Esta semana se cumplieron 10 años desde las jornadas decisivas la movilización estudiantil el 2011. Del devenir de la movilización, los debates que suscitó y el curso en que se desarrollaron las protestas, es lo que pretendemos reflexionar en este artículo.
"Ese día Santiago ardió. Se quemaron barricadas a ambos lados del rio Mapocho y cientos de nubes lacrimógenas cubrireron las calles.
Ochocientos setenta y cuatro estudiantes terminaron en las comisarias.
A las nueve de la noche, un ejercito de cacerolas fue a su rescate.
Estábamos en pleno invierno"
- Fragmento anónimo, 4 de Agosto del 2011
Vanguardia táctica
Agosto del 2011 encontraba al movimiento estudiantil en medio de una encrucijada. Durante los 3 meses transcurridos desde el inicio de las movilizaciones, las tomas se extendieron prácticamente a la totalidad de universidades y liceos públicos. En los planteles privados la agitación no era menor. Masivas jornadas de movilizaciones habían copado las calles de todas las capitales del país en lo que hasta ese entonces eran las movilizaciones de mayor masividad desde el retorno a la democracia.
La CONFECH, organización que agrupaba a las federaciones estatales y que tenía la conducción del movimiento, se encontraba en un estado de confusión y parálisis que los mantenía postergando la convocatoria a una nueva marcha nacional.
El Partido Comunista que hegemonizaba dicha instancia se encontraba completamente superado políticamente. Su programa para el movimiento estudiantil encabezaba una consigna heredada de las movilizaciones de 1997, el arancel diferenciado. El curso de los acontecimientos dejó completamente obsoleta dicha consigna.
La ampliación masiva de la matrícula absorbida por las universidades e institutos profesionales privados y que empezaban a despertar a la vida política ponía al centro nuevas problemáticas para el movimiento estudiantil que tenía una consigna de carácter gremial y absolutamente restringida como el arancel diferenciado.
Dicho programa tampoco se hacía cargo de una realidad que también afectaba a los estudiantes de las universidades públicas como es el sobre endeudamiento en el que muchos debieron incurrir para pagar los elevados aranceles universitarios. Endeudamientos que se dispararon con la entrada en vigencia del Crédito con Aval del Estado (CAE), instaurado en las movilizaciones universitarias del 2005.
La Izquierda Autónoma, organización predecesora del Frente Amplio, tomando el ejemplo de la movilización de la Universidad Central que inauguró el ingreso de los estudiantes de planteles privados a la vida política, posicionó como programa alternativo para el movimiento estudiantil la demanda de fin al lucro. La dinámica de esa movilización en que los estudiantes se tomaron el plantel contra la apertura en la bolsa de comercio y venta de dicha universidad generó una onda expansiva de indignación contra los empresarios que se enriquecen a costa de los anhelos de un futuro mejor de miles de familias trabajadoras.
Sin embargo, el programa de Izquierda Autónoma(actualmente del Partido Comunes del Frente Amplio) no respondía qué pasaría con la deuda educativa que acumulaban los estudiantes, ni que pasaría con los aranceles y tampoco se posiciona contra el sistema de acceso a las universidades que era fuente de la segregación educativa que dividía al sistema como lo describe la famosa consigna de la época “una educación para ricos y otra para pobres”.
Mientras los dirigentes debatían sobre la orientación del movimiento estudiantil una gran dinámica de discusión se generaba en la base del movimiento. Continuando la tradición de las movilizaciones secundarias del 2006 las asambleas de base en las facultades y liceos adquirieron gran preponderancia, sometiendo en muchos casos a los dirigentes a sus mandatos o enfrentándose con las estructuras burocratizadas de las federaciones.
El descontento con la educación de mercado sintetizaba un malestar larvado con el Chile neoliberal heredado de la dictadura donde la dinámica del endeudamiento era extensivo en todos los derechos como vivienda, salud e incluso el acceso a insumos básicos. Con salarios bajos que no alcanzan para cubrir las necesidades básicas y con un Estado que mantenía la estabilidad de sus finanzas debido a un gasto fiscal mínimo, donde sus funciones son cubiertas por los privados, los estudiantes canalizaron el descontento de una sociedad de conjunto. De ahí que hasta agosto el movimiento marcaba más de un 80% de aprobación en las encuestas.
Por la base el movimiento por la educación gratuita ganaba a miles de estudiantes que consideraban las formulaciones programáticas de las dirigencias como insuficientes. La educación gratuita golpeaba al centro del modelo de educación de mercado, suponía la condonación de las deudas, la apertura a un acceso irrestricto sin filtros de clase a la educación superior, un financiamiento basal garantizado por el estado.
Impulsada por el Partido de Trabajadores Revolucionarios, una franja del Frente de Estudiantes Libertarios y del anarquismo organizado, así como de varios grupos rojinegros de la izquierda radical tradicional, dicha demanda concitó el apoyo de una importante masa de los estudiantes y de la sociedad. Así la discusión sobre educación gratuita era tema habitual de todas las asambleas y era constantemente calificada como utópica por las direcciones oficiales.
El gobierno de Piñera sobrepasado por una coyuntura que no estaba en sus cálculos, propuso una serie de medidas para acrecentar la división del movimiento estudiantil y justificar golpes represivos para acabar con las movilizaciones. En su propuesta conocida como el G.A.N.E proponía reformas cosméticas como aumento de becas, rebaja de las tasas de interés de los créditos.
La derecha venía impulsando una profunda reforma al sistema universitario para hacer las adecuaciones necesarias al modelo de mercado que imperaba en el sistema educacional. La tercera misión universitaria o el plan Bolonia fue un plan internacional para aumentar las ganancias de los negocios educativos. Fue este viraje a profundizar el modelo el que generó las movilizaciones del 2011, y que impidió que Piñera púdiese avanzar en su proyecto.
La propuesta, muy por debajo incluso de las demandas moderadas de la CONFECH, profundizó el temor entre las dirigencias de no lograr “ganadas concretas” para justificar la movilización y con ello su reelección en la conducción. El movimiento estudiantil , como sostuvo Daniel Bensaid en su balance del mayo del 68, no es un grupo social homogéneo al que pueda atribuirse una conciencia única. Conviven en él las distintas clases sociales que se expresan mediante diferentes sensibilidades.
En tiempos donde la organización obrera y popular estaba aún golpeada por la herencia dictatorial fue el movimiento estudiantil donde se canalizó el descontento de la sociedad de conjunto, lo que Bensaid denominó vanguardia táctica. Pero dicha emergencia no estuvo exenta de fuertes polémicas y debates entre sus integrantes expresada en las diferencias programáticas que se enfrentaban.
Correlación de fuerzas
Con los sectores moderados del movimiento profundamente desgastados, la presión aumentaba para los dirigentes de la CONFECH. El enfrentamiento entre las alas que querían negociar con el gobierno y obtener “demandas mínimas” que avanzan hacia las demandas máximas” versus los sectores del movimiento que apostaban por radicalizar la movilización. La discusión era muchas veces en las asambleas un debate sobre los métodos de movilización.
Así, los sectores más moderados que apuntaban a obtener algunas concesiones del gobierno eran quienes defendían mantener los métodos de movilización pacíficos, sin enfrentamiento con las policías. Izquierda Autónoma, proponía incluso deponer la movilización sin ganadas a cambio de un plebiscito que se obtendría con una supuesta modificación de la constitución. Los sectores más radicales no tenían la misma claridad programática, lo que llevaba a que muchas veces se cohesionaran en torno a acciones de movilización más radicales, más que a responder al debate de fondo con las dirigencias de la CONFECH.
El 4 de agosto la CONFECH había definido convocar a una nueva jornada de movilización pero sin definir su carácter, consigna o recorrido, dada la imposibilidad de llegar a un acuerdo. Las organizaciones secundarias, que se encontraban viviendo una experiencia de choque más directa con los aparatos represivos del estado, que los impulsaba hacia consignas más radicales, decidieron separar su convocatoria y llamar a movilizarse en la mañana para delimitarse de las consignas “amarillas” de los universitarios. Los dirigentes de la CONFECH decidieron no dar peso a la convocatoria y reunirse en un plenario de la organización a la misma hora de la marcha para debatir la respuesta al gobierno de Piñera.
La división de las convocatorias llevó al gobierno a suponer un desgaste del movimiento y lo habilitaba para aumentar la presión y la ofensividad. El ministro del interior de la época, Rodrigo Hinzpeter, anunció un fuerte contingente represivo en la Plaza Italia anunciando que no se permitiría la convocatoria. Cuando los estudiantes secundarios llegaron a marchar fueron duramente reprimidos. Pero lejos de replegarse, los secundarios estuvieron durante varias horas y en diversos puntos del centro de Santiago, reagrupandose para intentar continuar la movilización.
Las imágenes de la fuerte represión, que incluso alcanzó a los transeúntes, generaron un enorme impacto en la población donde los recuerdos de la represión dictatorial aún estaban frescos en la memoria. Espontáneamente los estudiantes comenzaron a dirigirse a las universidades a realizar asambleas, muchas de las cuales se autoconvocaron, dada la exigencia de la base de discutir los acontecimientos. El pleno de la CONFECH tomó nota de la actividad espontánea de la base pese a estar shockeados por la brutal respuesta represiva del gobierno, decidieron mantener la convocatoria a movilización para la tarde de ese 4 de agosto concretando en un llamado a marchar en plaza italia y a que la población acompañase la manifestación con cacerolas.
Al caer la noche del 4 de agosto desde todas las facultades y colegios salieron destacamentos de estudiantes a marchar hacia el centro de Santiago. Enfrentaron un cerco policial sin precedentes y una represión a la altura de las épocas más oscuras de la dictadura. Nada de esto amilanó las fuerzas del movimiento. Se levantaron barricadas en todas partes y los estudiantes se atrincheraron en las universidades y colegios y resistieron durante largas horas el cerco policial intentando una y otra vez salir a marchar.
Esta tenacidad fue respaldada ya no con un pasivo apoyo en las encuestas. Santiago se cubrió del ruido de las cacerolas que volvían a sonar tras largos años de paz neoliberal. En las poblaciones los trabajadores salían de sus casas a acompañar a sus hijos. Las mujeres trabajadoras se ponían como escudos humanos para evitar que la policía se llevara a sus hijos. Las barricadas, las marchas y enfrentamientos se extendieron en varias ciudades del país.
El gobierno intentó mediante la represión cerrar el capítulo de las movilizaciones. Sin embargo, traspasaron una correlación de fuerzas que generó el efecto contrario. El movimiento dejó de ser exclusivamente estudiantil y adquirió el apoyo activo de un importante sector de las capas medias y de la clase trabajadora. Una rebelión popular se vivió durante la noche del 4 de agosto.
¿Situación pre-revolucionaria?
El historiador Gabriel Salazar definió la coyuntura como una situación pre-revolucionaria. Inmediatamente el debate se encendió en la izquierda ante una coyuntura que pilló a la mayor parte de las organizaciones de improvisto. La definición de situación pre-revolucionaria fue elaborada por Lenin para definir un momento político en el cual la clase dominante no puede seguir gobernando de manera habitual y las masas explotadas y oprimidas no pueden continuar resistiendo los padecimientos y la miseria. Lo que distingue esa situación de una revolucionaria propiamente tal, es que en la última la clase trabajadora interviene con sus propios organismos de combate y ofrece una salida alternativa a la de la clase en el poder.
Efectivamente el 4 de Agosto marcó un punto de inflexión para el régimen político de la transición. Acostumbrados a gobernar mediante la represión al descontento y los acuerdos entre partidos tradicionales, la respuesta de masas en contra de la acción del gobierno abrió una fractura que hizo tambalear al régimen de conjunto , desnudando su fragilidad escondida tras los uniformes de carabineros.
Tras la jornada del 4 de Agosto las asambleas estudiantiles retomaron su masividad. El apoyo de nuevos sectores a la movilización comenzó a manifestarse en la emergencia de cordones y asambleas territoriales donde confluyen estudiantes, trabajadores, pobladores y profesionales. Las jornadas de marcha y movilización dieron un salto en su convocatoria. El 21 de Agosto, 1 millón de personas se reunió en apoyo a las demandas del movimiento estudiantil. Los cacerolazos adquirieron cierta permanencia en las poblaciones y los métodos más radicales de movilización se legitiman aún más a ojos de los estudiantes. Fue en esa época que el debate programático terminó decantándose en favor de la educación gratuita como consigna central del movimiento.
Todo parecía indicar que el terreno estaba fértil para que la movilización se profundizara aún más y emergiera una movilización más fuerte de la clase trabajadora. La presión sobre la CUT se hacía sentir y sus dirigentes dilataron todo cuanto podían un llamado a paro nacional, que se terminó convocando para el 24 y 25 de agosto, donde 500.000 mil personas coparon el centro de santiago, en una jornada de fuertes enfrentamientos con carabineros quienes asesinaron durante la noche a Manuel Gutierrez.
El paro de la CUT no tuvo ninguna continuidad. Sus dirigentes no le dieron peso a las asambleas territoriales que ellos mismos convocaron para preparar el paro. La acción de la burocracia sindical fue clave para descomprimir la situación. Los dirigentes de la CONFECH en la misma línea idearon una original fórmula programática para salir del entuerto. Decidieron dividir el programa entre “horizontes estratégicos” que se ganarían con varios años de movilización ( donde colocaron la educación gratuita) y los “pisos mínimos” que serían demandas parciales y “concretas” que se podían ganar en el corto plazo y que nos irán acercando a la meta del horizonte estratégico.
Durante septiembre y octubre la Izquierda Autónoma, El Partido Comunista (Con Camila Vallejos en la conducción de la FECH)y la dirección del Frente de Estudiantes Libertarios (aún en contra de importantes sectores de su base) se dedicaron a remarcar esta perspectiva llamando a un “repliegue ordenado”. En el momento en que la lucha adquiere más fuerza, las dirigencias llamaban a posponer el enfrentamiento, dándole al régimen el tiempo y el espacio suficiente para recomponerse. A la larga este solo lograría rearmar una relación de fuerzas favorables con un fashion emergency a la vieja concertación quién debió incluir al Partido Comunista en el gobierno.
Los estudiantes fueron educados en una lógica de que movilizarse era un despilfarro de fuerzas y la estrategia del movimiento en la próxima década fue “presionar la discusión parlamentaria” movilizándose por hitos. El repliegue estratégico fue una política que encontró fuerte resistencia en la base estudiantil. En el plebiscito que la FECh convocó para decidir bajar las movilizaciones la dirección perdió su posición frente a una abrumadora mayoría estudiantil que se pronunció en favor de continuar las movilizaciones. El 2011 solo pudo replegarse por la acción de desgaste de las dirigencias, la que no estuvo exenta de importantes fricciones.
La izquierda revolucionaria, en su mayoría enfrascada por las discusiones de método, se dividió entre quienes creían que para preservar la energía combativa era necesario “un respiro” y quienes apostaban por extender aún más el programa del movimiento, demandando por ejemplo, una Asamblea Constituyente Libre y Soberana.
La demanda por la educación gratuita en contextos diferentes no deja de ser una reivindicación económica o democrática, pero de todas maneras es un aspecto mínimo de lo que incluso debiera ser un sistema de derechos sociales garantizado. Pero la cerrazón del régimen a cualquier medida que se desviase un centímetro del dogma neoliberal convirtió dicha demanda en un motor de la movilización que ponía sobre el tapete la necesidad de cambiar la herencia institucional de Pinochet, consagrada en la constitución del 80.
Nuestro partido peleó consecuentemente por dicha perspectiva. Pero siendo un partido joven y con poca experiencia en el momento, no tenía suficiente presencia en universidades, liceos y fuera de estas instituciones, como para empalmar de manera audaz y fusionarse con sectores de la vanguardia estudiantil, que veían en el anarquismo la expresión política del descontento hacia la izquierda reformista y burocrática de la CONCFECH. Esta incapacidad aún de conducir a la vanguardia permitió que esta se fragmentase y quedase aislada de la masa estudiantil, lo que abrió el terreno para que el PC y la Izquierda Autónoma impusieran los términos del repliegue.
La situación acrecentó la fractura de la hegemonía burguesa que ya venía desgastada por los años de la transición y la caída de la principal contención de la movilización de masas que era la Concertación (PS, DC, PPD, PR) con su derrota en las elecciones presidenciales. La clase trabajadora , sin embargo, comenzó un proceso de politización que se expresó en los años venideros con el alza de las huelgas y paralizaciones de trabajadores, que los dirigentes nunca quisieron unir a la movilización estudiantil.
En un contexto en que importantes sectores se abrían a la necesidad de la caída del régimen de la dictadura, producto de las reflexiones propiciadas por la movilización estudiantil generaron las condiciones para que se desarrollara una situación prerrevolucionaria. Esta fue cerrada rápidamente por las direcciones sindicales y estudiantiles. Pero su incapacidad de resolver los problemas de fondo solo permitió postergar el enfrentamiento para los años posteriores.
La juventud que hoy batalla contra quienes defienden un proceso constitucional a la medida de lo posible, encuentra en el 2011 las lecciones necesarias para aprender de los errores y aciertos de una generación cuyo principal legado fue sostener un enfrentamiento directo contra el régimen de la dictadura. El programa que movilizó por aquel entonces sigue siendo una tarea a conquistar. Las concesiones que entregó Bachelet solo fueron arreglos cosméticos a un modelo de mercado que continua generando millonarias ganancias y un enorme endeudamiento para las familias trabajadoras. Ingresar a la Universidad continua siendo un privilegio y sostenerse estudiando también lo es, como lo ha demostrado la pandemia y el incremento de la deserción universitaria.
En la experiencia de las asambleas de base, en la organización para sostener la lucha callejera , en los intentos por unificar a todos los sectores en la pelea, en la lucha política con las corrientes que hoy conducen la Convención Constituyente y que en su momento consideraban como utópicas las demandas más mínimas del movimiento estudiantil, la juventud tiene un enorme legado para preparar las futuras batallas para derrotar al régimen neoliberal. No en vano la generación del 2011 y 2006 fue llamada, incluso por la prensa, como la juventud que nació sin miedo. Desprendida de la herencia de la transición y sin nada que agradecer a los gobiernos neoliberales, fue esa juventud la que puso en jaque al gobierno de Piñera y se atrevió a cuestionar al régimen de la constitución pinochetista, demostrando que este no era invencible.
Es imposible no mirar la rebelión de octubre del 2019 sin la experiencia del 4 de agosto. Los acontecimientos que se sucedieron en la rebelión de 2019 fueron ya ensayados hace diez años, por los mismos actores que en ese entonces ocupaban las sede de la FECH antes de los salones parlamentarios. De esa heroica jornada de lucha es necesario sacar las lecciones pertinentes para prepararnos a los nuevos embates que esta situación de crisis política, social y económica nos demandan.
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