En el curso 2008-2009 miles de estudiantes se movilizaban en todo el Estado contra el Plan Bolonia. En este artículo analizamos el desarrollo de esta experiencia en Zaragoza. Un aporte al balance y las lecciones de una lucha que ha determinado el presente.
Carlos Muro @muro_87
Martes 8 de enero de 2019
Movilización contra el Plan Bolonia en Zaragoza, año 2009.
Lecciones del “Acto uno” de la respuesta juvenil a la crisis capitalista
Han pasado diez años desde que el estudiantado hicimos frente al Proceso de Bolonia, con los gritos de miles de estudiantes que salimos a las calles en todo el Estado español actuando como caja de resonancia del malestar de toda la juventud, de buena parte de las y los trabajadores, e incluso de las clases medias que veían un futuro oscuro.
Las manifestaciones, ocupaciones o asambleas significaron el rechazo a un sistema educativo caduco, elitista y competitivo, pero también al futuro sin perspectivas al acabar los estudios. Las primeras movilizaciones comenzaron el 15 de febrero de 2008 en Catalunya, mediante una huelga general de toda la enseñanza contra la LEC y Bolonia, con una manifestación de cerca de 60.000 personas. El 4 de marzo se producía la ocupación de la Facultad de Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y el bloqueo del Rectorado el 18 de abril; por los cuales el equipo rectoral sancionó a 28 estudiantes.
Estas protestas permitieron a su vez una reactivación del movimiento estudiantil de pequeños focos de algunas zonas del Estado español –como Valencia o Madrid -. Mientras que en las universidades de Barcelona se iniciaba un proceso de coordinación de asambleas de diversas facultades que aglutinaron, en un principio, a una parte de la vanguardia estudiantil y de las corrientes políticas.
Fue en septiembre de 2008 cuando la situación política, económica y social dio un giro de 180 grados, ya que el 15 de ese mismo mes quebró Lehman Brothers. El sistema capitalista mundial se encontró en la peor crisis desde la Gran Depresión de 1930. Cada día que pasaba, cada hora, se sumaban más datos e indicadores que señalaban la enorme gravedad de la crisis.
Las aulas vibraban cada vez más fuertes como consecuencia del creciente enfado estudiantil por el shock de la crisis y la aplicación de Bolonia. En Zaragoza se impulsó la Asamblea Contra la Privatización de la Universidad (ACPU) desde los primeros meses de 2008 en la cual participaban corrientes estudiantiles como SEI, PCE (integrantes actualmente en CEPA), PCPE (integrantes actualmente en el Frente de Estudiantes), ASSI, miembros del PSOE, así como afiliados sueltos de la CNT.
La juventud en pie de guerra y las huelgas de estudiantes de noviembre
Las huelgas en todo el Estado y, en Zaragoza en particular, se dieron el 13 de noviembre y confirmaron que los campus e institutos de todo el Estado seguían siendo un “foco rebelde”. Miles de estudiantes salieron a las calles contra la privatización de la educación, con más de mil estudiantes de secundaria y universidad marchando en la capital aragonesa hasta el rectorado de la universidad.
El hartazgo y las repercusiones de la crisis capitalista se hacían notar en la juventud, momento en el cual, desde el SEI, marchamos llamando: “a todos los estudiantes a participar en los organismos de lucha que se vayan creando, como la Asamblea Contra la Privatización de la Universidad (ACPU). Estos organismos deben buscar masificarse, extendiéndose a todas las facultades, formando coordinadoras” y dotarse de un funcionamiento democrático y de base, que permitiera la discusión libre y la participación de cualquier tendencia (ya sea organizaciones sociales, políticas o individuos independientes) dentro del marco común de luchar contra Bolonia. Los estudiantes que hemos redactado este manifiesto participamos en la ACPU”. Ahora bien, al mismo tiempo llamábamos a que esta movilización estudiantil no se desligara de la lucha contra la crisis capitalista y el régimen político, uniendo una con la otra –a diferencia de lo que opinaban el resto de colectivos-.
El 20 de noviembre la Coordinadora de Asambleas de Estudiantes (CAE) y el Sindicat d’Estudiants del Països Catalans (SEPC) en Catalunya convocaron una multitudinaria manifestación que acabó reprimida por los Mossos d’Esquadra. Los responsables de este hecho fueron el “tripartit” formado por el PSC, ERC y EUiA-IC (IU-PCE), golpeando a los manifestantes cuando trataban de marchar por Las Ramblas. La mano dura contra el movimiento estudiantil mostraba el nerviosismo que empezaba a cundir entre la burocracia académica y el mismo Gobierno, pero esta vez de la pata izquierda del régimen. Unos actos que no fueron condenados por el Partido Comunista de Aragón que participaba en las asambleas.
En Madrid los recortes presupuestarios de Esperanza Aguirre provocaron que el 10 de diciembre los trabajadores universitarios convocaran una huelga general, lo que podía ser el principio de una unidad obrero-estudiantil que fortaleciera el movimiento. Las movilizaciones se extendían, las asambleas se masificaban y el cabreo llegaba a Europa.
Un hartazgo que recorre Europa, un ejemplo para luchar
Entre noviembre y diciembre la juventud a nivel europeo también entraba en escena. En Francia, los universitarios tomaron facultades y se movilizaron, junto con profesores, enfrentándose a la política educativa de Sarkozy al servicio de las grandes empresas. En Grecia, el asesinato de un adolescente por la policía desató la ira de miles de jóvenes que salieron a la calle, ocuparon escuelas y universidades, confluyendo con los trabajadores en una huelga general contra el gobierno. En Italia, en diciembre del 2008, los universitarios romanos efectuaron un masivo paro de profesores y estudiantes contra la reforma inspirada en el Plan Bolonia. En el Reino Unido, unos 30.000 jóvenes marcharon contra la OTAN y la cumbre del G-20.
Con esta “olla a presión” internacional y estatal, el expresidente Rodríguez Zapatero temía a su propia “generación 700”, como se conocía a la juventud griega, en referencia a los míseros 700 euros que componía el salario común de una o un joven trabajador. En ese momento, la tasa de desempleo juvenil español ya superaba el 20% y la situación de precariedad aumentaba drásticamente. El caldo de cultivo de la rebelión griega no era una particularidad helena, verdaderamente en ese momento hacía temer al gobierno español y a la patronal.
El movimiento en Grecia suscitó la simpatía de gran parte del activismo en el Estado español, que se daba cuenta de que el camino pasa por el ejemplo heleno. La heroica lucha de los estudiantes griegos en el año 2006, aliados con los trabajadores públicos, era vista como un ejemplo a seguir. Los actos de solidaridad no se hicieron esperar y los hubo en casi todas las ciudades; algunos de ellos terminaron con duros enfrentamientos con la policía, dejando como resultado nueve detenidos en Madrid y tres en Barcelona.
Encierro en Interfacultades: potencialidades y límites para expandir la autoorganización del estudiantado
Siguiendo el “modelo griego” y tras la exitosa jornada de huelga del 13 de noviembre, un proceso de encierros en facultades se extendió por numerosas universidades. Barcelona, Madrid y Valencia fueron, sin duda, la vanguardia, con casi todos los centros con asambleas y encierros (indefinidos o puntuales). Su ejemplo cundió y como una mancha de aceite el fantasma anti-Bolonia se extendió entonces por Sevilla, Alicante, Castellón, Girona, Lérida, Murcia, Málaga, Granada, Cádiz, Cuenca o Burgos.
Zaragoza no se quedó atrás y en el 9 de diciembre se inició un encierro indefinido en el edificio de Interfacultades del campus San Francisco, promovido por la ACPU y con la participación de entre 60 y 80 estudiantes. Esta acción despertó gran simpatía entre el estudiantado y sirvió para dar a conocer “la verdadera cara de Bolonia”, en contra de la idea propagada por la casta universitaria.
El encierro, tal y como lo entendíamos los y las compañeras del SEI, era una táctica temporal que permitía consolidar las exitosas movilizaciones. De esa manera, concentrarse en un punto a modo de un pequeño “cuartel general”, podía permitir lanzar la línea de organizar rápidamente asambleas en facultades, clases e institutos coordinándose entre sí.
Con este fin, el SEI explicaba en todas las asambleas de la ACPU, “cinco propuestas para construir un fuerte movimiento estudiantil masivo, democrático y de base”:
En primer lugar, se planteó la necesidad de levantar un movimiento desde las facultades e institutos, organizado en asambleas por cada centro educativo (universidad y secundaria) con derecho a voto y coordinadas entre sí. Además, se debían encontrar las mejores modalidades, los mejores “horarios de asambleas”, para que los estudiantes pudieran hacer oír su voz y participar activamente como sujetos en la lucha.
En segundo lugar, se propuso avanzar en la creación de una Coordinadora Estatal de Asambleas, conformada por delegados mandatados y revocables, que fueran elegidos en las asambleas de todo el Estado en función de su tamaño.
En tercer lugar, se defendió que en las asambleas debía haber la máxima libertad de tendencias de los distintos colectivos sociales o políticos, donde cualquiera pudiera opinar y abrir una discusión. Y que las discusiones debían zanjarse con el debate y con la votación cuando las posiciones no fuera posible consensuarlas.
En cuarto lugar, aquellas posiciones minoritarias deberían ser respetadas, permitiéndoles incluso que se pudieran expresar públicamente como una parte del movimiento.
En quinto lugar, entendíamos el recelo que podía surgir entre muchos jóvenes hacia los “sindicatos” y “partidos”. El historial de traiciones de las direcciones sindicales o el papel que juegan algunos partidos que se reclaman de izquierdas como pata izquierda de este Régimen es el fondo de este sentimiento. Nosotras y nosotros denunciamos a aquellas agrupaciones ligadas al Gobierno o “socias” de él como el PSOE, IU-PCE o la burocracia sindical y creíamos que había que combatirlas políticamente y no en forma autoritaria expulsándolas de un frente único.
Creíamos, por lo tanto, que las organizaciones sindicales, sociales o políticas que quisieran sumarse y apoyar la lucha podían hacerlo, pero siempre respetando y asumiendo las decisiones tomadas democráticamente en las asambleas. Y para amplificar aún más el movimiento anti-Bolonia, manteníamos que era fundamental la unidad entre el estudiantado y la clase trabajadora, siguiendo el ejemplo griego. Era una cuestión de suma importancia para pegar un salto en la lucha contra Bolonia y encontrar de esta manera un aliado estratégico al estilo del mayo del 68. Al mismo tiempo, denunciábamos que la crisis histórica del capitalismo, que hacía tan solo tres meses que había estallado, debía servir para denunciar los padecimientos de la juventud, de la clase obrera y de los sectores populares.
Esta posición del SEI no era compartida por el resto de los colectivos, que consideraban el encierro “como un fin en sí mismo”, negándose a extender la “marca ACPU” mediante asambleas de clase, facultades e institutos para tratar de constituir una coordinadora con delegadas revocables en cualquier momento por votación. Esta diferencia táctica era de suma importancia para el propio fortalecimiento del estudiantado ya que, insistíamos en el problema que podía conllevar seguir aislados en el encierro del resto del estudiantado dejando espacio y tiempo a la casta universitaria y al gobierno para hacer una campaña a favor de Bolonia.
Con esta perspectiva nos proponíamos estos puntos, para contribuir al calor de la lucha; desgraciadamente el resto de los colectivos participantes en la ACPU se oponían tajantemente a los mismos. Se llegó a la situación de que se nos negó autoritariamente el derecho a expresar estas posiciones, incluso a que cualquier colectivo social o político hablara como organización, prohibiendo la diversidad de opiniones.
Al mismo tiempo que estos debates se daban en Zaragoza se proponía el primer encuentro estatal de Asambleas anti-Bolonia en Valencia para los días 13 y 14 de diciembre. Una gran oportunidad para discutir cómo masificar y coordinar el movimiento en todo el Estado. Lamentablemente, el 12 de diciembre en una asamblea a altas horas de la noche y sin apenas gente, todos los colectivos de Zaragoza -con la honrosa excepción del SEI- se negaron a participar de este importante encuentro.
Por esta opinión planteada, por los seis puntos que citábamos antes y por acudir como colectivo se decidió autoritariamente expulsar a los militantes del Sindicato de Estudiantes de Izquierdas y a un miembro de Izquierda Anticapitalista. De esta manera, colectivos como CEPA, PCE, PCPE o ASSI resolvían las diferencias políticas mediante las expulsiones, en vez de la libre expresión política de individuos o colectivos, y ante cualquier diferencia no resuelta por consenso la resolución por votación.
En un comunicado publicado por el SEI con el título “Contra las expulsiones. Por un movimiento anti-Bolonia democrático y de base”, se enfatizaba que “un movimiento democrático resuelve las discusiones y diferencias a través del debate y la votación, y no mediante medidas como expulsiones u otras similares, como mentiras o calumnias como la afirmación de que CGT estaba a favor de Bolonia” o incluso rechazando el apoyo de partidos como IU. La defensa de la democracia de las asambleas y la plena libertad de tendencias en el debate y la intervención común es sin duda una lección fundamental del movimiento.
Plan Bolonia: una contra-reforma imposible de reformar
El Plan Bolonia era y es una contra-reforma educativa sin ninguna posibilidad de “reforma”. Esta es otra de las grandes lecciones del movimiento estudiantil anti-Bolonia. El discurso acerca de “cambiar la forma de dar clases”, “hacer una educación más teórico-práctica”, etc., era sólo un falso envoltorio. Otras reformas educativas han sido presentadas de una manera similar (desde la LOGSE hasta la Ley de Calidad del PP), pero a la hora de la verdad todos esos “buenos propósitos” nunca son puestos en práctica, algo por otro lado, imposible sin una fuerte subida de la financiación pública.
Es por ello por lo que no podíamos estar de acuerdo tampoco con las peticiones de dialogo que expresaban las organizaciones en Zaragoza y otras a nivel estatal. Sea con el Gobierno o con los rectores, la salida dialogada al conflicto llevaba inevitablemente a terminar negociando Bolonia. La ACPU en su comunicado a 50 días del encierro en Interfacultades decía: “Es esta situación la que exige que se produzca un diálogo que consideramos no sería justo hasta que no exista una moratoria del Plan, de tal manera que nos situemos en igualdad de condiciones para el diálogo.” Esta era la estrategia, confiar en un “dialogo” de igual a igual con el gobierno y la casta universitaria.
Ni con moratoria, ni sin ella, todo diálogo con el Gobierno de Zapatero o las instituciones universitarias (electas a través de un sistema totalmente antidemocrático) no iba a resultar más que un engaño. Además ¿acaso era posible el diálogo con aquellos que nos sancionan por luchar, como a los estudiantes expulsados de la Universidad Autónoma de Barcelona? La única salida posible era imponer las demandas del estudiantado y derrotar el plan del Gobierno por completo, para lo cual era necesario que el movimiento estudiantil se fortaleciera y se extendiera, confluyendo en primer lugar con el resto de la comunidad educativa (profesorado y trabajadores/as no docentes), los institutos de secundaria y con sectores del movimiento obrero no pertenecientes a la universidad. De lo que se trataba era de fortalecer la lucha buscando al mismo tiempo distintos aliados para permitir una nueva correlación de fuerzas que nos fuera favorable.
* El autor participó del proceso de organización y movilizaciones contra el Plan Bolonia en Zaragoza como parte de la dirección del Sindicato de Estudiantes de Izquierdas (SEI).
Carlos Muro
Nació en la Zaragoza en 1987. Es estudiante de Historia en la UNIZAR. Escribe en Izquierda Diario y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.