en UCM.es), p. 487.
[2] La misma encuesta refiere que en las zonas rurales, más de la mitad de los niños y niñas que trabajan se dedican al cultivo o cosecha de productos para vender (14,2%), el cuidado u ordeñe de animales (14,4%), la ayuda en la construcción o reparación de otras viviendas (11,9%) y la ayuda en negocios u oficinas (11,9%). Las actividades principales entre los adolescentes rurales son el cultivo o la cosecha de productos con fines de venta (15,1%), la ayuda en negocios, comercios o almacenes (12,4%), la construcción o reparación de viviendas (9,5%), la producción de ladrillos (8,9%) y el ordeño y cuidado de animales de granja o de campo (8,6%).